Esplá y Triay, Óscar. Alicante, 5.VIII.1886 – Madrid, 6.I.1976. Compositor, musicólogo, pedagogo y académico.
Desde muy temprana edad se sintió atraído hacia la música por una verdadera vocación, y los primeros estudios los realizó en su Alicante natal, en un ambiente muy fin de siglo, con sus “Músicas de salón”, que serían las primeras en despertar su sensibilidad artística. Manuel Esplá y de la Cerda, perito mercantil y agente de negocios (no propietario de una gran ebanistería, pues se suele confundir con un hermano) y su esposa Dolores Visconti Yáñez —de ascendencia italiana—, tuvieron siete hijos: Antonio, Manuel, Concha, Trino, José, Francisco y Lola. De noble ascendencia, Francisco Triay de Sarrió y Concepción Quereda y Asensi, hubieron cinco: Trinidad, Luisa, Piedad, Paco y Francisca. Del matrimonio de Trino Esplá Visconti con Francisca Triay Quereda, nacieron Óscar (bautizado con los nombres de Óscar Augusto Emigdio) y Amanda, niña fallecida a distancia de dos años de su madre, que murió alrededor de 1894, por lo que su abuela, Concepción, hubo de convertirse en la verdadera madre del chiquillo de unos ocho años, y ella fue la que le enseñó las primeras letras. Trino Esplá, padre del que sería compositor, contrajo segundas nupcias, bastantes años después, con Amparo Domingo y de este nuevo matrimonio nació Isolda, hermanastra del maestro, residente en Murcia, a la que él dedicó alguna de sus obras.
Pertenecía Trino Esplá al Cuerpo de Telégrafos, en el que llegó a ocupar altos cargos en Alicante y Madrid, destacándose como hombre de grandes empresas industriales (a él se debió la instalación de la luz eléctrica en Alicante) y filantrópicas (como la creación de la Cocina Económica alicantina, con gratuidad de las comidas para los pobres), cuyo nombre figura en el callejero de Alicante, como agradecimiento de la ciudad por sus provechosas iniciativas.
El cuadro familiar de Óscar Esplá quedaría muy incompleto si no se consignara aquí le fecha de su boda con María Victoria Irizar y Góngora, el l8 de junio de 1929, ni el lugar de la ceremonia: el Monasterio de la Santa Faz, a unos cuantos kilómetros de Alicante, donde hoy reposan los restos de su ilustre marido, muy cerca de Ruaya, la querida finca donde el músico solía pasar largas temporadas de descanso. De Victoria se podría escribir mucho, por merecerlo quien supo ser la ideal compañera, tanto en la vida como en el trabajo, comprendiéndole y ayudándole siempre con admirable tacto, con ejemplar cariño; ella fue una inseparable parte, fundamental, sólida, de él y, si algún día quisiera tratarse de la influencia de la mujer en el artista, Victoria, habría de ser estudiada de muy especial manera. El matrimonio tuvo tres hijos: Amparo, profesora de inglés en la Escuela Superior de Canto de Madrid; María Luisa, casada con el profesor inglés, Peter Harrison, que fuera director del Instituto Británico de Mashad (Irán), y Gabriel que, con su esposa María José de Urquía, son profesores de instituto de enseñanza media de Alicante.
Francisca, la madre de Óscar Esplá, tocaba el piano —un viejo Erard— y también su padre, Trino, sabía lo que era el solfeo. Sin embargo, como el propio maestro dijo: “Mi afición musical se despertó en casa de Manuel, mi abuelo paterno…”; allí había un instrumento parecido al aristón, el herefón, especie de organillo cuyo manubrio hacía girar unos cartones perforados, por cuyos agujeros pasaba el aire para mover unas lengüeteas produciendo los sonidos: “[...] oyendo, muy toscamente, por cierto, los ‘perforados’ trozos de zarzuela y los valses de Strauss empecé a sentir el placer por las sencillas melodías de las mejores zarzuelas, especialmente las de Barbieri, Arrieta y Gaztambide”. Y si el dato puede resultar interesante a la hora de estudiar toda una manera compositiva, resultará de mayor significación todavía el siguiente: “Sarrió”, la finca de la madre del compositor, cercana al pintoresco pueblo de El Campello, era su lugar de veraneo; había en ella una pequeña iglesia, en la cual, tradicionalmente, durante las fiesta del pueblo, se celebraban los oficios religiosos, entonándose corales levantinas, así los llamados “cantos de aurora”, Desde entonces, el futuro compositor experimentó con ellos “una verdadera compenetración emotiva”, y no es difícil entrever toda una actitud estética y técnica, partiendo de esta fuerte premisa.
A pesar de esta notoria predisposición musical del niño Óscar, siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, se estimó que Amanda —la niña de la casa, hermana suya, fallecida prematuramente— era la que debía estudiar música, y fue el propio Trino quien comenzó a darle lecciones; a ellas asistía el chico a modo de “oyente”. El resultado no se hizo esperar y, así, en tanto a lo largo de un año la niña apenas aprendió nada, nuestro “oyente” se sabía todas las lecciones. Ante este descubrimiento, el padre decidió destinar sus enseñanzas a Óscar; muy pronto el discípulo superó al maestro, obligándole a preparar previamente les clases. Entonces, se resolvió esta situación, confiando la educación musical del niño al joven Fernando Lloret; por desgracia, a los cuatro meses de haber dado comienzo su tarea, falleció este maestro, “una pérdida sensible, porque era un excelente pianista, dotado de verdadero talento musical”, según testimonio de Óscar Triay.
Fueron, pues, su padre y el joven Lloret, los primeros mentores de Esplá. Pero el verdadero profesor suyo fue Juan Latorre, al que se recurre tras la muerte del citado Fernando Lloret. Latorre Baeza (1868-1941), era un maestro con completa formación como pianista y compositor, inclinado preferentemente hacia el canto, dedicándose durante un período de formación en Madrid —condiscípulo en el Real Conservatorio de Conrado del Campo y Joaquín Turina, entre otros— a preparar alumnos que debían cantar en el Real, tales como Lucrecia Arana y otros. Latorre, autor del Himno a Alicante y profesor de un nutrido número de alicantinos, dijo de Óscar, su nuevo discípulo, que era “un rebelde, pues no estudia las lecciones impuestas, sino las que él prefiere”. No obstante lo cual, Óscar Esplá llegó a ser un buen pianista, pudiendo actuar en sesiones benéficas en Alicante y Barcelona.
Durante su aprendizaje como pianista, sin haber visto ni un solo tratado de Armonía, solamente impulsado por esa innata mentalidad creadora obligada para todo fututo compositor, el joven Esplá escribió pequeñas piezas —tipo romanza, pavana, mazurka, vals— que fue guardando en su carpeta de dictados musicales. Un día las descubrió el maestro Latorre y, estimándolas como verdaderamente prometedoras, se decidió a dar al discípulo de piano las primeras lecciones de Armonía, disciplina trabajada muy a fondo por Óscar a la par que realizaba el Bachillerato en el Instituto de Alicante. La holgada situación económica de su familia le permitió adquirir cuanto podía apetecerle para sus nuevos estudios y, así, puede decirse, no le quedó tratado o método por conocer.
Oscar Esplá, en 1903, esto es, a los diecisiete años de edad, se fue a Barcelona a cursar la carrera en aquella Escuela de Ingenieros Industriales; interrumpió estos estudios para realizar los de Filosofía y Letras, recibiendo al propio tiempo clases de Armonía, de Sánchez Gavagnac, por entonces —1904— director del Conservatorio de Música del Liceo barcelonés. Finalizados éstos, volvió a la Escuela de Ingenieros, atraído indudablemente por su natural afición y facilidad para las Matemáticas. En Barcelona, durante esta segunda etapa de formación como ingeniero, compuso su célebre Suite en La bemol (en tres tiempos: “Allegro”, “Andante” y “Final”), escrita alrededor de 1910 en auténtico autodidacta, de la Armonía, de la Composición, fiado tan sólo en el hondo estudio y en e1 análisis (procedimiento adoptado hoy en día por la mayor parte de los más prestigiosos centros de enseñanza musical del mudo entero) de las partituras del pretérito, la mente abierta hacia los más vastos horizontes estéticos.
Envió esta obra al Concurso Internacional convocado por la National Gesellschatf Die Musik, de Viena, logrando el Primer Premio del importante certamen, triunfando sobre un crecido número de partituras europeas, percibiendo la entonces importante cantidad de 3.000 marcos. El éxito puede estimarse como el primero, de indudable significación para España, logrado por el joven compositor alicantino; más si se tiene en cuenta que en el jurado figuraban Richard Strauss y Camille Saint-Saëns...
Alicante, por iniciativa de otro hijo ilustre suyo, Gabriel Miró —“su hermano espiritual” le llamó Walter Starkie—, rindió homenaje popular a Óscar Esplá en brillantes actos celebrados por el Ayuntamiento, el 29 de enero de 1911. Fue entonces cuando el músico, estando ya a punto de finalizar la carrera, se decidió a abandonar definitivamente la ingeniería, para entregarse por entero a la Música; “prevalecía en mí con más fuerza que las otras dos carreras”, dijo, en cierta ocasión, el maestro.
Como consecuencia del importante premio vienés, Óscar Esplá se trasladó a la capital austriaca, donde conoció al eminente director de orquesta, Ferdinand Löwe —excelente maestro especializado en la obra de Bruckner—, primer intérprete de le Suite galardonada. Fue Löwe quien presentó a nuestro músico ante Max Reger, en un concierto de éste; por aquel entonces, el gran organista, director y compositor alemán, era Hofkappellmeister en Meiningen donde existía una excelente orquesta. A los pocos meses de estrenar en Viena la Suite, estrenaría también El sueño de Eros del maestro alicantino.
Volvió a España para asistir en Madrid, en el Teatro Real (1912) a la primera audición de esta última obra por la Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo la dirección de Enrique Fernández Arbós, que obtuvo un éxito extraordinario. Ya al siguiente año salió para París y allí, gracias a la mediación de un gran amigo de su padre, consiguió ser presentado a Camille Saint- Saëns, que accedió a ver sus trabajos compositivos realizados en aquel año, sugiriéndole precisas correcciones. Fue entonces cuando modificó la estructura de la Suite premiada en Viena; y fue ya así como se estrena, en 1914, en el Rea1, por la misma Sinfónica de Arbós, bajo el nuevo título de Poema de niños, constituido ahora por cinco, tiempos: “Invocación”, “Canción de antaío”, “A los sueños de Bebé”, “Cuento de hadas” y “Vals de los Magos”. Su audición fue todo un acontecimiento, y el crítico del Heraldo de Madrid, reprodujo las palabras del maestro Arbós en un ensayo de la obra: “Es lo mejor que haya salido de pluma española”.
El Ayuntamiento de Alicante le nombra “Hijo preclaro” de la Ciudad. 1915 fue el año del estreno de una de las obras más importantes de Oscar Esplá: su Op. 9, Sonata para violín y piano que dieron a conocer el violinista Eduardo Toldrá con el pianista Francisco Fúster. Por aquellas mismas fechas, concibió una representación escénica, de acuerdo con un libreto que escribió Rafael Alberti y los figurines diseñados por Benjamín Palencia, cuyo título fue el de La pájara pinta. Ya en 1918, el Círculo de Bellas Artes de Alicante le nombró, en unión de Gabriel Miró, presidente de Honor y fue en aquel mismo año cuando Serge Diaghilev, director de los célebres Ballets Rusos, encargó a Esplá una obra, Los cíclopes de Ifach, que no llegó a representarse al disolverse, en 1919, la compañía; una versión orquestal de esta obra, la estrenó Fernández Arbós en San Sebastián bastante después. En aquel mismo año, el Conservatorio de Música de Lisboa ofreció a Óscar Esplá la Cátedra de Composición, que no aceptó por hallarse enteramente dedicado su labor creadora.
Ya en 1924 escribió en Madrid otra de sus páginas sinfónicas más famosas: Don Quijote velando las armas, episodio orquestal compuesto para la Bética de Cámara, de Sevilla, creada por Manuel de Falla, de la que poco después hizo su versión para la orquesta grande, estrenada en 1926 por los mismos intérpretes. Todavía en 1924 hay que detenerse ante dos hechos importantes: por un lado, el estreno de la cantata escénica Nochebuena del diablo, en concierto-homenaje a Esplá, en el Palacio de le Música madrileño, por la Filarmónica dirigida por su titular, Bartolomé Pérez Cosas. El segundo acontecimiento se refiere al musicólogo alicantino: la restauración de El Misterio de Elche, realizada como perfecto conocedor de su “consueta” o partitura, de siempre admirador del gran monumento musical. Nochebuena del diablo, la partitura más hermosa y emotiva del talento y la inspiración esplasiana, fue entonces conocida tan sólo en su versión sinfónica, la que incluyó la intervención de la voz del “ángel” confiada a una soprano; la original, su debida representación con intervención coral y la voz del “diablo”, habría de esperar al II Festival de Música de América y España, pudo ser ofrecida en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, dirigida por Odón Alonso y Aitor de Goiricelaya.
Son años de fecunda labor y el maestro escribió sin desmayo partituras para el piano, para la orquesta. Con ocasión del III Centenario de la muerte de Góngora, puso música a sus Soledades, primero para soprano y orquesta y luego, asimismo, para voz con piano. En 1928 ocurrió otro auténtico acontecimiento en su vida profesional: el estreno en París, por la compañía de “La Argentina”, con enorme éxito en la serie de representaciones de la capital de Francia; se trata del ballet El contrabandista, hoy falto de una revisión de su danza final que habría de llevar a cabo el maestro. 1928, fue el año del I Centenario de la muerte de Schubert y el Concurso Internacional convocado por la Casa de discos Columbia de Nueva York, Suite schubertiana del maestro Esplá resultó premiada. En 1929 escribió sus magníficas Canciones playeras (“Rutas”, “Pregón”, “Las 12”, “El pescador sin dinero” y “Coplilla”), siguiendo textos de Rafael Alberti, cinco maravillosas canciones que, en 1930, estrenó Arbós con la Sinfónica, colaborando como solista Ofelia Nieto; poco después, realizó la versión para canto y piano. Son, asimismo, de 1930 dos muy bellas “suites” para piano, La Sierra y Cantos de antaño, donde se halla condensado lo mejor y más personal del pianismo esplasiano.
El Conservatorio Nacional de Música y Declamación de Madrid, en virtud de los méritos que en él concurría, nombró a Óscar Esplá profesor de Folklore en la Composición. Fue elegido también presidente de la Junta Nacional de Música. En septiembre de 1936, tras el estallido de la Guerra Civil, atendiendo una invitación de la Fondation Musicale Reine Elisabeth de Bruselas, se trasladó con su familia a la capital belga; formó parte del Jurado del Concurso Eugène Ysaaÿe, que otorgó su Primer Premio a David Oistrakh. Durante la Segunda Guerra Mundial y hasta 1950, cuando regresó a España, ejerció durante algún tiempo la crítica musical en Le Soir, de Bruselas; allí dirigió el Laboratorio Musical Científico del Instituto Internacional de Investigaciones Acústico-Psicológico Musicales. Pronunció numerosas conferencias y dictó cursos especializados, no solamente en Bélgica, sino asimismo en Alemania y Francia. Pero no por ello abandonó su labor creadora, antes al contrario; ésta adquirió intensidad y horizontes que se confrontaron con las más modernas orientaciones estéticas y técnicas del momento.
Fue Serge Koussewitzky quien le pidió para su Boston Symphony Orchestra una Sinfonía coral (1942), escribiendo también para la misma agrupación bostoniana la Sonata del Sur (1943), para piano y orquesta; finalizó solamente la última de estas dos grandes páginas, cuyo estreno ocurrió en una nueva versión revisada como definitiva, en París (1945), por la Orquesta Nacional Francesa, bajo la dirección de Franz André y la colaboración solista de Eduardo del Pueyo. De aquellos años datan dos óperas de Esplá: La Balteira y La forêt perdue, la primera de ellas concebida para una cantante y bailarina a la vez, Anny Dankor, cuya muerte hizo afirmar al músico que “ya nadie podrá protagonizar la obra”; el libreto lo escribió Irene Lewishon, también fallecida. La segunda de estas dos óperas, está sin finalizar, era una versión del célebre cuento de Perrault, La bella durmiente del bosque.
Oscar Esplá tenía una cierta fama de fantasioso, de imaginativo, lo que no era así en su totalidad; le ocurría lo mismo con su carácter, que siendo adusto en su apariencia, fue una persona abierta a los demás. Lo primero hubo ocasión de corregirlo por parte de los que así le enjuiciaban, con ocasión de la convocatoria por parte de la Dirección General de Bellas Artes (Ministerio de Educación y Ciencia), a través de su Comisaría General de la Música, de un Congreso Internacional para tratar de fijar un diapasón universal. Él había escrito un abultado trabajo para el Consejo Internacional de la Música (CIM) de la Unesco; fue tan importante lo realizado como para constituirse en ponencia básica del Seminario, celebrado en el Palacio de Fuensalida de Toledo, entre los días 19 y 22 de mayo de 1970, coincidiendo con la II Decena de Música celebrada en la Ciudad Imperial. El trabajo fue traducido a todos los idiomas oficiales del Consejo de Europa.
Es la misma Unesco la que, en 1949, eligió al maestro —al lado de Florent Schmitt, Villa-Lobos, Tansman, Ibert, Martinu, Malipiero, Chavez, Panufnik, Hanson y Berkeley— para escribir una obra conmemorativa del Primer Centenario de la muerte de Chopin. Nació así la Sonata Española para piano, es su Op. 53 y la estrenó el brasileño Arnoldo Estrella, en la Salle Gaveau de París. La Op. 54 reúne composiciones de distintas regiones bajo el título de Lírica Española, subtitulada explícitamente como Impresiones musicales sobre cadencias populares, contenidas en cinco cuadernos fechados en los primeros años de la década de los cincuenta, cuatro para piano y la sola excepción del tercero, para canto y piano; la colección está dedicada “A María Victoria”, la esposa del músico. En 1955, el Ayuntamiento de Alicante crea sus premios de novela “Gabriel Miró”, de teatro “Carlos Arniches” y de música “Óscar Esplá” y, sobre este punto cabe reconocer que no tan sólo la ciudad que le vio nacer, sino Madrid a la cabeza de algunas otras, no regatearon jamás festejarle y premiarle. Nacieron por aquellas fechas el Psalmo 129, De Proufiundis (1964); la Cantata sobre los Derechos Humanos, sobre texto de Gerardo Diego (1969); Llama de amor viva (1970); el lmpromptu-Rondino, para órgano (1972) y varias composiciones más, dentro de muy diversos géneros.
En la Navidad de 1972, el maestro Óscar Esplá trabajó ilusionado en su ópera en un acto El pirata cautivo, por un encargo de la Dirección General de Bellas Artes (Comisaría General de la Música) para su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, programado para junio de 1973... Había cumplido en el último agosto sus sesenta y seis años de edad y su salud durante aquel otoño no había sido todo lo buena que se hubiera deseado, porque unas décimas de fiebre vinieron a acobardarle todos los días. Pero trabajaba ante el piano en su hogar madrileño; se ocupaba en Alicante de la dirección del Instituto Musical por él creado; se inquietaba por los rumbos de las entidades internacionales que él presidía en España o por las directrices a seguir en el Consejo Asesor de la Música de la Dirección General de Bellas Artes (presidente de Honor) y su Comisión Permanente (presidente efectivo). Preparó alguna conferencia, y la redacción de artículos, corrigió trabajos para su cátedra de Composición, asistió a los conciertos importantes de la capital, acudió a las reuniones académicas en la Real de Bellas Artes de San Fernando y... trabajó con auténticos arrestos juveniles, dando un gran ejemplo de actitud e inquietud artísticas, manteniendo su credo compositivo, cuidando hasta lo inverosímil la escritura de sus composiciones, siempre aferrado al sistema tonal, eso sí, de mayores inquietudes dentro de la corriente estética por él mantenida a ultranza.
Fue Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, Officier de l’Ordre des Arts et Letres francesa, comendador de la Orden de la Corona belga, correspondiente de la Hispanic Society of America de Nueva York, numerario del Instituto de Francia y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Miembro honorario de la SIMC (Sociedad Internacional de Música Contemporánea y Presidente de su Sección Española, así como del CIM (Consejo Internacional de la Música de le Unesco) de su Comité Español.
Óscar Esplá fue feliz haciendo un “nuevo” conservatorio, titulado Instituto Musical —al que se le dio su nombre—, en el que pudo desarrollar una actualizada labor docente desde su Clase de Composición.
Falleció en Madrid siendo sepultado, como él deseaba, en el Monasterio de la Santa Faz. Con los Falla, Turina, Del Campo y algunos, muy pocos más, forjó el moderno sinfonismo español.
Obras de ~: música escénica: Cíclopes de Ifach, 1916; El ámbito de la danza, 1924; El contrabandista, 1928; Fiestas, 1931; El pirata cautivo, 1975; Música sinfónica: El sueño de Eros, 1904; Suite, op. 6, 1909; Suite en La bemol, 1910; Poema de niños, 1914; La Nochebuena del diablo, 1921; La pájara pinta, 1921; Don Quijote velando armas, 1924; Sonata del sur, 1935; Sinfonía Aitana, 1964; Cantata sobre los derechos humanos, 1968.
Música de cámara: Sonata para violín y piano, 1913; Trío para cuerda, 1917; Cuarteto de cuerdas, 1920; Concierto de cámara, 1937.
Escritos: La normalización del diapasón, Madrid, Dirección General de Bellas Artes Cuadernos de Actualidad Artística, 1970; recopilación en: A. Iglesias, Escritos de Óscar Esplá. Recopilación, comentarios y traducciones, Madrid, Editorial Alpuerto, 1986, 3 vols.
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Antonio Iglesias Álvarez