Orgóñez (u Orgoñes), Rodrigo de. Oropesa (Toledo), c. 1505 – Cuzco (Perú), 6.IV.1538. Militar, descubridor, mariscal del Nuevo Reino de Toledo (Chile).
No están claros los primeros años de su vida ni sus orígenes familiares, lo cual se presta a elucubraciones novelescas; sin embargo, por lo general, se acepta que era hijo bastardo del hidalgo de Oropesa Juan de Orgoños y de la judía conversa Beatriz Dueñas; en este sentido parece apuntar la carta que remitió, ya desde Perú, al susodicho caballero oropesano rogándole que acelerase el reconocimiento de su paternidad y adjuntándole 35.000 ducados. Como muchos otros jóvenes de la época deseosos de prosperar y subir en la escala social, se enroló en los Ejércitos Imperiales para combatir en Italia. Allí alcanzó el grado de alférez (portaestandarte) y como tal intervino en el asalto y saqueo de Roma, habido en junio de 1527 y en el que murió el condestable de Borbón, llegándose a apresar al papa Clemente VII.
Con algunas riquezas obtenidas como botín, regresó a su pueblo y desde allí, en octubre del año siguiente (1528), se embarcó en Sevilla para las Indias en la armada que llevaba a García de Lerma como gobernador de Santa Marta. En los tres años siguientes deambuló por Centroamérica y reaparece a fines de 1532 en una pequeña expedición, salida de Nicaragua por mar, en compañía de Francisco de Godoy, Juan de Barrios, Juan Fernández de Angulo o Martín de Huidobro. Pretendían unirse a la gran entrada en Perú en que, escalonadamente y en grupos no muy numerosos, marchaban por delante Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Hernando de Soto y, con posterioridad, Pedro de Alvarado. En la bahía de San Mateo encontraron a la hueste de Almagro y a él se unió Orgóñez hasta el final, varios años más tarde: su suerte, opinión y lealtad quedó ligada desde entonces a la figura del que luego sería adelantado de Chile, tanto por las afinidades personales que pudiera haber como por el hecho objetivo de hallarse entre los conquistadores de la segunda oleada, a quienes los pizarristas (“los de Cajamarca”) intentaban excluir en el reparto de las ganancias conseguidas tras la acción de Cajamarca en que se apresó al Inca Atahualpa. Aunque se llegó a un acuerdo de compromiso, en los años siguientes la rivalidad y hasta odio de ambos grupos no hizo sino incrementarse, a medida que el dominio del territorio provocaba fricciones y choques directos por la posesión de las regiones y ciudades más ricas. El caso extremo y detonante final de la hostilidad fue el señorío del Cuzco.
La importancia de Orgóñez en el círculo de los almagristas fue creciendo y pronto le nombró su general; acompañó a Almagro en la operación de Ríobamba para impedir a Pedro de Alvarado entrar en el descubrimiento y conquista de las tierras peruleras y, tras el arreglo económico, mediante indemnización por los gastos realizados, para que el adelantado de Guatemala dejase su hueste y pertrechos y retornase a Centroamérica, se dirigieron al Cuzco, incubándose ya con claridad el conflicto entre las dos facciones. Orgóñez, entre los almagristas, encabezó siempre el sector más intransigente y menos proclive a pactos y concesiones.
En 1534, el Emperador premió a Diego de Almagro con el título de adelantado y gobernador de la Nueva Toledo, concediéndole el derecho a explorar, conquistar y poblar doscientas leguas de costa a continuación del territorio asignado a Pizarro. Pese a la mala voluntad de Hernando Pizarro, portador de la noticia, éste no tuvo más remedio sino comunicarlo a su regreso de España, a donde había acudido para informar al Rey. La concesión real en buena medida venía a suavizar y resolver el contencioso entre los dos partidos porque Almagro decidió entrar en las tierras de su jurisdicción. Consiguientemente, organizó en el Cuzco una expedición de conquista cuya vanguardia dirigía él mismo, saliendo de la capital incaica en julio de 1535. Como en otros casos, por razones logísticas y de organización, la hueste iba dividida en varios trozos que se ponían en marcha con intervalos acordes a las necesidades: Rodrigo de Orgóñez estaba al mando de la retaguardia. Siguieron el camino que bordeaba el Titicaca, bajaron a los lagos salados y llegaron a Tupiza. El cruce de la cordillera se hizo por el paso de San Francisco y ambos escalones de la expedición sufrieron por el frío y la nieve, dado que atravesaron las montañas en el otoño e invierno australes. Una vez reunidos todos en el valle de Copiapó, donde se recuperaron de los trabajos padecidos, y tras fundar Valparaíso e intentar una penetración hacia el Sur, que se detuvo por la resistencia de los belicosos araucanos, a la vista del fracaso económico de la empresa, acordaron en agosto de 1536 regresar al Perú y ocupar el Cuzco, pues lo consideraban dentro de su jurisdicción.
La vuelta hacia el Norte se efectuó por Atacama, con nuevas penalidades, pero ya en Perú se encontraron el Cuzco cercado por los indígenas dentro del levantamiento de Manco Inca, al cual, en compañía del sumo sacerdote Villac Umu (Villaoma), Orgóñez sorprendió y puso en fuga en Vitcos, obligándoles a huir por la cordillera de Vilcabamba y no sin capturar a varios familiares del Inca, entre ellos a Titu Kusi Yupanqui. La liberación del asedio indígena en el Cuzco por la llegada de Almagro significó también el paso de la ciudad de unas a otras manos, siendo cautivos los principales caudillos pizarristas allí presentes (Hernando y Gonzalo Pizarro) a quienes Orgóñez, con insistencia y desde el primer momento, propuso ejecutar de inmediato. A causa de la ocupación de la ciudad y la prisión de los Pizarro, las banderías quedaron nítidamente establecidas y ahora ya con un claro casus belli: los pachacamos (quienes habían acompañado a Hernando Pizarro en la incursión de Pachacamac) y los chilenos o almagristas (Cieza de León levanta acta, Guerra de las Salinas, de las designaciones que ellos mismos se daban). Los acontecimientos se encadenaron en una rápida secuencia: el 12 de julio de 1537, Alonso de Alvarado enviado a la sierra por Pizarro para aplastar la disidencia almagrista fue, a su vez, desbaratado y prisionero en la escaramuza de Abancay en la que Orgóñez recibió una fuerte pedrada en la boca; Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado, presos en Cuzco, lograron fugarse y reunirse con Francisco Pizarro, en tanto Orgóñez insistía continuamente y sin éxito ante Almagro para que éste ordenase la ejecución de los hermanos Pizarro, mientras los tuvieron en su poder, así como de Alonso de Alvarado y Gómez de Tordoya; al tiempo pretendía caer sobre Lima y liquidar a la otra facción en la costa, en vez de recluirse en el Cuzco.
Almagro, por prudencia y por evitar incurrir en el disfavor real, no adoptó ninguna de las intransigentes propuestas de Orgóñez matando a los capitanes contrarios y entrando a banderas desplegadas en la jurisdicción de Pizarro, pues su reclamación se ceñía sobre todo al Cuzco. Por el contrario, aceptó el laudo que habría de establecer el provincial mercedario Francisco de Bobadilla, publicado en Mala (15 de noviembre de 1537) y a favor de las tesis de Pizarro, basándose en la provisión real de 31 de mayo de 1537 y contando 270 leguas “desde Tempula o Santiago”, medidas “por derecho meridiano”. La liberación de Hernando Pizarro, sólo a cambio de su palabra (“sobre pleitesía que hizo, a ruego y seguro de Diego de Alvarado, aunque Orgoñez lo contradijo muy mucho”, López de Gómara, cap. CXXXVIII), no hizo sino debilitar la posición de los almagristas, entre grandes protestas de Orgóñez que entendía el asunto de forma más realista o menos fatigada, pues el estado de salud de Almagro no contribuía a reforzar su ánimo.
En cuanto Hernando Pizarro se encontró con su hermano, dispuso una nueva hueste para subir a la sierra y acabar con la resistencia de “los de Chile”, en cuyas filas empezaron a menudear las deserciones. Finalmente, el 6 de abril de 1538 se dio la batalla entre los dos ejércitos en las salinas indias de Cachipampa, a menos de 5 kilómetros al sur del Cuzco y orilla de un arroyo aún subsistente. En la pelea las bajas fueron escasas, pero pronto se produjo el rompimiento de “los de Chile”. Orgóñez, sujeto por varios contrarios, fue degollado en el acto a manos de un criado de Hernando Pizarro y su cabeza puesta en el rollo de la ciudad incaica. Las represalias y venganzas de los vencedores originaron en los días subsiguientes más de cien víctimas y el mismo Almagro, que se hallaba muy enfermo, fue ejecutado por garrote y después decapitado. Unos días antes del combate de Las Salinas, el Rey había nombrado a Orgóñez mariscal de la Nueva Toledo. Esta pelea dio nombre al inicio de las llamadas Guerra Civiles Peruanas.
Bibl.: J. Toribio Medina, Documentos inéditos para la historia de Chile, vol. VI, Santiago, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1888-1907, págs. 106-131; M. de Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, Lima, E. Palacios, 1931-1934, 11 vols.; E. San Cristóbal, Apéndice al Diccionario Histórico-Biográfico de Perú, Lima, Librería- Imprenta Gil, 1935-1938, 4 vols.; VV. AA., Diccionario biográfico del Perú, Lima, ed. Escuelas Americanas, Imprenta Torres, 1944; A. de Zárate, “Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella acaecidas”, en Historiadores primitivos de Indias, ed. de E. de Vedia, vol. II, Madrid, BAE, 1947; A. Borregán, Crónica de la conquista del Perú, ed. y pról. de R. Loredo, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1948; A. de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, ed. y notas de M. Gómez del Campillo, Madrid, Imprenta-Editorial Maestre, 1952, 18 vols.; J. A. de Ramón Folch, Descubrimiento de Chile y compañeros de Almagro, Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1953; G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, ed. J. Pérez de Tudela, vol. V, Madrid, BAE, 1959; Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, ed. de C. Sáenz de Santamaría, Madrid, BAE, 1960, 4 vols.; C. de Molina, “Relación de muchas cosas acaescidas en el Perú atribuida a Cristóbal de Molina el Almagrista”, en Crónicas Peruanas, ed. y estud. de F. Esteve Barba, Madrid, BAE, 1968; P. Cieza de León, “Las guerras civiles peruanas”, en Obras completas, ed. crítica, notas, comentarios e índices, estuds. y docs. ads. de C. Sáenz de Santamaría, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1984; S. Fanjul, Los de Chile, Madrid, Libertarias-Prodhufi, 1994; F. López de Gómara, Historia general de las Indias, Barcelona, Orbis, 1985, 2 vols.; W. Prescott, History of the Conquest of Peru, Seattle, Washington University, 1999; J. J. Vega, Rodrigo Orgoños, el mariscal judío, introd. de A. Rosenzweig, Perú, SIDEA, 2000.
Serafín Fanjul