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Francisco Rois y Mendoza

Biografía

Rois y Mendoza, Francisco. Madrid, 16.III.1611 – Granada, 16.III.1677. Monje cisterciense (OCist.), catedrático de Teología, orador sagrado, abad del Colegio de Salamanca, obispo de Badajoz, arzobispo de Granada.

Descendiente de una familia noble. Su padre se llamó Diego de Rois Bernaldo de Quirós, natural de Madrid, señor de la torre y castillo de Vidarte (Guipúzcoa), gentilhombre de los reyes Felipe III y Felipe IV; su madre fue María Gamiz, dama de honor de la emperatriz de Alemania, pero su residencia habitual era Madrid. Tuvieron varios hijos, pero sólo sobrevivieron cuatro, que abrazaron la vida religiosa en el Císter. El mayor, Diego, heredero del mayorazgo se inclinó por la vida militar, pero cierto día, deseoso de visitar a sus dos hermanas, monjas en Las Huelgas de Burgos, fue el medio de que Dios se valió para despertar en él sentimientos de abrazar la misma vida monástica del Císter. Así lo hizo, renunció el mayorazgo paterno que le correspondía, ingresando a los veintisiete años en Valparaíso (Zamora) en 1628.

Quedaba sólo en casa Francisco, el menor de los cuatro, con quince años, a quien correspondía toda la fortuna de los padres, pero arrastrado por el ejemplo de su hermano mayor, le siguió al mismo monasterio, no se sabe si el mismo día o poco después.

Formado debidamente en la vida monástica, a fin de que su instrucción fuera sólida, le mandaron los superiores al Colegio de Alcalá de Henares, y después pasó a Salamanca, en cuya Universidad se graduó de doctor en Teología el año 1643. Cursó estudios en los colegios de la Orden, obteniendo el doctorado de Artes en 1659. Seguidamente comenzó a ejercer la docencia en los distintos colegios de la Orden. Al mismo tiempo que ejercía la docencia, sus brillantes prendas de orador sagrado, le hicieron célebre hasta el punto de ser elegido predicador de la Real Capilla.

En 1653 le eligieron abad del Colegio de San Bernardo de Salamanca. Ocupó el cargo por espacio de dos o tres trienios.

Disfrutaba de gran celebridad en los ambientes eclesiales, dentro y fuera de la Orden. La facilidad y prudencia para resolver los problemas más difíciles, sobre todo la extraordinaria elocuencia de que dio pruebas en la Capilla Real, movieron a Felipe IV a proponerlo para la sede de Badajoz en 1667, proposición aceptada de buen grado por parte de la Santa Sede, que le nombró obispo el año siguiente, recibiendo la bendición episcopal en el Monasterio de Santa Ana, de la misma ciudad de Madrid. Una de sus primeras actuaciones fue emprender la visita pastoral a los pueblos de su obispado, en lo cual empleó un año entero. Se distinguió mucho en fomentar el culto litúrgico y de manera especial el de los santos relacionados con su diócesis, y organizó un sínodo encaminado a dictar leyes adecuadas a las necesidades que notó que eran precisas entre sus diocesanos.

Al fallecer en 1672 Diego Escolano y Ledesma, arzobispo de Granada, en las altas esferas del gobierno no encontraron sujeto más apto para sucederle que el obispo Rois y Mendoza. Al medio año de estancia en la ciudad, ideó la manera de planear la visita a todas las parroquias de la gran diócesis granadina, entregándose con afán primero a recorrer las parroquias de la ciudad y luego las de los pueblos, no escatimando sacrificio alguno, a pesar de las dificultades que encontraba en una diócesis tan cruzada de montañas. Otro de sus primeros logros fue establecer una paz sólida y duradera entre el Cabildo y la Chancillería, cuyas relaciones entre ambas entidades se hallaban muy tirantes desde hacía muchos años.

No solamente se esmeraba en solucionar los problemas candentes de la diócesis, sino que, como buen monje del Císter, orden en la cual se había formado y llevaba en el corazón, se esforzó por darla a conocer por todos los medios. Con objeto de hacer campaña para que su espiritualidad calara en las almas, mandó labrar en la Catedral una capilla dedicada a San Bernardo, cuya doctrina afloraba de continuo en sus pláticas, conferencias y escritos. También hizo los preparativos para establecer en la ciudad un monasterio de religiosas que no tendría la suerte de ver realizado, pero no es poco que colocara los cimientos para que surgiera con el tiempo y tan profundamente arraigó en las riberas del Genil, que todavía hoy siguen en el mismo lugar un grupo de religiosas. Aún fue más allá; con objeto de vivir más en contacto con la Orden, pidió y obtuvo de los superiores de la misma que le facilitaran un par de monjes para acompañarle de continuo; uno le servía de confesor particular y el otro de mayordomo. Con ellos convivía de continuo, por lo que su vida, se puede decir que fue una continuación de la que llevó en el monasterio. Cabe recordar que al lado de las grandes limosnas que prodigaba utilizando los bienes propios heredados de su familia, otorgó escritura pública de fundación de tres aniversarios en distintos días del año, uno de ellos la víspera de san Bernardo y fiesta del santo, 20 de agosto.

No siendo posible descender a más detalles importantes en la vida de este ilustre hijo del Císter, se sintetiza con un autor cuando escribe: “Fue este prelado varón consumadísimo en virtud y letras. De alto talento y acertadísima comprensión para el manejo de los negocios, de costumbres suaves y apacibles y observador puntual de la religión que había profesado.

Teniendo la pobreza como rica presea del religioso, la conservó toda la vida, a pesar de su elevación, y vivió en su palacio arzobispal como en una celda y con el mismo rigor monástico que si estuviese en su convento en todo aquello que el conveniente esplendor de su dignidad lo permitía, sintiendo mucho cuando éste le obligaba a presentar su persona con la ostentación exigida a su elevada clase y posición”.

En su testamento, dictado tres meses antes de su muerte, dejó dispuesto que, una vez fallecido, le inhumaran en la Catedral de Granada, en el lugar destinado para los prelados sus predecesores, pero ordenaba que más tarde fueran conducidos sus restos al Monasterio de Valparaíso, para ser inhumados “donde tengo mi capilla y entierro donde están mis padres y hermanos, que es en el capítulo bajo del claustro reglar”. El traslado de los restos acaeció en 1688, habiéndose recibido con el mayor entusiasmo por su antiguos cohermanos. Es una pena grande que pusiera esta disposición en el testamento y se llevara a cabo, pues andando los la infausta desamortización expulsó a los monjes del monasterio, se echaron a saco las gentes hasta no dejar piedra sobre piedra del mismo, como hoy puede constatar todo aquel que viaja por la ruta entre Zamora y Salamanca, al borde de la cual se hallaba el monasterio.

 

Obras de ~: Constituciones promulgadas por el Ilmo. y Rmo. Señor D. Fr. Francisco Rois y Mendoza, Obispo de Badajoz, electo arzobispo de Granada, en la Santa Sínodo que celebró Dominica de Sexagésima, primero de febrero de 1671, Madrid, 1673.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Manuscrito sigª 16.534, fols. 237 y ss.; Archivo de la Catedral de Granada, Testamento de fray Francisco de Rois y Mendoza, leg. 13, n.º 16; Archivo del Palacio Episcopal de Zamora, Tumbo del Monasterio de Valparaíso.

R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, págs. 287-288; VV. AA., Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, t. LI, Barcelona, Hijos de J. Espasa, 1927, pág. 1390; J. Solano de Figueroa, Historia eclesiástica de Badajoz, Badajoz, Centro de Estudios Extremeños, 1929 (obispo 98); B. Chillón, San Martín Cid y el Monasterio de Valparaíso, Zamora, 1939, págs. 43-44; J. Escribá de Balaguer, La abadesa de las Huelgas, tesis doctoral, Madrid, Editorial Luz, 1944, pág. 230, nota 15; E. Martín, Los Bernardos Españoles, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, pág. 66; P. Guerin, “Los dos Obispos Cistercienses de Badajoz”, en Cistercium, XXVII (1975), págs. 61-65 (es de advertir que copia el epitafio latino y lo traduce al castellano); M.ª del C. Calero, La enseñanza y educación en Granada Bajo los Austrias, Granada, Diputación Provincial, Instituto Provincial de Estudios y Promoción Cultural, 1978, págs. 221-222; D. Yánez Neira, “Un madrileño —arzobispo de Granada— hace testamento”, en Hidalguía, XXXII (1984), págs. 449-69; “Fray Francisco de Rois y Mendoza”, en Cîteaux (1985), págs. 38-62.

 

Francisco Rafael de Pascual, OCist.

 

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