González de Candamo, Gaspar. Santiago de Pruvia, concejo de Llanera (Asturias), XII.1753 – Ciudad de México (México), 16.V.1804. Teólogo, canónigo regular de San Agustín, catedrático de Hebreo de la Universidad de Salamanca, canónigo de Guadalajara (México), magistral de México y gobernador de las diócesis de Monterrey y de México.
Tres son las fuentes para conocer su vida: el archivo de la Universidad de Salamanca, a la que estuvo ligado desde 1775 hasta 1786 como alumno y catedrático, el currículum que el mismo Candamo presentó en la última oposición en la que participó (1797) y la emotiva Oración fúnebre que, a su muerte (1804), pronunció el catedrático de Filosofía Moral de la misma universidad, Miguel Martel, posteriormente diputado anillero a Cortes por Salamanca desde 1820 hasta 1822. Entre los estudiosos modernos, sólo Gabriela Zayas se ha acordado de nuestro personaje y más recientemente Antonio Astorgano.
Se distinguen dos etapas claras en la trayectoria vital de Candamo, separadas por la decisión de emigrar a México en 1787, si bien en la misma podemos hacer varias sub-etapas, algunas de las cuales se solapan: 1ª. Infancia y niñez (1753-1765). 2ª. Estudios en la Universidad de Oviedo (1765-1773). 3ª. Canónigo magistral en la Colegiata de San Marcos de León (1773-1775). 4ª. Estudiante de Teología y catedrático de Hebreo (1775-1786). 5ª. Canónigo de Guadalajara (1787-1799). 6ª. Gobernador eclesiástico de la actual diócesis de Monterrey (1790-1792). 7ª. Canónigo magistral de la Metropolitana de México (1799-1804).
Realizados los estudios primarios en la casa paterna, después “en las aulas de la universidad de Oviedo se hizo distinguir por su aplicación y talento” (Oración fúnebre). Según el informe de vida y costumbres previo a conseguir el grado de licenciado en Teología, Gaspar González Candamo era hijo legítimo de Gaspar González de Candamo y de Eulalia Prieto, naturales y vecinos, el primero, del lugar de Prubia de Arriba (localidad a medio camino entre Oviedo y Gijón), y la madre era de la villa de Gijón, de donde eran tres de sus cuatro abuelos. Se sabe que la familia era de estado noble y que su hermano, Manuel González de Candamo, era regidor perpetuo de la ciudad de Oviedo.
Por las intervenciones de Gaspar en los claustros plenos y las oposiciones a distintas cátedras de Teología (en 1782 en el proceso a la vacante de la cátedra de propiedad de Escritura, y en 1786 en el proceso de la cátedra de Vísperas de Teología), se conocen todos sus “títulos y ejercicios literarios” antes de emigrar a México.
En la oposición de 1782 afirmaba que era “catedrático de propiedad de lengua hebrea y caldea, opositor a las cátedras de propiedad de Teología y colegiado en el de Santa María de la Vega”. Respecto a su currículo académico decía que tenía veintiún años de estudios mayores, es decir debió de ingresar en la Universidad de Oviedo hacia 1761. Especificaba que hizo tres cursos en Artes y los restantes en Teología. Recibió los grados de bachiller en Artes el 23 de mayo de 1769 y Teología el 4 de mayo de 1773, ambos en la Universidad de Oviedo. Opositó, asimismo, dos veces a las cátedras de Artes y fue académico en la de Teología, de la que fue fiscal.
Durante los cursos 1773-1775 continuó en Oviedo los estudios dirigidos a la consecución de la licenciatura en Teología, pero decidió terminarla en la Universidad de Salamanca, para donde pidió el traslado en 1775, consiguiendo una beca en el colegio mayor de Nuestra Señora de la Vega e incorporando (convalidando) los títulos de bachiller en Artes el 29 de marzo y el de Teología el 9 de agosto de 1775 (mes en el que Meléndez Valdés conseguía del bachillerato en Leyes, por lo que la íntima amistad entre ambos no puede ser anterior a este año).
En 1776 cumplió en esta Universidad de Salamanca los tres años de pasantía que había empezado en Oviedo, necesarios para obtener el grado de licenciado en Teología, que consiguió el 29 de agosto de 1776, con ciertos problemas para recibir el licenciamiento en Teología por no estar ordenado in sacris, si bien se le admitió “mediante hallarse en estado de profeso”. El 28 de septiembre sufrió el examen en la temida capilla de Santa Bárbara. Al mes siguiente (3 de octubre de 1776) recibió el grado de doctor con pompa en Teología. Desde 1782 fue canónigo regular de San Agustín y el 7 de diciembre de ese mismo año consiguió licencia inquisitorial para leer libros prohibidos.
Alcanzados todos los grados académicos, entre 1776 y 1782 el teólogo Candamo, ya canónigo de San Isidoro de León, hizo oposición a varias cátedras de la Universidad de Salamanca (regencia de Artes, regencia de Teología, cátedra de Escritura y Vísperas de Teología). Ilustrado convencido como Meléndez, Candamo sabía que debía comprar la verdad a costa de todos los sacrificios, y “apoyado en los amigos que le aman tiernamente”, los libros y las aulas ocupaban enteramente los momentos de su existencia en Salamanca.
Como tenía muy difícil entrar en una cátedra de Teología, buscó la salida profesional en una del colegio o Facultad de Lenguas, en el que obtuvo, el 5 de abril de 1778, la cátedra de propiedad de Lengua Hebrea y Caldea, que regentó durante casi diez años (1778-1787), con el apoyo mutuo del poeta Juan Meléndez Valdés, catedrático de Prima de Humanidades. Ambos lucharon decididamente contra el muro intransigente de teólogos y juristas, por renovar los estudios de la inmovilista Universidad de Salamanca y, desilusionados, terminaron abandonándola. Candamo desempeñó la actividad académica de su cátedra de Hebreo y de aspirante a una cátedra de Teología, cada vez con más desánimo. Fue nombrado por el claustro juez de concurso para la oposición a la cátedra de Prima de Humanas de 1781 (y su voto fue decisivo para que la ganase su amigo Meléndez Valdés), y a la de Lugares Teológicos.
Como el sueldo de la cátedra de Hebreo no era muy alto (100 florines) y además estaba disminuido en la mitad que se llevaba el anterior catedrático jubilado, Candamo decidió ampliar su vida profesional fuera de la Universidad de Salamanca. Ya antes de ir a Salamanca había obtenido la canonjía magistral de la real iglesia de San Isidoro de León, cuyo prior y capítulo lo hicieron colegial del de nuestra Señora de la Vega. Hizo oposición a la magistral de la santa iglesia de Oviedo en octubre de 1783 y en su provisión tuvo votos. Teólogo sincero, predicó varios sermones en su colegio de la Vega, en la catedral de Salamanca, en la capilla de la Universidad y en otras iglesias principales de la ciudad castellana.
Tres años después, González Candamo volvió a participar, en 1786, en el proceso de la cátedra de Vísperas de Teología. Los méritos de González de Candamo fueron los mismos que los que hizo constar en la oposición de 1 de abril de 1783, pero añadía dos líneas importantes que indican que estaba en buena relación con el Consejo de Castilla, en esos años, presidido por su paisano Rodríguez Campomanes: “Es individuo de la Real Academia de la Historia de Madrid [presidida por Rodríguez Campomanes], y predicó en el año de 1785 tres sermones al Supremo Consejo de Castilla”. El fracaso en la oposición a esta cátedra fue lo que decidió definitivamente a González de Candamo a emprender la aventura mexicana, a finales de 1786, en que partió para México con el título de canónigo de la catedral de Guadalajara. A lo largo del curso 1786-1787 Meléndez hizo todo lo posible para retener a su amigo Candamo y quitarle la idea de emigrar. La amistad de Meléndez y Candamo fue larga y sincera, y con la intención de mantenerle en España, Meléndez escribe, el 7 de octubre de 1786, una carta a Eugenio de Llaguno y Amírola, alto funcionario de la Secretaría de Estado y futuro ministro de Gracia y Justicia entre 1793 y 1797, pidiéndole que hiciese todo lo posible para que se le conceda una cátedra de Teología a Candamo y no haga caso de los informes de sus enemigos, “los malos teologones”.
No surtió efecto la recomendación y Candamo optó por la escapada mexicana. Meléndez se encargó de sus asuntos españoles, por lo menos hasta 1789, en que se trasladó a Zaragoza. Compartían el mismo origen asturiano, el entusiasmo por la verdad, un mismo corazón generoso y la defensa de la dignidad del hombre. Una de las poesías más significativas, compuestas por Meléndez, profesor de Filología, es la Epístola V. Al Doctor Don Gaspar González de Candamo, catedrático de Lengua Hebrea de la Universidad de Salamanca, en su partida a América de canónigo de Guadalajara de México, escrita entre noviembre de 1786 y junio de 1787. Las posibilidades de promoción académica de González de Candamo eran nulas, y nada podían la recomendación del colegio de Lenguas ni la intercesión de Meléndez ante Eugenio de Llaguno, después del informe del obispo Felipe Bertrán, dado a Floridablanca sobre el catedrático Gaspar González de Candamo, fechado el 20 de agosto de 1783. Bertrán lo consideraba mal hebraísta y peor escriturista. Fallecido, González de Candamo continuaba con “mil enemigos”, según la citada carta de Meléndez: “El mérito de mi amigo es el más distinguido entre todos los teólogos de esta Universidad, bien a pesar de la envidia, que no perdona medio de denigrarle. Su talento, su gusto, su aversión a los malos estudios y sus declamaciones contra ellos le han adquirido aquí mil enemigos”. Candamo no dudaba en enfrentarse al sector más conservador del claustro. Así, por ejemplo, eleva una representación al Consejo de Castilla contra la decadencia de la Universidad, fechada en Salamanca el 15 de julio de 1785.
La etapa mexicana de Candamo abarca los últimos dieciocho años de su vida (1787-1805) y, a juzgar por el Elogio fúnebre, desarrolló una eficaz y agotadora actividad en los obispados de Guadalajara, Monterrey y México. Ocupaba la mitra de Guadalajara el vallisoletano fray Antonio Alcalde y Barriga (Cigales, 1701-Guadalajara 1792), obispo íntegro y muy generoso, cuya grata memoria aún permanece dos siglos después de su muerte. Pronto Candamo se ganó la admiración de las autoridades civiles y del obispo alcalde, pues en 1791 fue nombrado gobernador de la diócesis de Monterrey, a la muerte de su segundo obispo, el franciscano Rafael José Verger (Mallorca, 1722-Monterrey, 1790), quien tuvo el proyecto de fundar un colegio-seminario, pero no logró su propósito. A su muerte, el 5 de julio de 1790, quedó gobernando la mitra el doctor Gaspar González de Candamo. En un informe suyo de 1791, consideraba que en lugar de construir la catedral debería de abrirse un seminario, “que es lo que más se necesita y urge más que todo”. Para atraer a los indígenas a las funciones religiosas no dudó en organizar corridas de toros y otros entretenimientos. Candamo, ya en el primer año de su residencia (1788), era famoso en toda la nueva España: “Los prelados le consultan, los eclesiásticos le miran como un modelo, el pueblo le admira y le venera” (Martel).
Las autoridades mexicanas hicieron presentes repetidas veces al soberano su extraordinario mérito y le recomendaron eficazmente para las primeras sillas de aquellos dominios y el nombre de Candamo resonaba en la Real Cámara de Castilla en todas las consultas.
Subrayemos que desde 1796 Candamo convivió en Guadalajara con el obispo Juan Ruiz de Cabañas (Espronceda, Navarra, 1752 – Estancia de los Delgadillos, México, 1824), antiguo compañero de estudios en la Universidad de Salamanca, quien lo nombró gobernador del obispado. Nacido un año antes que Candamo, después de opositar a algunas canonjías en las catedrales de Palencia, Valladolid, Jaén y Badajoz, consiguió, finalmente, la magistralía de la seo de Burgos en 1784, gracias a la recomendación del inquisidor general Agustín Rubín de Ceballos. Por su parte, el asturiano sólo cosechaba fracasos en sus oposiciones a cátedras de teología en Salamanca y a la magistralía de Oviedo (1783). Ambos eran conscientes de la importancia de la educación para la consecución del progreso y creían que la Iglesia debía contribuir en la búsqueda de los medios para la consecución de la felicidad de las gentes. Si Candamo, siendo gobernador eclesiástico de Nuevo León (1790-1792), antepuso la creación de un seminario a la edificación de la catedral e incluso a la constitución del cabildo, Ruiz de Cabañas, por su parte, se aplicó decididamente a fomentar la formación del clero, para lo cual creó el Seminario Conciliar de San José y el Colegio clerical del Divino Salvador, dotándoles de útiles estatutos y programas de estudio muy completos, convirtiéndose en potentes motores para el desarrollo de la zona.
Pero sería la iglesia de México la que habría de “recoger los últimos alientos de este sabio sacerdote y con ellos los ejemplos de sus virtudes y los frutos de su ilustración”. Candamo ganó primero la oposición a la canonjía lectoral, por sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras y de historia de la iglesia. Después fue elegido para su canonjía magistral, “mereciendo la mayor confianza de su prelado”. Esta época es la más brillante y más laboriosa de su vida. Candamo entró en México debilitado ya, sin embargo, de su constitución robusta, en fuerza de sus trabajos en el gobierno de la diócesis de Nueva León. El culto arzobispo de aquella metrópoli, Alonso Núñez de Haro y Peralta (1728-1800), virrey, gobernador y capitán general, y antiguo colegial de Bolonia, le encargó inmediatamente la dirección de los religiosos capuchinos de su capital. Candamo pronunció un emotivo sermón fúnebre en las honras de su arzobispo, en la iglesia metropolitana de México el día 24 de noviembre de 1800. Extenuado, se negó a todo descanso y comodidad, incluso a las tertulias con sus amigos: desde su casa hasta el coro, desde éste hasta el concesionario, desde aquí hasta la lectura de los libros santos y hasta el despacho de una multitud de informes y consultas de toda especie.
Puesto que toda su vida fue funcionario, ya como catedrático, ya como canónigo, podemos seguir la evolución de la situación económica personal de Candamo. Paralela a la poca fortuna que Gaspar tuvo para ganar una oposición a cátedras o a canonjías está la precariedad económica que tuvo a lo largo de casi toda su vida, si bien nunca llegó a pasar necesidad, gracias a la protección de la Colegiata de San Isidoro y de su colegio salmantino de la Virgen de la Vega. En Salamanca tuvo que conformarse con la mitad del salario (50 ducados anuales, es decir unos 700 reales) de la cátedra de hebreo hasta 1785, pues la otra mitad se la quedaba el catedrático jubilado, José Cartagena. Entre 1785 y 1787 disfrutó del salario completo (100 florines, es decir unos 1400 reales). La canonjía de gracia de Guadalajara le reportaba unos 600 pesos anuales, por lo que el ambicioso Gaspar no dejó de opositar a una canonjía de oficio desde el mismo momento en que pisó la Nueva España.
Cuando en el verano de 1790 se le ofreció la posibilidad de ir de gobernador eclesiástico a Monterrey carecía de recursos para emprender el largo viaje, por lo que escribió reiteradamente al virrey para que se adelantase algún dinero. El 26 de agosto de 1790 Candamo, al parecer aun residente en México ciudad, le escribe al virrey conde de Revillagigedo, pidiendo un anticipo económico de 1500 pesos para emprender el viaje “tan largo y tan costoso” a Monterrey. El virrey decide el 27 de agosto, tras consultar al fiscal de la Real Hacienda y al arzobispo Alfonso Núñez de Haro, asignarle al gobernador eclesiástico Candamo 5000 pesos anuales, que se empezarían a cobrar, no desde el día del nombramiento (agosto de 1790), sino desde el día de la toma de posesión (octubre del mismo año). Asimismo, se le mantenían los 600 pesos de la canonjía de Guadalajara. Vemos que desde el 27 de agosto de 1790 Candamo contaba con todo el apoyo del virrey para el desempeño de su cargo delicado y trabajoso de gobernador eclesiástico del Nuevo Reino de León y con unos ingresos de cerca de 6000 pesos en total. Pero esos saneados ingresos no duraron más de dos años, pues a finales de 1792 tuvo que volver a su canonjía de Guadalajara. Sus ingresos no aumentaron significativamente hasta conseguir la magistralía de la metropolitana de México, de la que toma posesión en mayo de 1799, y empezó a gozar otra vez de más de 8000 pesos anuales.
Candamo no forma parte de la escuela poética salmantina, de la que su amigo Meléndez era el líder, como demuestra el hecho de que no se le conozca ningún nombre poético, ni poema, ni escrito en prosa de cierta entidad redactado en España. Sin embargo, fue un orador sagrado de primera fila, como se puede observar al leer los tres únicos discursos conservados y escritos en México, que sólo podemos analizar someramente ahora. Candamo, canónigo magistral y orador sagrado, lógicamente, se especializó en sermones, a juzgar por los que imprimió. Son dos panegíricos (en honor a Carlos III y al arzobispo Núñez de Haro) y un sermón moral dirigido a una monja de Guadalajara que acaba de profesar.
El magistral asturiano cultiva dignamente el género retórico del panegírico, tan difundido en el siglo XVIII, que algunos tratadistas deseaban restringirlo a los personajes notables. Es el panegírico uno de los discursos retóricos más dificultosos, porque como su asunto, por lo común, deba ser heroico y sublime, es necesario expresarlo con todo aquel aparato de elocuencia, artificio de sentencias, pruebas y estructura que convenzan la heroicidad del sujeto.
Los dos panegíricos fueron predicados en sendas catedrales, pero el de Carlos III en la de Guadalajara (1789) resulta mucho más atractivo que el del arzobispo Núñez de Haro en la de México (1800). La razón quizá esté en que el primero es casi un panegírico profano y el segundo “más evangélico y erudito”. En efecto, el elogio de Carlos III es una fluida narración de hechos, presentada con fervor reformista de un ilustrado que era consciente del momento histórico que estaba viviendo, mientras que el panegírico del arzobispo Núñez de Haro está más sujeto al corsé de la oratoria sagrada y su erudición.
El 28 de julio de 1789 Candamo predicó el Sermón de honras al rey Nuestro Señor Don Carlos III, el primero, y el mejor, que ha llegado hasta nosotros, dedicado a las honras fúnebres de dicho rey, quien había fallecido el 14 de diciembre de 1788. Comparado con los que se predicaron en otras catedrales del Nuevo Mundo y de España (muchos de ellos una sarta de hipérboles sin sentido), el del asturiano resalta tanto por la retórica (sencilla y “moderna”), como por la ideología y el contenido político. En él, Candamo analizó punto por punto la política del monarca fallecido, exceptuando dos ausencias tan notables como significativas: el motín de Esquilache y la expulsión de los jesuitas, temas que silenció absolutamente.
Como es natural, el esquema general del sermón se ajusta a las leyes que establece la retórica para las oraciones fúnebres, pero se atreve a introducir un análisis documentado sobre la actuación política de Carlos III, cosa completamente extraña a los panegíricos hiperbólicos que eran normales en la época (y que curiosamente se repitieron por historiadores demasiado agradecidos con ocasión del bicentenario de la muerte del déspota ilustrado [1788]). Y Candamo se atreve aún a más: a hacer leves críticas a ciertos aspectos de la política borbónica, hecho muy arriesgado si tomamos en cuenta que la figura de los reyes era la personificación de Dios en la tierra, y como él, intocable.
Candamo elogió a Carlos III por el impulso que dio a la ideología ilustrada en muchos aspectos, pero criticó los privilegios feudales que conservó, lamentándose también de la falta de una ley agraria que el canónigo creía indispensable, como su amigo Jovellanos. Los dos asturianos sabían que los problemas del campo español eran acuciantes y que la organización de la propiedad debía modificarse profundamente si se quería tener una economía saneada y moderna. Candamo elogió el impulso que el rey dio a las ciencias, a la mejora de las técnicas agrarias, a las medidas como la supresión de la tasa de granos, que buscaba paliar la injusticia económica contra el labrador; pero no estaba de acuerdo, en cambio, con el proteccionismo arancelario ni con las nuevas normas aduaneras, ni sobre los privilegios de la Mesta, tema sobre el que dice que “verdaderamente falta mucho que hacer”.
En conclusión, podemos decir que el panegírico de Carlos III que pronunció Candamo en Guadalajara es un ejemplo de la oratoria culta ilustrada, que ya no se podía conformar con el halago a los poderosos, sino que analizaba sus actos y se permitía criticarlos (suavemente y con el mayor respeto, se entiende). Una oratoria que aspiraba a dar su opinión sobre la marcha de su país, que aplaudía las reformas que ayudaban a modernizarlo, pero que no se ocultaba a la hora de marcar los defectos o las carencias de la política absolutista. El de Candamo es un sermón muy bien documentado en los aspectos históricos, aunque condescendiente en los biográficos; un sermón que concede un mínimo de esfuerzo retórico al ditirambo, y que aspira a convertirse en pieza de análisis y de objetividad en términos generales.
El Sermón en la profesión de la monja doña Juana María Josefa Sánchez Leñero (Guadalajara, 1797) pertenece a otra clase de sermones, los morales, y por tanto tiene otras características. Se inspira en el tema del Cantar de los Cantares de rica tradición humanista y objeto también de tremendas discusiones. Candamo aborda el tema basándose en dos apreciaciones: la importancia de la religiosidad interna como sinónimo de autenticidad religiosa (y caballo de batalla de la ilustración católica), y el compromiso que se adquiere ante Dios cuando se profesa. Nuestro canónigo se desvía de los caminos trillados, para componer un sermón muy seductor en el que huye de nuevo de los tópicos para expresar la verdadera situación de la vida monjil; se aleja de la pintura color de rosa en el interior del convento y adopta tintes de realismo que no podemos sino agradecer. Es un sermón que tiene un lado negativo (los problemas y las dudas que le saldrán a la monja sobre su vocación), a pesar de la alegría festiva del acto. Pero el canónigo asturiano no es un moralista que se dedica a ir amargando la vida a la gente, sino que actúa como un buen médico de almas (no debía de ser mal sicólogo) sobre una materia (la vocación religiosa) que conocía por larga experiencia. Considera a su monja como una posible enferma y reflexiona sobre el origen y raíz de donde le pueden venir los problemas a su vocación (la malicia ajena o la ignorancia culpable propia) para mantener la perseverancia, lo cual, necesariamente, requerirá sacrificios.
El tercer y último sermón publicado por Candamo es la oración fúnebre por la muerte del arzobispo Núñez de Haro y Peralta (Sermón de honras a la buena memoria del arzobispo Don Alonso Núñez de Haro), predicado en la catedral de México el 24 de noviembre del año 1800. Es, sin duda, el más convencional y el menos valioso e interesante de los tres que conocemos de nuestro magistral. Probablemente el afecto que le tuvo hizo que su aproximación a la figura del prelado careciese del análisis crítico y de la matización que habíamos observado en los dos anteriores. Candamo prefirió utilizar aquí todos los lugares comunes de la oratoria fúnebre, tendiendo a la hagiografía; aun así, su oración tiene una elocuencia bien dirigida a conmover a sus oyentes/lectores. Formalmente es elegante en su redacción y bello en sus citas, siempre bien escogidas. Está escrito en un tono emotivo y es un panegírico de las virtudes de quien, por otra parte, fue un virrey muy criticado por los criollos.
No es fácil recopilar los rasgos característicos de la contradictoria personalidad del teólogo ilustrado Candamo. No obstante, debemos resaltar sus afanes reformistas puestos al servicio del más fiel regalismo a lo largo de toda su vida, en la Universidad de Salamanca (1775-1786), militando sin ambages en el mismo bando que su amigo Meléndez Valdés, y en América, adscribiéndose claramente en el “partido” españolista, que se enfrentaba más o menos claramente al criollista en los tiempos inmediatamente anteriores al inicio de las rebeliones independentistas. Al respecto es significativa su presidencia de la Cofradía de los Oriundos de Asturias y su amistad con el arzobispo-virrey Núñez de Haro y con el canónigo-bibliógrafo José Mariano Beristáin.
Fuera del aula libró la batalla en el bando de la minoría reformista con ciertos actos que ponen de manifiesto de una manera más clara su afán de renovación y su carácter luchador, regalista y hasta antiescolástico y filojansenista en sus planteamientos filosófico-teológicos. Es evidente que el enérgico carácter del magistral asturiano lo impulsó a participar en diversas polémicas a favor del reformismo borbónico, poniéndose incondicionalmente al servicio de Campomanes, quien supo recompensar su fidelidad nombrándolo académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y concediéndole una canonjía de gracia en América, porque en la Península los teologones tradicionalistas lo tenían vetado para una cátedra de Teología o canonjía magistral, su auténtica vocación.
La amistad entre Candamo y Meléndez Valdés hace tiempo que está reconocida, a partir de las profundas afinidades ideológicas que tenían. Una amistad similar, con los matices derivados del menor trato directo, es la que Candamo tuvo con Jovellanos, como demuestran sus actividades en el seno de la Real Academia de la Historia (1785-1786) y, sobre todo, ayudando económicamente al Instituto Asturiano cuando más lo necesitaba (1804). A ambos asturianos los unía el deseo de regenerar la sociedad española mediante una enseñanza de calidad, anhelo compartido por el protector de ambos, el poderoso Campomanes. Ciertamente no hay ninguna duda sobre la actitud reformista-ilustrada de Candamo. Partidario convencido de las reformas de los políticos del reinado de Carlos III, tuvo serios enfrentamientos con los contrarios a las mismas en el claustro de la Universidad de Salamanca. En América continuó siendo un funcionario regalista que se movió en el seno de las élites españolistas, sin que se le conozca ningún tipo de polémicas o enfrentamientos. Como excelente orador sagrado, desgraciadamente sólo podemos conocer la modernidad y reformismo de su pensamiento sociopolítico y religioso (cercano al jansenismo) a través de tres sermones, una muy pequeña muestra de los muchos que debió componer.
Igual que sus amigos Meléndez Valdés, Jovellanos y Campomanes, el magistral asturiano es un buen ejemplo de lo que significó la versión española de la Ilustración, por su alejamiento de cualquier extremo, su moderación y sentido práctico, y por su realismo político. Trabajador nato (estuvo opositando hasta los 45 años) y siempre reformista dispuesto a ir a las comisiones más difíciles (recuérdense su gobierno [1790-1792] en la fronteriza diócesis de Nuevo León [Monterrey] y la agregación a la diócesis de Guadalajara de los curatos montañosos de la diócesis de Valladolid de Michoacán [1795]), no dudó en abandonar su vitalicia cátedra de la Universidad de Salamanca, donde tenía la sensación de perder el tiempo, y emigrar a América, donde podía trabajar con más libertad, y no solo para medrar profesionalmente.
Al final de su vida se insertó plenamente en la minoría dirigente españolista de la Nueva España, como el más ferviente regalista (hubiera llegado a obispo, si no hubiese fallecido a los cincuenta años), pero nunca se obsesionó por el poder político. Nos queda más bien la imagen de un clérigo venerable, defensor de un sincero cristianismo bíblico que se nos antoja filojansenista, porque resume los anhelos ideológicos de un par de generaciones de españoles de la segunda mitad del siglo XVIII, que creyeron en el progreso a través de la armonía, lejos de radicalismos traumatizantes revolucionarios, razón por la que los teologones conservadores de la Universidad de Salamanca nunca lo admitieron en su Facultad, y, en la Nueva España, el canónigo asturiano se puso incondicionalmente al servicio de los obispos de Guadalajara Antonio Alcalde y Juan Cruz Ruiz de Cabañas, del arzobispo Núñez de Haro y de los virreyes de México. Otros, como sus amigos Jovellanos y Meléndez, prefirieren impulsar las reformas cercanos al poder madrileño, y terminaron pagando cara su osadía con sendos destierros en una época de revoluciones.
Resumiendo con Martel, la simpática figura de Gaspar González de Candamo fue una de las que más hicieron las delicias de la Universidad salmantina y de los obispados mexicanos, por su amor a la verdad y por “salir de su boca torrentes de elocuencia llenos de la majestad de la doctrina y arrastrar a los oyentes con un torrente irresistible de persuasión y de luz. Su ardor insaciable de saber fue siempre acompañado de una aplicación constante, de un celo infatigable, de una meditación profundísima, de una sinceridad extraordinaria, de un sacrificio general”.
Por la admiración que despertaba en amigos tan íntegros como Meléndez y Martel, Candamo era considerado como un modelo, cuya vida de cincuenta y tres años fue empleada en la más penosa y diligente adquisición de la sabiduría y en un sacerdocio desempeñado en la difusión de las luces.
Obras de ~: Sermón predicado el día 15 de enero de 1797, en la solemne profesión de religiosa de coro que con el nombre de sor Juana María de Guadalupe hizo doña Juana María Josefa Sánchez Leñero, en el monasterio de religiosas dominicas de Santa María de Gracia de la ciudad de Guadalaxara [...], Guadalaxara, Oficina de D. Mariano Valdés Téllez Girón, 1797; Sermón de las honras, predicado en las solemnes que celebró la Santa Iglesia Metropolitana de México el día 24 de noviembre del año 1800, a la buena memoria de su difunto arzobispo el Excelentísimo Señor Don Alonso Núñez de Haro y Peralta, virrey, gobernador y capitán general que fue de esta Nueva España, México, 1800.
Bibl.: M. Martel, Oración fúnebre que a la buena memoria del doctor don Gaspar González de Candamo, canónigo magistral de la Santa Iglesia de México, dijo en el día 20 de diciembre de 1805 el doctor don Miguel Martel, catedrático de Filosofía Moral, Salamanca, en la imprenta de don Juan Vallegera, impresor de la Universidad (Biblioteca Nacional de Madrid, siglo XVIII, caja 378, n.º 35); A. Astorgano Abajo, “Meléndez Valdés y la enseñanza de las Humanidades en las preceptorías de gramática”, en Bulletin Hispanique (Bordeaux), t. 103-1 (junio de 2001), págs. 75-125; “Meléndez Valdés y el enfrentamiento entre los catedráticos del Colegio de Lenguas (1780-1784)”, en El Humanismo Extremeño. Estudios presentados a las Cuartas Jornadas organizadas por la Real Academia de Extremadura en Trujillo en 2000, Trujillo, 2001, págs. 263-291; “El conflicto de rentas entre las cátedras de humanidades y Meléndez Valdés (1780-1784)”, en Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija (Madrid, Universidad Carlos III), 4 (2001), págs. 11-90; “Juan Meléndez Valdés, opositor a la cátedra de Prima de Letras Humanas”, en Dieciocho (Charlottesville, Universidad de Virginia, Spring) (2002), págs. 75-105; A. García Pérez, “Miguel Martel, un filósofo reformador y liberal”, VV. AA., en Congreso Internacional. Orígenes del liberalismo, Salamanca, 2002 (CD); A. Astorgano Abajo, “Meléndez Valdés y el helenismo de la Universidad de Salamanca durante la Ilustración”, en Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija (Madrid), 6 (2003), págs. 11-86; “Godoy y Meléndez Valdés en la Salamanca de 1805-1808”, en VV. AA., Manuel Godoy y su tiempo. Congreso internacional Manuel Godoy (1767-1851), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2003, t. II, págs. 161-211; T. Astorgano Abajo, “Juan Meléndez Valdés, humanista”, en Revista de Estudios Extremeños (Badajoz), t. LX-I (2004), págs. 289-400; “Meléndez Valdés, helenista”, en Dieciocho (Charlottesville, Universidad de Virginia), 27-2 (otoño de 2004), págs. 221-244; J. Meléndez Valdés, Obras Completas, ed., introd., glosario y notas de A. Astorgano Abajo, Madrid, Ediciones Cátedra, Bibliotheca Áurea, 2004; A. Astorgano Abajo, “Meléndez Valdés, juez en las oposiciones de 1785 a la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca”, en Habis (Universidad de Sevilla), 36 (2005), págs. 481-504; “Esteban Meléndez Valdés y la formación de su hermano Batilo”, en VV. AA., Juan Meléndez Valdés y su tiempo (1754-1817). Actas del Simposio Internacional (celebrado en Cáceres en noviembre de 2004), Mérida, Editora Regional, 2005, págs. 19-58; “Esbozo biográfico de Gaspar González de Candamo, amigo íntimo de Meléndez Valdés”, en J. Álvarez Barrientos y J. Herrera Navarro (eds.), Para Emilio Palacios Fernández. 26 estudios sobre el siglo XVIII español, Madrid, FUE - Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 2011, págs. 365-386; “Jovellanos y el magistral ilustrado Gaspar González de Candamo, amigos de Meléndez Valdés”, en Boletín Jovellanista, 11 (2012), págs. 13-70; “Apuntes sobre el reformismo en el Colegio isidoriano de Nuestra Señora de la Vega de Salamanca durante la segunda mitad del siglo XVIII”, en M.ª J. Pérez Álvarez y A. Martín García (eds.), Campo y campesinos en la España Moderna. Culturas políticas en el mundo hispano, León, Fundación Española de Historia Moderna, 2012, págs. 1543-1555; “El Colegio Menor Universitario Nuestra Señora de la Vega de Salamanca durante la Ilustración (1771-1808)”, en L. E. Rodríguez-San Pedro y J. L. Polo Rodríguez (eds.), Imagen, contextos morfológicos y universidades, Miscelánea Alfonso IX, Salamanca, Universidad, 2012, págs. 349-397; “Las aventuras del canónigo González de Candamo, íntimo amigo de Meléndez Valdés, en Nueva España (1787-1804)”, en Revista de Estudios Extremeños, 68, 3 (2012), págs. 1257-1322; “La visita de 1774 del Colegio universitario Nuestra Señora de la Vega de Salamanca”, en CIAN: revista de Historia de las Universidades, 16, 1 (2013), págs. 13-50; “La literatura de González de Candamo, amigo íntimo de Meléndez, y su ilustrado panegírico de Carlos III”, en Boletín de la Real Academia de Extremadura, 21 (2013), págs. 321-408; “El magistral González de Candamo en la Metropolitana de México (1799-1804)”, en Trienio, 62 (2013), págs. 55-126; “Rasgos del magistral González de Candamo en la metropolitana de México (1799-1804)”, en Hispania Sacra, 137 (2016), págs. 355-376.
Antonio Astorgano Abajo