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Luis Hurtado de Mendoza Pacheco

Biografía

Hurtado de Mendoza Pacheco, Luis. Marqués de Mondéjar (II), conde de Tendilla (III). Guadalajara, 1489 – Mondéjar (Guadalajara), 1566. Capitán general del reino de Granada, virrey y capitán general de Navarra, presidente de los Consejos de Indias y de Castilla.

Hijo de Íñigo López de Mendoza, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, y de su segunda esposa, Francisca Pacheco, vivió sus primeros años en la localidad de Guadalajara, hasta que, finalizada la Guerra de Granada, su padre fue encargado por los Reyes Católicos de la gobernación de dicho reino. Deseoso de procurar una esmerada educación a su vástago, encargó este cometido a Pedro Mártir de Anglería. La vinculación de Luis Hurtado de Mendoza con su preceptor se prolongó a lo largo de los años. Aun cuando el milanés se asentó en la Corte, siguió proporcionando al pupilo enseñanzas y consejos. Nombrado paje real en 1502, acudió a recibir a Juana la Loca y Felipe el Hermoso en 1506 en representación de su progenitor. Integrado en la facción “felipista”, se convirtió en regidor de Granada, cargo que le cedió su padre como regalo por su boda con Catalina Mendoza y Zúñiga. Mostró tener inclinación por el servicio de las armas desde muy joven. Así, en 1512, tomó parte en la campaña de Navarra. A pesar del apoyo que había prestado a su yerno, Fernando el Católico le nombró alcalde de la Alhambra y prefecto de las tropas del reino de Granada. Igualmente, una vez muerto su padre, asumió la gobernación del reino granadino en 1515. Como capitán general del mismo, fue uno de los encargados de portar el féretro del rey aragonés a su sepultura.

A pesar de que mantuvo contactos con el infante don Fernando, apoyó la sucesión en el joven Carlos, aunque las noticias provenientes de Flandes, procuradas por su hermano Antonio, vaticinaban la destitución del cargo que ocupaba si no satisfacía con envíos de dinero la ambición de los consejeros de éste. Del mismo modo, se enturbiaron sus relaciones con Cisneros a causa de la actuación del cardenal en torno a las revueltas acaecidas en Málaga, en las que Hurtado de Mendoza intervino para alcanzar la pacificación. También participó en la junta reunida en Pedraza en 1516, donde se manifestó el enfrentamiento que mantenía la nobleza castellana en su conjunto con el regente. En concreto, Hurtado de Mendoza elaboró un memorial donde constaban los agravios que había infligido al reino de Granada.

Su fidelidad a Carlos I se mantuvo firme durante la revuelta comunera. Si bien Granada permaneció sin alteraciones, se encargó de restablecer el orden en Baza, lo que suponía un importante freno a la expansión de la revuelta por Andalucía. Asimismo, llevó a cabo su actividad represora en Huéscar, Ronda, Úbeda, Baeza y Cazorla, de cuya situación responsabilizaba al adelantado, y ejecutó la orden de tomar el castillo de Gibraltar. Por otra parte, en octubre de 1520, denunció ante el Emperador la actitud abiertamente favorable de algunos miembros de la Chancillería de Granada hacia este movimiento, y apuntó la conveniencia de tomar medidas al respecto. Ésta constituía la excusa para desobedecer el mandato regio que establecía su sumisión a las órdenes del organismo. No obstante, se encargó de realizar un llamamiento a toda la nobleza de Andalucía para que permaneciese leal a los intereses carolinos. Su adscripción al bando imperial contrastaba con la significación alcanzada durante la rebelión comunera por su hermana María Pacheco, esposa de Juan de Padilla. Si bien Luis procuró que desistiese de sus convicciones para lograr su perdón, no alcanzó este propósito.

Finalizada su actividad vinculada al desarrollo del conflicto comunero, se centró en llevar a cabo acciones que contuviesen la amenaza musulmana sobre las costas de Andalucía. Así, encabezó la expedición para liberar el peñón de la Gomera, cuya misión fue fallida. Igualmente, se preocupó de la problemática que suponía la existencia de la minoría morisca. En 1526, Hurtado de Mendoza se encargó de supervisar las obras de edificación del palacio renacentista en el interior del recinto de la Alhambra, aledaño a los palacios nazaríes, construido para albergar a Carlos V y a su esposa, con los donativos efectuados por los moriscos. A finales del mismo año, se hicieron públicas las conclusiones de una junta reunida en Granada, entre las que constaba la determinación de establecer un tribunal inquisitorial en la ciudad. La falta de resultados positivos, en cuanto a la asimilación de esta población, condicionaba la orden cursada por la Emperatriz, a mediados de 1529, para que se produjese la colaboración entre la Audiencia, el arzobispo de Granada y el marqués de Mondéjar. Se debía alcanzar esta finalidad, poniendo especial énfasis en las reformas que afectasen a los hábitos y las costumbres. El endurecimiento de la actividad inquisitorial condicionaba que los moriscos hiciesen llegar sus quejas al Emperador durante la celebración de las Cortes de Toledo de 1538-1539. Carlos V ordenó que una junta deliberase sobre la cuestión, a la que el capitán general dirigió un escrito en apoyo de las reclamaciones presentadas y en demanda de que el Santo Oficio suavizase su actuación. Por otra parte, el 1 de mayo de 1539 se produjo el fallecimiento de la emperatriz Isabel, por lo que el marqués de Mondéjar se encargó de los preparativos del funeral celebrado en la Capilla Real de Granada.

En estos años, Luis Hurtado de Mendoza participó activamente en la política desarrollada por Carlos V en el Mediterráneo. Así, se encargó de fortalecer el potencial defensivo de las costas granadinas y procuró evitar que los moriscos ayudaran a los berberiscos que realizaban ataques a las mismas. En 1534, entregó a su hijo Íñigo López de Mendoza la Capitanía General de Granada, para asumir los preparativos de la expedición a Túnez. En recompensa a su comportamiento, puesto que resultó herido en la campaña de La Goleta, obtuvo la merced de adquirir la encomienda de Almoguera, que incorporó a su mayorazgo. A comienzos de 1536, se trasladó a Málaga para proceder a articular una nueva armada. Su objetivo inmediato era cubrir el suministro de las tropas imperiales en Italia y proteger el tráfico marítimo con las Indias, aunque se vislumbraba su formación como el comienzo de los preparativos para la campaña de Argel. Conocedor de la capacidad bélica de este contingente, desaconsejó reiteradamente al Emperador esta empresa, en la que una enfermedad condicionó que su participación se redujese a labores de intendencia.

Su vinculación con Francisco de los Cobos favoreció su nombramiento como virrey y capitán general de Navarra en junio de 1543. También se encargó el poderoso secretario de hacer llegar a Carlos V el deseo de Hurtado de Mendoza de concertar un acuerdo con los moriscos granadinos que garantizase la tranquilidad del reino, antes de incorporarse a su nueva ocupación. La oposición mostrada por el inquisidor general y el Consejo de Inquisición a disminuir la presión sobre esta comunidad a cambio del pago de una cantidad de dinero fue acallada por el mandato del Emperador, quien, encomendó la organización de la recaudación del tributo prometido por los moriscos al marqués de Mondéjar y a su hijo en julio de 1544. Tras la firma de la paz de Crépy, su labor como virrey de Navarra se centró en la vigilancia defensiva de la frontera con Francia. En este sentido, los preparativos de guerra desarrollados por Enrique Labrit generaron el desarrollo de negociaciones orientadas a mantener su amistad.

El apoyo de Cobos le permitió igualmente acceder a la presidencia del Consejo de Indias el 24 de abril de 1546. Fallecido el secretario real, las buenas relaciones que mantuvo con su sobrino Juan Vázquez de Molina propiciaron su inclusión en el Consejo de Estado en 1548. El marqués de Mondéjar se vinculó al grupo cortesano más cercano al príncipe Felipe, germen del “partido ebolista”. Así, fue uno de los designados para recibir su juramento como duque de Milán, y acompañó al mismo a las Cortes de Monzón de 1547. Su presencia en las reuniones del Consejo de Hacienda estuvo vinculada a la necesidad de confiscar en diversas ocasiones el oro procedente de las Indias para poder sufragar la política imperial. De igual manera, fue designado por el príncipe Felipe, junto a los consejeros Gregorio López y Hernán Pérez de la Fuente, para mediar en el enfrentamiento político mantenido por Fernando Niño de Guevara y Fernando de Valdés.

La conveniencia de afianzar la seguridad en el tráfico marítimo comercial y el transporte de metales preciosos entre la Península y las Indias llevó al presidente de este Consejo a buscar el establecimiento de un asiento con Álvaro de Bazán, para disponer de una armada en julio de 1549. El intento del marqués de Mondéjar de proteger los intereses de su hermano Bernardino de Mendoza añadía dificultades a la negociación, y, como consecuencia de éstas, se enturbió el buen entendimiento existente entre Hurtado de Mendoza y el gobernador Maximiliano de Austria. Del mismo modo, los problemas surgidos en Perú propiciaron el nombramiento como nuevo virrey de otro de sus hermanos, Antonio de Mendoza, que había ejercido este cargo en Nueva España. Cuando se produjo su fallecimiento en 1552, otro miembro de la familia, Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, pasó a ocupar dicho puesto.

La resistencia a la aplicación de las Leyes Nuevas promulgadas en 1542 había condicionado la modificación de algunas disposiciones. La conocida controversia mantenida sobre este asunto entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas había derivado en un encrespado enfrentamiento. El cruce de graves acusaciones entre ellos provocó la intervención del marqués de Mondéjar, quien se encargó de reprender a Las Casas y ordenar el secuestro de su obra Confesionario, en noviembre de 1548. La necesidad de clarificar los criterios vigentes, en cuanto a los descubrimientos, conquistas y tratamiento de la población indígena, llevó a reunir una junta en Valladolid en agosto de 1550. El enfrentamiento entre Sepúlveda y Las Casas acaparó el protagonismo en el desarrollo de las sesiones. La conveniencia de confrontar las tesis deparó la interrupción de la reunión, que reinició su actividad en abril del año siguiente. La incomparecencia de Las Casas y la incapacidad de Sepúlveda para convencer a los asistentes con sus alegatos motivaron que se resolviese que cada uno de los integrantes de la misma remitiese a Carlos V su parecer de manera individualizada. En este sentido, el presidente del Consejo de Indias había evitado emitir ningún juicio. Asimismo, la existencia de diversas ordenanzas e instrucciones específicas para la Casa de la Contratación de Sevilla hacían conveniente proceder a una labor de recopilación y ordenamiento, labor que fue asumida por el Consejo de Indias. La nueva edición general de las ordenanzas veía la luz en agosto de 1552, señaladas por el marqués de Mondéjar y los miembros de dicho organismo.

Los conflictos jurisdiccionales surgidos entre el Consejo de Indias y el de Castilla se enmarcaban en la ofensiva que la emergente facción “ebolista”, en la que se encontraba integrado Hurtado de Mendoza, comenzaba articular contra Fernando de Valdés en 1554. La reiteración de estos problemas motivó que se adoptase la determinación de reunir a dos miembros de cada institución para que dirimiesen las competencias. Por otra parte, la acuciante necesidad de dinero para sufragar los costes de la política de la Monarquía provocó que se pusiese especial interés en el mayor aprovechamiento de los recursos indianos. En el Consejo de Indias, se estimó conveniente proceder a la explotación de las minas de Perú, a través de la utilización de esclavos de raza negra. Esta determinación y la inestabilidad existente en ese territorio debieron de influir en la decisión de someter a debate la concesión a perpetuidad de las encomiendas, solicitada repetidamente por los colonos. Así, en febrero de 1555, se tornó a reunir en Valladolid una junta con esta finalidad, bajo la presidencia del marqués de Mondéjar, quien, en esta ocasión, mostró su apoyo a aquellos que se opusieron a la aprobación de esta medida. Sin embargo, la junta no llegó a adoptar ninguna resolución.

No obstante, en los albores del reinado de Felipe II se produjeron cambios en la administración de la hacienda colonial, que dejaba de ser competencia del Consejo de Indias para pasar a depender del Consejo de Hacienda. Este cambio administrativo estaba motivado por el intento de atajar los problemas financieros, así como por la intención del “partido ebolista” de controlar los resortes financieros de la Monarquía. Del mismo modo, se aumentó el número de contadores mayores de Castilla, que pasaron de dos a tres. La provisión de la nueva plaza recayó en Bernardino de Mendoza, hermano del presidente del Consejo de Indias, quien quedó encargado de la administración de la Hacienda Regia en estos territorios. A pesar de ello, en junio de 1557, Hurtado de Mendoza advertía al rey de las consecuencias negativas que depararían estas mutaciones.

Proveído presidente del Consejo de Castilla el 19 de diciembre de 1559, abandonó los asuntos relacionados con las Indias. Su designación estuvo precedida por la recomendación efectuada por el jesuita Francisco de Borja a Felipe II. La confianza con que el Monarca le distinguía se reiteró cuando fue encargado de acudir a recibir a Isabel de Valois a Roncesvalles, junto a su hijo y al prelado burgalés Francisco de Mendoza. Desde su nuevo cargo, procuró imprimir una mayor agilidad al despacho de los asuntos y optimizar el funcionamiento de los organismos subordinados al mismo. Igualmente, introdujo innovaciones entre los servidores de dicha institución para favorecer el control ejercido por la facción “ebolista”. No obstante, su avanzada edad y los cambios que trajo aparejada la política confesional filipina propiciaron el declive de su influencia. Así, en 1563, el Rey le concedió el solicitado permiso para retirarse a Mondéjar, donde falleció en 1566.

 

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Henar Pizarro Llorente

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