Ayuda

María Pacheco

Biografía

Pacheco, María. La Leona de Castilla. Granada, c. 1496 – Oporto (Portugal), III.1531. Política.

María Pacheco fue la séptima hija de Íñigo López de Mendoza, II conde de Tendilla, I marqués de Mondéjar, y de Francisca Pacheco, hermana del II marqués de Villena, Diego López Pacheco. Nació en la Alhambra, donde su padre vivía como virrey y capitán general que era de Granada desde 1492. De niña presenció en 1500 los acontecimientos de la primera sublevación morisca, pues estuvo con su madre y hermanos pequeños viviendo entre ellos en una casa del Albaicín como prueba dada por su padre del cumplimiento de los pactos acordados. El 18 de agosto de 1511 se casó, también en Granada, con Juan de Padilla, un hidalgo toledano de rango bastante inferior al suyo. En aquella ocasión su padre la obligó a renunciar a cualquier pleito por la herencia paterna a cambio de una cuantiosa dote de cuatro millones y medio de maravedís. En su tiempo, algunos atribuyeron a aquella circunstancia la influencia que ejerció sobre su marido para que se uniera al movimiento de las Comunidades, “por querer mandar en lo que no le venía por herencia”. Sin embargo, parece que el conde de Tendilla congenió muy bien con su yerno, si se tiene en cuenta lo que escribía él mismo, el 11 de abril de 1513, en la Alhambra: “de acá no hay más que decir sino que el señor mi hijo Juan de Padilla está aquí, que le quiero más que a los otros”. María y su marido vivieron durante algún tiempo en la Alhambra. Por aquellas fechas, Padilla debía de ser alcaide de alguna fortaleza granadina, tal vez Martos o Cazorla. El matrimonio se mudó a Toledo al suceder a su padre en 1518 en el cargo de capitán de gentes de armas.

Poco se sabe de la actuación política de María Pacheco mientras su marido estaba guerreando en torno a Valladolid. No le gustó nada la llegada del obispo Antonio de Acuña a Toledo, el 29 de marzo de 1521, ya que vio en él un rival que quería hacerse con la mitra de Toledo, dignidad que María deseaba para su propio hermano, Francisco de Mendoza. Acuña salió de Toledo poco después de Villalar (23 de abril de 1521). Se dedicó entonces a organizar la resistencia comunera en la zona de Toledo contra la opinión de hombres como Pero Laso de la Vega o Fernando de Ávalos, dispuestos a capitular. Para mantener el orden María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los que querían entregar la ciudad a las tropas reales. No dudó en entrar en el Sagrario de la Catedral y en coger la plata que allí había para su marido, iba enlutada por la calle y “para mover compasión traía a su hijo en una mula...”. Su hermano mayor Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, firme partidario de Carlos V, le escribió al cardenal Adriano, gobernador del Reino, en junio de 1521, que la principal causa del fracaso que tuvo al intentar convencer a su hermana era que ésta procuraba conservar la hacienda de sus hijos. Pero María tenía también motivos políticos para continuar la resistencia. Su tío, el II marqués de Villena, Diego López Pacheco, intentó inútilmente actuar de mediador entre ella y las tropas reales, mandadas por el prior de San Juan. Éste ordenó el bombardeo y el asedio de Toledo que empezó el 1 de septiembre, obligando a los comuneros a realizar salidas con distinto éxito para avituallarse. Finalmente se firmó una tregua favorable a los sublevados (armisticio de la Sisla) y el 25 de octubre de 1521 los comuneros evacuaron el Alcázar aunque conservaron sus armas y el control parcial de la ciudad. De hecho, María fortificó y artilló su casa. No gustó este armisticio en la Corte ni entre los gobernantes castellanos y, sólo aparentemente, convivían realistas y comuneros en paz en Toledo. Se produjeron varios y serios disturbios en la ciudad que terminaron por un alzamiento de los segundos, el 3 de febrero de 1522. Gutierre López de Padilla, hermano menor de Juan de Padilla, y María de Mendoza, condesa de Monteagudo y hermana de María Pacheco, lograron de los combatientes una tregua al acabar el día, tregua que la condesa aprovechó para ayudar a su hermana a huir, en la misma noche del 3 de febrero, disfrazada de aldeana. María recibió ayuda en el palacio de su tío, el II marqués de Villena en Escalona: mulas, dineros y alimentos para el camino. Así pudo llegar a Portugal con su hijo de corta edad. Exceptuada en el perdón general del 1 de octubre de 1522 y condenada a muerte en rebeldía en 1524, María subsistió con dificultades. El rey de Portugal Juan III se negó a acatar las peticiones de expulsión que le llegaban desde Castilla. María encontró refugio, primero en Braga, con la ayuda del arzobispo, luego en la casa de Pedro de Acosta, obispo de Oporto.

Nunca solicitó el perdón real. Su hermano menor, Diego Hurtado de Mendoza, menciona en una carta que la visitó en Oporto antes de morir y que sus deudos intentaron repetidamente lograr su perdón. Murió la viuda de Padilla de un dolor de costado en marzo de 1531. Según refiere Juan de Sosa, que fue su capellán, “dejó mandado en su testamento que, pues la majestad de César no le diera licencia para ir viva a acabar la vida en Villalar, adonde está sepultado el cuerpo de Juan de Padilla, su marido, que enterrasen su cuerpo en la Seo de Porto, delante el altar de San Hierónymo, que está detrás de la capilla mayor, y, comido el cuerpo, llevasen sus huesos a sepultar con los de su marido en la dicha villa de Villalar donde yace”. Ella misma compuso esta glosa latina al testamento para ser grabada en el sepulcro: “Ad illustris D. Mariae Pacciechae Tumulum. / Principibus genita, et Padillae conjugis ultrix, /Maria sexus honos clauditur hoc tumulo. /Haec quis nos potuit (vitam cum clauserit exul) /conjugis ad bustum gressibus ire, volens, /Sousa [su capellán] et Ficorhous [su secretario: ¿La Higuera?] rara pietate ministri /curarunt dominam condere sarcophago. /Viscera sed postquam dederit putrefacta cadaver /contumulanda ferent ossibus ossa viri. /Finis”. Carlos V se negó a dar su visto bueno a la petición de María Pacheco. Esta que fue, en palabras del cronista Sandoval, “el tizón del reino”, quedó pues enterrada en la Catedral de Oporto.

Fue educada junto con otros de sus hermanos en el ambiente renacentista culto y tolerante de pequeña corte que había en la casa paterna (el conde de Tendilla no tenía reparo en vestir en su casa al estilo morisco y hay muchos detalles al respecto en sus cartas) y tal vez asistiera a las clases que Pedro Mártir de Anglería daba a su hermano Luis Hurtado de Mendoza y a otros jóvenes de la nobleza castellana. María, como refiere su capellán Juan de Sosa, fue “muy docta en latín y en griego y matemática y muy leída en la Santa Escritura y en todo género de historia, en extremo en la poesía. Supo las genealogías de todos los reyes de España y de África, por espanto, y después de venida a Portugal, por ocasión de su dolencia, pasó los más principales autores de la medicina, de manera que cualquier letrado en todas estas facultades que venía a platicar con ella había”. El dato viene confirmado por el elogio que hace de María el famoso impresor veneciano Pablo Manucio, dato citado por Nicolás Antonio en su Bibliotheca Nova. El elogio figura en la dedicatoria a Diego Hurtado de Mendoza, hermano de María y autor de la Guerra de Granada, de un breve volumen de obras de Cicerón, publicado en Venecia en 1541: M. Tullii Ciceronis De Philosophia prima pars. Allí se puede leer una clara alusión a María Pacheco en quien tan bien se unen, como en su hermano, las virtudes bélicas y las dotes literarias: “fuit soror illa tua praestantissima foemina : cuius militaria facinora cum audimus, cuius eam nostrae aetatis viro animi magnitudine comparamus : cum autem ea, quae scripsit legimus, vel antiquis scriptoribus ingenii praestantia similliman iudicamus”. Alaba Manucio a María Pacheco en quien tan bien se unen las virtudes bélicas y las dotes literarias, ya que hubiera escrito obras que merecerían figurar dignamente al lado de las mejores que dejaron los antiguos. ¿Qué tipo de obras serían éstas? ¿Tal vez memorias? El mismo Diego Hurtado compuso para su hermana el siguiente epitafio: “Si preguntas mi nombre, fue María; / Si mi tierra, Granada; mi apellido, / De Pacheco y Mendoza, conocido / El uno y otro más que el claro día; / Si mi vida, seguir a mi marido; / Mi muerte, en la opinión que él sostenía. / España te dirá mi cualidad; / Que nunca niega España la verdad”. Llaman la atención el orgullo que siente Diego por el valor de su hermana y también cierto desafío al Soberano que nunca quiso otorgar su perdón a la viuda de Padilla.

Sus contemporáneos hablaron de ella admirativamente como la “leona de Castilla”, “brava hembra” y “centella de fuego”, pero también que “era más propensa a los excesos que a la moderación”. Intentaban explicar sus obras achacándoselas a la influencia de un demonio familiar o a las predicciones que recibió en Granada de una morisca sirvienta suya. El padre Sandoval en su Historia del emperador Carlos V menciona por dos veces la curiosa profecía, pero en una dice que se lo predijeron unas hechiceras moriscas en Granada y en otra que lo hizo una mora hechicera, que “le predijeron que su marido seria rey o cerca de ello”. También Guevara menciona la “esclava hechicera” de doña María que le dijo “que en breves días [la] llamarán señoría y a [su] marido alteza”. Antonio Martín Gamero en su Historia de la Ciudad de Toledo cuenta que “el pueblo la veneraba por ser buena esposa, solícita madre y esposa excelente”.

 

Bibl.: J. Maldonado, El Movimiento de España o sea Historia de la revolución conocida con el nombre de las Comunidades de Castilla, trad. esp. de J. Quevedo, Madrid, Imprenta de D. E. Aguado, 1840; J. Carrillo, “Berdadera relación de las Comunidades de Castilla”, en El Bibliotecario y el Trovador Español, Madrid, Imprenta de I. Sancha, 1841; A. Ferrer del Río, Decadencia de España. Primera parte. Historia del levantamiento de las Comunidades de Castilla. 1520-1521, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1850; A. Martín Gamero, Historia de Toledo, Toledo, Imprenta de Severiano López Fando, 1862; P. de Alcocer, Relación de algunas cosas que pasaron en estos reinos desde que murió la reina católica doña Isabel hasta que se acabaron las Comunidades en la ciudad de Toledo, ed. A. Martín Gamero, Sevilla, Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1872; M. Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, Memorial Histórico Español, XXXV-XL, Madrid, Establecimiento Tipográfico de la Viuda de M. Tello, 1897-1900; A. Morel-Fatio, “Doña María Pacheco”, en Bulletin Hispanique, V (1903), págs. 301-304; A. Paz y Meliá, “Padillas y Acuñas en la Comunidad de Toledo”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, IX (1903), págs. 403-419; A. de Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V, ed. de Beltrán y Rózpide, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención Militares, 1920-1925, 5 vols.; C. Muñoz Rocatallada, Vida de doña María Pacheco, “el último comunero”, Barcelona, Seix Barral Hnos., 1933; P. Mejía, Historia del emperador Carlos V, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1945; A. de Guevara, Libro primero de las Epístolas Familiares, ed. de J. M. Cossío, Madrid, Aldus, 1950-1952, 2 vols.; P. Mártir de Anglería, Epistolario, ed. y trad. de J. López de Toro, Madrid, Documentos inéditos para la historia de España, t. IX-XII, 1953-1957, 4 vols.; F. Martínez de la Rosa, La viuda de Padilla, Madrid, Espasa Calpe, 1954; P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, Madrid, Atlas, 1955 (Biblioteca de Autores Españoles, LXXX); J. Pérez, La Révolution des Comunidades de Castille (1520-1521), Bordeaux, Féret, 1970; R. Alba, Acerca de algunas particularidades de las Comunidades de Castilla, Madrid, Editora Nacional, 1975; F. Martínez Gil, La ciudad inquieta. Toledo comunera, Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1993; V. M.ª Márquez de la Plata y Ferrándiz, Mujeres renacentistas en la corte de Isabel la Católica, Madrid, Castalia, 2005, págs. 293-341.

 

Joseph Pérez