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Diego de Aragón (o Aragona) Tagliavia

Biografía

Aragón (o Aragona) Tagliavia, Diego. Duque de Terranova (IV). ?, c. 1596 – Madrid, 17.I.1663. Consejero de Estado y de Guerra, embajador en Viena y Roma, consejero extraordinario de todos los Consejos del reino de Sicilia, consejero del Colateral de Nápoles, gran almirante y gran condestable del reino de Sicilia, capitán general de la Caballería Ligera de Sicilia, capitán general de la Caballería de Nápoles, gentilhombre de Cámara, caballero del Toisón de Oro, comendador de Villafranca y trece de la Orden de Santiago.

Perteneció a una de las grandes casas italianas al servicio de la monarquía católica. Por su familia paterna, los Aragón o Aragona, descendía de Fadrique, rey de Sicilia. Su familia materna eran los Pinatelo o Pignatelli, marqueses de Monteleón, de las principales familias de Nápoles, y los Colonna, de las más destacadas de Roma. Sus padres fueron Carlos de Aragón y Juana Colonna, quien contrajo segundas nupcias con Pedro Toledo, marqués de Villafranca. Ostentó también los títulos de grande de España, IV príncipe de Castelvetrano y del Sacro Imperio (17 de noviembre de 1648), V marqués de Avola y VI de Favara, marqués consorte del valle de Oaxaca, VI conde de Borghetto, barón de Sant Angelo de Muxiaro, de Pertiparda, Belice, Petrabelice, señor de Montedoro, de Menfis, de Casteltermine y de Castelemar del Golfo.

El lugar de nacimiento de Diego Aragón ofrece dudas; unas fuentes señalan Sicilia, como él afirmó en su testamento; otras, Nápoles, como lo declararon algunos testigos en sus pruebas para caballero de la Orden de Santiago.

Muy joven se trasladó a Madrid, donde fue menino del futuro Felipe IV, con el que se educó. Novoa lo describe como “caballero galán, de esclarecida sangre”.

Fue nombrado gentilhombre de cámara del príncipe en 1616. Al año siguiente se le concedió el hábito de Santiago, con título del Consejo de Órdenes el 23 de mayo de 1620; recibió la encomienda de Villafranca, mediante dispensa de su santidad Paulo V, el 23 de enero de 1619.

La proximidad al futuro Felipe IV ya hizo entrever a los cortesanos la posibilidad de que Diego Aragón pudiese aspirar a un valimiento más o menos cercano, despertando los consabidos celos y envidias: “Los que más atentos y falsos estaban a este paso era el Duque de Uceda, el confesor del Rey y el Conde de Olivares, que le parecía se había desembarazado de un gran estorbo y había echado a fondo un valiente bajel. A D. Diego de Aragón se le estaba haciendo la cama para sacalle de Palacio, y al fin, dentro de pocos días se consiguió, enviándole por Straticot a Sicilia, donde aunque volvió otra vez y hizo su oficio, no fue más que tan solamente por no autorizalle; porque a la verdad, el Conde no le quería allí por lo que había olido a privado del Príncipe” (Novoa).

El 20 de febrero de 1619 era nombrado estrático y capitán de armas de Mesina por dos años, contando desde el día en que tomase posesión. Tuvo ocasión de prestar un importante servicio al hacer reembarcar a unos piratas; al poco pidió una ayuda económica justificada por los gastos que le ocasionaban sus alabarderos, el informe fue favorable, pues “D. Diego sirve bien y merece cualquier merced que V. Mg. se sirva hacerle”.

Coincidiendo con la muerte de Felipe III, solicitó un año de licencia en 1621. Se abría un período decisivo para España por la reanudación de su conflicto contra las potencias unidas y su participación en la Guerra de los Treinta Años, tras los que subyacía el enfrentamiento con Francia. Al año siguiente, su hermano Juan, III duque de Terranova, que había estado casado con Cenobia Gonzaga sin tener sucesión, contrajo segundas nupcias con Juana de Mendoza, hija de los marqueses de Bedmar, dama de la reina.

Esto hizo que pudiese aportar al matrimonio el nombramiento de capitán general de la Caballería de Sicilia para su esposo y sucesores, eso sí, mediante unas capitulaciones matrimoniales leoninas para el duque.

La ceremonia tuvo lugar en palacio, siendo padrinos miembros de la Familia Real. El matrimonio tuvo una hija que murió al poco tiempo. No tardó mucho en seguirle su padre. Diego pasó a ser el IV duque de Terranova en 1624.

Junto al ducado Diego recibió una serie de empleos que necesitaron la confirmación real, pues aunque estaban ligados a su casa no tenían reconocido el carácter hereditario. El 21 de junio de 1624 se le otorgaron los títulos de gran almirante y de condestable del reino de Sicilia. Al año siguiente, concretamente el 31 de mayo, recibía los de consejero del Sacro Consejo, de Hacienda y del Patrimonio, como los tenía su hermano. Diego, con todos estos títulos, era cabeza del brazo militar en la Diputación de Sicilia. Algunos tenían un carácter honorífico, como el de almirante, pues el mando de las galeras de Sicilia correspondía al marqués de Santa Cruz, que había recibido el título de capitán general en 1623, lo que motivó algún conflicto entre ambos.

Diego venía desempeñando el cargo de capitán general de la Caballería de Nápoles, siguiendo como capitán de una compañía de caballos en Sicilia. Con la muerte de su hermano, el rey le ordenó que pasase a desempeñar el cargo de capitán general de la caballería ligera de Sicilia, que le supuso un alto coste económico por las rentas que tenía que desembolsar a su cuñada, con la que llegaría a un acuerdo en 1652. Este empleo, pese a sus gabelas, estuvo a punto de perderlo unos años más tarde. En 1630 el marqués de Fromista le puso un pleito por el título y estado del marquesado del valle de Oaxaca que pertenecía a su esposa. Esto le obligó a partir hacia España para hacer valer sus derechos. El duque de Alburquerque, entonces virrey, justificó su partida con el encargo de las cosas aprobadas en el último parlamento de Palermo, sin más licencia. Terranova permaneció casi cuatro años fuera de Sicilia. Realizó dos misiones por orden de Felipe IV, una en Francia (según Fraga fue una embajada extraordinaria para intervenir en las querellas de la familia real en 1631) y otra en Flandes. También asistió a la jura del príncipe Baltasar Carlos en su condición de marqués del valle de Oaxaca en 1632. En 1633 se promulgaron unas nuevas ordenanzas militares que en su capítulo sesenta y tres ordenaban la pérdida de los empleos de aquellos que estuviesen más de seis meses sin licencia.

El veedor Diego Bernardo de Eraso denunció la situación de Terranova, cuyo caso llegó a verse en el Consejo de Estado el 14 de octubre de 1634.

Diego conservó su cargo de capitán general de la Caballería de Sicilia, aunque este cuerpo desapareció unos años más tarde.

La Guerra de los Treinta Años dio un giro decisivo cuando Francia entró en la contienda en 1635. La situación de equilibrio se alteró definitivamente con las sublevaciones de Cataluña y Portugal a lo largo de 1640. Nobles de otros territorios hicieron amagos de levantamientos en Aragón y Andalucía. La monarquía católica atravesaba una situación crítica. Fue el momento que Terranova aprovechó para demostrar su lealtad a Felipe IV y comenzar su verdadera carrera.

Los tres brazos del Parlamento de Sicilia ofrecieron cuatro mil quinientos infantes armados para enviarlos a las costas de España, tres mil a cuenta del Reino y mil quinientos del baronaje. Se ofrecían 110.000 escudos perpetuos anuales y la introducción del papel sellado. La actividad del cardenal Doria y la del propio Terranova fueron decisivas para este éxito.

El premio no se hizo esperar, el almirante de Castilla, virrey de Sicilia, le encargó la leva con el título de maestre de campo general del reino de Sicilia, eso sí, sin sueldo y a confirmar por el rey (Palermo, 26 de agosto de 1642). Algunos opinaron que ese cargo no existía; Diego sabía que el hermano de su abuelo, Octavio de Aragón, fue nombrado maestre de campo general para la empresa de Larache cuando todas las escuadras estaban en Cádiz. Terranova también hizo valer los méritos de su yerno. Héctor Pignatelli trajo un tercio de mil sicilianos a España, y al regresar a la isla, en 1644, solicitó plaza del Consejo de Guerra de Sicilia. En el informe para la concesión se señaló “quanto al util no se save que le tengan mas que el honorífico, antes en sus títulos se dice que no ha de tener ni llevar salario alguno”. Pignatelli consiguió el nombramiento con la condición de no concurrir con su suegro en las sesiones de este Consejo.

La guerra entraba en su fase final. Comenzaron las conversaciones para llegar a la paz. Se produjeron varios nombramientos entre los diplomáticos españoles.

Castel-Rodrigo pasó a Flandes. Peñaranda se hizo cargo del peso de las conversaciones en Westfalia tras la labor de Saavedra Fajardo. Terranova quedó encargado de la embajada en Alemania en 1644, tras los nombramientos del conde de Siruela y del duque de Medina de las Torres (Zaragoza, 2 de noviembre de 1643). Diego, que se encontraba de nuevo en España, pasaría por Sicilia para resolver sus asuntos personales y recoger a su mujer. Las precauciones para el viaje demostraban abiertamente que Francia era cada vez más fuerte en el Mediterráneo.

Diego debería informar y colaborar con Peñaranda, mantener las mejores relaciones con la corte de Viena y facilitar las levas. La correspondencia entre Peñaranda y Terranova fue constante en los años siguientes.

Pero el duque no entendió o no colaboró con la labor que estaba llevando a cabo Peñaranda. Éste se esforzó por llegar a una paz separada con Holanda, ante lo que se consideraban unas condiciones inaceptables por Francia; mantener abierto el frente alemán el mayor tiempo posible, incluso plantear una paz separada entre suecos e imperiales. Terranova acabó defendiendo una posición más cercana a los postulados de Viena que a los de Madrid.

Ocurrieron dos acontecimientos importantes durante su embajada. El príncipe Baltasar Carlos, prometido de la archiduquesa Mariana, murió en Zaragoza en 1646. Su desaparición planteaba el problema del futuro de la monarquía católica. El emperador se adelantó a ofrecer en matrimonio a su hija, la anterior prometida, a Felipe IV. Terranova negoció las capitulaciones matrimoniales del nuevo enlace del monarca español. Al año siguiente tuvieron lugar los levantamientos de Sicilia y de Nápoles. Diego se encargó de la leva de un tercio para actuar en Nápoles. Terranova, como embajador en Alemania, también tenía a su cargo los asuntos del norte, incluyendo Dinamarca y Polonia.

Por el tratado de Westfalia se puso fin a la Guerra de los Treinta Años. España, que había llegado a la paz con Holanda, siguió en guerra con Francia, pues consideró que sus problemas interiores favorecerían las condiciones del acuerdo.

La corte española envió como embajador extraordinario en Alemania al conde de Lumiares para celebrar el enlace con la archiduquesa. Esto hizo que hubiesen dos embajadores españoles: Terranova y Lumiares. La situación provocó celos y rivalidad entre ambos. Finalmente, Lumiares quedó como embajador en Viena y Terranova fue relevado. Incluso se discutió en el Consejo de Estado que no acompañase a la nueva reina en su viaje a España, pese a que era su caballerizo mayor y llegaría a ser su mayordomo.

La guerra contra Francia proporcionó por entonces éxitos, como la recuperación de Cataluña, gracias a la Fronda. Pero el triunfo de Mazarino abrió una nueva etapa en el conflicto. Mientras Terranova intentó ser nombrado virrey de Valencia, sin éxito. La muerte de Beltrán Vélez de Guevara, en 1652, facilitó su nombramiento como virrey de Cerdeña, que todos dieron por cierto aunque no se publicó. Nunca ocupó ese cargo, fue nombrado embajador extraordinario en Roma el 11 de junio de 1653. El conde de Aversperg escribió: “mejor estará allá [...] que no estando aquí [Alemania], donde revolvió todo y se dio a conocer pronto. Dios le perdone”. Dos meses después de ser nombrado embajador fue investido caballero del Toisón por Felipe IV (1651), debiendo renunciar al hábito de Santiago, orden en la que había llegado a la dignidad de trece. Por las mismas fechas testaba su mujer en Castelvetrano (29 de julio). Pese a que se le instaba a partir para Roma en un plazo breve, se le autorizó a que pasase por Sicilia para solucionar sus asuntos personales. No llegó a Roma hasta primeros de febrero del año siguiente.

Su actividad estuvo determinada fundamentalmente por la guerra contra Francia, que también intentó desarrollar un frente italiano. Se opuso a que el enviado de Portugal fuese tratado como embajador.

Se ocupó de las canonizaciones y beatificaciones de Fernando III, Tomás de Villanueva, Pedro de Alcántara y Sancha de Castilla. Pero sobre todo se le encargó la coordinación de los cardenales del partido español para preparar un cónclave que ya se presumía inminente por la delicada salud de Inocencio X.

Cónclave que se celebró en 1655 y en el que resultó elegido el cardenal Chigi, nuncio en Westaflia, con el nombre de Alejandro VII. En su correspondencia Terranova se atribuyó el mérito de su elección. Pero el nuevo pontífice acabó bajo la influencia de un grupo de cardenales, entre los que destacaba Azolino, a los que Terranova denominó escuadrón volante. Su embajada coincidió con la llegada de la reina Cristina de Suecia, que en un principio estuvo cautivada por el embajador español Antonio Pimentel de Prado. Los enfrentamientos de la reina con Terranova fueron continuos. Tuvo ocasión de ocuparse y de ofrecer ayuda para contener la epidemia de peste que asolaba a Nápoles. Como embajador español estaba encargado de la función de la acanea y del pago del tributo de Nápoles a la Santa Sede como reconocimiento de su condición feudataria el día de San Pedro, originando algún incidente el último año que le correspondió.

Las cuestiones artísticas no fueron ajenas a su misión diplomática; se ocupó de reformar y acondicionar el palacio que compró el conde de Oñate para embajada de España ante la Santa Sede; cumplió varios encargos de obras de arte para Felipe IV, como el Cristo crucificado de Bernini para El Escorial. Presentó un proyecto de nueva planta para el personal de la embajada con su instrucción.

Su actividad distó de ser modélica, llegó a enemistarse con alguno de los cardenales del partido español. El Consejo de Estado le recriminó ciertos gestos y comportamientos, buen ejemplo de ello es esta consulta: “El Consejo ha estrañado muchas veces los Despachos del Duque de Terranova y dejado de ponderar a V. M. en las consultas hechas sobre ellos sus destemplanças y modo de escribir a V. M. quando trata de los de lo que se ofreçe representar lo qual es mucho más censurable quando replica a lo que V. M. ordena, esperando que con algunos blandos advertimientos que se le han hecho en diferentes ocasiones, que se enmendará.

Pero no aprovecha. Y los ultimos Despachos que se han reçivido suyos (sobre que van otras consultas con esta) todos son replica a los de V M. tan poco medidas como V. M. podrá servirse de mandar ver” (17 de enero de 1656). Se le dio licencia para abandonar Roma en ese año (“Que teniendo el Duque de Terranova licencia de partir de Roma y aviendo ayudado a ella la gran causa que V. M. save y concurrido las otras de poca aceptación de Duque en aquella Corte...”), no regresó a Madrid hasta el 27 de octubre de 1657.

La guerra contra Francia, que contaba con la alianza de Inglaterra, entró en su fase decisiva. Las derrotas españolas se sucedían en todos los frentes. La paz se hizo imprescindible. Francia se mostró generosa en la Paz de los Pirineos. Mazarino ya entreveía la posibilidad del problema sucesorio a favor de Luis XIV por su matrimonio con la infanta María Teresa, verdadera prenda del acuerdo. Ese mismo año (1659), Terranova era nombrado miembro del Consejo de Estado, y al menos desde el anterior superintendente de obras reales.

Pero la paz no era total. Una monarquía católica exhausta intentó recuperar Portugal, que de conseguirlo podría conservar todavía su rango de gran potencia. La actividad de Francia e Inglaterra hicieron imposible la empresa. Terranova participó en las reuniones que trataron de este y otros importantes asuntos en el Consejo y en la Junta de Estado. También fueron revisadas sus cuentas de las embajadas de Viena y Roma.

Gracias a Salazar Acha se sabe que otorgó testamento cerrado en Madrid el 10 de enero, y murió una semana más tarde, el 17. Dejó dispuesto que su cuerpo fuese depositado en la capilla mayor de la iglesia del Espíritu Santo de Madrid, para que posteriormente su hija ordenase su traslado a la iglesia de Santo Domingo de Castelvetrano, “donde están enterrados todos los demás señores de mi casa”.

Estuvo casado con Juana Estefanía Cortés de Mendoza, hija de Pedro Carrillo de Mendoza, IX conde de Priego, mayordomo de la reina Margarita, y de Juana Cortés de Monroy, nieta de Hernán Cortés, heredera del marquesado del valle de Oaxaca y dama de la infanta Isabel Clara Eugenia. El matrimonio se celebró en El Escorial el 21 de septiembre de 1617.

De esta unión nació una hija, Juana de Aragón Tagliavia y Cortés, su heredera legítima, que casó con su primo el duque de Monteleón.

Diego hizo mención en su testamento a Pedro de Aragón, capitán de caballos, a la monja sor Jerónima de Aragón y al religioso Francisco de Aragón, tenidos en “opinión” de ser sus hijos. De forma expresa reconocía a un hijo natural, Joseph Domingo de Aragón, bautizado en Vicálvaro.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, prot. 9805; Archivo General de Simancas, Estado, legs. 2344, 2345, 2346, 2347, 2349, 2350, 2351, 2352, 2634, 2674, 2675, 2676, 2677, 2678, 3024, 3025, 3026, 3027, 3028, 3029, 3030, 3035, 3458, 3478, 3480, 3482, 3484, 3485, 3486, 3487 y 3488; Secretarías Provinciales, libs. 965, 969 y 976; Tribunal Mayor de Cuentas, legs. 2633 (mal estado no es posible consulta, cuentas embajada Alemania) y 2634; Archivo Histórico Nacional Sección Nobleza (Toledo), Frías C. 38, 50; Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, exp. 493, expedientillo 494; Estado, legs. 7679, 7681, exps. 16, 7690, 9; Archivo Palacio Real, Personal, caja 109, exp. 19; Biblioteca Nacional de España, ms. 913, 1034, 1143; Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, 9/94, 9/95, 9/97, 9/98, 9/101, 9/296, 9/362, 9/575, 9/633, 9/642, 9/659, 9/699, 9/827, 9/854 y 9/1367.

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Dionisio A. Perona Tomás

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