Pérez Caballero y Ferrer, Juan. Madrid, 8.XI.1861 – San Sebastián (Guipúzcoa), 10.XII.1951. Diplomático y político.
Nacido en un hogar de clase media en el que la política se vivía con plenitud —su padre sería diputado sagastino por Toledo entre 1881 y 1893 y desde esta fecha hasta 1901 senador por la misma provincia—, cursó en la Universidad de Madrid la carrera —ramas Civil y Canónica— de Derecho, en la que, tiempo adelante, se doctoraría (1884) en Bolonia, de cuyo famoso Colegio Español fue miembro destacado al par que condiscípulo de Juan de la Cierva y del conde de Romanones, entre otros futuros personajes de la vida política española. Tras su ingreso en la Diplomacia (1885) y haber ejercido su primer destino profesional como agregado de la Embajada de España en París, desempeñó pronto una misión de la mayor delicadeza y relevancia al ser enviado a Las Carolinas para llevar a efecto el laudo de León XIII en orden a la resolución del contencioso entre Madrid y Berlín a propósito de la posesión del citado archipiélago. Éste fue el origen de su especialidad en temas del Lejano Oriente, uno de sus muchos saberes profesionales y académicos.
Tras una breve experiencia japonesa —secretario de Embajada en Tokio (1887)— y otra estadounidense —secretario de la Embajada en Washington (septiembre de 1887-febrero de 1890)—, retornó a Madrid.
Ascendido a secretario de 2.ª en mayo de 1891, se integró al poco en la secretaría particular del ministro Segismundo Moret y Prendergast, desde entonces su guía y patrón. Elevado por éste a secretario de 1.ª, en las postrimerías de 1894, fue designado primer secretario de la Embajada de España ante la Monarquía italiana, puesto desempeñado a lo largo de un año escaso. A partir de finales del año 1895 retornaría al ministerio de Estado, anulándose por diversas causas sus nombramientos como ministro residente en Montevideo y luego en El Cairo. Subsecretario de la cartera citada —el más joven de toda Europa— entre mayo de 1900 y octubre de 1903 con gabinetes de distinto signo, se mostró en toda ocasión decidido partidario de un acuerdo con Francia, especialmente, cara al Magreb.
Embajador en Bélgica en junio de 1904, sería pronto reclamado por los dirigentes españoles para participar —en comisión de servicios— en los inicios de un importante acontecimiento de la política internacional española del siglo xx. Punto culminante de su trayectoria profesional fue, en efecto, la asistencia como delegado plenipotenciario adjunto del ministro Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, duque de Almodóvar del Río, a la Conferencia de Algeciras (enero-abril de 1906), en la que llevaría, de facto, el peso de las negociaciones del lado español con aplauso y hasta admiración en ciertos momentos de sus colegas extranjeros. Avalado con tal currículo, su gran amigo y protector Segismundo Moret —al que se debió su designación para coordinar y encauzar la Conferencia de Algeciras del lado del país anfitrión— le encargó, tras la repentina muerte del duque de Almodóvar del Río (23 de junio de 1906), el desempeño de dicha función (30 de junio-7 de julio de 1906 y 30 de noviembre-4 de diciembre del mismo año), siendo ratificado en el cargo por el marqués de la Vega Armijo en su primer y único gabinete (4 de diciembre de 1906-25 de enero de 1907). Nombrado embajador en los comienzos de este año, Maura, contra las costumbres imperantes en la política de la época, le encargó rectorar la embajada ante El Quirinal a poco de la formación de su segundo gabinete. Durante todo el “gobierno largo” del líder balear, Pérez-Caballero desplegó en la capital italiana, con la competencia y ardor que le eran familiares, una actividad tendente a reforzar la orientación mediterránea tan cara a los círculos dirigentes de ambas penínsulas en el umbral del novecientos. Caído Maura y sustituido por Moret y Prendergast (21 de octubre de 1909-9 de febrero de 1910), Pérez-Caballero volvió a regentar por vez postrera el Ministerio de Estado.
Con gran prestigio en los medios diplomáticos y en los de su partido, al que representó en la Alta Cámara como senador por la provincia de Albacete entre 1905 y 1916, año en que fuese designado miembro vitalicio de aquélla, Canalejas, no obstante su insobornable incondicionalidad hacia su rival Moret, lo nombró (16 de julio de 1910) como titular de la Embajada de España en París. Aquí desplegó toda su experiencia y talento para llevar a buen puerto las arduas negociaciones con Francia respecto a los límites del Protectorado español en Marruecos. La empresa se ofreció llena de dificultades pues, como se sabe, la diplomacia gala, con flagrante olvido de lo estipulado en el tratado secreto de 1904 entre ambas naciones mediterráneas, aspiraba ahora a recortar drásticamente el territorio magrebí encomendado a la tutela hispana, consiguiendo la hábil tarea del negociador español preservar la primitiva zona en el tratado definitivo de 27 de noviembre de 1912, ya bajo un gabinete presidido por el conde de Romanones. Desde el mirador parisino, eje de la política internacional del Viejo Continente en vísperas de la primera contienda mundial, el político y diplomático madrileño contribuyó igualmente a la superación de la crisis que, para las relaciones hispanoportuguesas, entrañó el derrocamiento de la Monarquía de los Braganza y la subsiguiente implantación de la República lusitana (5 de octubre de 1910). El perfecto servicio de información de la Embajada parisina proporcionó a Canalejas datos de suma trascendencia para marcar su hoja de ruta cara a la evolución de los acontecimientos del país vecino.
En el verano de 1912 el escándalo periodístico y diplomático causado por la quiebra del Crédit Foncier Agricole du Sud de l’Espagne —cuyo consejo de administración estaba presidido por el embajador— acabó, tras peripecias múltiples y diversas tentativas de dimisión del lado de Pérez-Caballero, no obstante usufructuar inmunidad jurídica por su condición, con la renuncia definitiva el 5 de febrero de 1913, aceptada por las autoridades españolas en marzo del mismo año. En la postrera experiencia del conde Romanones como titular de la cartera de Estado (9 de noviembre a 5 diciembre de 1918) y también de su última como primer ministro (5 de diciembre de 1918-15 de abril de 1919), su admirado Pérez-Caballero —llegaría a afirmarse con muchos visos de verosimilitud que a su pluma se debió el famoso artículo del conde “Responsabilidades que matan”, a raíz de la posición neutralista del gobierno de Dato tras el estallido de la Primera Guerra Mundial— pilotó, con rango de embajador, la subsecretaría de Estado, corriendo a su cargo gran parte de la definición y postura de España frente a la conclusión de la Gran Guerra y el desarrollo de la Conferencia de Paz de París. No obstante, el 19 de abril de 1919, en la penúltima presencia de Antonio Maura en la Presidencia del gobierno, el gran servidor del Estado español que fuese el diplomático y político madrileño se vio cesado por Real Orden y concluida igualmente su carrera diplomática, con grave pérdida, sin duda, para los intereses del país, habida cuenta su alta cualificación intelectual y profesional.
Miembro de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, lo fue también de la Sociedad Geográfica Española y de la Liga Africanista. Estuvo en posesión de múltiples cruces y condecoraciones.
Bibl.: H. de la Torre, “El destino de la ‘regeneración’ internacional de España (1898-1918)”, en Proserpina, 1 (1984), págs. 9-22; C. Seco Serrano, “Las relaciones España-Francia en vísperas de la Primera Guerra Mundial”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CLXXXIV (1987), págs. 19- 44; E. González Calleja y J. Moreno Luzón, Elecciones y parlamentarios. Dos siglos de Historia en Castilla-La Mancha, Toledo, Servicio de Publicaciones, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1993; F. García Sanz, Historia de las relaciones entre España e Italia. Imágenes, comercio y política exterior (1890-1914), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994; “Juan Pérez Caballero y Ferrer, ¿una nueva diplomacia en la estela del 98?”, en Historia contemporánea, 15 (1996), págs. 53-76; C. Seco Serrano, La España de Alfonso XIII. El Estado. La Política. Los movimientos sociales, Madrid, Espasa Calpe, 2002; J. M. Cuenca Toribio, Ocho claves de la historia de España contemporánea, Madrid, Ediciones Encuentro, 2003.
José Manuel Cuenca Toribio