Barroeta y Ángel, Pedro Antonio. Ezcaray (La Rioja), s. XVII – Granada, 20.III.1775. Arzobispo de Lima y de Granada (España).
Se educó en el colegio mayor de Cuenca. Fue caballero de la orden de Santiago, canónigo penitenciario de la catedral de Coria, doctoral y provisor de la diócesis de Málaga. Fue presentado por el rey Fernando VI en 1748 al papa Benedicto XIV, quien lo preconizó arzobispo de Lima el 8 de noviembre de 1748. Se embarcó en Cádiz el mes de octubre de 1750. Llegó a Cartagena de Indias, donde le esperaba el presbítero que, más adelante, sería su sucesor en el arzobispado, Diego del Corro. Allí fue consagrado obispo en enero de 1751; en mayo se encontraba en Panamá y desde Paita se trasladó a Lima por tierra.
Arribó a Lima y el 26 de junio de 1751 tomó posesión de su sede arzobispal.
La arquidiócesis de Lima estuvo vacante desde 1745, por la muerte de José Antonio Gutiérrez de Zevallos.
Durante este tiempo se hizo cargo del gobierno de la misma el arcediano del cabildo metropolitano Andrés de Munive y Garavito. En su gobierno ocurrió el terrible terremoto del 28 de octubre de 1746, quedando también muy dañada la iglesia catedral. En este tiempo, el deán, Felipe Manrique de Lara, comunicaba al cabildo que Agustín Delgado, arzobispo de la Plata, había sido elegido arzobispo de Lima. Sin embargo, antes de llegar a su nueva sede falleció en Chuquisaca el 18 de diciembre del 1746. El 25 de mayo de 1747 murió también Andrés Munive, y se hicieron cargo de la arquidiócesis de Lima, sucesivamente, el vicario capitular Fernando de la Sota y Gabriel Chávez, canónigo doctoral.
El arzobispo Barroeta hizo por sí mismo la visita del seminario, pero antes de ella, el rector José Marín de Poveda, canónigo magistral y rector del colegio, presentó su renuncia al deán y Cabildo el 23 de enero de 1751. Barroeta pasó al seminario el 23 de agosto de 1752 en compañía de los canónigos Bartolomé Jiménez Lobatón y Santiago Bengoa y empezó la visita por la capilla, donde dio una plática a los seminaristas y recorrió luego las oficinas y las celdas. Mandó guardar los estatutos vigentes y dispuso que los jueves y días de asueto no gozasen de este descanso los alumnos que en la semana no hubiesen dado prueba de su aplicación. Días más tarde, el 14 de septiembre de dicho año, el rector, Melchor Carrillo de Córdoba, leyó a los colegiales el auto de la visita.
Este arzobispo fue celoso y caritativo, prolífico en edictos y cartas pastorales, pero intransigentes, en ocasiones, como se manifestó en los diversos roces con su Cabildo, con el virrey, con las órdenes religiosas y con varios tribunales. La pugna entre el arzobispo y su Cabildo se agravó tanto que incluso se llegó a firmar un concordato de nueve artículos entre ambas partes que fue promulgado el 2 de junio de 1754; a pesar de todo, los problemas continuaron con más fuerza.
Con la colaboración del virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, contribuyó eficazmente a la reedificación de la catedral, que halló en ruinas por el terremoto de 1746; se inauguró la mitad de ella, con una gran función el 30 de mayo de 1755.
Desde 1752 visitó su arquidiócesis, pero no todas las provincias. Reimprimió en 1754 las sinodales de sus predecesores en el arzobispado, B. Lobo Guerrero y H. Arias de Ugarte. Recopiló las leyes y estatutos eclesiásticos, que se imprimieron en 1754. Hizo imprimir las pláticas para los sacerdotes del padre Calatayud.
Prohibió los altares de la Purísima y los nacimientos en las casas particulares. Prohibió que se tocase en los templos música profana. Al respecto, el 27 de septiembre de 1754 el Prelado prohibió por edicto la música profana de instrumentos en los templos y urgió las normas de modestia de las mujeres en los templos. Frente a esto se pronunció el Santo Oficio. Prohibió que pidiesen limosna los mendigos dentro de la iglesia. Desterró muchas corruptelas en los monasterios y restableció en ellos la disciplina. Se preocupó por los monasterios de religiosas, su situación económica y el número de religiosas, aún crecido pese a las reducciones adoptadas precedentemente.
Asimismo, publicó el edicto de S. S. Benedicto XIV para disminuir los días festivos. Construyó un hospicio para cuarenta y tres mujeres pobres y prestó apoyo a la casa de recogimiento para las mujeres públicas.
El rey Carlos III, en 1757, cansado de tantas noticias negativas, aprovechó la vacancia de la sede episcopal de Granada para promover a ésta y así, en cierta manera, premiar sus grandes méritos y virtudes. El 18 de septiembre de 1758 se embarcó para Acapulco en el navío Santa Bárbara y llegó a Cádiz a fines de agosto de 1759. Rigió su nueva diócesis hasta 1775, fecha de su muerte.
Bibl.: P. García y Sanz, Apuntes para la historia eclesiástica del Perú, Lima, 1876; A. Egaña, L. Lopetegui y F. Zubillaga, Historia de la Iglesia de España en la América Española, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1965‑1966; J. A.Valle, Galería de retratos de los arzobispos de Lima (1541‑1891), ed. de D. de Vivero, Lima, Imprenta Librería Clásica y Científica, 1892; R. Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú, Lima-Burgos, Imprenta Sta. María, 1953, 4 vols.; M. Casares, “Barroeta y Ángel, Pedro Antonio”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 196.
José Antonio Benito Rodríguez