Cortezo y Prieto, Carlos María. Madrid, 1.IV.1850 – 25.VIII.1933. Médico, empresario periodístico y político.
Nacido cuarto hijo y segundo varón de una familia culta de clase media, a la que la prematura muerte del padre colocó en dificultades, asistió a uno de los colegios más reputados de Madrid, el de San José, y fue bachiller inclinado a las letras en el Instituto de San Isidro, si bien se matriculó en Medicina instado por su madre, ya viuda, como opción más conveniente para garantizar una posición social. Participante del ambiente crítico democrático que produjo la Revolución de la Gloriosa, gracias a la libertad de enseñanza, ingresó también en la Facultad de Letras y gustó de la discusión en su tertulia del café Oriental y del adoctrinamiento filosófico-político más que de ninguna otra cosa. La curiosidad le llevó al curso libre de Terapéutica que impartía Ezequiel Martín de Pedro en su clínica del Hospital General, y allí quedó comprometido con la ciencia médica y su ejercicio. Se licenció en Medicina en mayo y se doctoró en diciembre de 1870.
El ambiente de exaltación política de aquellos días y la catadura intelectual de sus líderes le atrajo hacia el positivismo —como expresión ideológica cumplida de sus anhelos de progreso— y al republicanismo —en lo que correspondía al mismo patrón en el terreno patriótico—. Su contribución personal fue sobresaliente en el terreno de la discusión científica, articulada a través de una intensa vida societaria y como publicista y animador del periodismo médico. Así, fue miembro destacado de la Academia Médico-Quirúrgica a partir de 1871, el bastión del ya viejo rebelde Pedro Mata, cuando resurgió para apellidarse Española en 1872, donde Cortezo fue secretario de la sección de Medicina (1875-1876) y vicepresidente (1876), asimismo fue vicepresidente de la de Histología (fundada por Aureliano Maestre de San Juan) en 1874 y fusionada con la anterior a finales del curso 1876-1877. Participó en la Española de Historia Natural (desde 1874), la formación más conspicua que produjo el krausopositivismo en el terreno de las ciencias, como más tarde en la Institución Libre de Enseñanza (fundada en 1876), que vio como un medio de defensa de la cultura ante el golpe reaccionario.
Formó entre las filas docentes de la desafortunada Escuela Libre de Medicina fundada por González de Velasco en su Museo Antropológico, en 1875.
El grupo de amistades científico-políticas de Cortezo, que por entonces tertuliaba en el Café Fornos, procuró la socialización del joven Luis Simarro, cuando éste se presentó en Madrid en 1875, para convertirse en su tribuno más destacado desde su liderazgo de las discusiones promovidas por el Ateneo, donde Cortezo figuró como asociado desde 1874 y se labró reputación de orador de talento y de recursos. Por su propia voz, se sabe que en 1874 era republicano unitario y en 1876 seguía a Castelar, mientras que, en sintonía con la dominante personalidad de Simarro, colaboraba en tareas antiautoritarias de agitación clandestina. Su posición intelectual era definida por él mismo como “comtiana” (frente al sesgo spenceriano adoptado por su buen amigo y perseverante izquierdista Luis Simarro); un buen ejemplo de su ideario se encuentra en el discurso inaugural de las sesiones de la Academia Médico-Quirúrgica para el curso 1874-1875, que dedicó a “La diferenciación sensitiva”, una actualización del problema de la fisiología de las sensaciones.
Su trayectoria política madura fue paralela a la de Castelar, moderándose a partir de la siguiente década; reconoció la Monarquía como régimen democrático durante la Regencia, se afilió al Partido Conservador y fue seguidor de Silvela y del conde de Romanones, desempeñando diversos cargos.
Como último ejemplo de su ardor juvenil, promovió, junto con el agitador Simarro, una Sociedad para el Adelanto de las Ciencias, a semejanza de las existentes en otros países, poco antes de 1880, sin que su iniciativa tuviera consecuencias. Cuando, en 1908, y en buena medida gracias a la continuada propaganda de Simarro, se constituyó finalmente la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias bajo la presidencia de Segismundo Moret, Cortezo tuvo una plaza en su comité ejecutivo junto al propio Simarro, José Rodríguez Carracido, Ignacio Bolívar, Ángel Pulido, Gabriel Maura y el vizconde de Eza, entre otros.
Como buena parte, si no la totalidad, de los médicos recién licenciados, Cortezo comenzó su vida profesional en el medio público, buscando el reconocimiento que le permitiría un ejercicio libre. Comenzó por ocupar puesto de médico sustituto en la Beneficencia Municipal, y, por oposición, ganó plaza en el Hospital de la Princesa (entonces llamado Nacional) de la Beneficencia General, en 1873 (las primeras oposiciones que se realizaron), donde fue elegido decano en 1876.
Estas oposiciones permitieron el asentamiento material de buena parte del grupo de brillantes jóvenes médicos que habían aprendido con la enseñanza libre de los jefes clínicos del Hospital General (como Martín de Pedro) y militaban abiertamente por el progreso desde la tribuna de la Academia Médico-Quirúrgica.
Este grupo, Cortezo, José Ustáriz, Isidoro de Miguel y otros, a quienes se incorporó Simarro tras ganar su plaza, pugnaron por convertir su hospital en el centro de referencia científica de Madrid —lo que significaba una dimensión docente— y no dudaron en hospedar entre ellos, sin obligación, a Federico Rubio, en los inicios de su estancia madrileña tras su frustrada embajada republicana en Londres. Un testigo (Ángel Pulido) cuenta que Cortezo actuó muchas veces de ayudante y cloroformista en operaciones de Rubio. De ese tiempo procede una propuesta interesante de Cortezo sobre la cura antiséptica de las heridas, que llamó “curas clorógenas”, mediante la aplicación inmediata sobre las mismas de algodones empapados con cloruro de cal y ácido oxálico y protegidas del ambiente mediante un vendaje cerrado; sobre este proceder, que asemeja al que se pondría en uso durante la Primera Guerra Mundial, se desconoce, sin embargo, el efecto práctico que alcanzara, una vez Cortezo abandonó la práctica hospitalaria y la cirugía. Parece que el propio Cortezo mantenía un laboratorio en el hospital, donde se realizaban análisis químicos y anatomopatológicos para el mejor aprovechamiento de sus alumnos libres. Su defensa del diagnóstico de fiebre amarilla para el brote detectado en Madrid en 1878, luego confirmado por reputados investigadores, y una intervención afortunada en el caso de un familiar del entonces director general de Beneficencia, Ramón de Campoamor, contribuyeron a extender su fama de médico sabio.
Intentó la carrera académica, con una oposición fallida a una cátedra de Patología Médica en Barcelona y otra de Fisiología en la Universidad de Granada, ganada por unanimidad (enero de 1876), si bien sólo impartió una clase, según su propio testimonio, antes de solicitar la excedencia completa para regresar a su puesto en Madrid. Su posterior aspiración a una cátedra de Clínica en la capital de España no prosperó, según propia confesión, por la falta de los apoyos académicos necesarios, en un medio universitario que reputó como politizado.
Su vida como médico de hospital tuvo un abrupto final, entre mayo de 1880 y octubre de 1881, en que dimitió de su puesto y abandonó la Beneficencia para dedicarse sólo al ejercicio privado, hasta 1914, en que sufrió una importante pérdida de visión. Consiguió una clientela “selecta y numerosa”, en palabras de su ayudante de los últimos tiempos y biógrafo, Marcelino Pastor, en la que alternaron prohombres políticos, nobles, banqueros y artistas líricos. Todas las fuentes coinciden en señalar la autoridad de que gozó como clínico y consultor, asimismo se recuerda su generosidad personal con los enfermos menesterosos, “más caritativo que altruista y más fervoroso cristiano que moralista”, como le calificó José Grinda y Forner en ocasión de sus bodas de oro profesionales.
Ya se ha sugerido que su vinculación con la prensa profesional fue otra clave en la construcción de su eminente personalidad social. En 1872 creó la Revista Médico Quirúrgica, y desde 1874 entró como redactor —a la vez que Ramón Serret— en El Siglo Médico, la publicación periódica profesional más longeva e influyente del ochocientos por su proximidad al mundo oficial, bajo la dirección de Francisco Méndez Álvaro y Matías Nieto Serrano, propietarios del periódico hasta su muerte, cuando pasó a poder de los entonces tres redactores principales, ya que a Serret y Cortezo se había unido Ángel Pulido.
El episodio de su dimisión hospitalaria, más allá de la anécdota (la implantación por orden ministerial de un Instituto Quirúrgico encomendado a Federico Rubio dentro del Hospital de la Princesa, la decisión de que el cargo de decano volviera a otorgarse por antigüedad de escalafón y no por elección, y su traslado a un hospital de incurables) coinciden en el tiempo con su nueva ubicación política posibilista y alejada de radicalidades —como más tarde reprochó a su amigo Simarro— y le lanzó por nuevos derroteros.
Por lo pronto, parece que le llevó a suspender la publicación, por fascículos, de sus Lecciones de Patología y Clínica Médica. En 1882 sostuvo, junto a Méndez Álvaro y otros, la formación de una Sociedad Española de Higiene, forjada a contrarreloj en competencia con un grupo de médicos catalanes y que buscaba controlar el sensible territorio de la salud pública, donde se encontraban las tareas de gobierno con las exigencias profesionales, fácilmente críticas con aquéllas.
Por algún tiempo, en torno a 1885-1886, mantuvo una conexión con la bacteriología práctica a través de un grupo informal reunido en torno a Antonio Mendoza en el hospital de San Juan de Dios, que luego pasó, como “sociedad libre” a la calle Gorguera.
En dicho local se produjo el encuentro de Santiago Ramón y Cajal con Luis Simarro. Ingresó en el Real Consejo de Sanidad y tomó posesión de su puesto de número en la Real Academia de Medicina en 1891, para el que había sido nominado seis años antes, a la vez que se dio de baja como académico de número de la Médico-Quirúrgica en el curso 1891-1892, si bien era patente su alejamiento desde 1882.
A partir de 1887 inició una tarea de representación internacional, como delegado español a distintas conferencias y congresos de medicina e higiene. Uno de los más importantes al que acudió, por su trascendencia histórica, fue la Conferencia sanitaria internacional de Venecia, en 1902, donde se fijaron las nuevas bases de la profilaxis sanitaria internacional con la plena asunción de las novedades bacteriológicas. En esta tarea le ayudó su conocimiento de idiomas, su amplia cultura y su natural bonhomía, como resaltó Gustavo Pittaluga en la sesión de homenaje que le brindó en 1920 la Academia médica con motivo de sus cincuenta años de profesión: “embajador insustituible de España y no solo de la medicina española [...] Año tras año llevaba él esa sonrisa optimista y su entusiasmo juvenil y su anhelo de que entraran en España los aires de fuera y de que fuera de España se estimara como es debido nuestra labor nacional [...]”. Fue presidente de la Asociación Internacional de la Prensa Médica, entre 1903 y 1906, como en 1927 ocupó la presidencia de una organización de Prensa Médica Latina. Perteneció a la Real Academia Española (1918) y presidió la Real Academia de Medicina entre 1914 y 1928, cuando dimitió, pasando a ser presidente de honor, cargo del que volvió a dimitir en 1932.
Como conservador, ingresó en el Parlamento, elegido diputado por diversas circunscripciones en 1891, 1898, 1899, 1901 y 1903. En 1902 figuraba como directivo del Círculo Liberal-Conservador. En 1905 fue designado senador por Orense, cargo que se convirtió en vitalicio a partir de 1906. Fue director general de Sanidad en dos ocasiones, por unos meses entre 1899 y 1900 (siendo su amigo Eduardo Dato el ministro de Gobernación) y entre diciembre de 1902 y diciembre de 1903 (con Antonio Maura) y Ministro de Instrucción pública entre abril y junio de 1905 en un gabinete de su amigo de infancia Raimundo Fernández Villaverde. Desde 1909 fue consejero de Estado, que llegó a presidir de forma interina tras el golpe de estado de Primo de Rivera y como titular entre 1925 y la llegada de la República.
Como director general de Sanidad le tocó lidiar con dos momentos de crisis, en los que su actuación contribuyó de forma decisiva a poner las bases de la modernización sanitaria en España. En su primer período se enfrentó a la amenaza de extensión de la peste que se había presentado en Oporto; en el segundo, fue un brote de tifus epidémico sufrido en Madrid a la vez que se celebraba un Congreso Internacional de Medicina.
En la primera de las ocasiones, superada con éxito la amenaza del contagio, decidió la instalación del Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología (reorganizando dos entidades anteriores, una de las cuales, la propiamente bacteriológica, había existido sobre el papel desde 1894), cuya dirección encomendó a Santiago Ramón y Cajal, y que más adelante cambiaría su nombre por el de Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII, la entidad que se convirtió en el principal brazo de acción del Estado en tareas periciales, docentes e investigadoras en relación con la salud pública hasta las reformas republicanas y la creación del Instituto Nacional de Sanidad en 1934.
En 1903, contando con el apoyo de Maura, preparó la Instrucción general de Sanidad, decretada de forma provisional en julio y definitiva en enero del año siguiente, pieza legal decisiva para la adecuación de los servicios sanitarios, regulados por una disposición que se remontaba a 1855. En ella, además de regular la organización sanitaria y el ejercicio profesional, se disponía el régimen sanitario interior, con atención a los pormenores de la higiene municipal y escolar, incluyendo la práctica de la desinfección en casos de enfermedades infectocontagiosas.
Por vez primera se dio prioridad a la vigilancia e intervención diarias en materias de salud pública frente a la preocupación exclusiva por dicha materia en momentos de amenaza epidémica. Pese a que su mentor lo intentó en diversas ocasiones (al menos, según los Diarios de Sesiones, el 14 de noviembre de 1918 y el 20 de noviembre de 1919), este decreto nunca se transformó en ley, por lo que su aplicación produjo disfunciones que se limaron con los Estatutos Provincial y Municipal de la dictadura de Primo de Rivera y, finalmente, con la Ley de Bases de Sanidad de 1944.
En relación con el brote tífico al que hubo de enfrentarse en Madrid, se ha construido una versión heroica de Cortezo como adelantado de la epidemiología, aduciendo que descubrió el papel del piojo humano como vector del tifus exantemático, antes de que, en 1909, lo demostrara experimentalmente Charles Nicolle. Sin embargo, se trata de una presunción nada fundada, que no sostienen ni la voz de Cortezo ni las fuentes contemporáneas entre 1903 y 1910 ni la práctica sanitaria española anterior a 1910.
Se trató, más bien, de lo que se puede denominar como un “recuerdo orientado”, que despertó tardíamente (1916) en Cortezo al hilo del éxito internacional que estaba alcanzando la profilaxis mediante despiojamiento en el contexto de la Guerra Mundial, enseguida apoyado por Martín Salazar (1916). Baste anotar que en 1916, el propio Cortezo explicó su referencia de 1903 a “pulgas y piojos” como agentes de la transmisión del tifus exantemático, como una idea que se le ocurrió al conocer los relatos del cerco japonés a Port Arthur (cuando, como se sabe, la guerra ruso-japonesa comenzó en 1904, con posterioridad a la epidemia madrileña). La técnica del despiojamiento como medida contra el tifus fue aplicado en España por vez primera por Gregorio Marañón en sus salas del Hospital General de Madrid en 1910.
Como parlamentario tuvo un desempeño rutinario, interviniendo en las discusiones sobre legislación sanitaria, opuesto al proyecto presentado por el gobierno Canalejas de Ley de Bases de Sanidad, en 1912, o insistiendo en que se convirtiera en ley la Instrucción general, como ya se ha señalado, en 1918 y 1919. Dedicado en exclusiva como redactor a El Siglo Médico, en 1918 se hizo con la propiedad efectiva y la dirección del periódico, que desde 1916 se puso al día a través de un Comité de Redacción donde estaban presentes muchos de los especialistas que estaban dando brillo a la medicina madrileña, como Urrutia, Lafora, Pittaluga, Hernando, Marañón, etc. Al pasar enteramente a manos de Cortezo, se restableció la categoría de redactores, con Amalio Gimeno, Santiago Ramón y Cajal y José Francos Rodríguez, mientras Gustavo Pittaluga se hacía cargo de la secretaría de redacción, situación que se mantuvo hasta octubre de 1924. Éstos eran, además, miembros de su tertulia ahora instalada en el Café Suizo. A partir de la legislatura de 1919-1920, su principal preocupación en el Senado fue la ayuda a las familias numerosas. Presentó una proposición de ley favorablemente acogida, en su intención, por el gobierno de turno, pero que todavía coleaba en Comisión en el verano de 1923.
Su brevísima etapa ministerial en Instrucción pública, entre abril y junio de 1905 como se ha indicado, produjo, no obstante, algunos frutos de larga duración, como fue la decisión de construir un monumento en Madrid a Miguel de Cervantes, con motivo del tercer centenario del Quijote (si bien se hizo realidad más de veinte años después), la dotación de un edificio propio para la Real Academia de Medicina y la organización de los servicios de restauración de los monumentos nacionales, en cuyo contexto, en particular, dispuso el comienzo del cuidado profesional sobre el patrimonio histórico —recinto, parque, jardines, palacios— de la Alhambra de Granada, disposición que le acarreó el título de hijo adoptivo por dicha ciudad (20 de mayo de 1905).
Su último compromiso profesional fue la implantación de un Colegio para Huérfanos de Médicos, en cuya fundación por Real Decreto de 15 de mayo de 1917 influyó junto con José Pando y Valle, Manuel Tolosa Latour y Concepción Aleixandre cerca del ministro Julio Burel, y cuyo Patronato dirigió hasta 1932, cuando se produjo su absorción por Previsión sanitaria.
El 5 de febrero de 1931, fue elegido caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, e investido por Alfonso XIII en Palacio el 1 de abril, con el collar que había usado el marqués de Estella.
Obras de ~: Discursos leídos en la sesión inaugural del año académico de 1874-75 en la Academia médico-quirúrgica española, verificada el 14 de marzo de 1875, Madrid, Berenguillo, 1875, págs. 21-50; “Curas clorógenas”, en El Siglo Médico (ESM), 28 (1881), n.º 1414, págs. 68-70; “La bacteriología y la terapéutica”, en Discursos leídos en la Real Academia de Medicina para la recepción pública del Académico electo ~, el día 8 de noviembre de 1891, Madrid, Real Academia de Medicina, 1891; “La epidemia de tifus” y “Más sobre la epidemia de tifus”, en ESM, 50 (1903) (n.º 2579, 31 de mayo y n.º 2581, 14 de junio), págs. 343-344 y págs. 375-378, respect.; “Un dato para la etiología del tifus exantemático”, en ESM, 63 (1916), n.º 3239, págs. 19-20; Los grandes remedios. Discurso leído en la solemne sesión inaugural del año de 1905 en la Real Academia de Medicina, Madrid, 1905; “Impresiones de mi vida”, en Las grandes figuras médicas contemporáneas. El Dr. Cortezo, Presidente de la Real Academia de Medicina, ex-ministro de Instrucción Pública, Madrid, 1917 (Publicaciones de Medicina y Libros. Revista mensual hispano-americana); Paseos de un solitario, Madrid, Ruiz Hermanos editores, 1923; Paseos de un solitario: memorias íntimas, hombres y mujeres de mi tiempo (segunda serie), Madrid, Imprenta Enrique Teodoro, 1923.
Bibl.: A. Espina y Capo, Memoria leída en la Academia Médico-quirúrgica Española en la sesión inaugural del año académico de 1882-83, Madrid, 1882; Conference sanitaire internationale. Procès verbaux, París, 1903; Instrucciones para prevenir el contagio del tifus exantemático publicadas por la Inspección General de Sanidad Interior [...], Madrid, 1909; Á. Pulido, Mi aportación al Instituto Rubio (Cartas circunstanciales), Madrid, Enrique Teodoro, 1915; M. Martín Salazar, “Profilaxis del tifus exantemático”, en ESM, 63 (1916), n.º 3248, págs. 161-163, 177-179, 194-196, 210-213 y 225-229; “Homenaje al Dr. Don Carlos María Cortezo y Prieto con motivo de sus bodas de oro con el ejercicio de la profesión médica. Sesión del 30 de Mayo de 1920”, en Anales de la Real Academia de Medicina (1920), págs. 489-531; Dottore Baloardo [Francisco Javier Cortezo Collantes], “Cronicón biográfico. Apuntes para una bio-bibliografía del doctor don Carlos María Cortezo” en ESM, 92 (1933) n.º 4159, págs. 219-240; E. García del Real, Fiebre tifoidea: Paratifus. Tifus exantemático, Madrid, Morata, 1942; M. Pastor Baeza, Figuras madrileñas: don Carlos M.ª Cortezo, Villajoyosa, 1975; M.ª Isabel Porras, “Antecedentes y creación del Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología de Alfonso XIII”, en Dynamis, 18 (1998), págs. 81-106; E. Rodríguez Ocaña, “La Salud Pública en España en el contexto europeo, 1890-1925”, en Revista de Sanidad e Higiene Pública, 68 (n.º monogr., 1994), págs. 11-28; P. Marset, E. Rodríguez Ocaña y J. M. Sáez, “[Historia de] La Salud Pública en España” en F. Martínez Navarro et al., Salud Pública, Madrid, McGraw-Hill, 1997, págs. 25-47; A. de Ceballos-Escalera y Gila, marqués de la Floresta (dir.), La Insigne Orden del Toisón de Oro, Marid, Palafox & Pelezuela, 2000, pág. 588; E. Rodríguez Ocaña, “La Salud pública en la España de la primera mitad del siglo XX”, en J. Atenza y J. Martínez (eds.), El Centro Secundario de Higiene rural de Talavera de la Reina y la sanidad española de su tiempo, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-la Mancha, 2001, págs. 21-42.
Esteban Rodríguez Ocaña