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Inés de Zúñiga y Velasco

Biografía

Zúñiga y Velasco, Inés de. Condesa de Olivares y duquesa de Sanlúcar la Mayor. Villalpando (Zamora), 1584 – Madrid, 10.IX.1647. Camarera mayor.

La mujer que se convertiría en la fiel esposa y principal apoyo del conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, valido del rey Felipe IV, había nacido en 1584. Inés de Zúñiga y Velasco era hija del V conde de Monterrey, Gaspar de Zúñiga y Acevedo, virrey de Nueva España y del Perú, y de Inés de Velasco y Aragón. Por vía materna, Inés era bisnieta de Juan Alonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia y hermano del I conde de Olivares, Pedro de Guzmán, abuelo de su futuro esposo y primo –por línea paterna– Gaspar de Guzmán. Este enlace, celebrado en 1607, formaba parte de una doble unión que completaban su hermano, el futuro VI conde de Monterrey, Manuel de Acevedo y Zúñiga, y una de las hermanas de Olivares, Leonor de Guzmán. Tras contraer matrimonio, los jóvenes esposos residieron el señorío sevillano del conde hasta que en 1615 se trasladaron junto a su hija nacida en 1609, María de Guzmán, a la Corte para que Olivares desempeñase el oficio de gentilhombre de cámara del entonces príncipe y futuro monarca Felipe IV.

En su Epítome de las Historias de la Gran Casa de Guzmán, Juan Alonso Martínez describe a Inés como una mujer cuya vida estuvo dedicada enteramente a su marido y a cultivar su destacada religiosidad, un aspecto que plasmó en su mecenazgo religioso, del que da buen ejemplo la fundación junto a su marido del convento de Dominicas Recoletas en Loeches. Marañón alude así mismo a su fuerte carácter de la condesa, que pudo ser detonante de la supuesta enemistad que Inés mantuvo con la reina Isabel de Borbón, rumores que, sin embargo, nunca han sido documentados. Contamos por el contrario con varios testimonios que nos aportan una visión totalmente contraria. Entre ellos se encuentra uno procedente del embajador toscano Averardo de Medici, ante la llegada en 1624 de una cama con piedras preciosas, regalo de los Grandes Duques para que la reina diese a luz. La propia Reina lo primero que hizo fue avisar a la condesa de Olivares, entonces aya del futuro infante que naciese, pues no quería abrir el regalo sin que Inés se encontrara junto a ella.

La única hija de los conde-duques que llegó a la edad adulta, María de Guzmán, futura marquesa de Heliche, entró al servicio de la reina como menina el 1 de enero de 1622 hasta que salió para casarse con Ramiro Pérez de Guzmán, II marqués de Toral y futuro duque de Medina de las Torres a comienzos de 1625. No obstante, la joven fallecería un año y medio después consecuencia de un parto precipitado del que nació una niña muerta. La desaparición de la única descendencia de los condes supuso un duro golpe para ambos; ante la ausencia de más hijos, Gaspar reconocería en 1642 a su hijo legítimo, Enrique Felípez de Guzmán, marqués de Mairena, quien fallecería en 1646, apenas un año después que su padre.

Inés de Zúñiga tenía experiencia en el desempeño del servicio palatino, pues había sido dama de la reina Margarita de Austria antes de casarse. Consciente de la relevancia que el espacio femenino tenía alrededor de la reina, Olivares logró que su mujer fuese designada aya de los futuros hijos de los monarcas desde 1623, y tras la muerte de la duquesa de Gandía Juana de Velasco en 1627, su mujer la sucedió en el cargo más importante de la Casa de la reina: el de Camarera Mayor, oficio que había tenido que desempeñar al sustituir a su antecesora cuando ésta se encontraba indispuesta, realidad muy frecuente durante sus últimos años de vida. Esto le confirió una posición excepcional no sólo junto a la reina, también junto al heredero, el príncipe Baltasar Carlos y posteriormente a la infanta María Teresa nacidos respectivamente en 1629 y 1638. De hecho, los primeros años el joven príncipe los pasó rodeado de las mujeres que configuraban la Cámara de su madre Isabel de Borbón, un espacio dominado por la condesa de Olivares. Sabemos que Inés de Zúñiga era la encargada de distribuir el dinero relativo a los servidores de los infantes. Así mismo, la condesa casi siempre ocupaba un lugar destacado en acontecimientos cortesanos importantes, como la entrada de nuevas damas al servicio de la reina o en las bodas de éstas que se celebraron en palacio. Desde su puesto de Camarera Mayor, la condesa recomendó la entrada en la Cámara de la reina de algunas de las descendientes de los servidores reales afines a su marido. Por ejemplo, una de las hijas del tesorero de la reina Gerónimo del Águila entró a servir como moza de la Cámara de Isabel de Borbón gracias a su intervención. Sabemos por otros testimonios que su opinión era tenida en cuenta a la hora de incorporar nuevas mujeres en la Casa de la Reina. En los actos públicos, la condesa ocupaba un lugar destacado, así como en los momentos más relevantes de la vida en el Alcázar, como fueron los nacimientos de infantes hijos de Felipe IV e Isabel de Borbón.

Si bien parece que durante los primeros años el futuro conde-duque mantuvo varios amoríos extramatrimoniales, con el paso del tiempo, Inés de Zúñiga se convertiría en el más firme apoyo del conde-duque de Olivares, apoyándole en los reveses que sufrieron a lo largo de su vida: la muerte de su única hija en 1626, y posteriormente la caída en desgracia del valido, acaecida en enero de 1643. Tras este episodio, la condesa logró mantenerse en la corte, lo que llevó a muchos a pensar en un posible regreso del valido desembocando en múltiples presiones que exigían la destitución de Inés de Zúñiga. Según el embajador de Módena, Ippolito Camillo Guidi, un hombre le entregó un papel al rey en el que podía leerse: “Pues havéis hecho lo más/ Gran señor hazed lo menos/ que es echar de entre los buenos/ esta vieja que va detrásˮ, en alusión a la condesa de Olivares, que en las apariciones públicas se situaba detrás de los reyes y del príncipe. No obstante, el escaso apoyo popular con el que contaba llevó a que el embajador toscano informara de su salida inminente, especialmente tras el Real Decreto que Felipe IV emitió el 12 de junio de 1643 por el que establecía una Casa propia para su primogénito, el príncipe Baltasar Carlos. La impopularidad de la condesa ha pasado a la historia gracias a la amplia publicidad llevada a cabo por la literatura anti-olivarista, que presentó a Inés como una mujer intrigante, dedicada a la labor que su marido le había encomendado, que no era otra que espiar a Isabel de Borbón. Así, Pellicer cuenta en sus noticias que el 16 de noviembre de 1644 la reina acudió a las Descalzas y un grupo de niños gritaba “viva la reyna sin la condesa de Olivares”.

Desde su exilio en Toro, Olivares manifestó a su antiguo secretario su preocupación por el futuro de su esposa: “Mi mujer (Dios la guarde) aunque con su valor ordinario y aliento queda no buena en efecto señor Carnero como si huviéramos tenido vida muy descansada y ociosa, nos ha dejado nuestro señor para la vejez trabajos y penas, así nuestras como de aquellos a quien queremos bien y debemos quererˮ. La condesa respondía a una de las cartas de Olivares el 2 de junio, comunicándole la solución que alguien le había sugerido para permanecer en palacio: “que tu te yzieses caso del mal siguiendo el camino del duque de Lerma, y yo monjaˮ. La condesa se quejaba amargamente de haber recibido ese trato después de haber criado a un Príncipe de España, y finalizaba confesándole a su esposo “No sé cómo tengo juizio para escribirte, según me hallo de lastimado el corazónˮ. El 3 de noviembre de 1643 Inés de Zúñiga abandonó definitivamente los oficios que había desempeñado en el Alcázar. Tras la muerte de Olivares en Toro el 22 de julio de 1645, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Ildefonso de Toro, hasta que llegó el permiso del rey para que fuese enterrado en Loeches junto a su hija María de Guzmán. Inés tuvo que hacer frente a partir de entonces a una serie de pleitos por la sucesión del condado de Olivares, pues desconocedora del testamento que su marido había hecho en 1642, consiguió un poder para hacer testamento en su nombre en los últimos días de vida del conde-duque. La condesa falleció en septiembre de 1647. Su cuerpo descansaría en el convento de Loeches durante el resto de la eternidad junto a su esposo y su hija.

 

Fuentes y bibl.: J. A. Martínez, Epítome de las Historias de la Gran Casa de Guzmán, Madrid, 1638, Biblioteca Nacional de España (BNE), Mss. 2.256; J. Pellicer de Ossau y Tovar, Avisos históricos que comprenden las noticias y sucesos más particulares ocurridos en nuestra Monarquía desde 7 de enero de 1642 a 25 de octubre de 1644, BNE, Mss. 7693; Archivo General de Palacio, Madrid (AGP), Sección Reinados, Felipe IV, leg. 8, caja 1; AGP, Sección Histórica, Principado de Asturias, caja 113, exp. 8; Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado, libro 869, fol. 232, Carta del conde-duque de Olivares a Antonio Carnero, 25 de abril de 1644; Archivio di Stato di Firenze (ASF), Mediceo del Principato (MdP), filza 4252; ASF, MdP, filza 4967, Carta de Octavio Pucci, 26 de enero de 1643; Carta de Averardo de Medici a Curzio da Picchena, Madrid, 2 de abril de 1624; Archivio di Stato di Modena (ASMo), Carteggio Ambasciatori, Spagna, Busta 53, s.f. Guidi al duque de Módena, 20 de mayo de 1643.

Á. González Palencia, Noticias de Madrid, 1621-1627, Madrid, 1642; G. Marañón, El conde-duque de Olivares (la pasión de mandar), Madrid, Espasa-Calpe, 1952 [1936]; M. Santiago Rodríguez, “Cartas del Conde-duque de Olivares escritas después de su caída”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 76, 2 (julio – diciembre de 1973), págs. 323-404; J. Simón Díaz, “La estancia del cardenal legado Francesco Barberini en Madrid el año 1626ˮ, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 17 (1980); J. Elliott, El Conde-Duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona, Crítica, 1990 [1986]; G. Gastón de Torquemada, Gaçeta y Nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante, Madrid, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 1991; A. Domínguez Ortiz, Historia de la caída del Conde-Duque de Olivares (manuscrito del siglo XVII), Málaga, Algazara, 1992; M. C. dal Pozzo, El diario del viaje a España del cardenal Francesco Barberini, A. Anselmi (ed.), A. Minguito Palomares (trad.), Aranjuez (Madrid), Doce Calles, 2004; C. Sanz Ayán, Felipe IV y el teatroˮ, en J. Alcalá-Zamora y Queipo de Llano (dir.), Felipe IV: el hombre y el reinado, Madrid, Real Academia de la Historia - Centro de Estudios Europa Hispánica, 2005; O. Filippini, La conscienza del Re. Juan de santo Tomás, confessore di Filippo IV di Spagna (1643-1644), Firenze, Leo S. Olschki, 2006; L. Salas Almela, Medina Sidonia: el poder de la aristocracia, 1580-1670, Madrid, Marcial Pons, 2008; M. C. de Carlos Varona, “Giving birth at the Habsburg court, visual and material cultureˮ, en A. Cruz y M. G. Stampino, Early Modern Habsburg Women. Transnational Contexts, Cultural Conflicts, Dynastic Continuities, Farnham, Ashgate, 2013; A. Franganillo Álvarez, “The education of an heir to the throne: Isabel of Borbón and her influence on Prince Baltasar Carlos”, en G. Coodlige (ed.), The Formation of the Child in Early Modern Spain, Farnham, Ashgate, 2014; S. Martínez Hernández, “Antes qye S.M. se canse de ser Rey’. Los Grandes de España frente al valimiento de don Luis de Haro (1642-1648)ˮ, en M. Aglietti, A. Franganillo Álvarez y J. A. López Anguita (eds.), Élites e reti di potere. Strategie d’integrazione nell’Europa di età moderna, Pisa, Pisa University Press, 2016; A. Franganillo Álvarez, “María de Guzmán: la heredera del conde duque de Olivares en la Corte de Felipe IVˮ, en Reales Sitios (en prensa).

 

Alejandra Franganillo Álvarez

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