Marès Deulovol, Frederic. Port-Bou (Gerona), 18.IX.1893 – Barcelona, 16.VIII.1991. Escultor, coleccionista y fundador del Museu Frederic Marès de Barcelona.
Hijo de un matrimonio de clase media formado por Pere Marès Oriol, funcionario de la aduana de Portbou, y bibliófilo y librero de viejo por afición, y Soledad Deulovol Vergés, fue el segundo de tres hermanos.
En 1903 la familia se trasladó a vivir a Barcelona, cuando el padre decidió dejar su empleo y abrir una tienda de libros antiguos en la ciudad, negocio que al poco tiempo se demostró ruinoso. Sin antecedentes artísticos en la familia, Frederic Marès se matriculó en la Escuela Superior de Artes e Industrias Artísticas de Barcelona en 1908, finalizando sus estudios oficiales en 1913. Simultaneó dicho aprendizaje con el trabajo como aprendiz en el taller del conocido escultor modernista Eusebi Arnau. Su formación al lado de Arnau fue determinante, ya que con él aprendió no sólo el oficio de escultor, sino una concepción de la escultura utilitaria y decorativa, heredera de la gran tradición del siglo xix, que le mantuvo al margen de las tendencias que condujeron a la total renovación del lenguaje escultórico. También en el ejercicio de su oficio, Marès permaneció fiel a un método de trabajo que consideraba al escultor básicamente como modelador, al trabajar en tamaño pequeño un modelo en una materia blanda que, luego, a través de medios de reproducción mecánicos, se traslada con exactitud al material y al tamaño definitivo.
La concesión de una beca para ampliar estudios en marzo de 1913 le permitió viajar por primera vez a París e iniciar una nueva etapa de formación artística dominada por su interés hacia Constantin Meunier y, sobre todo, hacia Auguste Rodin. De nuevo en Barcelona en febrero de 1914, Frederic Marès concursó para la obtención de otra beca, esta vez para estudiar seis meses en Italia, en Roma y Florencia. A pesar del éxito unánime que alcanzó en las pruebas, no llegó a disfrutar del viaje, ya que fue llamado a realizar el servicio militar (1915-1918). Durante este período gozó de una situación de cierto privilegio que le permitió compaginar la vida castrense con la actividad artística, de manera que ya en el mismo 1915 entró a trabajar como ayudante en la Escuela de Artes y Oficios y Bellas Artes de Barcelona, iniciando una carrera docente que no finalizará hasta 1964, fecha de su jubilación.
1917 fue un año importante en su trayectoria, recibiendo el primer encargo de una escultura conmemorativa en Barcelona: el monumento al canónigo Francesc Rodó, según un proyecto del arquitecto Joaquim Vilaseca. La obra, ganadora de un concurso y erigida mediante suscripción popular, significó el desembarco de una nueva generación en un panorama hasta entonces dominado por Josep Llimona, Eusebi Arnau o Enric Clarassó y comportó una voluntad de renovación al alejarse del monumentalismo de la época para componer trabajos más sencillos, menos historiados, de más fácil comprensión. Inaugurado en 1919, fue destruido en julio de 1936 y el propio Marès se encargó de su reposición en 1954, aunque entonces concibió un grupo muy distinto del original. También en 1917 realizó el retrato del compositor Jaume Pahissa, una de sus obras más conocidas y galardonadas, y en ese mismo año fue premiado con una Tercera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
A partir de entonces empezó un período de una gran actividad que culminó en la segunda mitad de la década de 1920, cuando definitivamente se convirtió en un escultor reconocido y solicitado. La preparación de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, con todos los proyectos constructivos y de embellecimiento de la ciudad que conllevaba, significó un momento especialmente feliz para los escultores, y especialmente para Frederic Marès que pasó a ser uno de los artistas con más encargos: desde sus tres obras para la plaza de Catalunya —Barcelona (1927-1928), Emporion (1927-1929) y Grupo de cuatro niños sobre peces (1928-1929), la primera, una alegoría de la ciudad personificada en un grupo ecuestre, obtuvo una gran aceptación—, hasta su intervención en el recinto ferial de la exposición en la montaña de Montjuic, con las esculturas representando el Agua y la Tierra (1928-1929) y las decoraciones figurativas del palacio de Agricultura (1928-1929) y del pabellón de la Ciudad (1929).
Pero la consagración definitiva no vino de la mano de ninguno de estos proyectos institucionales sino del encargo que un grupo de profesionales y aficionados al teatro le realizó en 1927 para perpetuar con un monumento en Barcelona la memoria del escenógrafo catalán Francesc Soler i Rovirosa. La obra, costeada mediante subscripción popular e inaugurada en octubre de 1930, fue concebida como una figura femenina reclinada sobre un pedestal y sosteniendo una rosa, una alegoría del homenaje que el pueblo catalán tributaba al artista, ofreciéndole la flor del triunfo y de la inmortalidad. La coherencia entre el estilo clasicista, plenamente noucentista, y el contenido, su austeridad, tan alejada del monumentalismo coetáneo, consiguieron que el monumento a Soler i Rovirosa fuera acogido y entendido como uno de los caminos a seguir para llegar a una renovación de la estatuaria pública de la ciudad, todavía muy anclada en la sensibilidad modernista.
A esta obra le siguieron otras que indican la importancia del escultor en el ambiente artístico barcelonés: la decoración de la fachada del edificio de La Unión y el Fénix del arquitecto Eusebi Bona (1927-1931), del banco de Vizcaya de Manuel I. Galíndez (1928-1932) o la gigantesca estatua del Sagrado Corazón de Jesús destinada a coronar el templo expiatorio del Tibidabo (1935). Frederic Marès, junto con Josep Clarà y Josep Viladomat, fue uno de los pocos escultores que obtuvo encargos de estatuaria conmemorativa durante el período republicano, realizando, en su caso, el dedicado a la memoria del abogado laboralista Francesc Lairet (1932-1936).
Durante estos años anteriores a la Guerra Civil, Frederic Marès no sólo fue conocido como escultor sino que también empezó a destacar como un personaje interesado en la gestión y organización artísticas, sobre todo a partir del año 1932 cuando las exposiciones municipales pasaron a estar organizadas por los propios artistas. Para ello, el colectivo de los artistas catalanes se dividió en dos grupos: el Salón de Montjuic, que reunía a aquellos que cultivaban un arte joven, innovador e inconformista; y el Salón de Barcelona, que aglutinaba a los creadores más académicos, más maduros y seguidores de las fórmulas clásicas.
Marès fue el fundador, vicepresidente y presidente en 1933, 1934, 1935 y 1936 del Salón de Barcelona y vocal permanente de la Junta Municipal de Exposiciones de Arte, unos cargos que en aquellas circunstancias estaban lejos de ser honoríficos, sino de intensa participación. Pero, además, la vinculación de Marès al Salón de Barcelona no se limitó a atender cuestiones de organización sino que también lo favoreció tomando una serie de iniciativas privadas muy poco habituales entre los artistas y que explican muy bien la personalidad de Marès, como fue destinar el dinero de un galardón a la compra de obras de jóvenes creadores y ofrecer un premio de estímulo (1933) o crear una ayuda destinada a artistas menos afortunados del Salón de Barcelona (Premio Frederic Marès, 1935). Huelga decir que Frederic Marès siempre fue un personaje con un fuerte sentido corporativo y, convencido del papel del artista como educador de la sociedad, no dudó en participar de manera activa en proyectos destinados a mejorar las dificultades de su entorno, como la fundación de una novedosa mutualidad llamada “Ayuda a los artistas pintores y escultores de Cataluña” (1935), o, en otro orden de cosas, renunciando a premios, como ocurrió al rechazar una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1930, en solidaridad con sus compañeros catalanes tratados, a su juicio, injustamente por el jurado del certamen.
La Guerra Civil significó la paralización de la práctica escultórica, aunque durante estos años Marès participó de manera destacada en labores de salvamento y salvaguarda del patrimonio de la ciudad: primero en los museos de arte y historia natural y biblioteca del seminario conciliar, donde tuvo un papel protagonista; posteriormente, en la basílica de Santa María del Mar, donde su labor se prolongó hasta bien entrada la posguerra, siendo uno de los defensores más fervientes del monumento y su restauración.
A partir de 1939, Marès retomó su posición de escultor solicitado. Muchas cosas habían cambiado y con ellas también sus intereses que se acomodaron a esa nueva situación. Así, la recreación, reposición o restauración de esculturas destruidas durante la guerra y la ejecución de imaginería religiosa sustituyeron sus antiguos y variados intereses artísticos. Desapareció de su producción una obra más vinculada a la libre creación y su trabajo quedó mayoritariamente subordinado a la demanda del cliente. Continuó trabajando escultura conmemorativa, realizando una veintena de obras repartidas por toda la geografía española: en Barcelona, pero también en Mahón, Ciudadela, Zaragoza, Elche, Terrassa, etc. Su concepción, sin embargo, nada tiene que ver con su labor conmemorativa anterior y el simbolismo e idealismo dieron paso a un trabajo con bustos y figuras de intención historicista. Mucho más fecunda fue su producción religiosa, siendo su taller uno de los más activos, autor de la mayoría de nuevas imágenes que todavía hoy se encuentran en numerosas iglesias de ciudades y pueblos de Cataluña. Destaca por su ambición la labor realizada en la iglesia de Sant Esteve de Parets del Vallès (1941-1946), un ejercicio “neomedieval”, donde Marès se encargó de toda la decoración interior y exterior esculpida en piedra, del retablo mayor y de las imágenes que decoran las capillas laterales. Ejemplo demostrativo de la fama que alcanzó y de su pervivencia es el hecho de que una de sus últimas obras fuera el grupo de la Exaltación de la Santa Cruz que decora el altar mayor de la catedral de Barcelona (1976), ejecutado cuando Marès contaba con ochenta y dos años de edad.
También a partir de entonces desarrolló una prolífica actividad como medallista, siempre trabajando por encargo, generalmente de instituciones como la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de Madrid o el Ayuntamiento de Barcelona, cuya medalla de oro de la ciudad (1940) y medalla al mérito científico, artístico y cultural (1953) son todavía hoy los modelos que diseñó el escultor.
Pero, sin ninguna duda, la tipología escultórica que mayor fama le procuró fue la recreación o reconstrucción, notoriamente la del panteón de los reyes de la Corona de Aragón en la iglesia del monasterio de Poblet (1944-1952), formado por un conjunto de diecisiete lápidas sepulcrales con estatuas yacentes de alabastro, expoliado y destruido desde los tiempos de la Desamortización. Se trató de un encargo del Ministerio de Educación Nacional, a través de la Dirección General de Bellas Artes, entonces con el marqués de Lozoya al frente, quien desestimó una restauración arqueológica de los restos conservados para, bajo las órdenes de Marès, reconstruir todo el conjunto. El objetivo era restablecer la función simbólica del monumento y revivir su antiguo esplendor aunque, al basarse en unos vestigios materiales escasos, fragmentados e, incluso, de procedencia incierta, y en unos conocimientos históricos y artísticos incompletos, comportara inventar buena parte de las figuras. La seriedad y rigor con que acometió este nuevo encargo le llevaron a realizar estudios documentales de aproximación artística y también otras investigaciones de carácter técnico. Tampoco el Ministerio escatimó recursos, asumiendo unos gastos que superaron con creces el presupuesto previsto y que obligaron a organizar una gran exposición itinerante sobre dicha actuación (Madrid, Zaragoza, Barcelona, Tarragona), a fin de poder recabar nuevas ayudas económicas.
Los cambios que la posguerra introdujo en su quehacer artístico también afectaron a la vertiente más gestora de su actividad, de manera que, al pasar a formar parte del engranaje cultural del Estado, inició una carrera ascendente en los ámbitos académicos y de enseñanza artística oficial. En realidad, desde principios de la década de 1940 hasta bien entrada la de 1960, Frederic Marès se convirtió en un personaje clave, imprescindible en las relaciones entre el Ministerio de Educación Nacional y las instituciones de enseñanza artística de Barcelona: catedrático interino de Talla (1940), catedrático de Modelado y Composición (1943), subdirector (1946), director (1947- 1964) de la Escuela de Bellas Artes; profesor auxiliar (1940), director (1946-1964) de la Escuela de Artes y Oficios; académico correspondiente (1943) y académico de número (1965) de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid; académico de número (1954), presidente (1960-1990) y presidente honorario de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona; presidente de la Comisión Provincial de Monumentos Histórico Artísticos de Barcelona (1960-1981); y otros muchos cargos, derivados de éstos, largos de enumerar, que, en definitiva, comportaron su participación en todas las actuaciones artísticas oficiales que se celebraron en Barcelona y, también, en Cataluña en dicho período.
Aunque en la vida de Frederic Marès todavía sobrevendrá un nuevo y definitivo cambio, imprescindible para conocer su trayectoria final: la “profesionalización” de su afición coleccionista que supuso la inauguración del Museo de Barcelona que lleva su nombre, nacido en 1946 del acuerdo entre el escultor y el Ayuntamiento, según el cual Marès donaba su colección a la ciudad y se comprometía a cuidarla e incrementarla.
Poco se conoce, sin embargo, de su actividad coleccionista hasta 1944, año en que los Amigos de los Museos de Cataluña organizaron la primera exhibición pública de la colección Marès. Hasta entonces, los únicos datos los proporciona el propio escultor, quien cifra el origen de ésta en su primera estancia en París, cuando trabajó para libreros de viejo, comerciantes de antigüedades y coleccionistas asistiendo a subastas, y empezó a adquirir objetos de su gusto al tiempo que compraba por cuenta de otros.
El espectacular y rápido crecimiento del Museo desde su inauguración oficial en 1948, tanto desde un punto de vista físico —el perímetro definitivo del Museo se concluyó en 1970: pasó de ocupar el espacio de un edificio a ocupar el de cinco—, como de las colecciones —en 1948 se contabilizaban setenta y nueve esculturas, pero en 1958 ya eran quinientas cincuenta y cinco— indica la dedicación preferente del artista a este nuevo interés, hasta el punto que, en una fecha tan temprana como 1955, no dudó en afirmar: “Hago esculturas para poder comprar esculturas”.
Esta generosidad de Marès cediendo su colección (pero también el producto de su trabajo) no se circunscribió a las sucesivas donaciones al Museo barcelonés (oficializadas en 1946, 1979, 1988 y 1991), extendiéndose también a otras instituciones como el Museu Militar de Barcelona (armas, 1962), Museu de l’Empordà de Figueras (arqueología y escultura medieval y moderna, 1970), Museu Frederic Marès de Montblanc (escultura y pintura medieval y moderna, 1979), Museu Marès de la Punta de Arenys de Mar (puntas y bordados, 1983), Museu d’Història de Sabadell (indianas, 1984), Museu del Llibre Frederic Marès de la Biblioteca de Catalunya de Barcelona (libros antiguos y de bibliófilo, 1985), Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (puntas, encajes y obra personal, 1986). En menor cuantía también recibieron donaciones de Marès: el Museu de la Música de Barcelona, el Museu Etnològic de Barcelona, Museo Arqueológico Nacional de Madrid, Museu d’Història de la Ciutat de Barcelona y Museu del Monestir de Poblet.
Obras de ~: Rodio, 1914; Retrato de Jaume Pahissa, 1917; Monumento al Canónigo Francesc Rodó, Barcelona, 1917-1919; Juventud-Ritmo, 1920-1925; Descendimiento de la cruz, 1921; Plenitud, c. 1923; Entierro de Cristo, 1924; Desnudo, c. 1925; Desnudo masculino, c. 1925; Busto de mujer con mantilla, c. 1926; Alegoría de Barcelona, Barcelona, 1927-1928; Emporion, Barcelona, 1927-1929; Monumento a Francesc Soler i Rovirosa, Barcelona, 1927-1930; Decoración del edificio de La Unión y el Fénix, Barcelona, 1927-1931; Grupo de cuatro niños sobre peces, Barcelona, 1928-1929; La tierra, Barcelona, 1928-1929; El agua, Barcelona, 1928-1929; Decoración del Palacio de la Agricultura, Barcelona, 1928-1929; Decoración del Pabellón de Barcelona, Barcelona, 1929; Crepúsculo, c. 1932; Monumento a Francesc Lairet, Barcelona, 1932-1936; Busto femenino, Serenidad, c. 1935; Desnudo, c. 1936; Monumento a la Victoria, Barcelona, 1939-1941; Virgen del Born, Barcelona, 1939; Decoración de la iglesia de Sant Esteve, Parets del Vallés, 1941-1946; Reconstrucción del Panteón Real de la iglesia del monasterio de Poblet, 1944-1952; Ángel custodio, 1945; Panteón Real, catedral de Mallorca, 1946-1947; Monumento a Antoni de Capmany, Barcelona, 1947; Monumento al conde de Egara, Tarrasa, 1947-1950; Monumento a Alfonso III, Mahón, 1948-1950; Monumento a Josep Maria Quadrado, Ciudadela, 1950-1951; Monumento a Mateu Bonaventura Orfila, Mahón, 1952-1953; Monumento a Joan Maragall, monasterio de Montserrat, 1958; Monumento a Francisco de Goya, Zaragoza, 1959-1960; Monumento a Damià Campeny, Mataró, 1963; Sancho de Mallorca, Perpiñán, 1964-1965; Jaime I, Montpelier, 1965; Monumento al doctor conde de Arruga, Madrid, 1965; Monumento a Segundo Ruiz Belvis, Hormigueros, Puerto Rico, 1965-1967; Conjunto decorativo del jardín Jaume Vicens i Vives, Barcelona, 1966-1967; Monumento a Ignasi Barraquer, Barcelona, 1967; Monumento a Luis Vives, Elche; Monumento a Jaume I, Figueres, 1968-1969; Monumento a Ramon Muntaner, Figueras, 1969-1970; Monumento a José Salvador Brau, Cabo Rojo, Puerto Rico, 1970-1975; Monumento a Minerva, Tossa de Mar, 1972-1973; Sant Jordi, c. 1975; Monumento a Alexandre de Riquer, Calaf, 1976; Exaltación de la Santa Cruz, 1976.
Escritos: Los artistas y los anatómicos, Barcelona, 1925; La anatomía en el arte. Su evolución histórica, Barcelona, 1932; “Los panteones reales del monasterio de Santa María de Poblet”, en Arbor (enero-febrero de 1946), págs. 59-79; Els Robinsons dels llacs de Colomers, crònica d’una excursió d’estiu a la Vall d’Aran, Barcelona, 1950; Las tumbas reales de los monarcas de Cataluña y Aragón del Monasterio de Santa María de Poblet, Barcelona, 1952; La enseñanza artística en Barcelona, Barcelona, 1954; El escultor Damià Campeny Estrany, en el primer centenario de su muerte: Discurso leído en la sesión [...] conmemorativa, Barcelona, Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, 1956; Dos siglos de enseñanza artística en el Principado: La Junta Particular de Comercio Escuela Gratuita del Diseño Academia Provincial de Bellas Artes, Barcelona, Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, 1964; Pequeña historia de mi museo (discurso en el acto de su recepción pública y contestación del señor marqués de Lozoya), Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, 1965; Port de la Selva. Notas históricas, Figueras, 1971; El mundo fascinante del coleccionismo y de las antigüedades. Memorias de la vida de un coleccionista, Barcelona, 1977 (reed. Barcelona, Ayuntamiento, 2000); Informes sobre Monumentos Catalanes, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1984.
Bibl.: VV. AA., Miscel·lània dedicada al seu president, Excm. Sr. Frederic Marès en el seu XC aniversari, Barcelona, Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi, 1983; J. A. Maragall, F. Marès, Sabadell, Ausa, 1986; J. Subirachs, “Frederic Marès o la represa nostàlgica del classicisme”, en Serra d’Or (octubre de 1991), págs. 48-52; Centenari Frederic Marès, 1893-1991, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1991; N. Rivero, “Frederic Marès, un escultor coleccionista”, en Descubrir el arte, n.º 13 (1999), págs. 90-91; “Revisar Marès”, en Serra d’Or (marzo de 2002), págs. 38-41; E. Ortoll, N. Rivero y P. Vélez, Catàleg d’escultura i medalles de Frederic Marès. Fons del Museu Frederic Marès /4, Barcelona, Ajuntament, 2002.
Núria Rivero Matas