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Santa Bonifacia Rodríguez de Castro

Biografía

Rodríguez de Castro, Bonifacia. Salamanca, 6.VI.1837 – Zamora, 8.VIII.1905. Fundadora de las Siervas de San José, santa.

Era la primogénita de una familia de artesanos. Contó con una formación intelectual inusual para las mujeres de su clase social. Tras concluir las primeras letras, aprendió el oficio de cordonera, del cual llegó a ser una notable especialista, ejerciéndolo por cuenta ajena a la muerte de su padre cuando contaba con quince años. Responde al prototipo de mujer trabajadora en la España de la revolución industrial, con una tarea fuera de su casa, con un salario reducido, con un horario amplio y con riesgos importantes a la hora de ejercerlo. Por su carácter emprendedor, consiguió establecer su propio taller de “cordonería, pasamanería y demás labores”. Su madre y ella misma entraron en contacto con los trabajos apostólicos y devociones impulsadas por los jesuitas de Salamanca, en la iglesia de la Clerecía. Un grupo de amigas se reunían en su casa todos los domingos y en cada festivo, para romper con las llamadas diversiones impropias y denunciadas, sin duda, en los sermones. Como indica Victoria López Luaces, el taller de la cordonera Bonifacia Rodríguez se convirtió en un “centro de prevención de la mujer trabajadora salmantina de la segunda mitad del siglo xix”.

Su director espiritual fue el jesuita gerundense de Bañolas, Francisco Javier Butinyà ó Butiñá. Eran años de gran intensidad en los trabajos de los de la Compañía de Jesús en Salamanca, cuando se les había encomendado la docencia de su Seminario Central desde 1855, completados los trabajos con los ministerios en la mencionada iglesia de la Clerecía. Ambas mujeres, Bonifacia y su madre Natalia Castro, no dejarían de pertenecer a las congregaciones del Sagrado Corazón o de las Hijas de María. La llamó la atención ese mensaje de Butiñá que subrayaba la idea de que a Dios se le encontraba en las labores diarias, en todos los trabajos, pero muy especialmente en los menestrales propios de la que fue Familia de Nazaret. Desde ese momento se convirtió en su maestro espiritual.

Se inclinaba Bonifacia Rodríguez hacia la vida religiosa y parecía que el Convento de las dominicas de Salamanca de Santa María de Dueñas era el lugar elegido. Un camino que no consideraba apropiado el confesor jesuita, pues éste valoraba la capacidad evangelizadora de esta mujer para con otras trabajadoras y sus posibilidades fundadoras. Eran los deseos de este jesuita por perpetuar esta espiritualidad en una Congregación religiosa femenina, orientada a la prevención y evangelización de la mujer trabajadora.

Habían fundado en torno al taller de Bonifacia Rodríguez, la Asociación Josefina, la cual habría de convertirse en una fuente de vocaciones. El 10 de enero de 1874, Butiñá y Bonifacia Rodríguez fundaban en Salamanca la Congregación de las Siervas de San José.

Cinco hermanas siguieron el ejemplo de Bonifacia y de su madre, que había tornado su nombre por el de hermana Carmen. Además, la devoción al Patriarca ocupaba un espacio central en la práctica difundida por los jesuitas. Pío IX, en diciembre de 1870, proclamaba a san José como patrono de la Iglesia Universal.

Al mismo tiempo, el obrerismo cristiano de los círculos católicos encontraba en el esposo de la Virgen María un modelo para la santificación del trabajo manual.

Los jesuitas habían contribuido intensamente a todo ello, pues los ejercicios espirituales ponían especial manifiesto en los episodios de la vida oculta de Jesús, donde san José tenía un papel esencial.

El 19 de marzo de 1874 tomaban el hábito las nuevas religiosas, apareciendo Butiñá como fundador y director de la congregación. Los carismas fundacionales eran la fidelidad a la pobreza de la Sagrada Familia; el trabajo modesto, la oración y la humildad con Dios y con el prójimo. Con la expulsión definitiva de los jesuitas de Salamanca, el 4 de abril de aquel año, concluía el magisterio del mencionado jesuita sobre las Siervas de San José. Dos años después regresaban los jesuitas a la ciudad del Tormes, pero la relación no se retomó, a pesar de que en el catálogo de la Compañía, correspondiente al curso 1877-1878, el padre José Alonso Estrada tenía encomendado el oficio de visitador de la casa de las jóvenes obreras de San José.

Precisamente, la falta de tacto de los sacerdotes seculares a los que el obispo de Salamanca les había encomendado la dirección de esta primera comunidad sembraron la desunión en la misma. Se comenzó a oponer un pequeño grupo a la propia madre Bonifacia, siendo apoyadas por el director.

Tras su regreso de Francia, Butiñá sufrió las reticencias que demostraron los jesuitas hacia los miembros de la Compañía dedicados a la dirección de religiosas y especialmente de los miembros de las nuevas congregaciones e institutos. Eran las limitaciones a los “monjeros”.

Por algo, el rector del seminario salmantino, Luis Martín, afirmaba que no deseaba que canónigos, familiares y amigos del obispo actuasen contra los jesuitas, pues muchos habían sido los rumores que habían circulado antes con las Congregaciones de los padres Butiñá y Herranz. A pesar de la morada del primero, en la residencia de Gerona, la madre Bonifacia continuó escribiéndose con él y recibiendo sus cartas. Es más, Butiñá pidió a la salmantina que acudiese a Gerona para ponerse al frente de las comunidades que había fundado el jesuita allí. Al mismo tiempo, el director de la Congregación en Salamanca aprovechó para destituir a la madre Bonifacia como superiora. Ella obedeció y se puso a disposición de la nueva autoridad.

Viendo que la situación era insostenible, y con la licencia de los obispos de Salamanca y de Zamora, propuso a este último la fundación de una nueva comunidad en su ciudad, poniéndose en camino junto a su madre el 25 de julio de 1883. Ambas casas pertenecían teóricamente al mismo Instituto, contaban con idéntica Regla y habrían de constituirse en una única provincia bajo una misma superiora, según lo dispuesto por el obispo de Salamanca, Narciso Martínez Izquierdo. Las hermanas de la ciudad del Tormes, sin embargo, mantuvieron aisladas a las de Zamora. En 1901, el papa León XIII, siguiendo los deseos de la casa madre de Salamanca, concedió la aprobación pontificia al Instituto, aunque sin incluir la casa de Zamora. Bonifacia Rodríguez expuso su desacuerdo a la superiora y al prelado salmantino. No obstante, su presencia no interesaba en Salamanca porque la orientación de la Congregación era diferente a la fundacional y estaba dedicada a la enseñanza. Y aunque físicamente solicitó una entrevista para restituir la unidad con la casa matriz, éstas ni siquiera la recibieron.

Solamente, la consolaba pensar que volverían a ser una Congregación cuando ella muriese.

En su casa zamorana, las hermanas siguieron los principios de la espiritualidad jesuítica, con los maestros de éxito de la Compañía como Luis de La Puente y Alonso Rodríguez, además de una hora de meditación y la lectura de los ejercicios de perfección en las horas nocturnas del refectorio. Continuaban fieles al servicio que debían prestar a la mujer trabajadora. No tenían afán de lucro sino más bien de atención a las necesidades vitales. Como pensaba la madre Bonifacia Rodríguez, la comunidad zamorana fue incorporada al resto de la Congregación dos años después de la muerte de la fundadora, al despuntar el año 1907.

Juan Pablo II la beatificó el 9 de noviembre de 2003, en la plaza de San Pedro.

Finalmente, el domingo 23 de octubre de 2011 Bonifacia fue canonizada por el papa Benedicto XVI en la plaza de San Pedro junto a los también beatos italianos Guido Maria Conforti y Luigi Guanella.

 

Bibl.: J. Martín Tejedor, El Padre Butiñá y los talleres de Nazaret, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1977; A. de Cáceres Sevilla, “Madre Bonifacia Rodríguez y San José”, en Estudios Josefinos, 74 (julio-diciembre de 1983), págs. 215-233; J. M. Palomares Ibáñez, “Congregaciones josefinas españolas y asistencia social en el siglo XIX”, en Estudios Josefinos, 78 (julio-diciembre de 1985), págs. 198-222; Positio sobre sus virtudes y fama de santidad, Roma, 1997; A. de Cáceres Sevilla, Las Siervas de San José en la Iglesia de la Restauración, 1874-1931, Salamanca, Siervas de San José, 1998; Hilos y telares, signos de una utopía. Madre Bonifacio Rodríguez de Castro, Fundadora de la Congregación de Siervas de San José, Salamanca, Sígueme, 2003; V. López Luaces e I. Hernández Pérez (coords.), “Bonifacia Rodríguez de Castro, Testigo de Nazaret para el mundo del trabajo”, en Estudios Josefinos, 116 (julio-diciembre de 2004); M. Revuelta González, “Los jesuitas, maestros espirituales de la beata Bonifacia Rodríguez”, en Valladolid, 2004, págs. 161-174.

 

Javier Burrieza Sánchez

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