Mena, Juan Pascual de. Villaseca de la Sagra (Toledo), 1707 – Madrid, 16.IV.1784. Escultor.
Juan Pascual de Mena es figura capital de la escultura española del siglo viii. Sin embargo, se está aún muy lejos de un conocimiento serio de su vida y de su obra que lleve a comprender su verdadera dimensión.
La primera incógnita que presenta el escultor es la de su propia vida. Desde Ceán hasta nuestros días, apenas se tienen más noticias biográficas que las aportadas por Antonio José Díaz Fernández.
Juan Pascual de Mena nació en 1707, en día desconocido, en el pueblo toledano de Villaseca de la Sagra.
Cuando apenas contaba cinco años de edad, y en fecha que se desconoce, se trasladó a Madrid, donde en 1730 casó con Josefa Fernández Pillado, en la antigua parroquia de San Lorenzo. El 18 de julio de 1744 fue nombrado maestro director de Escultura, en la junta preparatoria de la futura Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 12 de abril de 1752, fundada ya la Academia, recibió del rey Fernando VI el nombramiento de teniente de Escultura. A finales de ese mismo año otorgó el que parece sería su primer testamento.
En 1754, llamado por el Ayuntamiento de Bilbao, marchó a esta ciudad donde, al parecer, permaneció hasta el siguiente año de 1755, trabajando en un numeroso conjunto de esculturas para la parroquia de San Nicolás. El 22 de abril de 1762, fue nombrado director de Escultura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Poco tiempo después, el 28 de enero de 1765, quedó viudo de su primera esposa, con la que parece que sólo había tenido, en los largos años de su matrimonio, una única hija, María Pascual de Mena Fernández. Sin llegar a pasar tres meses desde la muerte de su primera mujer, el escultor contraía segundo matrimonio, el 22 de marzo del mismo año, con Juliana Pérez. En 1771, Juan Pascual de Mena obtuvo el nombramiento de director general de la Real Academia Bellas Artes de San Fernando, lo que claramente supuso un reconocimiento a su labor en la Institución y a su prestigio como escultor. Previamente, en 1768, había sido nombrado académico de mérito por la Real Academia de de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, lo que indica que su prestigio se había ido consolidando fuera del círculo estrictamente cortesano. En 1779, y junto a su mujer, otorgó su segundo testamento. El 16 de abril de 1784, falleció en Madrid, en la calle del Ave María, colación de la parroquia de San Sebastián, donde venía residiendo desde hacía muchos años. El 5 de junio de ese mismo año, se distribuía la herencia entre la viuda e hija del escultor, según los términos del último testamento y de un memorial otorgado con posterioridad.
La obra de Juan Pascual de Mena es extremadamente abundante, y además está esparcida por casi toda la geografía española, asemejándose en esto a su contemporáneo Luis Salvador Carmona, compañero de Academia, y con quien tantas obras se han equivocado en su atribución. También aquí existe el problema de que muchas de sus más interesantes esculturas y muchos de sus numerosos conjuntos escultóricos están, de momento, sin fechar, lo que dificulta establecer una cronología válida para poder seguir una evolución del escultor. Y hay que añadir un segundo problema, y es que la primera escultura que de él se tiene fechada, la Virgen del Patrocinio de la iglesia de San Fermín de los Navarros de Madrid, data de 1746, esto es, de cuando Juan Pascual de Mena contaba ya con casi cuarenta años de edad, un momento en el que un escultor de su talla se encontraba ya plenamente formado. A partir de esta primera obra fechada, todo el conjunto conocido del escultor tiene una alta calidad.
Tampoco se sabe con quién o con quiénes estudió, aunque viéndole moverse en Madrid y cercano casi siempre a los círculos cortesanos, no es difícil poder aventurar alguna hipótesis que pueda muy bien ser válida. Juan Pascual de Mena, como hijo de su tiempo, debió comenzar su aprendizaje con algún escultor madrileño aún apegado a la técnica de la imaginería tradicional, pero pronto la corriente francesa e italiana que impusieron los gustos de Felipe V e Isabel de Farnesio, le irán acercando al ámbito cortesano y a la formación académica que imponía el estudio de la estatuaria antigua y de los modelos del barroco italiano que eran abundantes en España. Se debe tener en cuenta que en la junta preparatoria de la Academia de 1744, en que Juan Pascual de Mena es nombrado maestro director de Escultura, se hace junto con el escultor Antonio Dumandré, y el director general es el también escultor italiano Juan Domingo Olivieri.
Para estudiar su obra se seguirá un criterio cronológico y se irá agrupando, en torno a las obras fechadas, aquellas otras que tengan alguna relación estilística o iconográfica. La primera obra fechada que hasta el presente se conoce es, curiosamente, una de sus piezas más significativas y en la que el escultor se nos muestra maduro y formado. Se trata, como se ha comentado, de la Virgen del Patrocinio, desaparecida en la pasada contienda civil, que recibía culto en el remate del retablo mayor del templo madrileño de San Fermín de los Navarros. La hermosa imagen aparecía sentada sobre un trono de nubes, al que se adosaban deliciosas cabecillas de querubines, y mostraba al Niño sobre la rodilla derecha, en un movimiento alegre y retozón. El canon de belleza de las Vírgenes de Juan Pascual de Mena se muestra ya plenamente logrado. Son hermosas mujeres, de caras redondas, ojos rasgados de mirada ensoñadora y facciones menudas, que dan al rostro un aspecto infantil. El Niño, como siempre en él, es de movimiento y gesto como copiado del natural. El mismo tipo físico lo repite en los ángeles que acompañan a sus Vírgenes. Muy típico también es el modo de esculpir las nubes sobre las que surgen o se acomodan sus figuras, de formas redondeadas y planas. También aparece en uno de los angelillos que acompañan a la imagen un modo de tallar las alas tan peculiar que se convierte en una especie de firma en las obras del escultor. El angelillo extiende por delante una de las alas, mientras por la parte de atrás la coloca en sentido inverso, formando una especie de forzada “ese”. Los colores de las vestiduras, como siempre también en Juan Pascual de Mena, son claros y planos, simplemente animados por una orla dorada.
Muy semejante a la Virgen del Patrocinio es la Virgen del Rosario, que, procedente de la cercana Cartuja del Paular se conserva hoy en la parroquia de Rascafría.
Se alza también sobre elevado trono de nubes en el que un numeroso grupo de angelillos, en actitud de realizar un esfuerzo, dan al conjunto un sentido ascensional.
Una tercera imagen de la Virgen sigue este mismo esquema descrito, Nuestra Señora de la Consolación y Correa, que, procedente de la iglesia madrileña de San Felipe el Real, recibe culto en la moderna parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza. Pero hay algo en esta imagen que la diferencia, en parte, de las otras y que lleva a retrasar su cronología: la distinta forma de tratar el plegado de las ropas, de manera blanda y de pliegues redondeados, en vez de los pliegues duros, secos y aristados, tan corrientes en el escultor.
En San Fermín de los Navarros también recibía culto su popular San Juan Bautista. Su bello y académico desnudo, su gesto decidido y su hermosa cabeza de larga cabellera que el movimiento de la figura impulsaba hacia atrás, hacía de ella una de las esculturas más representativas de su autor. Con ella, se puede relacionar un hermoso San José que preside el retablo mayor de las carmelitas descalzas de Talavera de la Reina y que podemos considerar como prototipo de un gran número de esculturas dedicadas a este santo, que van hasta 1782, en que se fecha el de la capilla de la Presentación de la Catedral de Burgos. Todos son de rostro muy bello, de nobles facciones, muy del tipo de las del desaparecido San Juan Bautista. El Niño suele ser pieza primorosa. También relacionamos con Juan Pascual de Mena el San José del Monasterio de la Encarnación, de Madrid, tan semejante al de Talavera, aunque de formas más menudas que lo hacen parecer una figura de belén napolitano.
De 1747 es la imagen de la Virgen de la Merced de la parroquia de Villaseca de la Sagra, su pueblo natal.
Toda la gracia de la estatuaria del escultor brilla en esta talla, esculpida cuando el artista ya ha alcanzado la madurez. Su figura, elegantemente plantada, viste hábito mercedario que cae en elegantes pliegues de modelado suave y redondeado. En el brazo izquierdo sostiene al Niño, hermoso y lleno de vida.
Entre los años 1749 y 1752, Juan Pascual de Mena trabaja en la decoración del Palacio Real nuevo de Madrid. Para el conjunto de esculturas que adornarán el edificio talló, en piedra de Colmenar de Oreja, las estatuas de los reyes Gesaleico, Liuva I, doña Urraca, Carlos II y el emperador inca Moztezuma, una de las mejor compuestas de todo el conjunto.
El 17 de febrero de 1754 se firmaba en Madrid el contrato para el conjunto de esculturas de la iglesia de San Nicolás de Bilbao, comprometiéndose el escultor a trasladar familia y taller a la villa vizcaína. El grupo de imágenes de esta iglesia es, sin duda, el más interesante conjunto de escultórico de Juan Pascual de Mena. Las esculturas, policromadas por el pintor Joaquín López Perella, están colocadas en cinco retablos del maestro arquitecto y escultor Juan de Aguirre.
El conjunto está formado por diecisiete esculturas de distintos santos, algunas de tamaño mayor que el natural, una Piedad, cinco medallones, más otras figuras de tamaño pequeño y algunos angelillos con atributos de los santos. Los retablos desgraciadamente quedaron sin dorar, y las esculturas, debido a los distintos avatares sufridos, se conservan hoy con sus colores desvaídos. Singularmente bella es la Piedad, uno de los grandes logros del escultor. Inspirada en modelos italianos, resulta en todo convincente y de un dolor contenido e íntimo. Elegantemente tallado, en todo muy representativo de la forma de trabajar el escultor, es el San Nicolás de Bari, que preside el hermoso retablo mayor del templo. De mirada directa y rostro enmarcado por larga cabellera y barba que parecen flotar al viento.
Bellas, con esa belleza amable del rococó, son las santas Apolia y Bárbara. Más ricamente vestida la santa Bárbara, con su tradicional torre en el suelo que equilibra la figura, y más sencillamente bella la santa Apolonia.
En el mismo Bilbao se conservan otras tres imágenes del escultor en la iglesia de San Antón. Son tallas de los santos Antonio, Roque y Sebastián. Con mucho, la más hermosa es la de San Antonio, en la que el escultor consiguió una de sus obras maestras, digna de encontrarse entre las más afortunadas creaciones dedicadas al santo en la escultura española. En el conjunto, destaca el Niño, uno de los más hermosos salidos de las gubias de un escultor que tiene en las representaciones infantiles algunos de sus máximos aciertos. El san Sebastián, de muy hermoso desnudo, aparece lleno de gracia y clasicismo.
Con este san Antonio bilbaíno hay que relacionar otro muy hermoso localizado en el coro de las monjas de santa Úrsula de Toledo, conservado en preciosa urna rococó que debió hacerse para él. Afortunadamente se conserva un dato que da una fecha tope para su ejecución, el mes de mayo de 1760, porque de esa fecha data una concesión de indulgencias a quien rezare una oración ante él. El santo es figura trabajada de manera preciosista que ha tenido la fortuna de haber llegado intacta hasta nosotros. El Niño de carnes rosadas y pelo castaño, resulta delicioso y el santo muestra un rostro un tanto ingenuo, como sacado del natural.
Fechada en 1759 es una espléndida Inmaculada que recibe culto en la iglesia parroquial de Torrecilla de Cameros. Surge la imagen de una nube con las formas acostumbradas en el escultor y presenta un canon de proporciones muy esbeltas.
En 1764 firma y fecha la que será una de sus obras más logradas: el busto de Carlos III de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El hecho de que esta obra, que iba a presidir el salón de juntas de la Academia, fuese encomendado a Juan Pascual de Mena habla de su prestigio entre los escultores de la corte. El artista supo salir en verdad airoso, logrando un retrato en el que compagina brillantemente el carácter oficial del encargo con un realismo lleno de vitalidad.
Juan Pascual de Mena participa en 1778 en el proyecto impulsado por Carlos III para honrar la memoria de su padre, Felipe V, junto con otros escultores importantes del momento. El proyecto no logró verse realizado, pero se sabe que el escultor presentó su modelo, que, al parecer, no se conserva.
Entre 1778 y 1789 se enmarca su participación en el espléndido retablo que la Catedral de Toledo dedica a su patrón San Ildefonso, cuya traza y organización se deben a Ventura Rodríguez. La intervención de Juan Pascual de Mena se concreta en dos ángeles mancebos que, semiarrodillados sobre el frontón, adoran el anagrama de María. En la parte baja, cercana al altar, dos medallas con las efigies afrontadas de san Leandro y san Isidoro son también del escultor.
En 1781 da comienzo la que será su obra más popular y conocida, la castiza fuente de Neptuno en el Paseo del Prado de Madrid. La obra, que quedaba sin terminar a la muerte del escultor, fue acabada por sus discípulos y sería pagada a su viuda e hija.
Al margen de esta obra, que se ha ido colocando en torno a piezas fechadas y documentadas, se conserva una extensa obra de Juan Pascual de Mena sin documentar, pero de cuya autoría no parece pueda caber duda. En las iglesias antiguas de Madrid es rara la que no contenga una obra suya, y cuando se haga un estudio minucioso de la escultura del siglo xviii el número que se pueda atribuir al escultor será muy crecido, a pesar de las cuantiosas pérdidas sufridas. De lo conservado y conocido, el conjunto más espectacular es el del retablo mayor de las mercedarias descalzas, las conocidas popularmente como Góngoras.
Obras de ~: Virgen del Patrocinio, Madrid, 1746 (desapar.); Virgen de la Merced, Villaseca de la Sagra (Toledo), 1747; Emperador Moztezuma, Palacio Real, Madrid, 1749-1752; San Nicolás de Bari, Bilbao, 1754-1755; Piedad, Bilbao, 1754- 1755; Santas Bárbara y Apolonia, Bilbao, 1754-1755; San Antonio de Papua, Bilbao, 1754-1755; San Antonio de Padua, Toledo, 1760; Inmaculada, Torrecilla de Cameros (La Rioja), 1764; Ángeles adoradores, Toledo, 1778; Fuente de Neptuno, Madrid, 1781; San José, Burgos, 1782.
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Juan Nicolau Castro