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Antonia Mercé y Luque

Biografía

Mercé y Luque, Antonia. La Argentina. Buenos Aires (Argentina), 4.IX.1890 – Bayona (Francia), 18.VII.1936. Bailarina y coreógrafa de danza española.

Pilar de la danza española teatral del siglo xx. Su trayectoria como bailarina y coreógrafa contribuyó a una codificación nueva del género. Su lugar de nacimiento fue circunstancial, ya que sus padres, los bailarines Manuel Mercé, vallisoletano, y Josefa Luque, cordobesa, estaban realizando una gira por Argentina.

Desde los seis años residió en España. Su padre, primer bailarín del Teatro Real de Madrid, la inició en sus estudios musicales a los cuatro años, ya que quería apartarla del baile, que lo practicaba desde muy pequeña.

Con diez años comenzó a salir a escena, y un año después ya formaba parte del cuerpo de baile del Teatro Real. La prematura muerte de su progenitor en 1903 le llevó a dejar sus estudios de Solfeo en el tercer año y comenzar a bailar profesionalmente. Sus primeras actuaciones en solitario se produjeron en 1905 en las funciones de variedades (las popularmente conocidas como varietés), programadas en teatros, cafés y en los primeros cinematógrafos donde, en los cambios de rollos de las películas, los artistas amenizaban la espera. También actuó en Madrid en el Teatro Romea.

En 1907 actuó por primera vez con el apodo de La Bella Argentina en el cinematógrafo El Brillante, de Cartagena. El 21 de agosto de 1910 debutó en la sala El Jardín de París de la capital francesa con el título de Reina de las Castañuelas. Un mes después actuó en el famoso Moulin Rouge parisino en la opereta L’amour en Espagne, de Quinito Valverde, donde bailó su famoso solo La Corrida. En 1911 realizó su primera gira europea con sus coreografías de bailes populares, donde incluia Bolero, Fandango, Zapateado, Vito y Seguidillas.

Fue admirada en Burdeos, Bolonia, Bruselas, París, Londres, Colonia, Lieja, además de volver a actuar en Sevilla y Madrid. En febero de 1912 estrenó en el Teatro Olimpia de París La rosa de granada, también de Valverde, con gran éxito, y en marzo protagonizó en el Théâtre des Beaux-Arts de Montecarlo La bella sevillana, ballet en un acto de Georges Saracco, con música de Marius Baggers y E. Weillet. En ese teatro también estrenó el ballet trágico de Massenet Spada. Desde ese año, ya contaba con la amistad de algunos de los principales intelectuales españoles, como Jacinto Benavente, Santiago Rusiñol o Julio Romero de Torres, quienes le ofrecieron una cena homenaje en Madrid, en casa del escultor Sebastián Miranda, tras su triunfo en el Trianon Palace y su recital de danzas ante los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Es significativa su actuación en el Alhambra Theatre de Londres, en 1914, dentro del espectáculo El embrujo de Sevilla, que reunía a bailaores como Lolilla la Flamenca, María la Bella, La Malagueñita, Faico, Antonio el de Bilbao y Realito. Las fuertes personalidades escénicas de estos artistas de flamenco puro, sobre todo Faico y Antonio el de Bilbao, influyeron en el baile flamenco de Antonia, del que las crónicas de la época acentuaron su jondura.

Se fue despegando de los ambientes de variedades gracias al apoyo de los intelectuales que la admiraban.

El 16 de abril de 1915 la invitaron a bailar en el escenario del Ateneo de Madrid, hecho que marca el inicio de su trayectoria culta como bailarina y el origen de sus posteriores recitales de baile, “desde que ella [Antonia Mercé] elevó a la categoría de recital el elemento coreográfico, introduciendo música de alto nivel y acompañando un concertista de piano las diferentes danzas, cambió de aspecto el espectáculo, considerado hasta entonces como varietés”. Es también significativa su relación con Manuel de Falla, quien le aconsejó ir a Granada para profundizar en los bailes flamencos con los gitanos del Sacromonte, en los que se basó para interpretar La danza del fuego. En 1916, y tras haber realizado la primera gira por Sudamérica, se presentó en Nueva York, en el Maxine Elliot’s Theatre. Allí estrenó su afamada Danza de los ojos verdes, última composición de Enrique Granados, escrita expresamente para ella. Tras una gira por las principales ciudades norteamericanas del este, estrenó en Madrid su creación Los jardines de Aranjuez, con música de Albéniz, Fauré, Ravel y Chabrier. Los decorados fueron del pintor José María Sert, cuya primera colaboración para danza fue con los Ballets Rusos de Diaghilev dos años antes. En su repertorio ya figuraban las danzas de creación propia o de tradición popular: Danza del abanico, de Grieg; Serenata andaluza, de Rucher; Baile gitano, de Valverde; Danza de la Mercedes; Anda mocita (farruca); La rumba (baile cubano); La Currita (garrotín), Madrileña y Sevillana, ambas con música de Massenet; La maja y el chispero; Panaderos; La rezongona (tango criollo) o Serenata española.

En 1921 regresó al Teatro Real, donde había dado sus primeros pasos, pero ya como una figura de la danza, para bailar ante los reyes de Bélgica.

1925 es el año que marca el punto de inflexión en su carrera. Conoció al empresario ruso Arnold Meckel, que se convirtió desde entonces en su representante, y estrenó en París el ballet de Falla El amor brujo, dentro de la Exposición Universal de Artes Decorativas.

Poco a poco se había acercado a las piezas de los grandes compositores, creando coreografías de solos para Córdoba, de Albéniz; Andaluza, de Turina; Zíngara, de Serrano; Danza V, de Granados; Zapateado, de Malats, o Andalucía sentimental, de Falla.

El éxito que alcanzó con la versión definitiva como ballet de El amor brujo, con el mismísimo Falla dirigiendo la orquesta, en el Trianon de París, la animó a tomar un camino diferente para el baile español, elevándolo a la categoría de ballet. Sus conciertos en solitario por todo el mundo, acompañada del piano y, en ocasiones, de la guitarra, le ayudaron a financiar esta nueva aventura. Es alrededor de 1927 cuando se propuso en firme crear los ballets españoles —en cuyo origen tuvo gran peso la veterana compañía de Diaghilev, los Ballets Rusos, y sobre todo la creación de Leonide Massine El sombrero de tres picos, de Falla, estrenado en Londres en 1919—. Su objetivo no sólo era la revalorización del baile español en su aspecto popular, sino, y sobre todo, en el sinfónico, rodeándose para ello de los compositores del momento y de los modernos escenógrafos y diseñadores. Será la primera compañía de baile español de la historia.

El 27 de abril de 1928 presenta en la Opera Cómica de París para la crítica y la prensa los Ballets Espagnols de La Argentina. En el programa, Sonatina, de Halffter, sobre un poema de Rubén Darío, y Triana, de Albéniz, donde colabora por primera vez con el pintor Néstor de la Torre, quien diseña la escenografía y el vestuario. Su presentación al público de París se realiza en junio, en el Teatro Femina, con dos programas. En el primero, además de Sonatina, estrena El contrabandista, con música de Óscar Esplá, sobre libreto de Cipriano Rivas Cherif, y el cuadro flamenco En el corazón de Sevilla. En el segundo se estrena El fandango del candil, con música de Gustavo Durán, libreto de Rivas Cherif y decorados y trajes de Néstor de la Torre. Durante su gira de 1929 por Estados Unidos, recibe un homenaje en el Instituto de las Españas de Nueva York, en el que intervienen Federico García Lorca, el filósofo Federico de Onís y el crítico de arte Ángel del Río.

En 1930 el presidente de la República francesa la distinguió con la Orden de la Legión de Honor. Ese año repuso El amor brujo en la Ópera Cómica de París.

Los intelectuales españoles volvieron a arroparla.

Benavente, Fernández Arbós, Rosario Pino, Valle-Inclán, Zuloaga, Manuel Machado y Rafael de Penagos solicitaron al Ayuntamiento de Madrid hacerle un homenaje. Cuando ya se había alzado la Segunda República, Manuel Azaña la honró el 3 de diciembre de 1931 con el Lazo de Isabel la Católica, primera condecoración que otorgó el nuevo Gobierno, coincidiendo con sus recitales en el Teatro Español de Madrid.

Continuó con sus recitales en solitario por América y Europa. En 1933 llegó a Buenos Aires y en el Teatro Colón montó, con la colaboración de la coreógrafa Bronislava Nijinska —hermana de Nijinsky y antigua componente de los Ballets Rusos—, El amor brujo con bailarines de ese teatro. La presentación en España de esta obra se realizó en 1934, con Pastora Imperio —quien lo estrenó en 1915— en el papel de Lucía, Vicente Escudero en el de Carmelo y Miguel de Molina como el Espectro. Su última aparición en Madrid fue en junio de 1935, cuando actuó en una gala benéfica con motivo de la edición de la Antología del flamenco que le dedicó Fernando el de Triana. El 27 de junio de 1936 ofreció por primera vez una conferencia que se tituló El lenguaje de las líneas en el Salón Santé-Beauté de París. A principios de julio propuso al presidente de la Segunda República Española la creación de una Escuela Nacional de Danza dentro del Teatro Nacional, apuntando como maestros, además, a Encarnación López La Argentinita, Vicente Escudero o Teresina Boronat. El 18 de julio de 1936, tras haber asistido en San Sebastián a un espectáculo de danzas vascas, murió en su casa de Bayona por un infarto de miocardio. Había recibido la noticia del levantamiento militar.

Las palabras de Vicente Escudero, en su libro Mi baile, resumen perfectamente la importancia de su labor para con la danza española: “Antonia Mercé fue la creadora de una escuela de baile tan propia, tan genuina, que de ella partieron y a ella vienen a parar cuantos pretendieron o intentan dar universalidad a la danza española”.

 

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Cristina Marinero