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Inés Enríquez

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Biografía

Enríquez, Inés. ?, p. m. s. XVI – Las Huelgas de Burgos (Burgos), c. 1599. Abadesa cisterciense (OCist.) de Las Huelgas.

Hija del adelantado mayor de Castilla, esta religiosa merece un puesto de honor entre las grandes personalidades de la nobleza que desfilaron por la sede abacial de Las Huelgas de Burgos, institución femenina de las más renombradas de Europa, creación de Alfonso VIII de Castilla. No sólo dejó en la comunidad ejemplos de ser alma virtuosa, sino principalmente porque tiene en su haber una hazaña que pocas veces, o nunca, se habrá repetido: mandar a la cárcel a los veinte capellanes que estaban al servicio de la comunidad, así como a un escribano a quien habían llamado para levantar acta de un “sainete” original que armaron entre capellanes y freires del Hospital del Rey en el coro del monasterio, ante una concurrencia de personajes notables.

Se ignoran los datos personales relacionados con su juventud, pero se conocen los que se salen de lo corriente. En 1587, la nombraron la primera vez abadesa del monasterio. Se cree que no fue responsable de ciertas fricciones que se habían dado entre la comunidad y la Orden, porque ellas deseaban mantener el cargo vitalicio en las abadesas, sin dejar introducir la nueva modalidad de hacerlas trienales. Pero no lo consiguieron porque se estaba imponiendo esa costumbre en todas partes debido al cambio de los tiempos. Fue, por tanto, la primera abadesa trienal en Las Huelgas. El acto más destacado de sus primeros años de gobierno fue haber facilitado lugar adecuado para que las religiosas de Renuncio —comunidad filiación de Las Huelgas— se establecieran dentro de la ciudad al lado del Monasterio de San Juan, en las inmediaciones de la parroquia de San Lesmes, donde permanecerían durante siglos hasta que el nuevo ensanche de la ciudad las obligó a buscar el sitio en el paseo de Los Pisones.

Hablando el padre Saracho sobre esta abadesa, estampa que “Fue muy amada de todas, y lo requerían sus méritos: cumplió sólo su trienio, sobrándola para perpetua muchos”. Tan bellas disposiciones hicieron fijarse en ella sus hermanas, que la elevaron nuevamente a la sede abacial en 1596. Bien pronto iba a dar pruebas de un equilibrio y una fortaleza de ánimo impropios de una religiosa encerrada en clausura. Era costumbre en los aniversarios por los reyes fundadores y personas reales que se dieran cita en el monasterio todos los comendadores, freires y capellanes del Hospital del Rey, además de numerosas comisiones de monasterios de la ciudad, sobre todo a partir de la disposición impuesta por una princesa que hubo en la casa, quien dejó capital asignado para repartir entre todos los clérigos asistentes. En tales días, los capellanes de Las Huelgas eran diferentes con los comendadores del Hospital del Rey, dejándoles las primeras sillas de coro y colocándose ellos a continuación. Pero sucedió que en ese año 1596 se suscitó entre dichos capellanes, una acalorada polémica en razón de la precedencia. Juzgaban los comendadores que no se trataba de un acto de cortesía de los capellanes, sino de un derecho adquirido porque lo venían practicando desde hacía años; por eso manifestaron propósito de defenderlo a toda costa. El 6 de noviembre, aniversario de la muerte de doña Leonor —esposa de Alfonso VIII, el fundador—, iba a quedar bien señalado en los anales del monasterio.

Los capellanes habían acordado mantener por su parte la precedencia, ocupando las primeras sillas, impidiendo a los comendadores salir con la suya. Enterada Inés Enríquez de los disturbios armados por aquellos individuos con poca fe y menos educación, temiendo que se diera un escándalo dentro de la propia iglesia ante una concurrencia de personajes distinguidos, dictó un auto en que decía: “Para evitar disensiones, mandaba y mandó que sin perjuicio del derecho de ambas las partes en propiedad y en posesión, y por esta vez estén y se sienten los Comendadores y Freyres y Capellanes según y como hasta aquí se han sentado en los aniversarios pasados, so pena de a cada uno veinte días de prisión y privación de la ración por el mismo tiempo, más cinco mil maravedís a cada uno que lo contrario hiciere, y que procedería con mayores penas conforme al escándalo que hubiese”.

Notificada la orden a los capellanes, se reunieron en asamblea acordando por unanimidad obedecerla y acatarla con todo respeto por ser disposición de la señora abadesa, pero en manera alguna podían consentir en cuanto al contenido por ir contra el honor sacerdotal. En resumen, mantenían el propósito de no dejar sillas libres para los visitantes. La abadesa dio órdenes al alguacil Martín Ayala que a todo aquel que fuese inobediente a las órdenes dictadas, le prendiera y llevara preso a la torre del compás. El escándalo era inminente pues los comendadores no estaban dispuestos a ceder, por juzgarse de mayor categoría que los capellanes. Con el deseo de evitar el altercado, envió diversos mensajeros a la puerta del templo para insistir en que depusieran aquella actitud levantisca, incluso se decidió ella a salir en persona para imponer orden. Cuando a las dos de la tarde, se abrieron las puertas del templo, los capellanes presurosos ocuparon los primeros asientos; detrás llegaron los comendadores, con exigencias de que les dejaran los primeros asientos, pero en vano, porque se produjo el altercado. Todavía la abadesa intentó nuevamente llamarles al orden, sin conseguir nada.

Se inició el oficio de difuntos todos en silencio, pero cuando estaban llegando al segundo nocturno, de nuevo saltaron algunas protestas de los asistentes. En vista de ello, la abadesa ordenó al merino y al alguacil que llevaran presos desde el coro a la torre del compás a todos los capellanes. Cumplieron el mandato, mandando al mismo tiempo que algunos religiosos y sacerdotes asistentes terminasen el oficio. Habiendo oído Inés que uno de los capellanes se había vuelto para pedir que un escribano levantara acta de todo lo ocurrido, no sabiendo que este sujeto se hallaba allí, dio orden de que fuera detenido y llevado a la cárcel con los capellanes. “A la verdad —comenta un historiador de la casa—, sería curioso ver salir de la iglesia monasterial a los veinte capellanes y al escribano Paternina conducidos por el merino y alguacil, por orden de la señora abadesa a la torre del compás, sobre todo teniendo en cuenta la calidad de las personas, el motivo por el cual se les llevaba presos, y las circunstancias de haber sido una mujer la que había tomado esta determinación en virtud de la jurisdicción eclesiástica.” Al terminar el oficio, la abadesa dio nueva orden de que se les suprimiese la ración correspondiente a dichos capellanes durante los veinte días que iba a durar el encierro.

Enterada de que tres de ellos estaban achacosos y eran ancianos, compadeciéndose, a los ocho días mandó que les sacaran de la cárcel pero con la condición de que cumplieran en su casa el encierro correspondiente, desde la cual debían salir a los oficios, pero recta vía.

Otro recuerdo en la orden de los tiempos de esta abadesa, fue la consolidación de la llamada recolección, iniciada en el monasterio de Perales, una de las filiales de Las Huelgas, trasladada más tarde a Santa Ana de Valladolid. Aunque no consta que fuera ella la promotora de dicha reforma monástica, sin embargo, debió de ser muy adicta a la misma, por cuanto no frenó sus pasos, antes facilitó los medios para llevarla a cabo, y también para la traslación de la comunidad desde Perales hasta Valladolid. Según Saracho, “Apenas cumplió el trienio, cuando Dios la llamó a la gloria.” Debió de fallecer a fines de 1599.

 

Bibl.: A. Manrique, Anales Cistercienses, vol. III, Antuerpiae, 1644, págs. 14-15; J. de Saracho, Jardín de flores de la gracia... vida y virtudes de doña Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva, Burgos, Imprenta de Athanasio Figueroa, 1736; R. Muñiz, Médula histórica cisterciense, preeminencias de del Real Monasterio de las Huelgas de Burgos y de sus abadesas, vol. V, Valladolid, Imprenta de la Viuda de Tomás de Santander, 1786; A. R odríguez López, El Real Monasterio de las Huelgas de Burgos y el Hospital del Rey, vol. II, Burgos, Imprenta y Lib. del Centro Católico, 1907, págs. 78 y ss.; J. M.ª Escrivá de Balaguer, La Abadesa de las Huelgas, Madrid, Luz, 1944, passim; D. Yáñez Neira, “Nobleza y virtud en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos”, en Hidalguía, XXXVII (1989), págs. 248-250.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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