Gómez-Acebo y Cortina, José, Marqués de Cortina (I). Madrid, 22.XII.1860 – 22.XI.1932. Senador vitalicio, ministro, financiero.
Nacido en el seno de una conocida familia de comerciantes y juristas, se licenció en Derecho y fue diputado a Cortes por el Partido Liberal en cinco ocasiones. En 1917 fue nombrado senador vitalicio. En 1908 recibió el título de marqués de Cortina. Entre 1915 y 1918 desempeñó la Dirección General de Comercio, y desde el 5 de diciembre de 1918 hasta el 15 de abril del año siguiente fue ministro de Fomento, en el Gobierno presidido por el conde de Romanones, ocupando de forma interina la cartera de Hacienda en el mismo gabinete, desde finales de enero hasta abril de 1919. Entre el 14 de agosto de 1921 y el 8 de marzo de 1922 fue ministro de Marina en el Gobierno de concentración que, bajo la presidencia de Antonio Maura, se formó a raíz del desastre de Annual, en la Guerra de Marruecos. Así, ideó por primera vez en España la aeronáutica naval, con buques especialmente destinados a dicho fin y estaciones aéreas de la Armada.
Durante su etapa como director general de Comercio llevó a cabo una misión en Londres en 1917, en plena Guerra Mundial, para concluir y firmar un acuerdo comercial con Gran Bretaña. Aunque después de 1923 no volvió a tener implicación directa con la política, el marqués de Cortina fue desterrado —confinado, en sentido estricto— a Fuerteventura por orden del Directorio Militar que presidía el general Primo de Rivera desde septiembre de aquel año. Aunque la pena que se le impuso, con duración indefinida, realmente apenas duró un mes —del 7 de enero al 5 de febrero de 1924—, y aunque le fue permitido permanecer durante el tiempo de su confinamiento en un confortable alojamiento de Las Palmas de Gran Canaria, no deja de sorprender la dureza de trato que tuvo la dictadura con un exsenador, exministro y presidente del Banco Español de Crédito, a la vez que figura sobresaliente de la vida financiera, política y cultural del reino. Un mes después (el 10 de marzo), Unamuno llegó desterrado al mismo lugar.
La causa de la sanción de Cortina no está aún clara. La justificación oficial fue la publicación en La Actualidad Financiera, revista editada bajo el influjo del propio Cortina, de un artículo en que se criticaba un Real Decreto sobre la derrama de impuestos sobre los navieros, lo cual evidentemente constituía un motivo banal para pena tan súbita y severa. El propio marqués de Cortina diría más adelante que la razón verdadera de su confinamiento fue la forma, más que el fondo, del discurso pronunciado en el Senado, el 22 de junio de 1923, con motivo del suplicatorio que se pedía para el general Dámaso Berenguer, para ser juzgado por su intervención en la guerra de Marruecos. Con el título de “Diario de un proscrito” el marqués de Cortina dejó escrito el relato del confinamiento sufrido en un libro misceláneo, denominado Andanzas y remembranzas que reúne además los discursos del presidente en las juntas generales de accionistas del Banco Español de Crédito, de 1926 a 1928.
El habitual tono irónico de los comentarios y escritos de Gómez-Acebo estaba presente en los discursos que pronunciaba anualmente ante la junta de accionistas del Banco Español de Crédito y continuaría hasta el final mostrando su posición disconforme con la política económica de Primo de Rivera.
Todo lo anterior no representó obstáculo para que José Gómez-Acebo fuese nombrado por el Gobierno de la dictadura, en 1927, vicepresidente de la recién creada Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A. (CAMPSA), una de las obras económicas más emblemáticas del régimen primorriverista.
Pero antes que por sus escritos, por su carrera política y por el ejercicio de la abogacía —en 1904 inscribió la patente de un sistema de transmisiones sonoras por medio de ondas electromagnéticas del canadiense Reginald A. Fesseden, competidor del inventado por Marconi—, el marqués de Cortina es hoy recordado como uno de los más significados protagonistas de la historia de la banca española contemporánea. Cuando, en 1903, fue elegido consejero del Banco Español de Crédito, había ejercido ya funciones de censor desde que, un año antes, fuera creada esta sociedad. El cargo de censor en el Español de Crédito, auténtica antesala para el puesto de administrador o consejero, equivalía al de interventor que controlaba las cuentas de la entidad. El Banco Español de Crédito surgió de la refundación de la anterior Sociedad de Crédito Mobiliario Español, instituida a su vez en Madrid en 1856, fruto del movimiento renovador societario que entonces experimentó la economía española, ligado a la construcción de las grandes líneas ferroviarias. En 1882 los gestores franceses y españoles de esta sociedad madrileña trataron de reflotarla, con un nuevo nombre —Banco Español de Crédito—, en cooperación con importantes sociedades crediticias de París, como el Paribas, el Crédit Lyonnais, la Société Générale, entre otras; la nueva crisis financiera que se experimentó en ese mismo año en Francia y España impidió que siguiera adelante el proyecto. Por otra parte, la caída del cambio de la peseta del último decenio del Ochocientos afectaría de forma muy negativa al Crédito Mobiliario Español, puesto que había emitido obligaciones con intereses garantidos en oro.
En 1902 se llevó a cabo finalmente el plan de renovar el Crédito Mobiliario Español, convirtiéndolo en Banco Español de Crédito, con una destacada participación del Paribas —partícipe ya del Banco Hipotecario de España— y de otros bancos y capitalistas franceses, que suscribieron el 40 por ciento del capital social de la nueva sociedad. Los propietarios del antiguo Crédito Mobiliario Español pasaron a controlar el 30 por ciento del Español de Crédito, y los nuevos inversores españoles el restante 30 por ciento. Los inversores franceses tenían, al comienzo de la existencia del nuevo banco madrileño, un poder mayoritario, que se manifestó en la coexistencia de un comité de dirección en París, al que los Estatutos concedían amplias facultades, coexistiendo con el consejo de administración en la capital de España. En París se abrió una sucursal del Español de Crédito. Por otra parte, Paribas se reservó una cláusula optativa de participación en el 40 por ciento de los negocios emprendidos por el Español de Crédito, y abrió a este último un crédito de 2.000.000 de francos. En los primeros años del Español de Crédito, las tres cuartas partes de su cartera estaba constituida por activos extranjeros, en muchos casos resultado de negocios emprendidos por Paribas en diferentes países.
Como ha puesto de relieve José Luis García Ruiz en sus trabajos históricos sobre el Banco Español de Crédito, pocos años después de la creación de este último, entre los accionistas españoles surgió un grupo decidido a hacerse con el control de la sociedad. Entre ellos destacaba José Gómez-Acebo. La primera cuestión importante que suscitó diferencias entre los consejeros españoles deseosos de ostentar el mando del banco y los componentes del comité de París fue el de la creación de sucursales en todo el territorio español, que los accionistas franceses mayoritarios querían limitar a las principales ciudades. En realidad, en el trasfondo de dicha disensión había otro desacuerdo más profundo, sobre la configuración que debía tener el banco en el futuro. Los accionistas franceses, junto con muchos españoles, eran partidarios de que funcionara como banco de negocios, capaz de acometer inversiones en España y en el extranjero —como hacía el Paribas—, mientras que Gómez-Acebo y otros pensaban en un gran banco comercial y de depósitos, semejante al Hispanoamericano que había sido creado en Madrid dos años antes que el Español de Crédito.
Aunque en un primer momento triunfó la opinión de aquellos contrarios a la proliferación de sucursales, la llegada a la presidencia, en 1912, de Manuel García Prieto, uno de los grandes exponentes del Partido Liberal y amigo personal del marqués de Cortina, señaló el principio del cambio en la orientación del Banco Español de Crédito. En ese mismo año se redujo la capacidad de Paribas en la participación de los negocios, así como el límite de su crédito a la entidad madrileña. Gómez-Acebo pasó a ocupar la vicepresidencia en 1915. Dos años después, el marqués de Cortina accedería a la presidencia del banco cuando García Prieto fue nombrado presidente del Consejo de Ministros. En ese puesto permaneció hasta su muerte, en 1932, con los dos breves intervalos de excedencia en 1918 y 1922, por los nombramientos ministeriales que recayeron en su persona. A partir de 1917, las once sucursales del Español de Crédito que entonces había en las provincias —casi todas en Andalucía: Linares, Córdoba, Jaén, La Carolina, Puente Genil, Almería, Málaga— aumentaron hasta veintiuna en 1920, ciento cuarenta y tres en 1926 y cuatrocientas una en 1932.
Asimismo, el Banco Español de Crédito, en estos años, ejerció su influencia sobre los Bancos de Burgos, Oviedo, Gijonés de Crédito y Comercial Español de Valencia, que finalmente fueron absorbidos entre 1921 y 1931. Lógicamente, esta rápida expansión territorial llevó a un incremento muy acusado de los pasivos ajenos del Banco, cuyas cuentas corrientes más que se cuadruplicaron en quince años, pasando de 63.700.000 pesetas en 1917 a 431.600.000 millones en 1932. En esa misma época, el capital desembolsado se quintuplicó, pasando de 20.000.000 de pesetas en 1917 a 50.000.000 en 1919 y 100.000.000 en los primeros años treinta. Los dividendos, relativamente modestos en los años de la Guerra Mundial —1,4 por ciento de beneficio repartido respecto al capital en 1917, 2,1 por ciento en 1918— superarían el 7 por ciento en la segunda mitad de los años veinte, y alcanzarían el 11,6 por ciento en 1930, el 10,6 por ciento en 1931 y el 9 por ciento en 1932.
Un nuevo y decisivo paso en la conversión del Banco Español de Crédito en una entidad bancaria netamente española se daría en los años de la Primera Guerra Mundial. La revalorización de la peseta durante el período del conflicto hizo que muchos títulos representativos de empresas, además de activos públicos españoles, pertenecientes unos y otros a franceses, fueran comprados por bancos y particulares de nuestro país. El Banco Español de Crédito se hizo, de este modo, con las diecinueve mil acciones de la propia sociedad que había en el país vecino. En 1919, el capital del Banco fue aumentado de 20.000.000 a 50.000.000 de pesetas.
No debe atribuirse la progresiva españolización del capital y de la gestión del Banco Español de Crédito a una visión nacionalista de sus gestores, y mucho menos a una actitud xenófoba por parte de éstos, sobre todo de Gómez-Acebo. Antes al contrario, el marqués de Cortina fue siempre persona de visión cosmopolita, próxima al mundo europeo occidental, y al francés en particular. El Banco madrileño dio facilidades para la compra de oro en Madrid por el Gobierno francés, con el fin de sostener el valor de su divisa. En noviembre de 1917, cerrada la frontera pirenaica, el Español de Crédito adquirió deuda pública francesa y prestó su aval y la firma de sus gestores al empréstito que, en forma de letras, negoció en España el Gobierno francés. Pero el servicio, sin duda, más importante proporcionado por el Español de Crédito a la nación vecina fue la custodia de las reservas de oro del Banco de Francia en las cajas de la sucursal de la entidad española en París, cuando parecía inminente la ocupación de esta ciudad por las tropas alemanas. El propio marqués de Cortina dio cuenta de este hecho a los accionistas del Español de Crédito en 1926.
El Banco Español de Crédito participó, junto a otras entidades crediticias españolas, en la negociación de empréstitos —además de a Francia, hasta 1923— a Estados Unidos, Bélgica y Reino Unido. Gómez-Acebo dejó muy clara, a partir de los años de la posguerra, su decisión de que el banco que presidía no participara en operaciones de arbitrajes de moneda o en cualquiera otra clase de especulación de divisas extranjeras, en un período caracterizado por la inestabilidad monetaria.
La razón más importante que movió a Gómez- Acebo y a sus colaboradores más estrechos —César de la Mora, el marqués de Valdeiglesias, Luis Álvarez de Estrada, Manuel y Jaime Argüelles y, más adelante, Pablo Garnica Echevarría—, a controlar el Banco Español de Crédito y expandir su actividad en todo el territorio nacional, fue en primer lugar su deseo de gestionarlo con independencia de tutelas externas, y en segundo lugar, su concepción de la sociedad crediticia madrileña como banco mixto, capaz de absorber ahorro disperso a través de una amplia red de sucursales para conceder crédito a corto y largo plazo, proporcionar servicios de caja y depósito a los particulares y a las empresas, facilitar la intermediación por medio de la colocación de activos financieros, y promover nuevas inversiones en sectores como el ferroviario, el alimenticio, el hidroeléctrico, el minero y el naval. En todas estas direcciones, el Banco Español de Crédito quedó configurado como banco mixto, si no desde el momento de su fundación, sí desde la segunda década del siglo xx.
José Gómez-Acebo, una vez que consideró terminada su labor de afirmación y expansión de la entidad, al final de los años veinte, confió la permanencia temporal de las características diferenciales del Banco Español de Crédito a un consejo de administración que, a partir de entonces —y como ocurriría en muchas de las grandes sociedades anónimas españolas— perpetuó, a lo largo de más de sesenta años, los mismos apellidos en las personas que lo componían. El propio marqués de Cortina lo expresó en la junta general de accionistas de 1926, recurriendo a un símil del político y jurista Sánchez de Toca: “En las sociedades anónimas, que son un árbol, el Consejo tiene que ocuparse del tronco y las ramas que constituyen su vitalidad, mientras que los accionistas son las hojas que mudan todos los años, aun cuando aquí haya muchos arbustos de hoja perenne”. Por ello, a raíz de la imprevista muerte del marqués de Cortina en 1932, el consejo de administración del Español de Crédito le rindió homenaje como si se tratara del verdadero creador del Banco.
Obras de ~: con R. Díaz Merry, Diccionario general de Jurisprudencia Contencioso Administrativa, Madrid, Tipografía de los Huérfanos, 1889; Andanzas y remembranzas, Madrid, Librería de Francisco Beltrán, 1929; Terra incognita. Recuerdo de una misión oficial en Londres, Madrid, Hispania, s. f.
Fuentes y bibl.: Archivo del Senado, exps. personales, HIS-0129-02; Banco Español de Crédito, Memoria(s), ejercicios 1914-1932.
N. Sánchez-Albornoz, “De los orígenes del capital financiero. La Sociedad General de Crédito Mobiliario Español, 1856-1902”, en Moneda y Crédito, n.º 97 (1966), págs. 29-67; S. Roldán y J. L. García Delgado (con la colaboración de J. Muñoz), La consolidación del capitalismo en España, 1914- 1920, Madrid, Confederación Española de Cajas de Ahorro, 1973, 2 vols.; G. Tortella, Los orígenes del capitalismo en España, Madrid, Tecnos, 1973; P. Tedde, “La banca privada española durante la Restauración”, en G. Tortella (dir.), La banca española en la Restauración, I, Madrid, Banco de España, 1974, págs. 217-455; C. Seco Serrano y J. Tusell, La España de Alfonso XIII: el Estado y la política (1902-1931). Vol. II. Del plano inclinado hacia la dictadura al final de la Monarquía, en J. M. Jover (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, t. XXXVIII, Madrid, Espasa Calpe, 1995; Á. Rubio Gil, “José Gómez- Acebo y Cortina (1860-1932)”, en E. T orres Villanueva (dir.), Los 100 empresarios españoles del siglo xx, Madrid, LID, 2000, págs. 106-109; J. L. García Ruiz, El Banco Español de Crédito, 1902-2002. Un siglo de servicio a la economía española, Madrid, 2002 (mimeografiado); “Nacionalizando el capital bancario: Banesto y Paribas (1902-1927)”, en Investigaciones de Historia Económica, n.º 9 (otoño de 2007), págs. 79-105.
Pedro Tedde de Lorca