Conde y Corral, Bernardo. Leiva (La Rioja), 20.VIII.1813 – Zamora, 31.III.1880. Premonstratense (OPraem.), teólogo, deán, Hijo de una modesta familia de labradores, a edad temprana ingresó en la Orden de los Canónigos Premonstratenses, bien que el vendaval de la exclaustración le obligara, en 1836, a secularizarse doctorándose a poco en Teología por la Universidad de Madrid.
Profesor en el Seminario de Ciudad Rodrigo, gobernador eclesiástico y provisor del obispado de Plasencia y, finalmente, deán de la catedral de Lugo, fue presentado por Isabel II el 28 de agosto de 1857 para regir la sede plancentina, seis años más tarde fue trasladado a la de Zamora —9 de enero de 1863—. Típico representante de la tercera restauración religiosa, el episcopado isabelino encontró en él a uno de sus miembros más laboriosos. A pesar de su frágil salud, su esfuerzo administrativo alcanzó niveles elevados en la tarea pastoral desplegada en ambas diócesis. Tanto sus seminarios como los viveros más fecundos de su vida religiosa fueron diligentemente atendidos a través de una labor que le ganaría la simpatía del clero y de los fieles. Cumplidor exacto de sus deberes burocráticos, sus incesantes visitas pastorales se caracterizaron por una meticulosa preparación y detallada ejecución, consciente, como expresara en diversas ocasiones, de que la actividad parroquial constituía el eje vertebrador de cualquier programa de reforma y potenciación diocesanas. El más fuerte valladar al progreso de la atmósfera heterodoxa y secularizadora radicaba en la acción y proselitismo de los párrocos.
“Hoy, amados hijos y hermanos —afirmaba en su primera pastoral zamorana, 4 de noviembre de 1864, como cifra y compendio de su pensamiento eclesiológico—, a discurrir por la debilidad de la fe que se advierte en el mundo, podríamos juzgar con fundamento llegados los tiempos de la segunda venida de Jesucristo [...] ¿No se ve y se palpa que el imperio del mundo ya no pertenece a la fe?” Frente a una marea que se revelaba a sus ojos, incontenible, la intensa actividad catequética constituía el principio de una posible reconquista espiritual.
Como todos los prelados de su generación, fomentó al máximo el culto a Roma y la admiración por Pío IX. Expresión destacada de este sentimiento personal al tiempo que de su competencia académica y erudición sería el breve pero importante discurso que pronunció —14 de mayo de 1870— en el transcurso del Concilio Vaticano I a propósito de la discusión del esquema De Ecclesia Christi. En su faceta de hombre de gobierno, su carácter pacífico amortiguó el alcance de las desavenencias y tensiones entre la potestad eclesiástica y la civil en tiempos del Sexenio Democrático. Ulteriormente, su edad y achaques imposibilitaron su designación para una sede metropolitana en los tiempos de la Restauración canovista.
Bibl.: M. Zatarain Fernández, Apuntes y noticias curiosas para formalizar la Historia Eclesiástica de Zamora y su Diócesis, Zamora, Tipografía San José, 1898; J. Martín Tejedor, “España y el Concilio Vaticano I”, en Hispania Sacra, 20 (1967), págs. 99-175; J. J. Giménez Medina, El magisterio eclesiológico del episcopado español (1847-1870) preparatorio del Concilio Vaticano I, Burgos, Aldecoa, 1982; J. M. Cuenca Toribio, Sociología del episcopado español e hispanoamericano (1789-1985), Madrid, Pegaso, 1986.
José Manuel Cuenca Toribio