Borbón Dos Sicilias y Habsburgo Lorena, María Antonia de. Nápoles (Italia), 14.XII.1784 – Aranjuez (Madrid), 21.V.1806. Primera esposa de Fernando VII, rey de España, princesa de Asturias y princesa de Nápoles.
Conocida como María Antonia de Nápoles, esta princesa italiana pasará a la historia por su breve y tortuoso matrimonio, entre 1802 y 1806, con el príncipe de Asturias, Fernando de Borbón, después rey Fernando VII de España. Nacida en Nápoles en 1784, era la duodécima hija de Fernando IV de Borbón y María Carolina de Austria, reyes de Nápoles.
Su primera infancia transcurrió en el próspero reino napolitano, marcada por la fuerte personalidad de su madre, mujer de gran cultura y ambición política.
María Antonia recibió una sobresaliente educación intelectual, al estilo de la Corte austríaca.
Pronto su vida se vio afectada por los graves acontecimientos políticos que sacudieron al reino de Nápoles.
Primero, la ruptura de relaciones con España, entre 1784-1788, y el encumbramiento a primer ministro del favorito de la Reina, el inglés sir John Acton, que impulsó a Nápoles a la alianza política con Inglaterra.
Después, el estallido de la Revolución Francesa, en 1789, y la ejecución de la reina María Antonieta, hermana de la reina de Nápoles, que convirtió al pequeño reino italiano en principal enemigo del Gobierno revolucionario francés. En diciembre de 1798, las tropas francesas invadieron Nápoles, declarando la República Partenopea. La Familia Real napolitana huyó a un precipitado exilio a Sicilia, donde residió durante un año, hasta la caída y represión de esta nueva república. La reina María Carolina, asqueada del exilio y preocupada por el futuro de sus tres hijas menores aún solteras —las princesas María Cristina, María Amelia y María Antonia, de diecinueve, dieciocho y quince años de edad—, marchó con ellas a su Corte natal de Viena. Allí residieron entre agosto de 1800 y agosto de 1802, tratando de favorecer los matrimonios con sus primos, archiduques de Austria, tal y como había hecho ya con sus tres hijos mayores, casados en años anteriores con príncipes austríacos.
El fallecimiento, en noviembre de 1801, de María Clementina de Austria, esposa del príncipe heredero Francisco de Nápoles, precipitó acontecimientos vitales para su hermana la princesa María Antonia. Surgió entonces en Nápoles la iniciativa de una inmediata segunda boda del príncipe viudo con la infanta española, María Isabel de Borbón, hija menor de Carlos IV y de María Luisa de Parma. Tras el éxito de la negociación, llevada a cabo por el duque de Santo Teodoro en Madrid, surgió una idea aún más ambiciosa: la contrapartida de la boda del heredero español, el príncipe de Asturias Fernando, con una de las princesas napolitanas. La estrategia de estas dobles bodas fue obra del embajador francés en Nápoles, Alquier, consciente de que esta fuerte alianza familiar hispano-napolitana sería un acicate para sacar al reino italiano de la órbita anglo-austríaca. A pesar de las reticencias iniciales de la reina de Nápoles, aún empeñada en un matrimonio austríaco para sus hijas, el acuerdo quedó sellado. A través de retratos e informes llegados a Madrid, el príncipe Fernando eligió a la princesa que más se adecuaba a sus gustos y a su misma edad: María Antonia, que entonces tenía dieciocho años.
Ésta regresó de Viena a Nápoles, tras dos años de ausencia, el 16 de agosto de 1802, cuando los preparativos de las dobles bodas hispanonapolitanas estaban ya muy avanzados. Un Real Decreto de 4 de julio las había anunciado oficialmente en España. El 8 de agosto se había formado ya la servidumbre de la futura princesa de Asturias, al mando del duque de Montemar y la condesa viuda de Cheles, como mayordomo y camarera mayores. El 12 de agosto habían partido ya de Madrid hacia Barcelona los reyes de España y sus hijos, donde esperaban no sólo celebrar los casamientos, sino además recibir solemnemente a la Familia Real de Nápoles al completo. Los reyes napolitanos declinaron finalmente su asistencia. El matrimonio de María Antonia y Fernando se celebró por poderes en Nápoles el 16 de agosto de 1802. Se ratificó en persona en Barcelona el 4 de octubre de 1802, junto con el del príncipe Francisco y la infanta María Isabel, siendo los reyes de España padrinos de ambos acontecimientos. Las reacciones personales a los matrimonios, tanto en Nápoles como en Madrid, fueron inicialmente pésimas, especialmente por la parte napolitana, cuyos príncipes se sintieron defraudados por la fealdad, inmadurez infantil y escasa preparación intelectual de sus consortes españoles. La princesa María Antonia era refinada, majestuosa y llena de encanto; físicamente de rasgos austríacos: cabellos rubios y ojos azules. Desde su primer encuentro, sintió repugnancia por el príncipe Fernando, que a su vez le devolvió un trato distante y huraño. El matrimonio tardó un año en consumarse, provocando una enfermiza tristeza en María Antonia, que llegó a desear su nulidad y se refugió en una desolada correspondencia familiar. María Antonia sorprendió desde su llegada a Madrid por su amplia cultura y dominio de idiomas. La reina María Luisa la encontró menos dócil y manejable de lo que pensaba, y comenzó a sentir celos y desconfianza. Godoy, que nunca creyó en las ventajas políticas de este matrimonio, se mostró, por su parte, hostil a la princesa. Tras la consumación del matrimonio, en septiembre de 1803, surgió entre los príncipes una sólida unión sentimental, que pronto fue más allá en el plano político. María Antonia decidió tener una presencia relevante en la corte de España y el tutor del príncipe, Escoiquiz, que reconoció en ella un “gran talento, juicio e instrucción”, atribuye a su influencia el “despertar político” del futuro Fernando VII.
En torno a los príncipes de Asturias comenzó a gestarse un fuerte “partido fernandino”, que aglomeraba a aquella aristocracia opuesta a los designios del favorito Godoy y la reina María Luisa. Desde el invierno de 1803 la animadversión de la Reina hacia su nuera era ya notoria. Se sometió a la princesa de Asturias a una estrecha vigilancia y espionaje, se la recriminaron sus aficiones y comportamientos, se interceptó su correspondencia, se la aisló de los extraños y se la agobió con una sofocante etiqueta.
Las intrigas políticas de María Antonia mantuvieron, sin embargo, una postura imprudente, al entrometerse seriamente en acontecimientos políticos internacionales.
Napoleón luchaba por el control de Europa, presionando a España bajo amenazas para contar con su ayuda efectiva en la guerra contra Inglaterra y Austria. El reino de Nápoles se había alineado secretamente con la coalición antifrancesa. En la correspondencia interceptada que María Antonia recibía de su madre la reina María Carolina de Nápoles, repleta de críticas e insultos a Napoleón, se la incitaba a estorbar la política profrancesa de España y a tramar temerarios complots criminales contra los reyes de España y a favor del ascenso al trono de los príncipes de Asturias. La gravedad de estas intrigas se trató en la correspondencia entre Godoy y Napoleón.
Como castigo a la princesa de Asturias, se expulsó fulminantemente de España a ciertos napolitanos de su confianza: en octubre de 1804, a los embajadores de Nápoles, los duques de Santo Teodoro, junto con las hermanas Magdalena y Susana Dahier, sus damas; en noviembre de 1805, al encargado de negocios de Nápoles, Robertone, intermediario de una carta en la que la reina de Nápoles supuestamente recomendaba a su hija “matar al diablo”, antes de que la matara a ella. El castigo de Napoleón fue la invasión del reino de Nápoles en febrero de 1806 y el nuevo exilio de la familia reinante.
Paralelamente a estos hechos la salud de la princesa María Antonia se resintió. En noviembre de 1804 y agosto de 1805 sufrió sendos abortos. Entre enero y mayo de 1806 padeció una grave afección pulmonar, que provocó finalmente su muerte, en Aranjuez, el 21 de mayo de 1806. La autopsia médica testifica un proceso de tuberculosis que afectó gravemente al corazón.
La muerte de la joven princesa de Asturias causó un gran revuelo en la corte. A tenor de la crispación política, el partido fernandino esparció de inmediato el rumor del envenenamiento de María Antonia, por mano de Godoy y la reina María Luisa, convirtiéndola en la primera mártir de la causa fernandina.
Bibl.: Máscara Real para la primera (y Segunda) noche: Epítome de Festejo alegórico [...] de Barcelona [...] para la celebridad de los desposorios del Príncipe de Asturias Don Fernando con la Infanta de Nápoles Doña María Antonia; y del Príncipe de Nápoles Don Francisco con la Infanta de España Doña Isabel, Barcelona, por la Compañía de Jordi, Roca y Gaspar, s.
f.; Anónimo, María Antonia: real epitalamio, por un Ingenio Valenciano, Valencia, Joseph de Orga, 1802; C. León, Epitalami à las reals bodas del Princep y Princesa de Asturias, Don Fernando y dona María Antonia y dels Princep y Princesa de las Dos Sicilias Don Francisco y Dona Isabel, Barcelona, Thomas Gorchs Llibeter ¿1802?; J. del Salvador, OCD, Oración Fúnebre que en las solemnísimas honras celebradas por la ciudad de San Sebastián a D.ª María Antonia de Borbón y Lorena Princesa de Asturias / dixo el M.R.P. Mtro.Fr. José del Salvador, Madrid, Imprenta de D. Francisco de la Parte, 1815; M. H. Weil, Correspondance inédite de Marie-Caroline reine de Naples et de Sicile avec le Marquis de Gallo, Paris, Émile-Paul Éditeur, 1911; VV. AA., “Lettres de la Reine Marie-Caroline de Naples”, en Revue des Études Napoléoniennes, t. I (enero-junio de 1912); M. Delavaud, “Lettres de Marie-Antoinette-Thérèse, Princesse des Asturies, a Madame de Mandell”, en Revue des Études napoléoniennes (París), n.º 4, t. II, 2.º año (julio-diciembre de 1913); Marqués de Villa-Urrutia, Las mujeres de Fernando VII, Madrid, Librería española y extranjera, 1925; J. de Escoiquiz, Memorias, en M. Artola (ed. y est.), Memorias de tiempos de Fernando VII, t. XCVII, Madrid, Real Academia Española, 1957 (col. Biblioteca de Autores Españoles); H. Acton, Les Bourbons de Naples, Paris, Perrin, 1986; R. del Puglia, La regina di Napoli, il regno di Maria Carolina dal Vesuvio alla Sicilia, Pavia, Editoriale Viscontea, 1989; I. Comtesse de Paris, La reine Marie-Amelie, grand-mère de l’Europe, Paris, Perrin, 1998.
María José Rubio Aragonés