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Salvador Espriu i Castelló

Biografía

Espriu i Castelló, Salvador. Santa Coloma de Farners, La Selva (Gerona), 10.VII.1913 – Barcelona, 22.II.1985. Escritor.

Salvador Espriu i Castelló nació en Santa Coloma de Farners, donde su padre ejercía entonces de notario, en 1913. Su familia procedía, por vía paterna y materna, de Arenys de Mar —allí establecida por lo menos desde la segunda mitad del siglo xviii, con antepasados navegantes y comerciantes y entre ellos algún ilustrado— y allí volvían cada verano desde que el padre fijó al poco de nacer Salvador la residencia familiar habitual en Barcelona, donde acababa de ganar una notaría. En la universidad de esta ciudad, llamada Universitat Autònoma durante la República, Espriu se licenció en Derecho (1935) y en Historia Antigua (1936). La subsiguiente guerra de España frustró su propósito de obtener otra licenciatura en Filología Clásica y de emprender en París estudios de egiptología.

Arenys, llamada Sinera por Espriu, es evocada en su obra como el lugar de los recuerdos infantiles; Lavinia llama a menudo en su obra a Barcelona. Al final de su vida evocó sobre unas fotografías que le suministraron su ciudad natal, que no recordaba (Aproximació a Santa Coloma de Farners i a algun dels seus entorns, 1983). Muy a menudo personajes sacados, por deformación o convertidos en tipos, de los recuerdos de infancia o de sus años universitarios o de la vida barcelonesa pueblan sus relatos, poemas y dramas. Mezcla de recuerdo de amistad y de personificación idealizada, después, de su vida universitaria es la presencia que cobra en su poesía su amigo el poeta mallorquín Bartomeu Rosselló-Pòrcel, muerto en la guerra. Esta muerte en 1938, y poco después la de su padre, en 1940, fueron golpes personales, que de algún modo comportaron, juntamente con el triunfo de los sublevados contra la República, la sensación de un hundimiento, del final de un mundo: no sólo la imposibilidad de seguir una carrera académica, sino también el derrumbe de un firme propósito de vida intelectual en catalán. A lo largo de su vida, en más de una ocasión, Espriu se refirió a 1936 como al año de su muerte civil.

En su infancia, un largo período de convalecencia le convirtió en lector precoz. De entonces data una frecuentación de lectura de la Biblia que no abandonaría nunca y que le proporcionaría al cabo una cierta familiaridad con la exégesis de los padres y de la tradición judía. En sus años en la universidad se decantó por el mundo próximo oriental antiguo. De ello resultó que llegara a ser el autor del volumen Tiempos antiguos (Prehistoria, Oriente, Grecia) de una Iniciación a la Historia Universal que dirigía el profesor Alberto del Castillo, pero sobre todo que griegos y romanos se sumaran a egipcios, asirios y hebreos, entre otros, para proporcionar a Espriu un fondo de temas, personajes, motivos de reflexión, sabiduría, del que siempre echó mano el escritor.

Tiempos antiguos, que hubiera podido significar un comienzo, académico, representa el límite, el fin, de sus anhelos y proyectos universitarios. Cuando se publicó este volumen (1943), Espriu se ganaba la vida trabajando en una notaría, en un empleo que le era necesario para sacar adelante a su familia y que detestaba, tanto por el trabajo en sí como por el notario que lo empleaba. La naturaleza de tal ocupación y su estado de ánimo decantaron entonces su decidida vocación literaria hacia la poesía. Pero entonces, y desde antes incluso de la guerra, Espriu ya era un prosista de excepción, del cuento a la novela pasando por la nouvelle, y, desde la guerra, había manifestado un talento dramático igualmente destacable.

A los quince años, su padre le costeó la edición de Israel, unas estampas del Antiguo Testamento, un libro escrito en castellano, con una tirada de cien ejemplares, que causa impresión no sólo porque demuestra unos conocimientos poco habituales en alguien de la edad de su autor y ya un estilo, sino porque en él pueden realmente encontrarse rasgos, tanto de argumento y dicción como de concepción del mundo, del todo confrontables con su obra futura.

Al año siguiente, en 1930, escribe, ya en catalán, El doctor Rip, publicada en 1931; una novela de una tajante desolación, el relato en primera persona de un médico enfermo de un cáncer incurable que pasa revista a su vida desde un desengañado apartamiento de sí mismo y hasta de la condición humana, desde la soledad lúcidamente asumida como destino, en un mundo enteramente rutina y formalidades, sin amor, que se presenta típico de la burguesía ciudadana. En Laia (1932), no un momento de una vida sino toda, desde la infancia: la vida de una niña, de una muchacha, de una mujer en un pueblo de mar, contada en tercera persona; más despacio o cuya intensidad resulta de más momentos, de más intensidades a lo largo del relato que discurre inexorable, poniendo de manifiesto, nítida, esencialmente, el cumplimiento de una trágica necesidad. Como es lógico, presenta también, acordados en el total, integrados en el curso diegemático, más niveles de estilo, más personajes. Laia está contada desde fuera; El doctor Rip lo estaba desde dentro.

En 1934 publica Aspectes, doce “narraciones”, según el mismo Espriu, que “hacen de puente” entre la novela Laia y las narraciones, también, de Ariadna al laberint grotesc (1935). “En pleno aire, una curva en rápida trayectoria. De un incierto origen a una incierta muerte y un punto de luz en la cima de la espalda del arco. Fugacidad de visiones de paisaje. Vidas que brillaban un instante en la ostentación de la apariencia y se apagaban enseguida en el olvido. Fragmentación de aspectos.” Estos aspectos son los del título, programáticos. En la trayectoria del vivir, un momento de luz, en un espacio, en un tiempo fugaces; no hay unidad, sino imágenes, aspectos de una realidad huidiza que representan momentos de luz, destellos de verdad en un mundo a trozos. De temas variados, las narraciones de Aspectes y, en general, los cuentos o relatos breves de Espriu aspiran a esculpir, con economía y sabio uso de medios expresivos diversos, este instante de luz —que puede bien ser de oscuridad, claro, temáticamente— en una prosa seca y efectiva, esencial pero no desnuda, que ora se acerca a su objeto, ora se distancia de él, con afecto o lástima o asco o indignación o ironía. El otro libro de narraciones de 1935 nítidamente presenta en su título no sólo la vida como laberinto, sino también como grotesca a la fuerza, dada la condición humana, y otra vez la perspectiva, como en Laia y como en tantas otras obras posteriores, es la de una mujer, la Ariadna que ayuda a Teseo, que luego la abandona.

La misma perspectiva, más evidente, en Miratge a Citerea, que da a la imprenta en el mismo 1935 y aborda el tema del amor entre mujeres, y en otras dos nouvelles, Letizia y Fedra, que publica en Letizia i altres proses (1937). El nacimiento del amor adolescente, la pasión, la ingenuidad y la perversión, la fidelidad y, a través de ella, la personalidad, si el amor puede perdurar a pesar de los cambios de cada uno o si éstos han de acabar revelando en el amor siempre un espejismo (miratge). Ya Ariadna vivía en una isla y ahora el apartamiento, el mundo cerrado en sí mismo, isla o pensionado de muchachas, hace más obsesiva la reflexión narrativa de Espriu en estas nouvelles sobre el eros, la juventud y las mujeres.

Fedra transcurre en una isla de calma, “casi griega”, cuya capital es “una ciudad con ecos de Italia”, o sea en Mallorca. Espriu se puso a escribirla, en noviembre de 1936, después de haber traducido aquel verano la Fedra teatral de Llorenç Villalonga, obra compuesta en español por este autor balear a quien siempre valoró mucho, literariamente. Este trabajo le sirvió de distracción, según manifestó él mismo, o de evasión ante la sublevación militar del mes de julio de aquel año. Y en noviembre juntaba su propia Fedra en relato a sus mujeres de las demás nouvelles de esta época.

Entre lo uno y lo otro, la lluvia, es decir, el inicio de una serie, La pluja, que acabará en 1938 pero en la cual la lluvia de agosto, el mes siguiente a aquella sublevación, parece metáfora de la guerra: las gotas de lluvia como incesantes flechazos de un ejército de lanceros que todo lo devasta y acaba con la única rosa del jardín.

La pluja culmina una decantación hacia lo que suele llamarse prosa poética que ya se manifestaba en Petites proses blanques, también contenidas en Letizia i altres proses. Prosas trabajadas y límpidas, estas “pequeñas prosas blancas” tocan el silencio y preludian relaciones metafísicas y poéticas, líricas, que luego serán centrales, recurrentes, en la obra en verso. En cuanto a La pluja, comienza con la guerra y acaba con la muerte de Rosselló-Pòrcel, el amigo de quien se había distanciado pero cuyo fin acaba de certificar para el poeta el derrumbe de sus años universitarios. Sus imágenes claramente perduran en la obra en verso de Espriu.

La pluja no vio la luz hasta 1952, en el volumen Anys d’aprenentatge, que reunía toda la prosa escrita por Espriu en estos “años de aprendizaje”. El mismo destino tocó a la versión que había hecho de la Fedra de Villalonga y a otra tragedia que había escrito al entrar en Barcelona las fuerzas de ocupación de los sublevados, la Antígona, que no se publicaron hasta 1955 en Palma de Mallorca. Para entonces, Espriu ascendía como poeta.

El ritmo de publicaciones de Espriu, apenas fue posible, indica la raíz misma de la recuperación de la literatura catalana y que él fue ya considerado un autor básico en esta recuperación. En efecto, en 1952 publica Obra lírica, que reúne tres libros en verso, el ya publicado (1946) Cementiri de Sinera y Les hores y Mrs Death. Les hores saca a la luz poemas escritos en el lejano ya 1934, el libro Mrs Death ha sido acabado en 1951. En 1952 publica también el recopilatorio Anys d’aprenentatge, ya citado. Ya en la segunda mitad de la década de 1940 se habían editado, además de Cementiri de Sinera, otro volumen de poemas, más misceláneo, Les cançons d’Ariadna, que tenía entonces sólo treinta y tres poemas —llegó a tener cien, cuando el poeta lo dio por acabado, en la década de 1980— y una obra de teatro, uno de los textos más admirables de Espriu, de tema veterotestamentario, Primera història d’Esther (1948). Por esta época empieza un trabajo de revisión de su obra narrativa: así, lleva a cabo la de Laia en la primavera de 1948, comienza la de Ariadna al laberint grotesc en el verano de 1949, etc. Se le impone su obra de escritor como el fruto de un incesante aprendizaje artesanal, como la fijación de aspectos de lo real que se repite y perdura, en el fondo de la fragmentación del presente, mediante una prosa de arte, una lengua compuesta, formada sobre la lengua viva común y depurada y estilizada con la vista siempre puesta en la nitidez, la precisión y la contundencia. Una lengua que tanto en la prosa como en la poesía como en la escena se distingue, por su enjuta y a veces extraña belleza, de las convenciones noucentistas y choca desde luego con las tardonoucentistas sin temple y, en general, con la escritura fácil y fluida de unos y con la profusión de vaciedades de otros. Sobria y esencial, la lengua de Espriu se construye como un homenaje a la lengua que se ha ido dotando de medios expresivos, desde los precisos para los temas y los tipos d’Emili Vilanova hasta los necesarios para las traducciones de Esquilo por Carles Riba. En el fondo, la lengua de tantos pueblos de la costa catalana, la que también alienta en la prosa excelente de Joaquim Ruyra y con matices más rudos y elementales, poderosa, en la de Caterina Albert.

Así, Cataluña, su lengua y su cultura, resulta representada por Antígona, camino de la muerte, y la Primera història d’Esther es ante todo demostración de la capacidad expresiva, de la riqueza de niveles, de la tan variada y profunda tradición literaria, del catalán. Y es así como la lengua está siempre en el centro de la obra de Espriu.

Por todo lo cual, pues, Primera història d’Esther se publicó antes que Antígona. La Esther, escrita en la envilecida posguerra cuyas imágenes retomará la poesía de Espriu en la década de 1970, es tan extraordinaria porque tiene la fuerza del humor, terrible, que nace de la desgracia; da la vuelta al calcetín de la realidad por medio de la farsa, del exceso verbal, de sus títeres tan certeros, desde el punto de vista de la condición humana y desde la vicisitud histórica concreta del momento de su escritura. Grotesca, barroca, tiene un alma del todo esencial, concisa. Como su protagonista, judía y mujer, que se las sabe todas y encarna la manera de ser que más le conviene según las ve venir. Al contrario de Antígona, inflexible y mujer, la virgen griega que no va a transigir con el poder. La Antígona empieza no por la tragedia homónima de Sófocles, sino por los Siete contra Tebas de Esquilo. Nos mete dentro del enfrentamiento entre hermanos, en la guerra civil; después, todo está decidido: ya se saben los papeles de la hermana de los caídos, uno en cada bando, y del tirano, el que habla con razones de estado. Desde Hegel, esta oposición ha estado en el centro de lo trágico contemporáneo, y ahí está, significando el desnudo núcleo de la tragedia, en el Espriu de los días de la caída de Barcelona. Luego, sin embargo, cuando, en la época en que su obra era usada como testimonio civil, revisó su Antígona (en 1963-1964), Espriu quiso adaptarla a la nueva situación histórica. Quizá escribió, con la suya de 1939, otra Antígona, entonces.

Así, Espriu tenía tras de sí una obra espléndida como narrador y había practicado con intensidad y acierto la escritura dramática cuando empezó a darse a conocer como poeta. En 1960 publicó La pell de brau (La piel de toro), que marca el inicio de la época en que fue considerado, también en toda España y en Europa, un símbolo de la reflexión sobre España y Cataluña, de la llamada al respeto mutuo y a la democracia y de la crítica, pues, a la dictadura. Pero Espriu, además de los libros de su Obra lírica y de las Cançons citadas, publicó en los cincuenta El caminant i el mur (El caminante y el muro) en 1954 y Final del laberint al año siguiente. Esta producción como poeta, de altísimo nivel y singular coherencia, no alcanzó la difusión de La pell de brau y este libro, que la eclipsó, quedó como emblemático de una recepción ciertamente sesgada de la obra de Espriu. A partir de la década de 1960, tanto los montajes escénicos de Ricard Salvat sobre textos de Espriu —sobre todo, Ronda de mort a Sinera, de 1967— como las canciones en que Raimon supo convertir algunos poemas del poeta proporcionaron no sólo una plataforma para que su obra fuera conocida, sino que, sin olvidar la entonces solicitada dimensión política de sus textos, ofrecieron una muestra de todos los registros del poeta; y Maria Aurelia Capmany, que participó en estas iniciativas, abrió camino a su interpretación como escritor, desde el punto de vista de la literatura y de la filosofía. Sin embargo, la dimensión pública de Espriu, su presencia en los medios, lo consagraron como un ejemplo moral utilizable con fines políticos.

El poeta que desde la segunda mitad de la década de 1940 fue acrecentando su ya nutrida y destacada obra literaria con libros de poesía, ciertamente dejaba indicios en sus poemas de la desgracia colectiva, pero sin cesar reflejaba la condición del hombre destinado a la muerte, el carácter ingrato del tiempo, arrasador del pasado irrecuperable —todos muertos, con los ejemplos recurrentes de su madre y del amigo poeta—, avaro de un presente moralmente triste, negro y tristemente ridículo, incapaz de ofrecer vislumbres de un futuro mejor. Crecía en la voz del poeta la conciencia de la dignidad de la condición mortal, la exigencia de la lucidez, del ejercicio de la inteligencia, de la aceptación gratuita, sin contraprestaciones, del peso del vivir, del trabajo. El paisaje de la costa, del cementerio al mar, Sinera, de la arena a las barcas, de la oscuridad a la luz, daba concreción, figura de tierra conocida, abarcable, a esta exigencia formulada en términos universales.

Espriu murió en Barcelona en febrero de 1985. En sus últimos veinte años, a la vez que aumentaba su presencia pública, revisó con cuidado, quizá a veces excesivo, su obra, que iba reeditándose y ganando lectores, y siguió escribiendo de una manera irregular. Se refería a menudo a un proyecto de novela que no cristalizó y el libro de relatos Les ombres (Las sombras) no vio la luz sino póstumo en el año mismo de su muerte. En prosa publicó en esta época Les roques i el mar, el blau (1981); con una especie de avance en 1975), un libro originalmente fruto de un encargo o compromiso, pues se trataba de componer unas prosas sobre dibujos de personajes míticos, que se le fue convirtiendo, mucho más allá, en una suerte de cosmología o razón del mundo y de la condición mortal, centrada en su espacio de siempre, la costa cabe el mar de siempre (“las rocas y el mar”), el Mediterráneo de las civilizaciones que había estudiado desde niño, bajo la morada de los dioses (“el azul” del cielo), en principio los griegos pero el destino, la necesidad y lo divino también hebreo y cristiano, todo a través de los viejos mitos, en una suerte de riguroso y muy ceñido discurso, herido de sarcasmo y desengaño pero muy esencial y lúcido. Le salió una obra redonda que desconcertó porque difícilmente casaba con la imagen de poeta e intelectual que se había ido forjando de él. No porque la obra no exhiba una actitud de crítica del poder, del exceso y del egoísmo, ni tampoco porque no resulte coherente con toda su producción —de la que, de algún modo, podría considerarse suma— sino sencillamente porque exigía una consideración de su obra más atenta a la lectura de sus textos que a la imagen del escritor. Por lo demás, estas prosas sobre temas míticos llegaban después de dos libros de poesía (Per al llibre de salms d’aquests vells cecs, 1967; Setmana santa, 1971) que ya había parecido ardua empresa conciliar con la lectura sólo en clave de poesía realista y política que se había impuesto de La pell de brau. Y, todavía, después de otra obra, teatral, totalmente de compromiso, compuesta para complacer a Núria Espert, que, a pesar de su promoción como espectáculo, y de su difusión entonces, también en el resto de España y en el extranjero, dejó altamente insatisfecho a Espriu y tampoco permitía que el público hallara en ella la imagen que del poeta se había fabricado. Se trata de Una altra Fedra, si us plau, o sea, Otra Fedra, por favor, de 1977. Sin duda sobre un tema grato a Espriu, constituye otro drama sobre una mujer, coherente con su producción teatral y con su obra, y él cumplió a su modo con lo que se le pedía; otra cosa es si servía a los fines también de quienes la habían pedido y la pusieron en escena.

Per al llibre de salms d’aquests vells cecs es un ensayo de poesía epigramática en la forma del hai-kú, ya tradicional en la lírica catalana; tiene cuarenta poemas y quizá Espriu hubiera dilatado este número en ediciones posteriores, porque recientemente se han podido publicar otros que de momento tenía en reserva o no había acabado. Su tema es el de los ciegos que guían a los ciegos, procedente de Mateo y Lucas a través de un célebre cuadro de Brueghel; el resultado un desolado muestrario de casi fábulas y paremias, imágenes encadenadas, que van incisivamente señalando aspectos de la ceguera humana. La figura del ciego para significar la humanidad, en relación con la profecía y la poesía misma, tiene en Espriu desde personificaciones míticas, como la de Tiresias, hasta ejemplos de míseros poetas de cordel. El fondo, con no separarse de la reflexión espriuana sobre la condición del hombre, parece acercarla a la sabiduría compuesta, simbólica y gnóstica, que caracteriza aspectos del humanismo renacentista, de Pico a Erasmo; una sabiduría que, presente de siempre en su poesía, también en relación con la tradición judía sobre el Antiguo Testamento, identificada en La pell de brau hubiera prestado a esta obra un sentido de mayor profundidad y alcance que el solamente histórico y político. En esta época tal sabiduría va a parar al valor del sacrificio por los demás y halla expresión por medio del relato evangélico de la pasión y muerte de Jesús. Esto es, se concreta (Setmana santa) en un relato cristiano seguido desde el agnosticismo y para ahondar en la dignidad del hombre, tema inseparable del de su bajeza, crueldad e indiferencia moral. Para Espriu, por otro lado, el relato cristiano de que se sirve es también referencia al paraíso perdido, a la infancia, a la madre, al ambiente familiar de antaño.

Compuso todavía con otros cuarenta poemas también breves el libro Formes i paraules, en 1974, sobre esculturas de Apel·les Fenosa, y fue articulando en torno a poemas de circunstancias, otras secuencias poemáticas de interés, más unitarias, que reunió en Per a la bona gent (1984), un libro formado por cien poemas y finalmente bien trabado y unitario. En 1981 había publicado la versión definitiva de su primer libro de poesía, Les cançons d’Ariadna, ahora integrado también por cien poemas, en cierto modo una afirmación de la unidad de toda su poesía y de toda su obra.

Toda esta obra de madurez, tanto en verso como en prosa, se vio ya en su momento de producción afectada por la imagen consagrada del poeta, por un lado, y por las mismas quejas, por otro, que él continuamente profería de que, a fuerza de solicitarlo “la buena gente” para tantas ocasiones de circunstancias, no le dejaban tiempo para dedicarse a la ejecución de proyectos nuevos; a lo cual puede objetivamente añadirse el tiempo que empleó en la revisión de su obra, como ha quedado dicho. Se trata, sin embargo, de un conjunto de libros importante, tanto desde el punto de vista de la calidad de todos ellos —y de alguno en especial como Setmana santa, que claramente enlaza con Llibre de Sinera y culmina así el ciclo central de su poesía— como desde la perspectiva de la culminación y compleción de su obra. Desde luego, por los dos conjuntos cíclicos y equilibradamente construidos, con materiales de diversas épocas, de Les cançons d’Ariadna y Per a la bona gent, pero también por el acrecentado dominio del tono epigramático y del cambio de registro —compatible con escribir en el fondo siempre lo que le interesaba, más allá de la solicitud o la ocasión a la que respondía lo escrito— así como por la suerte de ceñida esencialidad, que muy a menudo magistralmente convierte en absoluto lo anecdótico, del discurso mimético, descriptivo y alusivo, de Les roques i el mar, el blau.

Aceptó (1971) el Premi d’Honor de les Lletres catalanes. En 1980 el primer rector democráticamente elegido de su Universidad de Barcelona le confirió honoris causa el título de doctor que le había impedido obtener la situación subsiguiente a la guerra de 1936-1939. Fue también recibido como miembro por la Acadèmia de Bones Lletres (1984). Renunció a la concesión (1982) de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Aceptó honores y distinciones del Govern de la Generalitat. Fue enterrado en el cementerio de Arenys de Mar.

 

Obras de ~: Salvador Espriu, Obras completas, ed. de R. Pinyol-Balasch, Barcelona, Fundación Banco Exterior-Edicions del Mall, 1985 (ed. bilingüe cast.-cat.), 4 vols. (Narrativa, 1-4); Salvador Espriu, Obres completes, ed. de F. Vallverdú, Barcelona, Edicions 62, 1985-1990, 5 vols. (Poesia, 1; Poesia, 2; Narrativa, 1; Narrativa, 2; Teatre); Salvador Espriu, Obres completes. Edició crítica, Barcelona, Centre de Documentació i Estudis Salvador Espriu d’Arenys de Mar-Edicions 62, 1992- [publicados: vol. I (Israel), ed. de R. M.ª Delor, 1994; vol. II (El doctor Rip), ed. de R. M.ª Delor, 1992; vol. III (Laia), ed. de V. Martínez-Gil y G. Gavagnin, 1992; vol. IV (Aspectes), ed. de G. Gavagnin y V. Martínez-Gil, 1998; vol. VI (Miratge a Citerea. Letízia. Petites proses blanques. La pluja), ed. de M. Edo, 1997; vol. VII (Fedra. Una altra Fedra, si us plau), ed. de M. Edo, 2002; vol. VIII (Antígona), ed. de C. Jori y C. Miralles, 1993; vol. XI (Primera història d’Esther), ed. de. S. Bonet, 1995; vol. XIV (Ronda de mort a Sinera. Les veus del carrer. D’una vella i encerclada terra), ed. de N. Santamaria, 2000; vol. XV (Les roques i el mar, el blau), ed. de C. Jori y C. Miralles, 1996; vol. XVIII (Les ombres. Proses de ‘La rosa vera’. Altres proses disperses), ed. de G. Gavagnin y V. Martínez-Gil, 2001; vol. X (Cementiri de Sinera. Les hores. Mrs. Death), ed. de J. R. Veny-Mesquida, 2003]; Enquestes i entrevistes: I (1933-1973) y II (1974-1985), ed. de F. Reina, Barcelona, Centre de Documentació i Estudis Salvador Espriu d’Arenys de Mar-Edicions 62, 1995, 2 vols.

(col. Obres completes, annex 1-2).

 

Bibl.: J. M.ª Castellet (coord.), Iniciación a la poesía de Salvador Espriu, Madrid, Taurus, 1970 (Barcelona, Edicions 62, 1971, 1976); M.ª A. Capmany, Salvador Espriu, Barcelona, Dopesa, 1971; VV. AA., Salvador Espriu en els seus millors escrits, Barcelona, Miquel Arimany, 1974; VV. AA. Homenatge a Savador Espriu amb motiu d’ésser-li conferit el grau de doctor honoris causa. 10 d’octubre de 1980, Barcelona, Universitat de Barcelona, 1980; C. Miralles, “Salvador Espriu”, en M. de Riquer, A. Comas y J. Molas, Història de la literatura catalana, vol. X, Barcelona, Ariel, 1985, págs. 389-446; Centre de Documentació i Estudi Salvador Espriu, Memòria de Salvador Espriu, Barcelona, Edicions 62, 1988; J. Grau, Invitació a la poesia de Salvador Espriu, Barcelona, Claret, 1992; R. M.ª Delor, Salvador Espriu o el cercle obsessiu de les coses, Barcelona, Edicions 62, 1992; Salvador Espriu, els anys d’aprenentatge 1929-1943, Barcelona, Edicions 62, 1993; La mort com a intercanvi simbòlic. Bartomeu Rosselló-Pòrcel i Salvador Espriu: diàleg intertextual (1934-1984), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1993; A. Espriu, Salvador Espriu, Barcelona, Columna, 1996; V. Martínez- Gil y L. Noguera (eds.), Si de nou voleu passar: I Simposi Internacional Salvador Espriu, Barcelona, Centre de Documentació i Estudi Salvador Espriu, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2005; VV. AA., Indesinenter. Anuari Espriu, 1, Lérida, Punctum-Centre de Documentació i Estudi Salvador Espriu, 2006.

 

Carlos Miralles Solá

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