Clemencín y Viñas, Diego. Murcia, 27.IX.1765 – Madrid, 30.VII.1834. Político y escritor.
Primer fruto del matrimonio contraído el 24 de diciembre de 1762 por el comerciante de origen francés Jaime Clemencín La Croix y María Manuela Viñas Martínez, Diego nació en Murcia —adonde se había trasladado el padre por negocios en torno a 1760—, el 27 de septiembre de 1765. A él le siguieron en los años siguientes sus hermanos Carlos, Domingo, Felipe, Casta, María Luisa y Cándida. En la capital murciana se desarrolló su infancia y cursó estudios en el seminario de San Fulgencio, donde ingresó como colegial interno becado el 27 de enero de 1775 y permaneció hasta 1787. En esta institución se formó en diversas disciplinas, pero muy especialmente en Filosofía y Teología, lo que le llevó, en 1786, a desempeñar el puesto de catedrático sustituto en esas materias. Su prestigio como profesor iba en aumento y, en el año siguiente, se le propone partir a Madrid para convertirse en preceptor de los cuatro hijos habidos del matrimonio formado por la condesa-duquesa de Benavente y el duque de Osuna. Tras una serie de informes, la propuesta formal se hace por escrito el primer día del año 1788, a la que Clemencín responde positivamente en carta fechada el día 8 de ese mismo mes de enero. No se incorporará a la nueva labor hasta principios de junio, una vez acabado el curso escolar en el seminario.
El traslado a Madrid supone el cierre de una época en la vida de Clemencín y el abandono de la carrera sacerdotal. Su nuevo trabajo como preceptor le permite profundizar en sus estudios y de ahí surgen algunas de sus primeras obras, encaminadas a la docencia: las Lecciones de Gramática y Ortografía castellana (publicadas póstumamente, en 1842), en forma de diálogo; y, también, trabajar en los riquísimos fondos bibliográficos de la biblioteca del duque de Osuna —luego adquirida por el Estado—, de cuya dirección y cuidado quedó encargado a partir de febrero de 1798. Este año y el siguiente constituyen dos momentos de singular importancia en la vida de Clemencín: el 15 de julio de 1798 contrae matrimonio con Dámasa Soriano de Velasco (con la que tuvo dos hijos, Cipriano y Andrés), y en 1799 acompaña al duque de Osuna a París, adonde ha sido desterrado. En la ciudad del Sena continúa su labor como preceptor, amplía sus estudios y entabla amistades con las que mantiene posteriormente correspondencia epistolar.
Vuelto a Madrid, el prestigio de Diego Clemencín como sabio y erudito había ido creciendo de tal manera que, en 1800, fue llamado por la Real Academia de la Historia para formar parte de sus académicos supernumerarios. Leyó su discurso de ingreso el 7 de agosto de 1800 sobre Examen y juicio de la descripción geográfica de España atribuida al moro Rasis. Muy pronto, el 12 de septiembre, pasó a ser académico numerario. En esta institución también ejerció como censor (1805-1806) y secretario perpetuo (desde el 25 de febrero de 1814 hasta su muerte). A estos cargos y honores le siguieron el nombramiento como académico honorario de la Real Academia Española en 1804 (supernumerario en 1805 y de número desde el 22 de marzo de 1814) y de la Academia de Nobles Artes (hoy de Bellas Artes de San Fernando), en 1814. En todas trabajó con interés, pero fue en la de la Historia y en la Española donde dejó frutos de importancia, en algunos casos todavía reconocidos. En la primera, además de ejercer las funciones propias de censor y secretario perpetuo, se ocupó de elaborar informes y trabajos de investigación arqueológica e histórica, y en la segunda preparó el prólogo de la edición del Fuero Juzgo (1815), un discurso sobre reglas de acentuación y puntuación luego incorporado a subsecuentes ediciones de las gramáticas y ortografías académicas, y, sobre todo, se le encargó el prólogo para la edición académica del Quijote (1819), primer acercamiento a lo que luego sería su Comentario a la inmortal obra de Cervantes (1833-1839).
La activa y, por momentos, convulsa vida política de principios del siglo xix llama a las puertas del joven y prestigioso erudito. El gobierno liberal le nombra en 1807 redactor de la Gaceta oficial y de El Mercurio, razón por la cual, como “Redactor de la Gaceta del Gobierno”, es enviado en misión desde Cádiz a la Isla de León. También como redactor de esa publicación se ve envuelto en un desagradable incidente con el general Murat, quien, a raíz de haberse publicado en la Gaceta del 29 de abril de 1808 una información sobre el proceso de El Escorial, le espetó: “Pues bien, será V. fusilado si dentro de una hora no aparece la orden mediante la cual se ha insertado esas palabras”.
A esta ocupación, que desempeñó hasta por lo menos 1811, le siguió la de oficial en la secretaría de la Junta Suprema de Censura y, después, plaza similar como jefe de la sección de Instrucción Pública (dentro de la Secretaría de Gobernación). Inicia así Clemencín una carrera política y administrativa que le llevará a ocupar altos cargos en la administración, como el de diputado por el Partido Liberal, representando a Murcia, en las elecciones de marzo de 1813.
La reacción absolutista del año siguiente le llevó a un abandono temporal de la carrera política. En su finca guadalajareña de La Fuenfría permaneció durante seis años dedicado a la lectura y a sus estudios históricoliterarios.
La restauración liberal de 1820 le devuelve su puesto en la Secretaría de Gobernación y es reelegido diputado por Murcia el 26 de junio de 1820. En la apertura de las Cortes el 9 de julio de 1820, ocupó un lugar preeminente por ser uno de los secretarios más antiguos. Como en la legislatura anterior, su participación en la cámara no fue especialmente activa, pero sí intervino, por ejemplo, en la difícil reorganización del Estado en provincias y la designación de sus correspondientes capitalidades (Pontevedra, y no Vigo; Santa Cruz de Tenerife, etc.). Un giro imprevisto de acontecimientos (la renuncia de Manuel Bodega al frente del Ministerio) le convierte en ministro de Ultramar (del 14 de marzo de 1822 al 5 de agosto de 1822), en el gobierno presidido por Martínez de la Rosa, y, por un día, ministro de la Gobernación (9 de julio de 1822).
La regencia absolutista establecida por el duque de Angulema obliga a Clemencín a abandonar su carrera política y se refugia de nuevo en La Fuenfría, donde, entre otras cosas, comenzó a redactar el Comentario al Quijote publicado años más tarde. También pertenecen a estos años su prólogo a la edición de las obras de Moratín y su estudio sobre las fuentes históricas del Cid. Autorizado a regresar a Madrid en enero de 1827, Clemencín reparte su tiempo entre aquella ciudad, su finca en el campo y su ciudad natal, pero sin desempeñar cargo político alguno.
Los acontecimientos históricos acecidos en los primeros años de la década de los treinta supondrán un cambio importante en la vida de Diego Clementín y su rehabilitación política: para llevar a efecto el acto de jura como heredera al trono de la futura Isabel II (20 de junio de 1833), el Consejo de Ministros propuso el nombramiento de una comisión encargada de organizar la ceremonia, para la cual llamó a Clemencín.
Su trabajo en esta comisión le fue recompensado con el nombramiento de ministro togado del Consejo de Hacienda el 28 de julio de 1833. Muerto el Rey en septiembre de ese mismo año, la Reina regente quiso reconocer los esfuerzos y trabajos de Clemencín y le nombró, sucesivamente, bibliotecario mayor de la Real Biblioteca el 10 de diciembre de 1833 y prócer del reino. Fue secretario —primero interino, después en propiedad— del Estamento de Próceres y censor (2 de mayo de 1834). Rehabilitado, pues, en su carrera y dignificado, Diego Clemencín apenas pudo disfrutar de esta nueva situación, porque rápida, súbitamente, fue víctima de la epidemia de cólera que arrasó España en el verano de 1834. Murió, a la edad de sesenta y ocho años, en Madrid, el 30 de julio.
Clemencín es una figura muy interesante en el tránsito entre dos siglos, en la que se ejemplifica, en palabras de Zamora Vicente, “la situación conflictiva en la que vivió los años del primer tercio del siglo XIX toda persona con vocación intelectual. Se queda atrás la iglesia, se insinúa la política, con sus alzas, bajas, se va polarizando el trabajo hacia una nueva erudición”.
Dos son, hoy en día, las obras suyas que más se recuerdan: el Elogio de la Reina Católica doña Isabel y su comentario al Quijote. La primera de ellas es, en última instancia, consecuencia de la conmemoración, en 1804 del tercer centenario de la muerte de Isabel la Católica. En efecto, la Real Academia de la Historia propuso a Clemencín la lectura en sesión pública de un trabajo sobre esta reina, que, tras diversos avatares, se leyó el 31 de julio de 1807. Se recogió por escrito en el tomo VI de las Memorias de la Academia (1821) y, el año anterior, en volumen suelto (Madrid, Sancha, 1820). Muy superado ya este trabajo por dos centurias de investigación sobre la reina católica, supuso, no obstante, en su momento un notabilísimo avance en la comprensión de esta figura, e inicia o, mejor, instaura una manera de acercarse al reinado de los Reyes Católicos que hace prevalecer la figura de la reina por encima de la del rey, relegado a un muy segundo plano.
El Comentario al Quijote se empezó a redactar durante la estancia de Clemencín en La Fuenfría, alejado del bullicio político, entre 1823 y 1827. Contaba con el trabajo previo preparado para la edición académica de 1819 junto con Martín Fernández de Navarrete, autor, a su vez, de una interesante Vida de Cervantes. Los tres primeros tomos se publicaron todavía en vida del autor (1833-1834), los tres restantes (hasta 1839) fueron publicados póstumamente por los hijos. Muy criticado, pero también muy usado, ha gozado de un notable éxito editorial (hoy en día todavía es posible encontrar ediciones impresas y virtuales del mismo). Asimismo, ha condicionado singularmente el acercamiento a la novela cervantina que se ha efectuado desde entonces, pues en buena medida todo intento posterior de anotar y comentar el Quijote se convertía en un intento de corregir y superar a Clemencín. He aquí el juicio autorizado de Francisco Rico: “El trabajo de Clemencín es efectivamente eso, un comentario, antes que una edición o un repertorio de anotaciones: primero, un ‘examen crítico’, una ‘anatomía’, que va realzando ‘los rasgos admirables y las imperfecciones, el artificio de la fábula y las negligencias del autor, las bellezas y los defectos que suele ofrecer mezclados’ el Quijote; y solo en segundo plano entran ‘las observaciones a que den lugar sus indicaciones, sus noticias históricas, sus alusiones a las crónicas de los caballeros andantes’. Hoy se continúa aprendiendo de esas ‘observaciones’, en conjunto nunca superadas, en particular por cuanto concierne a los libros de caballerías, y nos disgusta quizá el ‘examen crítico’, o tal vez se le imputa que no cometa los mismos anacronismos que nosotros y vea a Cervantes (desde más cerca) como un ‘socarrón’ distraído y no como un artista omnisciente y omniconsciente”.
Antonio López Ruiz y Eusebio Aranda Muñoz, excelentes biógrafos de Diego Clemencín lo han descrito, en certera síntesis, como “Trabajador incansable, voluntarioso, constante, un tanto inocente e ingenuo y de rígida formación moral”, que se ve “arrastrado irremediablemente y sin posibilidad de evasión por cauces que casan mal con los que naturalmente se derivarían de su innata trayectoria”.
Obras de ~: C. C. Tácito, Ensayo de traducciones que comprende la Germania, la Agrícola y varios trozos de Tácito, con algunos de Salustio. Un discurso preliminar y una epístola a Tácito, por ~ y J. Mor de Fuentes, Madrid, en la oficina de don Benito Cano, 1798; Elogio de la Reina Católica Doña Isabel, leído en la junta pública que celebró la Real Academia de la Historia el día 31 de julio de 1807, Madrid, Imprenta de Sancha, 1820; “Prólogo” a L. Fernández de Moratín, Obras dadas a la luz por la Real Academia de la Historia, Madrid, imprenta Aguado, 1830-1831, 4 vols.; El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes y comentado por don Diego Clemencín, Madrid, D. E. Aguado, 1833-1839, 6 vols.
Bibl.: Ch. F. Bradford, Index to the notes of Diego Clemencín, with numerous references to obscure and difficult passages in the text, Boston, 1875 (trad. esp., Índice de las notas de D. Diego Clemencín en su edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1885); J. Serrailh, “Don Diego Clemencín”, en Bulletin Hispanique, 24, 2 (1922), págs. 125-134; J. de Entrambasaguas, “Panorama histórico de la erudición española en el siglo xix”, en Arbor, 14 (1946), págs. 165-191; J. García Morales, “Las ilustraciones gráficas y literarias del Quijote”, en M. de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha: Edición IV centenario, adornada con 356 grabados de Gustavo Doré, enteramente comentada por ~ y precedida de un est. crít. de L. Astrana Marín […], Valencia, Editorial Alfredo Ortells, 1980, págs. LXXXVII-CXI; F. J. Díez de Revenga, “Clemencín y la poesía de Cervantes”, en Monteagudo, 83 (1983), págs. 43-53; R. Escavy Zamora, “Las Lecciones de gramática de Diego Clemencín”, en Estudios Románicos, IV (1987-1989), págs. 303-318; A. L. Baquero Escudero, Una aproximación neoclásica al género novela. Clemencín y el “Quijote”, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1988; A. López Ruiz y E. Aranda Muñoz, Diego Clemencín, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 1994 (2.ª ed. corr. y ampl.); S. Beser, S. García Castañeda, M. Á. Garrido Gallardo, J. M.ª Martínez Cachero, M. Sánchez Mariana y J. Sánchez Reboredo, “La crítica literaria”, en L. Romero Tobar (dir.), Historia de la Literatura Española. Siglo XIX (II), Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 845-928; F. Rico, “Historia del texto”, en M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Crítica, 1998, págs. CXCII-CCXLII; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999; J. L. Molina Martínez, “Contestaciones de Diego Clemencín a cartas de José Musso Valiente (1829- 1833)”, en Murgetana, 105 (2001), págs. 63-92; J. Montero Reguera, “Aproximación al Quijote decimonónico”, en J.-P. Sánchez (coord.), Lectures d’une oeuvre. Don Quichotte de Cervantes, Paris, Éditions du Temps, 2001, págs. 11-24; J. M. Lucía Megías, “Los libros de caballerías a la luz de los primeros comentarios del Quijote: De los Ríos, Bowle, Pellicer y Clemencín”, en Edad de Oro, XXI (2002), págs. 499- 539.
José Montero Reguera