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Pedro Navarro

Biografía

Navarro, Pedro. Pedro Bereterra. Roncal, el Salteador. Conde de Oliveto (I), en el Reino de Nápoles. Garde (Navarra), 1460 – Castello Nuovo (Italia), 1528. Capitán e ingeniero.

Su origen suscitó controversias durante mucho tiempo. Paulo Jovio, Brantôme, Martín de los Heros y otros autores lo consideraron vizcaíno, pero la publicación de las Quincuagenas de Fernández de Oviedo, en 1880, movió a la historiografía a reconocer su ascendencia navarra. Las referencias de este autor al respecto parecen irrefutables: “Fue este conde Pedro Nauarro, por su nasçimiento nauarro, e hijo de vn hidalgo llamado Pedro de Roncal que yo conosçi, e desde muchacho siruio al marqués de Croton, cauallero del reyno de Nápoles, el cual fue preso por turcos y lleuado a Turquía, e en vna nao del marqués anduuo este Pedro Nauarro en corso por el mar Mediterráneo, e hizo buenas cosas, por lo cual la marquesa, mujer del dicho marqués e don Enrique su hijo, le dieron la nao al Pedro Nauarro [...]”. Alençon, en sus Anales de Navarra, precisa que nació en la pequeña villa de Garde, en el valle del Roncal.

En su infancia se dedicó al pastoreo y al cultivo de la tierra, ocupaciones que abandonó pronto, movido por su deseo de viajar. Pasó a Italia con unos mercaderes genoveses, entrando luego al servicio del marqués de Crotón, caballero del Reino de Nápoles. Su estancia le permitió participar en las numerosas guerras que asolaban la Península, como la que en 1487 enfrentó a Florencia y Génova. En ésta, y al decir de Francesco Guicciardini —que en este punto difiere de Jovio—, sirvió con los florentinos, que le doblaron la paga de soldado raso porque les enseñó a fabricar minas de pólvora para derrocar fortificaciones. El resultado de las mismas en la fortaleza de Serezanello no fue todo lo bueno que podía esperarse, pero le sirvió de base para ulteriores desarrollos y cimentó su fama de estratega. Luego viajó a Turquía, en compañía del marqués de Crotón. Tras la prisión de éste, sus familiares le confiaron, como queda citado, su nave, con la que recorrió como corsario el Mediterráneo, especialmente el norte de África. Esta dedicación le valió el sobrenombre de Roncal, el salteador.

En 1499 resultó herido por arcabuz al enfrentarse con una embarcación portuguesa. Este revés parece que fue la causa de que regresase a Civitavecchia para reincorporarse a la vida militar. Sirvió a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, en la armada que en mayo de 1500 se despachó desde Málaga. La misma se unió en Mesina a la escuadra veneciana de Pésaro para combatir a los turcos. Navarro fue el artífice, con sus minas, de la destrucción de una parte de la muralla del castillo de San Jorge, en Cefalonia. También utilizó el azufre para quemar a los turcos dentro de sus galerías. Terminada la guerra contra los turcos, Pedro Navarro pasó a Italia siguiendo a Gonzalo de Córdoba, quien le nombró capitán de infantería. En 1502, con seiscientos hombres, defendió la plaza de Canosa contra los franceses, capitaneados por Bayardo. Finalmente, Navarro tuvo que entregar la plaza por mandato del Gran Capitán. Al año siguiente intervino en la batalla de Ceriñola, en la que la infantería española impuso su superioridad sobre la caballería francesa. También participó en la destrucción mediante minas de los castillos dell’Ovo y Castello Nuovo, que amenazaban la posesión de Nápoles; y en la ocupación de Monte Cassino, que resultó determinante para la consecución de la victoria de Garellano. A instancias del Gran Capitán, Fernando el Católico le recompensó estos servicios con el condado de Oliveto, en los Abruzzos.

Después de esta campaña regresó a España, donde en 1507 el rey Fernando le ordenó marchar, con la artillería y tropas retornadas de Nápoles, contra los nobles rebeldes. Bastó su presencia para que el castillo de Burgos, cuya lugartenencia ocupaba Francisco Tamayo en nombre de don Juan Manuel, se entregara. Por su parte, el duque de Nájera no se atrevió a enfrentarse a tan poderoso enemigo y entabló negociaciones para acordar la paz.

Ante las dificultades de mantener Mazalquivir, conquistada en 1505, y decidido el Rey Católico a proseguir las campañas norteafricanas, nombró a Navarro capitán general de la armada organizada en 1508. La flota partió de Málaga y, tras atacar a los piratas que infestaban ambas orillas del Mediterráneo, el 23 de julio ocupó el Peñón de Vélez de La Gomera. A pesar de la reclamación del Rey de Portugal por esta acción, partió de allí para atacar a los sitiadores de Arcila, liberando a la guarnición lusitana. Poco después regresó a Castilla para preparar la expedición contra Orán. Para esta empresa se reunieron catorce mil hombres en Málaga y Cartagena, que se embarcaron en noventa navíos y que se hicieron a la vela el 16 de mayo de 1509. El mando supremo correspondía al cardenal Cisneros, quien tuvo agrios enfrentamientos con Navarro, que actuaba como su lugarteniente con el título de maestre de campo general. Llegados a África, tomaron fácilmente Mazalquivir. Luego se dirigieron contra Orán, ciudad que conquistaron con un ágil dispositivo táctico, en el que no faltó un novedoso cambio en la posición de la artillería. El resultado oficial de la batalla fue de cuatro mil fallecidos y cinco mil prisioneros enemigos, frente a una treintena de bajas propias. En este momento Cisneros abandonó la empresa, por los citados enfrentamientos.

Navarro, después de recibir refuerzos, prosiguió las conquistas y ocupó Bujía en enero de 1509. Tras la toma de esta ciudad —cuya posesión garantizó con el acuerdo alcanzado con el sobrino y competidor del rey Abderramán— las autoridades de Argel, Túnez y Tremecén se declararon vasallas del Rey Católico y se obligaron a poner en libertad a los cautivos cristianos. A renglón seguido, Navarro, auxiliado por las galeras de Nápoles y Sicilia, se embarcó con rumbo a Trípoli, al mando de catorce mil hombres. Esta ciudad también fue conquistada, aunque a costa de cuantiosas pérdidas, evaluadas en unos tres mil efectivos. Esto obligó al rey Fernando a enviar siete mil hombres de refuerzo, al mando de García de Toledo, primogénito del duque de Alba. Dicho socorro permitió a Navarro emprender la campaña contra Los Gelves (Djerba), isla en la que la avanzada castellana desembarcó el 28 de agosto de 1510. La ausencia de resistencia movió a García a una insensata penetración, que terminó en una gran matanza. Navarro, que aún no había desembarcado, decidió suspender la operación, tras rescatar a parte de los supervivientes. Sumando fallecidos y prisioneros, los cronistas de la expedición calculan en cuatro mil las pérdidas castellanas. Los elementos se encargaron de completar la derrota, pues una fuerte tormenta dispersó los navíos, de los cuales una parte se perdió y otra logró llegar a Sicilia. Con idea de resarcirse del fracaso, en octubre se hizo de nuevo a la mar para correr la costa comprendida entre Túnez y los Gelves. Pero de nuevo el mar se le mostró adverso. A duras penas logró llevar sus fuerzas a la isla de Lampedusa, a medio camino entre Malta y el continente, donde pasó lo más duro del invierno. En febrero de 1511 cayó sobre la isla de los Querquenes, poco poblada, pero lo suficiente para que en una emboscada perecieran el capitán Vianello y unos centenares de soldados. Navarro renunció a nuevas conquistas, dejando a Diego de Vera al frente del gobierno de Trípoli, y regresó a España vía Nápoles. Su inactividad fue corta, pues a comienzos de 1512 pasó de nuevo a Italia, para participar en la guerra contra los franceses. Lo hizo a las órdenes de Ramón Cardona, virrey de Nápoles, con quien tampoco tuvo buenas relaciones. Su primera acción fue el sitio de Bolonia, ocupada por los franceses. Intentó derribar las murallas de la ciudad utilizando sus famosas minas, pero la naturaleza del terreno, la mucha humedad y la premura de los preparativos hicieron fracasar el empeño. Por esta razón, Cardona ordenó levantar el sitio y la plaza continuó en manos francesas. Las hostilidades se reanudaron en Rávena el 11 de abril de 1512. Mandaba las tropas francesas Gastón de Foix, que contaba con veinticuatro mil infantes, cuatro mil jinetes y cincuenta piezas de artillería. Los españoles e italianos estaban bajo el mando de Ramón Cardona y suponían dieciocho mil peones, dos mil caballeros y veinticuatro cañones. Navarro condujo valientemente a sus infantes, con los que llegó al cuerpo a cuerpo frente a los lasquenetes. Su triunfo no resultó suficiente para ganar la batalla, pues la caballería de Fabricio Colonna no secundó el empuje de los peones y éstos acabaron retirándose. La mayor parte de ellos fueron hechos prisioneros, comenzando por el propio Navarro. La importancia que los franceses dieron a su captura se puso de manifiesto en las exequias de Gastón de Foix, fallecido en combate. En ellas hicieron formar a los principales prisioneros y a Navarro le correspondió ir “delante de las andas del cuerpo muerto y entre los estandartes cogidos, del rey de España y del Papa”.

Conducido a Francia, su captor, el caballero Labrit, solicitó 20.000 escudos por su rescate. Estaba estipulado que cada prisionero había de dar por su rescate la paga de un mes si era un peón, de tres si era un hombre de armas, de seis si era capitán o alférez y que nadie podía liberar a un prisionero de alcurnia sin autorización del Rey, que tenía capacidad para tomarlo por la cantidad estipulada. Por esta vía, Luis XII de Francia obtuvo los derechos sobre el rescate de Navarro, que posteriormente cedió al duque de Longueville, prisionero de los ingleses, para ayudarle a su liberación. Como el Rey Católico no quiso pagar tal cantidad ni ocuparse del asunto, Navarro permaneció tres años prisionero. De esta situación salió cuando el nuevo rey, Francisco I, pagó su rescate y lo nombró general de sus Ejércitos. De ahí procede el calificativo de “traidor” que le aplicaron algunos historiadores españoles. Conviene advertir, no obstante, que antes de aceptar el rescate, pidió a su Rey que le liberase de su juramento de fidelidad y renunció a las mercedes que de él tenía. Al incorporarse al Ejército francés, lo hizo en unión de seis mil vascos y gascones, que acudieron espontáneamente a sus órdenes. Al frente de las tropas galas penetró en el Milanesado, donde se apoderó de Novara y contribuyó a la toma de Vigerano y Pavía. Participó luego en la célebre batalla de Marignano frente a los suizos, en la que utilizó por primera vez el fuego graneado, y finalizó esta campaña entrando al frente de sus tropas en Milán y ayudando a tomar Brescia.

Tras algunas correrías en el norte de África y de fracasar sus intentos de aproximación a la Corona española, en 1522 regresó a Italia para socorrer a Lautrec. Participó junto a éste en la batalla de Bicoca, en la que se distinguió, a pesar de la derrota francesa. Tras este episodio se dirigió con refuerzos a Génova, pero su desembarco coincidió con la caída de la ciudad, tomada al asalto por sorpresa. Por esta razón, hubo de entregarse a los españoles, que lo llevaron prisionero a Pavía y luego a Castello Nuovo, donde permaneció tres años. Puesto en libertad, por el Tratado de Madrid de 1526, viajó a Roma, donde entabló relación con Paulo Jovio, obispo de Nocera, su primer biógrafo. Pocos meses después, al constituirse la Liga Sagrada contra el Emperador, recibió el mando de la flota coaligada. Un año después reunió nuevas tropas en Francia, con las que regresó a Italia en compañía de Lautrec. Ganó Génova y Alejandría, avanzando luego sobre Milán y Bolonia. En 1528 murió Lautrec en el cerco de Nápoles y Navarro pasó a las órdenes del marqués de Saluzzo. Cuando los franceses levantaron el sitio de la ciudad por no poder tomarla, emprendieron una desastrosa retirada hacia Aversa y, en ella, fue hecho de nuevo prisionero Pedro Navarro. Encarcelado en Castello Nuovo, murió en 1528. Circularon diversas versiones acerca de este hecho, pretendiendo algunos que el príncipe de Orange, gobernador por entonces del Reino de Nápoles, quiso evitarle la vergüenza del último suplicio y optó por hacerle morir. Otros dicen que fue Carlos V quien ordenó su muerte, por considerarle dos veces traidor, disponiendo que fuera degollado en la prisión. Dicha orden no pudo llevarse a término, pues al tiempo de ir a ejecutarla se le encontró muerto en la cama, sospechándose que el alcaide de la fortaleza, que se llamaba Luis de Icart, ordenó ahogarle con su ropa para evitarle morir como un malhechor. Otros autores creen que, viejo y achacoso, terminó sus días en el calabozo. Los soldados españoles de Nápoles escribieron en su tumba el siguiente epitafio: “Ilustre capitán español muerto al servicio de los franceses”. Después, el duque de Sessa, nieto de Gonzalo Fernández de Córdoba, trasladó los restos de Navarro a un sepulcro de mármol, situado junto al de Lautrec, en la iglesia de Santa Maria la Nuova.

 

Bibl.: P. Jovio, La vita di Gonzalvo Ferrando de Cordoua, Florencia, 1550; Anónimo, Las dos conquistas del reyno de Nápoles, Zaragoza, 1554; P. Jovio, Libro de las Historias, Valencia, J. Mey, 1562; M. Moreno, El conde Pedro Navarro, Madrid, 1864; Varela y Llimia, Biografía de Pedro Navarro, Madrid, 1864; M. de los Heros, “Vida de Pedro Navarro” y G. Fernández de Oviedo, “Las Quincuagenas de los generosos y no menos famosos reyes, príncipes, duques, marqueses, condes, caballeros y personas notables de España”, en VV. AA., Colección de documentos inéditos para la historia de España (CODOIN), Madrid, 1880; L. de la Torre, La Academia del Gran Capitán: Pedro Navarro, Madrid, 1910; J. Vigón Suero-Díaz, “Pedro Navarro, soldado en África”, en Curso de conferencias sobre la política africana de los Reyes Católicos, II, Madrid, Instituto de Estudios Africanos, 1951, págs. 7-36; J. M. Carriazo y Arroquia, “Cartas de la Frontera Granada”, En la Frontera de Granada, Sevilla, Facultad de Filosofía y Letras, 1971.

 

Eduardo Aznar Vallejo

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