Hernández-Pacheco y Estevan, Eduardo. Madrid, 23.V.1872 – Alcuéscar (Cáceres), 5.III.1965. Geólogo, geógrafo, paleontólogo, historiador.
Miembro de una familia de agricultores y ganaderos extremeños, Eduardo Hernández-Pacheco nació en Madrid, donde se encontraba destinado en ese momento su padre, que era militar. En esa familia de campesinos, con militares ocasionales, él iba a iniciar una nueva estirpe, la de naturalistas, ya que su dedicación a la Geología la han prolongado su hijo, Francisco Hernández-Pacheco y su nieto, Alfredo, ambos catedráticos universitarios de esa disciplina.
Hernández-Pacheco pasó los años de infancia y juventud en la tierra extremeña; cursó sus primeros estudios en contacto con el campo y la gente del campo en Alcuéscar, pueblo situado entre la divisoria del Tajo y del Guadiana, y la segunda enseñanza en el instituto de Badajoz, manifestando ya preferencia por las Ciencias Naturales. Esta relación con su Extremadura familiar va a influir mucho en su forma de entender el territorio: la naturaleza y el paisaje extremeños son los preferidos por Eduardo, como han señalado sus biógrafos, lo que nunca le restó capacidad e interés para percibir la totalidad de la geografía peninsular, la faz y la entraña de lo que con él, más que con cualquier otro, se conoció como “el solar hispano”. Terán ha descrito este paisaje que sirvió de proyección a la vida de Hernández-Pacheco como “el de las tierras extremeñas, el de la penillanura, la serrata de cuarcitas y la suave vallonada de pizarras paleozoicas, el berrocal granítico, el jaral y la dehesa arbolada de encinas y alcornoques” (Terán, 1965: 541). El primer año de la carrera de Ciencias lo cursó Hernández-Pacheco en Barcelona y los restantes en la Universidad de Madrid, debido de nuevo al cambio de destino de su padre. Se licenció y doctoró en 1896 con una tesis doctoral sobre Extremadura (Estudio geológico de la sierra de Montánchez) que fue la primera en hacerse con ayuda de trabajo de campo. Su maestro y director de tesis fue José Macpherson que a falta de verdaderos gabinetes, le acogía en su casa, prácticamente convertida en laboratorio. A partir de entonces y hasta instalarse en Córdoba, Hernández-Pacheco fue auxiliar de distintas plazas docentes: en el instituto de enseñanza secundaria de Cáceres y en la Universidad de Valladolid. En 1899 ganó por oposición la cátedra de Historia Natural del Instituto de Enseñanza Secundaria de Córdoba, cargo en el que permaneció hasta 1907 en que se trasladó a Madrid, al Museo de Ciencias Naturales.
En estos años de formación y de primeras investigaciones, eran ya patentes los rasgos de carácter y de magisterio que iban a acompañar a Hernández-Pacheco a lo largo de toda su vida: jovialidad y vigor, entrega al trabajo y entusiasmo por él, capacidad pedagógica y dirección cordial de sus alumnos, actividad incansable en el campo, bonhomía. Alvarado, en el homenaje a su memoria, insiste en la sensación de alegría y de euforia que transmitía y que resultaban contagiosas. Contribuyó con otros jóvenes catedráticos a modernizar el instituto de Córdoba, se multiplicaron las excursiones al campo, desarrollándolas en plena naturaleza y luego en el laboratorio las enseñanzas prácticas. Como testimonio de su labor de cátedra, dejó un Libro de prácticas elementales de Historia Natural, publicado en 1903, una de las primeras obras del género. También contribuyó a la creación de un Centro de excursiones cordobés y de una “Sociedad de expansión de la Enseñanza”. En Córdoba tuvo también el único cargo político de su vida: fue concejal y teniente de alcalde de modo efímero. Cuando con motivo del Congreso Geológico Internacional de 1926, del que fue uno de los organizadores, volvió a la ciudad encabezando una excursión por Andalucía, los cordobeses, con variadas promociones de bachilleres que habían sido alumnos suyos, le prodigaron múltiples manifestaciones de afecto.
En Córdoba se decidió el rumbo geológico y palentológico del científico. Estudió las características del gran accidente tectónico del borde de Sierra Morena sobre la fosa del Guadalquivir, y encontró en la Sierra de Córdoba importantes yacimientos de Arqueociátidos, que entonces eran novedad, varios de cuyos ejemplares fueron enviados al Museo de Historia Natural de París.
En 1907, Hernández-Pacheco se traslada a Madrid como adjunto al Museo de Ciencias Naturales. Allí permanece hasta que en 1910 gana por oposición la cátedra de Geología de la Universidad de Madrid, siendo nombrado el mismo año jefe de la Sección de Geología del Museo: ambos destinos iban a ser definitivos.
Años antes, la Sociedad Española de Historia Natural le había designado para acompañar al gran geólogo Salvador Calderón en su expedición a las islas Canarias orientales. En el último momento Calderón no pudo ir por razones de salud, de modo que la misión recayó por entero sobre Hernández-Pacheco, quien iniciaba así sus reconocimientos de estas latitudes que mucho más tarde se prolongarían en Ifni y en el Sáhara. En 1910 se publicó el libro sobre la exploración geológica de Lanzarote y de las isletas canarias, que se acaba de reimprimir en 2002. En él se reconocen los aparatos volcánicos y se reconstruye la completa historia eruptiva de la isla desde tiempos paleógenos hasta las erupciones de 1733-1736 y de 1824. Contiene también interesantes descripciones de los regueros de arenas voladoras y el primer mapa geológico de la isla.
Desde 1910, la actividad científica del gran naturalista quedó, pues, vinculada a la del Museo de Ciencias Naturales, que había sido instalado en los Altos del Hipódromo de Madrid, en uno de los pabellones del Palacio de Exposiciones y que estaba vinculado a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. La Junta le pensionó para ampliar estudios en museos y centros de investigación extranjeros, lo que le llevó a visitar centros de París, Lyon, así como otras localidades de Francia, Bélgica, Suiza e Italia. Eduardo, contemporáneo riguroso de algunos de los más ilustres escritores de la generación del 98, con quienes compartió la forma de plantearse el tema de España, estuvo también muy cerca del ideario institucionista y de la Junta. A su vuelta a España, la Junta creaba, pensando en él, una nueva Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, de la que en 1912 fue nombrado jefe y director de publicaciones.
Los años diez constituyen uno de los períodos más plenos y fecundos de la vida científica de Hernández-Pacheco, como investigador, como sintetizador y como maestro. Del año 1911 es su primera propuesta sintética de la arquitectura ibérica, que tituló, en la ponencia presentada al Congreso de Granada de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, “Elementos geográfico-geológicos de la Península Ibérica”. Abordó también en estos años dos de los temas de investigación que se planteaba la comunidad científica y a los que contribuyó a dar respuestas: por un lado, la edad de los depósitos terciarios interiores ibéricos, en su mayor parte miocenos, aclarando sus facies; por otro, el estudio de las pinturas rupestres, después de que se hubieran descubierto y reconocido las cuevas de Altamira.
La mayoría de los geólogos de la época admitía la existencia de grandes lagos meseteños y el origen casi sólo lacustre de los depósitos. El descubrimiento en 1911 de un yacimiento de vertebrados al pie del cerro del Otero, en Palencia, otros descubrimientos posteriores y el inventario de todos los conocidos, le permitieron al autor determinar la edad de los pisos del mioceno castellano y aclarar las condiciones climáticas bajo las que se produjo su sedimentación. Arrumbando la hipótesis de los grandes lagos o cuencas de sedimentación continua, el maestro y sus discípulos demostraron la complejidad de episodios sedimentarios desarrollados todos en medio continental terrestre y sólo episódicamente lacustre. La obra en que se recogen los primeros resultados, Geología y paleontología del mioceno de Palencia fue escrita en 1915 en colaboración con Juan Dantín Cereceda.
El problema del arte troglodita y rupestre siempre apasionó a Hernández-Pacheco, tal como han relatado sus discípulos más directos (Anónimo, 1954: 13). En 1906 se había publicado en Mónaco, bajo los auspicios del Principado, la monumental obra sobre la cueva de Altamira de E. Cartailhac y H. Breuil. Al trabajo intenso que se venía haciendo se incorporó Eduardo, junto con el conde la Vega del Sella. Los resultados de sus trabajos se refieren a partes muy diversas de España, tanto asturianas y cántabras, como andaluzas, castellanas y levantinas. Pueden citarse los trabajos sobre las pinturas prehistóricas del extremo sur de España de 1914; los grabados de la Cueva de Penedes-Burgos, las pinturas rupestres de Morella, Castellón, etc. En 1924, acorde con su perfil de gran sintetizador, proponía una Evolución del arte rupestre en España. Aunque él no se siguió ocupando de estas cuestiones, sí lo hicieron sus discípulos encuadrados en la Comisión de Investigaciones correspondiente.
En 1921, Hernández-Pacheco era elegido para la Academia de Ciencias, leyendo su discurso en 1922.
Se trata desde luego de un hito, tanto en su trayectoria y en la evolución de los estudios geográficos y geológicos, como en el proceso de elaboración del pensamiento regeneracionista, centrado en Castilla: Rasgos fundamentales en la constitución e historia geológica de la Península Hispana. Si en 1911 ya había mantenido que la Península Ibérica constituye uno de los conjuntos geográficos con individualidad más marcada, ahora está en condiciones de argumentar uno de los lugares comunes más arraigados de la geografía peninsular: por la variedad de sus relieves, de su topografía, de su constitución geológica; por la diversidad de sus producciones naturales y “dentro de esta variedad, la unidad que ofrece el conjunto hespérico”, la Península puede considerarse un minúsculo continente con toda la variedad y diversidad propia de las extensas masas continentales (1922: 21).
Pero hay más. Revisadas las nuevas aportaciones de historia geológica, la responsabilidad de esta unidad en la diversidad incumbe, según el autor, al viejo macizo central peninsular, que desborda las mesetas castellanas y que se considera núcleo de las tierras de la actual Península. Las últimas palabras del discurso son elocuentes de toda una forma de pensar y de expresarlo: “Al antiguo macizo paleozoico se le adosaron otros territorios, al modo como al viejo edificio solariego, que se elevó, aislado y fuerte, en remotas edades [...] se le añadieron en épocas posteriores nuevas construcciones de arquitectura diferente, que rodearon y fortalecieron al primitivo edificio, que destaca sólido y potente en el centro del caserío” (1922: 75-76).
En su discurso reconocía el autor sentir grandes entusiasmos por los estudios de Geología y Prehistoria españoles. No aludía a su capacidad de transmitirlo y de formar investigadores. El autor de la excelente síntesis biográfica de 1954 ha descrito de modo expresivo la forma en que desarrollaba su magisterio: él iniciaba un tema de investigación científica, los alumnos le seguían y colaboraban con él hasta que, una vez trazado el camino, el profesor se retiraba paulatinamente y cedía el tema y los resultados al iniciado. Ello llevó a Eduardo a ser maestro por antonomasia y crear escuela en todas las regiones españolas.
A través de la Sociedad de Historia Natural, se incorpora Hernández-Pacheco a los primeros pasos de conservación de la naturaleza en España. Cuando por Real Decreto de 23 de febrero de 1917 se constituye la Junta Central de Parques Nacionales, el geólogo entra a formar parte de ella como catedrático de la Universidad central. Ya no la iba a abandonar. La Junta fue la encargada de proponer los primeros parques Covadonga y Ordesa, y también la que entendió que, dadas las limitaciones de medios, la declaración debía atenerse a estos dos, evitando la tentación de declarar, por ejemplo, Sierra Nevada, que se propuso, y sobre todo la sierra de Guadarrama en su integridad: la propuesta contaba con el apoyo de una parte importante de la opinión pública, pero el propio Hernández-Pacheco la consideraba inoportuna e inviable por su desmesura. Al igual que Bernaldo de Quirós, se mostró partidario de circunscribir la protección a sitios representativos del paisaje, el roquedo, vegetación y cumbres en el caso del Guadarrama, como así se hizo en 1930 cuando él tuvo la responsabilidad.
En los primeros años veinte, Hernández-Pacheco se opuso al comisario de la Junta, el marqués de Villaviciosa de Asturias, padre de la ley de parques de 1916, pero demasiado personalista y centrado únicamente en Covadonga. El geólogo tenía en cambio un criterio más científico, más flexible, y más gestor. Fue el representante español en el Congreso Internacional de París para la protección de la Naturaleza de 1923.
A él se debe la ampliación del repertorio de figuras de protección con los Sitios y los Monumentos naturales de interés nacional, así como la primera serie de declaraciones. Dentro de la Junta fue, de hecho, delegado de Sitios y Monumentos naturales.
Con la República y la transformación de la Junta en Comisaría de Parques Nacionales, el papel de Hernández-Pacheco quedó confirmado y realzado. Emprendió una labor educativa y divulgativa con la publicación de una serie de guías de los Sitios. En la primera, la del Guadarrama, de la que es autor, se hace explícitamente una profesión de fe republicana. El naturalista conservacionista hacía expresas las razones de la protección: “Con las bellezas de la Naturaleza se trata de hacer lo que en todos los países cultos se ha hecho con los monumentos importantes del arte con los monumentos arqueológicos de gran relieve: evitar su destrucción y protegerlos por el Estado.” Para justificarlo, junto al argumento estético y escénico, aparecía un incipiente argumento ecológico en relación con los peligros de extinción de especies raras. Por estos y otros motivos, Hernández-Pacheco merece el reconocimiento como introductor de la protección moderna de la naturaleza, y su primer gestor.
Son probablemente estas inquietudes las que le llevan a una de las más acabadas formulaciones modernas del paisaje, en la línea geologicista que caracterizaba a la sensibilidad de la época. “Todo el paisaje es geología”, había dicho Giner de los Ríos en el famoso artículo de 1916 intitulado “Paisaje”, mientras Unamuno se refería al “rocoso esqueleto de la patria”.
En unas conferencias pronunciadas en la apertura de curso de la Academia de Ciencias, el geógrafo y geólogo elaboraba una teoría científica del paisaje: “el paisaje es la manifestación sintética de las condiciones y circunstancias geológicas y geográficas que concurren en un país”, para recorrer después de forma ordenada la variedad de los paisajes españoles.
Antes de ello, en los años veinte, había tenido ocasión de ver reconocida su autoridad por geógrafos y geólogos. En 1926 fue nombrado presidente de la Comission des Terrasses Pleistocènes et Pliocènes de la Unión Geográfica Internacional. Existían algunos estudios discontinuos sobre las terrazas marinas del sur peninsular y observaciones locales sobre otras costas. Menos información existía aún sobre las terrazas fluviales. Los trabajos llevados a cabo por Eduardo, junto con su hijo Francisco, P. Aranegui y otros, les permitieron hacer acto de presencia en los Congresos de Cambridge de 1928 y de París, 1930. Su reconocida capacidad de síntesis le permitió publicar sobre la cuestión un libro, Los cinco ríos principales de España y sus terrazas, obra de referencia durante mucho tiempo.
Tampoco la Geología internacional le regateó el reconocimiento.
Fue uno de los organizadores del XIV Congreso Geológico Internacional que se celebró en España en 1926. Pero además de la organización quedan muchas manifestaciones de hasta qué punto Eduardo Hernández-Pacheco fue uno de los animadores más vigorosos de este Congreso, con sus numerosas intervenciones, la excursión a Andalucía que dirigió y, sobre todo, las dos libros-guías de excursión que redactó para el acontecimiento. En uno de ellos vuelve sobre la cuestión de la Sierra Morena y sobre cuestiones de geotectónica peninsular.
Los años treinta son los de las grandes síntesis de geografía física, tarea para la que siempre se le ha reconocido al maestro una muy especial capacidad. Se trata en primer lugar, de la Síntesis fisiográfica y geológica de España de 1932 (sólo existía un equivalente que es el Resumen fisiográfico de la Península Ibérica de un todavía joven Juan Dantín Cereceda en 1913). La obra de Hernández-Pacheco empieza con una visión de las grandes unidades del roquedo español, las tres Hispanias, según su denominación: silícea, calcárea y arcillosa. Este mapa litológico ha acompañado y acompaña todavía a muchas generaciones de estudiantes en España. “Tiene la virtud, dice Terán, de hacernos comprender tres grandes unidades de paisaje litológico con la claridad y la eficacia evocadoras de las grandes ideas que, pese a su aparente simplicidad, son siempre producto a la vez de inspiración y madurez.” (Terán, 1965: 551). Después se caracterizan las montañas, el clima, la vegetación, ríos y costas, regiones naturales y elementos geográficos del solar hispano.
Hernández-Pacheco estuvo siempre muy cerca de la aplicación geológica. Desde 1926, al filo de la política hidráulica impulsada por las Confederaciones Hidrográficas, fue asesor de la Comisión de Estudios geológicos para la construcción de obras hidráulicas de la Dirección General de Obras Públicas. Ya se había ocupado en anterior ocasión de la relación de la naturaleza del terreno con las obras públicas. En la síntesis de 1932, examinó detenidamente el proyecto de gran embalse del Cíjara en el Guadiana.
En los años posteriores a la Guerra Civil, los Hernández-Pacheco, junto con otros grandes geólogos y botánicos, como M. Alía Medina y C. Vidal Box entre los primeros, y E. Guinea entre los segundos, se consagraron a la exploración científica del Sahara de dominio español. En 1941 fueron el padre y el hijo, por iniciativa de la Alta Comisaría de España en Marruecos, con una campaña que les llevó a efectuar largos recorridos por el interior y excursiones por el litoral en las que el entusiasmo de Eduardo y su vigor le hicieron soportar, pese a la edad, temporales de vientos del desierto. Cuando se constituyó una “Comisión de Exploraciones y Estudios Africanos” en los laboratorios de Geología y Geografía Física del Museo Nacional de Ciencias Naturales, se incorporaron los demás científicos entre 1942 y 1947 culminando los trabajos con la publicación en 1949 de El Sáhara español. Estudio geológico, geográfico y botánico. Este libro ha sido considerado uno de los libros más importantes de la geografía española contemporánea.
Con más de ochenta años, Hernández-Pacheco seguía trabajando incansable, y ambicionaba publicar una gran obra de conjunto, de las características geográficas y geológicas de la Península Ibérica, de sus paisajes y del influjo del conjunto en la historia de España.
Es la obra sobre El Solar hispano, que se concibió en tres volúmenes y que se encargaba de publicar la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
El primer volumen debía llevar por título: El solar hispano y su historia geológica; el segundo, El solar hispano (Geografía Física, Vegetación, Regiones naturales, Paisaje) y el tercero El Solar en la Historia hispana.
El último fue el primero en publicarse, en 1952, obra monumental con mapas intercalados en el texto y muchas fotografías procedentes del archivo del autor y su hijo. En los años 1955 y 1956 se publicaron la Fisiografía del solar hispano en dos volúmenes, con las mismas características. Todavía en 1959, Hernández-Pacheco era capaz de publicar una Prehistoria del solar hispano: orígenes del arte pictórico.
Los últimos años de la vida del autor transcurrieron ya en condiciones precarias, en su residencia campesina de Alcuéscar, en donde murió el 5 de marzo de 1965. “Larga y fecunda vida, cuajada en proyectos, afanes y tareas, de obra cumplida y ejemplarmente acabada, proyectada sobre el ámbito entero del solar hispano, que a todo él abarcó en su mirada y dentro de él se movió incansablemente”, ha dejado dicho Manuel de Terán en su artículo de homenaje.
Obras de ~: Estudio geológico de Lanzarote y de las islas Canarias, Madrid, Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural, 1910; “Elementos geográfico-geológicos de la Península Ibérica”, en Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (AEPC) (1911); “Ensayo de síntesis geológica del Norte de la Península Ibérica”, en Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales (1912); Los vertebrados terrestres del Mioceno de la Península Ibérica, Madrid, Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural, 1914; “Las pinturas prehistóricas de Peña Tú”, Comisión de Investigación Paleontológica y Prehistórica (CIPP) (1914); con J. Cabré, “Avance al estudio de las pinturas prehistóricas del extremo Sur de España”, en CIPP (1914); “Geología y Paleontología del Mioceno de Palencia”, en CIPP (1915); “Hallazgo de tortugas gigantescas en el Mioceno de Alcalá de Henares”, en Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural (BRSEHN) (1917); “El problema de la investigación científica en España”, en AEPC (1917); “Comunicación respecto a los Parques nacionales y a los Monumentos naturales de España”, en BRSECN (1920); Rasgos fundamentales de la constitución e historia geológica del solar ibérico, Madrid, Real Academia de Ciencias, 1922; “Protección a la Naturaleza; Labor del Congreso Internacional celebrado en París en mayo y junio de 1923 y comunicación presentada por el Delegado de la Junta Central de Parques Nacionales”, en Publicaciones de la Comisión de Parques Nacionales (1923); “Estudios de geografía aplicada: la naturaleza del terreno en relación con las obras hidráulicas”, en Ingeniería y Construcción (1923); “Edad geológica y orogenia de la Cordillera Central”, en AEPC (1924); “La forma de erosión en las rocas y el paisaje geológico”, en Ingeniería y Construcción (1924); La Sierra Morena y la llanura Bética (Síntesis geológica), Madrid, Publicaciones del Instituto Geológico de España, 1926; con N. Puig de La Bellacasa, Guía geológica de Despeñaperros (Sierra Morena). Libro-guía de excursión del XIV Congreso Geológico Internacional de Madrid, Madrid, Publicaciones del Instituto Geológico de España, 1926; con F. Hernández-Pacheco, Aranjuez y el territorio al Sur de Madrid, Madrid, Publicaciones del Instituto Geológico de España, 1926; “Estudio del embalse del Jándula”, en Ingeniería y Construcción (1926); Los cinco ríos principales de España y sus terrazas, Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, 1928; “Les terrasses fluviales de l’Espagne”, en Rapport of the Com.on Pleistocene Terraces, UGU, 1928; “El problema de las terrazas pliocenas y pleistocenas en 1931”, en Boletín de la Sociedad Geográfica Nacional (1931); Guías de los Sitios Naturales de Interés Nacional, n.º 1: Sierra de Guadarrama, Publicaciones de la Comisión de Parques Nacionales, 1931; Guías de los Sitios Naturales de Interés Nacional, n.º 3, Madrid, La Comisaría de Parques Nacionales, 1933; Síntesis fisiográfica y geológica de España, Madrid, Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, 1934; “El paisaje en general y las características del paisaje hispano”, en Boletín del Instituto de Libre Enseñanza (BILE) (1935); Expedición científica a Ifni, Madrid, Publicaciones de la Sociedad Geográfica Nacional, 1935; “La litología del solar hispano”, en Las Ciencias (1936); con F. Hernández-Pacheco, Sáhara Español. Expedición científica de 1941, Madrid, Universidad, 1942; El Sáhara Español. Estudio geológico, geográfico y botánico, Madrid, CSIC, 1949; El solar en la Historia Hispana, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1952; Fisiografía del solar hispano, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1955-1956; Prehistoria del solar hispano: orígenes del arte pictórico, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1959.
Bibl.: VV. AA., Tomo extraordinario de trabajos geológicos publicado con motivo del 80 aniversario del nacimiento del Profesor Eduardo Hernández-Pacheco, Madrid, Real Sociedad Española de Historia Natural, 1954; “Sucinta biografía del Profesor Eduardo Hernández.-Pacheco”, en RSEHN (1954); M. de Terán, “Don Eduardo Hernández-Pacheco (1872-1965), en Estudios Geográficos, XXVI (1965), págs. 541-560; VV. AA., Necrología del Prof. E. Hernández-Pacheco, Madrid, 1966; J. Gómez Mendoza, Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936), Madrid, ICONA, 1992, págs. 185-204; E. de Martínez de Pisón, “La primera Geomorfología española”, en Geógrafos y naturalistas en la España contemporánea. Estudios de historia natural y geográfica, Madrid, UAM, 1995, págs. 81-125; S. Casado de Otaola, “Emilio Huguet del Villar y la nueva ciencia de la vegetación”, en Los primeros pasos de la ecología en España, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1997; J. Gómez Mendoza, “Paisajes y espacios naturales protegidos en España”, en BILE, II época, 34-35 (1999), págs. 131-152.
Josefina Gómez Mendoza