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José María Ugarte Ruiz de Colunga

Biografía

Ugarte Ruiz de Colunga, José María. Toledo, 28.IX.1908 – Alcañiz (Teruel), 14.IX.1938. Aviador militar, caballero Laureado de San Fernando.

Hijo de Társilo Ugarte —uno de los primeros aerosteros que hubo en España y cabeza de una estirpe de aviadores que ya va por la cuarta generación—, ingresó con quince años de edad en la Academia de Infantería, y promovido a alférez en 1928, tras un corto paso por el Regimiento de Guipúzcoa n.º 53, de guarnición en Vitoria, realizó el curso de observador de aeroplano, pasando a depender del Servicio de Aviación Militar, destinado en el grupo de hidros de la Península, que tenía su base en Los Alcázares, en el Mar Menor. A finales del año siguiente, ya teniente, realizó en la escuela de Albacete el curso de piloto, y el de piloto de guerra en Cuatro Vientos donde en 1932 recibió el correspondiente título.

El 18 de julio de 1936 se unió en Logroño a los sublevados contra el Gobierno del Frente Popular, comenzando a prestar servicio en los frentes de Aragón, Vascongadas y Somosierra, volando tanto en Breguet XIX como en Fokker F-VII, realizando importantes servicios.

Al formarse el grupo 2-G-11, de Heinkel He-45, en los primeros días de octubre, se integró en él, en la 3.ª escuadrilla, con la que actuó en el frente de Huesca, en los combates de Alcubierre y Tardienta, donde tanto ardor puso en colocar las bombas, que Tomó parte, asimismo, en los combates en torno a Santa Quiteria y en Corbalán, y en la defensa de Jaca.

Ascendido a capitán en abril de 1937, tras un corto paso por el Estado Mayor de la Jefatura del Aire, fue destinado al 7-G-14, grupo de reconocimiento y bombardeo ligero, equipado con monoplanos Heinkel He-70 Rayo con los que participó en la campaña del Norte hasta que, liquidado aquel frente, recibió el mando de una escuadrilla del grupo 6-G-15, de Heinkel He-45, los Pavos, cuya bien conquistada fama elevaría él a enorme altura.

Trasladado el Grupo a finales de diciembre al aeródromo de La Almunia de Doña Godina, realizó numerosos servicios, bajo un intensísimo frío, destacando en su ataque a Las Pedrizas, en La Muela, el último día del año, y en los altos de Celadas en los primeros de 1938, siempre bajo fuerte reacción antiaérea y con enjambres de caza enemiga en el aire.

A lo largo de los primeros días de 1938, en los altos de Celadas, en el Muletón, donde los Pavos actuaron con intensidad, pese a lo desfavorable del tiempo, destacó Ugarte entre aquel grupo de hombres destacados. Siguieron los días de la batalla del Alfambra, apoyando el 6-G-15 con sus arriesgados ametrallamientos a ras del suelo, las cargas de la Caballería que tanto contribuyeron a la reconquista de la plaza de Teruel, resultando premiado el Grupo de Pavos con la Medalla Militar colectiva, por su actuación en las operaciones para eliminar la bolsa de Bielsa.

El 23 de julio fue Ugarte alcanzado y derribado sobre el llano del Lobo, aunque logró llegar al aeródromo avanzado de El Toro; en las semanas siguientes, el 6-G-15, desde el aeródromo de Castejón del Puente, participó en la larga y cruenta batalla del Ebro.

El 9 de septiembre, recibió el capitán Ugarte la orden de realizar con su escuadrilla, un ataque con bombas y ametralladora, para “ablandar” las posiciones enemigas al este de la carretera de Gandesa, junto a la venta de Camposines. Ugarte realizó la misión, a pesar del tremendo fuego con que el enemigo trató de obstaculizar la labor de los Pavos. Todos los aeroplanos resultaron alcanzados, y tres de ellos, derribados, entre éstos el del capitán Ugarte, que recibió un impacto directo que le causó un gran boquete en el pleno superior, hiriendo a ambos tripulantes, muy gravemente a Ugarte. Recuperada la barrena que el Pavo, disminuidas sus condiciones aerodinámicas, inició, Ugarte arrojó sobre el enemigo las bombas que le quedaban y agotó la munición de ametralladora, dirigiéndose seguidamente a las líneas propias, y sobreponiéndose al intenso dolor que sufría y a la pérdida de sangre, logró alcanzar el aeródromo avanzado de La Salada, aterrizando con normalidad, salvando el aparato y la vida de su observador.

Cuatro días después, el 14 de septiembre, moría en el hospital de campaña de Alcañiz. Su propio padre —teniente coronel del Cuerpo de Inválidos, a la sazón— prendió sobre su cadáver la Medalla Militar que por su valerosa actuación le fue concedida, y en cuyo decreto de concesión, se decía: “La actuación de este oficial, anterior al 9 de septiembre, ha sido siempre brillantísima, habiendo mandado durante diez meses una escuadrilla de cooperación, con la que intervino en numerosas operaciones. El día citado, a bordo de un avión, recibió tan graves heridas que, a consecuencia de ellas, falleció el día 14 del actual; no obstante aquéllas, continuó su vuelo hasta tomar tierra en el aeródromo con su aparato sin romper, y después de advertir al observador la gravedad de sus heridas, a fin de que estuviese dispuesto para lanzarse con paracaídas, en el caso de que perdiera el conocimiento y con él el mando del avión. A consecuencia de las heridas recibidas, falleció el día 14 de dicho mes de septiembre”.

Ascendido a comandante, por méritos de guerra, con antigüedad de la fecha de su muerte, se abrió inmediatamente el expediente para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando que, previo el preceptivo “juicio contradictorio”, le sería concedida el 22 de marzo de 1944. En la Orden de concesión se dice: “La distinguida actuación del capitán Ugarte, demostrada a través de sus numerosas y valientes intervenciones, culminaron el 9 de septiembre de 1938 al este de la carretera de Gandesa a Venta de Camposines, donde, al mando de una Escuadrilla de un Grupo de Cooperación y en territorio enemigo, cumplió su arriesgada misión, a pesar de la intensa reacción antiaérea del Ejército Popular. Alcanzado con impacto directo el avión que pilotaba, perturbadas notablemente las condiciones de vuelo del mismo y herido de suma importancia el capitán Ugarte, dando prueba de una gran pericia y extraordinario valor, consiguió, no obstante su estado de intensa gravedad, salvar el aparato y la vida del observador que le acompañaba, igualmente herido, aterrizando en un aeródromo nacional, después de haber dado cima a su arriesgada tarea, tan esencial en aquellos días para el curso de las operaciones que constituyeron, en conjunto, la batalla del Ebro. Cinco días después, fallecía”.

 

Bibl.: Servicio Histórico Militar, Galería militar contemporánea, t. I, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1953; J. Salas Larrazábal, La guerra de España desde el aire, Barcelona, Ariel, 1969; Guerra aérea 1936-1939, t. I, Madrid, 1999; E. Herrera Alonso, Heroísmo en el cielo: laureados de San Fernando en el Museo del Aire, Madrid, Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire, 1999; Cien aviadores de España, Madrid, Ministerio de Defensa, 2001; J. L. Isabel Sánchez, Caballeros de la Real y Militar Orden de san Fernando (Infantería), t. I, vol. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2001.

 

Emilio Herrera Alonso

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