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Gerónimo Giménez Bellido

Biografía

Giménez Bellido, Gerónimo. Sevilla, 10.X.1854 – Madrid, 19.II.1923. Compositor y director de orquesta.

Hijo del músico granadino José María Giménez y de Antonia Bellido, de muy niño se trasladó con su familia a Cádiz, donde ingresó como seise. Allí recibió clases de Salvador Viniegra. En 1866 obtuvo el Premio Extraordinario de violín. Con dieciséis años debutó como director de orquesta con la ópera Saffo de Paccini. En 1869 fue nombrado director de la compañía de ópera y zarzuela del teatro Principal de Cádiz. A instancias del conde de Morphy, se trasladó a París, becado por el Ayuntamiento y la Diputación. Estudió en el Conservatorio de la capital francesa entre 1874 y 1877. La vida en Francia no le resultó fácil, y, obligado por una precaria salud, optó por volver a España en 1877. Chapí le encargó el estreno absoluto de El milagro de la Virgen (1884), que proporcionó al autor sevillano un puesto como segundo director y concertador del teatro de la Zarzuela. El salto que dio Giménez de intérprete a compositor se produjo en 1885, con El vermouth de Nicomedes (1885). Casi inmediatamente, comenzó a apreciarse su labor. Dos meses más tarde se puso en escena Ardid de guerra. Más trascendencia tuvo A mata caballo, con la que Giménez debutaba en el teatro Martín. Meses más tarde vio la luz Los molineros (1887). Sería con Escuela modelo (1888) cuando obtendría el apoyo popular. La temporada 1888-1889 supuso su debut en dos de los teatros de mayor peso de Madrid, el Príncipe Alfonso y el Apolo, donde llegaría a obtener algunos de los mayores éxitos de su carrera. Precisamente, al año siguiente sería contratado como máximo responsable musical de la orquesta de este último. Pobres chicas (1889) supondría su debut como compositor en la catedral del género chico, aunque la pieza, sin embargo, fuera acogida con dureza. Después de varias obras menores, obtendría su primer éxito importante con Tannhäuser el estanquero, coincidiendo con el furor que levantaba en 1890, en el Teatro Real, el Tannhäuser de Wagner. A partir de este momento se le consideró como autor de éxito, lo que multiplicó la demanda de obras. Uno de los momentos más importantes de la vida artística de Giménez vino con el estreno de Trafalgar, en el teatro Principal de Barcelona, el 20 de diciembre de 1890, que supuso su encuentro con Javier de Burgos. Tras obras menores como ¡Pero cómo está Madrid! (1891), La madre del cordero (1892), El ventorrillo del Chato (1892) y El hijo de su Excelencia (1892), en la temporada 1892- 1893 dio a conocer cuatro títulos, dos de los cuales, de 1893, obtendrían una popularidad sobresaliente: La mujer del molinero y, sobre todo, Los voluntarios, cuyo pasodoble pasaría inmediatamente a figurar en el repertorio de todas las bandas españolas.

Después de algunas piezas menores, hay que destacar el estreno, en el teatro de la Zarzuela, de El mundo comedia es o El baile de Luis Alonso (1896), con libro de Javier de Burgos; ambos volverían a rubricar, a los pocos meses, Las mujeres (1896) en el teatro Apolo. El entusiasmo se desbordó cuando, aprovechando el éxito de El baile de Luis Alonso, sus mismos autores y protagonistas concibieron una continuación que vería la luz con el título La boda de Luis Alonso o La noche del encierro (1897). La febril actividad de Giménez se aprecia en un despliegue de estrenos sorprendente, aunque será con La tempranica, con libro de Julián Romea (1900), como obtendrá un éxito medido en una partitura de indudable calidad. Sin embargo, la crisis en la que vivía un género chico acosado por el denominado género ínfimo (cuplés) y por el cinematógrafo obligará a los compositores a producir y estrenar sin descanso. Giménez multiplicará su esfuerzo a principios de siglo con algunos éxitos, caso de Enseñanza Libre, con Perrín y Palacios (1901), inmortalizada por el “tango del Morrongo”. A esta obra seguirán otras, como La torre del Oro, de Perrín y Palacios (1902), o El morrongo, segunda parte de Enseñanza Libre, que fue menos aplaudida que su antecesora y aguantó menos en taquilla. Mayor trascendencia tuvo María del Pilar (1902), enmarcada en las campañas del teatro Parish, que no tuvo el éxito esperado a pesar de contar con una de las mejores músicas de su autor, lo que se achacó a la debilidad del libreto de Francisco Flores García y Gabriel Briones. Tras algunas frustradas creaciones, Giménez volvía a ser recompensado con el éxito en Los pícaros celos (1904), con libreto original de Arniches y Fernández Shaw. Importante fue asimismo su encuentro con Amadeo Vives, con el que gestaría una relación muy fructífera, que brindó estimables producciones, caso de El húsar de la guardia (1904), estrenada en el teatro de la Zarzuela. En plena eclosión del género erótico, el teatro Cómico presentaba El arte de ser bonita (1905), que desde la segunda noche se convertiría en un acontecimiento social, con llenos diarios y aplausos unánimes. La estrecha relación personal y profesional que establece Giménez con los actores y empresarios Loreto Prado y Enrique Chicote se transmitirá en El amigo del alma, humorada en un acto, con libro de Francisco de Torre y Carlos Cruselles, presentada el 16 de noviembre de 1905. Ésta ganaría una gran popularidad gracias a la conocida como “Canción del mosquito”. Apenas un mes más tarde, en el teatro Cómico se presentaba La gatita blanca, junto a Vives, que supuso el lanzamiento de dos ilustres divas, Julia Fons y Teodora Lamadrid.

Paralelamente, produce una serie de obras de circunstancias. En 1906 estrenó El golpe de Estado, La Machaquito o La venta de la Alegría que, curiosamente, suponía su vuelta al Apolo después de dos años. Esta época no fue especialmente fácil para Giménez, aunque se vio compensado por algunos éxitos.

Y si El guante amarillo (1906) pasa sin fortuna, Cinematógrafo nacional (1907) se convertirá en una pieza que marcará época dentro del género arrevistado que le devolvería las llaves del Apolo. La bandera coronela (1907), El palco de la presidencia (1908) o El grito de la independencia (1908) no añadieron especiales florones en su carrera. La decadencia del género parece ir de la mano de la mala salud física del maestro: La leyenda mora (1908) apenas pasó la criba inicial; El trust de las mujeres (1908), mejor acogida por el público, fue calificada por la crítica con desprecio como una “mera” revista, y Los dos rivales (1908) tampoco ganó algo de terreno, ni siquiera en las gacetillas de la prensa. Sí lo obtuvo ABC (1908) en homenaje al periódico fundado por Torcuato Luca de Tena. El coche del diablo (1910), opereta bufa, pasó sin demasiados aplausos, que sí tuvo, sin embargo, Los viajes de Gulliver (1910), en lo que supondría su última colaboración con Vives.

A lo largo de estos años se constata cómo las nuevas tendencias del mundo del espectáculo —que favorecen el llamado género ínfimo, pero que también se consolidan en terrenos más exigentes como la opereta—, afectan a un Giménez que, por una u otra razón, parece desubicado en los deseos del público. Las obras se suceden con rapidez. A El cuento del dragón (1912) le siguen Las hijas de Venus (1912), claro canto al erotismo de moda, Los hombres que son hombres (1912) o El príncipe Pío (1913). A partir de este momento la obra de Giménez pasará casi desapercibida entre las nuevas tendencias que movían al mundo lírico. Muertos Fernández Caballero, Chueca y Chapí, Giménez aparece en el Apolo como el último representante de generación de la Restauración, cuyas tendencias estéticas todavía defendía un sector minoritario del público. A pesar del éxito inicial de Malagueñas (1914), no cuajó, cosa que tampoco sucedió en el estreno, junto a un primerizo Miguel Mihura, de El ojo de Gayo (1914). Pese al gran despliegue económico presentado por el teatro Apolo en La última opereta (1915), el mal libro de Antonio Fernández Lepina y Ricardo González de Toro no ayudó a que la obra perdurara. El mayor éxito de esta época lo obtuvo con La embajadora (1916), posiblemente una de las piezas más ambiciosas del último Giménez. También merece destacarse Soleares (1919), con libro de Ramos, que ha legado un espléndido intermedio. Su última obra estrenada en vida fue La cortesana de Omán (1920), de Morcillo y Silva Aramburu, que apenas trascendió. El final de su vida lo pasó con múltiples privaciones. Falleció en Madrid, olvidado por todos, el 19 de febrero de 1923.

 

Obras de ~: Escuela modelo, 1888; Tannhäuser el estanquero, 1890; Trafalgar, 1890; Los voluntarios, 1893; El mundo comedia es o El baile de Luis Alonso, 1896; La boda de Luis Alonso o La noche del encierro, 1897; Los borrachos, 1899; La tempranica, 1900; El barbero de Sevilla, 1900; La torre del oro, 1902; María del Pilar, 1902; El húsar de la guardia, 1904; El príncipe Pío, 1913.

 

Bibl.: V. R. Albéniz, Teatro Apolo. Historial, anecdotario y estampas madrileñas de su tiempo 1873-1929, pról. de J. Benavente, Madrid, Prensa Castellana, 1953; J. Parejo Delgado, Gerónimo Giménez: Un precursor de Manuel de Falla, Sevilla, Fundación El Monte-Padilla Libros, 1997; L. G. Iberni, Gerónimo Giménez (en prensa).

 

Luis G. Iberni

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