Donoso Cortés, Juan. Marqués de Valdegamas (I). Valle de la Serena (Badajoz), 6.V.1809 – París (Francia), 3.V.1853. Político, diplomático y escritor.
Nació en el seno de una familia de ricos hacendados.
Aprendió las primeras letras y la gramática en Don Benito, lugar de la residencia familiar. En 1820, cuando había cumplido once años, marchó a la Universidad de Salamanca a estudiar Artes, pero en 1821 se abrió de nuevo el Colegio de San Pedro de Cáceres y durante dos años estudió allí Lógica, Metafísica y Ética. En esta ciudad entró en relación con la familia de José García Carrasco, defensor del liberalismo, y conoció a su hija menor, Teresa, que ocho años después se convertiría en su esposa. En el verano de 1823, Donoso pasó las vacaciones estivales en Cabeza de Buey (Badajoz), donde conoció al liberal Manuel José Quintana, que se había retirado allí ante la inminente restauración del absolutismo. En los veranos siguientes vuelven a encontrarse y entablan cordiales relaciones, hasta el punto que Quintana le presenta como “un sujeto que en los pocos años que cuenta reúne, a un talento nada común, una instrucción y una fuerza de razón y de discurso todavía más raras.
Es dialéctico y controversista [...]. Es hijo, en fin, de mis oraciones, amigo de toda confianza”.
Al terminar los estudios de filosofía, fue a Sevilla a cursar derecho. Durante los cinco años que permaneció en esta ciudad, además de estudiar derecho, cultivó la poesía romántica y entró en contacto con las obras de Locke, Condillac... Acabada su carrera y licenciado en Leyes, se trasladó a Madrid, con la esperanza de situarse en el centro de la política y de la cultura, y así abrirse paso en la vida. Iba recomendado por Quintana, Agustín Durán y otros amigos de su padre. Se puso en contacto con los círculos literarios y políticos y tomó conciencia de la vida real. No le debió de ir muy bien, porque se volvió a Don Benito.
Al comenzar el curso siguiente, 1829-1830, Quintana rechazó la cátedra de Estética y Literatura en el Colegio de Cáceres, pero señaló a Donoso Cortés, que aceptó de mala gana. La vuelta a Cáceres le volvió a poner en contacto con la familia García Carrasco, cuyos hijos habían vuelto ya del exilio impuesto por la reacción, y en pocos meses se casó con Teresa, la hija menor, vinculándose así a una familia liberal poderosa e influyente en Extremadura y Madrid. Los dos cursos siguientes parece que estuvo retirado en Don Benito, ayudando a su padre en el bufete y buscando cierto ocultamiento. Leyó a los filósofos y a los románticos y completó su formación intelectual con vistas a entrar en la vida pública y en la política.
A mediados de 1832 se instala con su esposa en Madrid. La derogación de la pragmática que Fernando VII había publicado dos años antes para que le sucediese su hija Isabel y los “sucesos de La Granja”, restableciendo de nuevo la sucesión de su hija y nombrando un nuevo gobierno presidido por Cea Bermúdez, dio la oportunidad a Donoso para enviar al Monarca un amplio informe sobre la Ley de Sucesión y la significación de lo ocurrido en La Granja. Esta memoria señala su toma de posición incondicional al lado de María Cristina, y le valió el nombramiento de oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia, con lo que iniciaba su carrera en la burocracia cortesana que un día le llevó a ser una de las primeras figuras de la política nacional. Después de la muerte de Fernando VII (1833), se va olvidando de la poesía y cada vez escribe más de política, iniciando una intensa actividad periodística para la difusión del liberalismo en aquellos años de la guerra carlista. En marzo de 1834 asciende un escalón más en su carrera y pasa a ser secretario de Decretos en el Ministerio de Estado, pero la matanza de frailes de aquel verano (17 de julio) le impresiona y en el prólogo de sus Consideraciones sobre la diplomacia (1834) pide al Gobierno que cumpla su misión “defendiendo el trono, consolidando la libertad y sofocando la anarquía”.
En el otoño de 1835 es enviado por el Gobierno a Extremadura en calidad de comisario regio para tratar que aquella región obedeciese a la Reina y al Gobierno central. Su comisión tuvo éxito, fue nombrado jefe de sección en la Secretaría de Gracia y Justicia y más tarde, secretario del Gabinete de la Presidencia y del Consejo. Con la caída de Mendizábal cesó en sus cargos políticos, pero en las elecciones siguientes fue elegido diputado por Badajoz. Tenía veintisiete años y empezaba su larga carrera parlamentaria.
En octubre de ese mismo año, 1836, el Ateneo madrileño le invitó a ocupar una de las cátedras y dar unas lecciones de derecho político, que impartió desde noviembre de 1836 hasta febrero de 1837 y, a juicio de Joaquín Costa, son comparables a los tratados políticos de Francisco Suárez. Estas lecciones son la exposición más completa de la ideología política del Donoso liberal moderado y apuntan algunos signos de que su mentalidad comenzaba a derivar hacia nuevas orientaciones. En los tres años siguientes continuó con su intensa actividad periodística e inauguró su carrera de orador parlamentario como diputado por la provincia de Cádiz.
El 27 de julio de 1840 pidió permiso en su departamento de Gracia y Justicia para pasar a tomar los baños a Francia, aunque se conjetura que lo hizo para estar al lado de María Cristina, que iba a renunciar a la regencia y salir de España. Lo cierto es que cuando llegó a Marsella el 18 de octubre, allí la esperaba Donoso Cortes y allí redactó un manifiesto que la Reina madre dirigía en despedida a la nación española. La acompañó a París y entró en contacto con la sociedad y los intelectuales franceses. María Cristina le nombró miembro del Consejo de Tutela de las infantas Isabel y María Fernanda y le encargó la delicada misión de ir a Madrid para tratar de arreglar con Espartero el asunto de la tutela de sus hijas, pero todo fue inútil.
Las Cortes y el Gobierno no reconocían la tutela de María Cristina y ésta no quería ceder en sus derechos de madre. Donoso volvió a París y se unió al grupo de emigrados políticos moderados, entre los que figuraban Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, los generales O’Donnell y Narváez, etc. Permanece en París hasta octubre de 1843, en que, caído Espartero, vuelve a España, y desde allí escribe en El Heraldo unas “Cartas de París”, en las que se muestra interesado por los movimientos políticos e intelectuales franceses y se observan algunas huellas de los tradicionalistas franceses, sin duda porque, sin sentirlo, era cada vez menos liberal y menos racionalista.
La caída de Espartero (1843) abrió las puertas a los exiliados políticos de París y Donoso volvió a España, siendo elegido diputado de nuevo por su provincia natal de Badajoz. El 6 de noviembre defendía en las Cortes la proposición de que se declarase reina a Isabel II, a pesar de contar sólo trece años y no catorce, como exigía la Constitución. La proposición salió adelante y el 8 de noviembre Isabel II fue aclamada reina de España, que poco más tarde escogía a Donoso por secretario particular y le encargaba viajar a París para negociar el regreso de su madre, a la vez que trató de crear un ambiente favorable a la vuelta de María Cristina, publicando a fines de 1843 una Historia de la regencia de María Cristina.
Con los moderados en el poder y la Reina madre en Madrid, Donoso tuvo gran influencia en la marcha de la cosa pública española. El general Narváez se hizo cargo del Gobierno (1844), disolvió las Cortes y convocó otras para, una vez más, empezar de nuevo. En los tres asuntos cruciales que se sometieron a las nuevas Cortes: reforma de la Constitución de 1837, restablecimiento de las relaciones con la Santa Sede y matrimonio de la Reina, Donoso, que tenía un sillón por Badajoz, intervino decisivamente.
Nombrado secretario de la Comisión para reformar la Constitución, parece que fue el artífice de la nueva Ley Fundamental, más conservadora que la anterior y en consonancia con su propia ideología. Expuso ante el Congreso el dictamen de la Comisión y la nueva Constitución fue aprobada.
En 1845, la reina Isabel II le nombró gentilhombre de Cámara y se planteó el problema de su matrimonio, formándose tantos bandos como posibles pretendientes. Donoso había sugerido a la Reina madre en 1842, mientras estaban en París, como posible esposo el nombre del conde de Trapani, hermano de María Cristina. Pero vuelto a España, considerando las reacciones contrarias de los mismos moderados y de la prensa, afirmó que este matrimonio era del todo imposible, “porque mi conciencia me dice que votar a su favor es contra el trono de mi reina y señora doña Isabel”. Esta postura desagradó en la Corte, aunque no parece que cayó en desgracia, sino que se alejó prudentemente, pues con motivo de las bodas reales (16 de octubre de 1846) se concedió a Donoso por Real Despacho de 12 de diciembre de 1946, con el vizcondado previo del Valle, título de Castilla con la denominación de marqués de Valdegamas para sí y sus descendientes, con Grandeza de España, y en 1847 acompañó a María Cristina en un viaje a Francia.
En 1847, en que cumple treinta y ocho años de edad, se produce un cambio profundo en Donoso, y su vida se convierte en testimonio vivo de su fe cristiana.
Los seis años que le quedan de vida son de plenitud y madurez, en los que escribe el Ensayo y pronuncia los grandes discursos de resonancia en toda Europa; los años en que su figura de diplomático llena la Chancillería de París y Metternich, Luis Napoleón o Pío IX le escuchan gustosos y piden consejo. Desde entonces, sus escritos, discursos y acciones se inspiran en la ideología católica.
En enero de 1848 publicó dos volúmenes con una colección de sus obras escogidas y el Ateneo de Madrid le eligió presidente de la sección de Ciencias Morales y Políticas, y la Real Academia Española le ofreció un sitial. Narváez, jefe del Gobierno, varios ministros y la elite intelectual y aristocrática de Madrid asistieron a su toma de posesión, en la que pronunció el discurso de ingreso sobre la Biblia. Durante esta época se encargó de instruir a Isabel II en materias históricas y para ello escribió unos Estudios sobre la historia, que Gabino Tejado publicó bajo el título de Bosquejos históricos filosóficos, y que son un ensayo de filosofía de la historia.
La revolución de febrero de 1848 en Francia y las consiguientes revueltas en toda Europa alcanzaron también a España en forma de motines. Las Cortes concedieron poderes extraordinarios al general Narváez, que entonces gobernaba, para que se opusiera a la ola revolucionaria, pero su política represiva le valió la oposición de los progresistas. El 4 de enero de 1849, en uno de los momentos en que Narváez era atacado con mayor violencia, Donoso pronunció en las Cortes su célebre discurso sobre la dictadura, en el que afirma que la sociedad está en peligro y hay que salvarla a cualquier precio, “cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura”. Y puesto que hay que escoger entre dos dictaduras, la que viene de abajo y la que viene de arriba, “yo escojo la que viene de arriba”.
El discurso causó enorme sensación en España y en Europa y muchos periódicos le reprodujeron.
Nombrado ministro plenipotenciario de España en Berlín (6 de noviembre de 1848), fue a su nuevo destino sin conocer el alemán y sin una simpatía especial por aquel pueblo. El clima brumoso y frío no le sentó bien y en octubre de 1849 regresó de nuevo a Madrid. No tuvo mucha vida política, pero sí la suficiente para ganarse la amistad de los embajadores de Suecia y Bélgica y para intimar con el de Rusia, que había admirado su discurso sobre la dictadura y le había enviado a Moscú.
A su paso de vuelta por París visitó a Montalembert, que le presentó al que después sería su gran amigo: Luis Veulliot, un ardoroso propagandista católico francés. A fines de noviembre llegó a Madrid y tomó parte activa en la vida política. En enero de 1850 se discutía en las Cortes si el Gobierno podía confeccionar por sí mismo el presupuesto de la nación o debía estudiarse y aprobarse cada partida en discusión pública. La comisión encargó a Donoso resumir el debate y éste pronunció otro de sus grandes discursos, el conocido como Discurso sobre Europa, en el que, con una intuición admirable, ve en Rusia y en la confederación de las razas eslavas el verdadero peligro para Europa si un día el socialismo, despojando a los hombres de la propiedad privada, les priva también del amor a la patria. Europa camina hacia el republicanismo, porque la revolución dista mucho de estar vencida y, si no se detiene, desembocará en el ateísmo comunista. “El remedio radical contra la revolución y el socialismo —continúa diciendo— no es más que el catolicismo, porque el catolicismo es la única doctrina que es su contradicción absoluta.” En el otoño de 1850, las tensiones del Gobierno forzaron la dimisión del ministro de Hacienda, Bravo Murillo, pero el prestigio del presidente Narváez cayó y el partido moderado se escindió. Donoso rompió con el partido por el que tanto había luchado y el 30 de diciembre, con ocasión de la proposición del Gobierno de que se le autorizase para disponer de los impuestos antes de la aprobación del presupuesto, pronunció en las Cortes el Discurso sobre la situación de España. Lo que molestaba a Donoso era que el Gobierno se preocupase más de los intereses materiales que de los religiosos, políticos y sociales, la preocupación de todos por medrar y gozar, así como la corrupción que corroía a la sociedad española. La misma noche del discurso, Narváez presentó la dimisión, que fue aceptada por la Reina.
Donoso estaba ya muy lejos de ser un liberal moderado y casi no era un político. Ahora era un filósofo de la sociedad y de la historia que batía en el campo libre de las ideas a todo el que no aceptase los principios del catolicismo, aunque se llamase Narváez.
Trabajaba en un libro que había de contener sistemáticamente toda su nueva ideología, que vio la luz, al mismo tiempo en España y Francia, con el título de Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851). El libro, como todo lo que ya publicaba Donoso, causó sensación y creó polémica, hasta el punto que podía decir con orgullo que “ningún libro ha hecho en Francia tanta sensación en estos últimos tiempos”. La prensa madrileña, en cambio, apenas comentó la obra.
Cuando se publicó el Ensayo, ya estaba Donoso de nuevo en París, y esta vez para no volver a España.
El gobierno de Bravo Murillo le había enviado como ministro plenipotenciario. La resonancia de sus discursos y de su Ensayo le habían hecho célebre en Francia y, en cuanto puso los píes en París, se le abrieron las puertas de todos los salones de moda, incluso antes de presentar sus credenciales a Luis Napoleón, que encontró en él un teórico de sus propósitos antirrevolucionarios.
Por eso, cuando en una audiencia le oyó exponer sus puntos de vista sobre la revolución, sobre Francia y Europa, “la alegría y la complacencia le rebosaban por todas partes. Gracias a Dios —dijo— que encuentro un hombre, y ése extranjero, que está más enterado que los franceses del estado de la Francia”. Esta estima mutua contribuyó a que las relaciones entre Francia y España fueran cordiales y a que la policía francesa trabajase con el Gobierno español para desarticular las conspiraciones carlistas y republicanas. Los despachos que enviaba Donoso a Madrid son documentos inapreciables para conocer hasta qué punto seguía toda la política europea y con qué acierto la juzgaba.
Desde París seguía también todas las intrigas de España.
Gabino Tejado y el conde Raczynski, embajador de Prusia en Madrid, le tenían bien informado.
Se rumoreó que podían ofrecerle formar un gobierno en España, pero él dijo que sería muy difícil e imposible que aceptase, porque “soy harto rígido, harto absoluto y dogmático para convenir yo a nadie y para que nadie me convenga a mí”.
La vida pública, que no podía evitar un diplomático de su rango, ocupaba gran parte de su tiempo, pero también tuvo tiempo para defender públicamente su Ensayo de los detractores. El que más le dolió fue el de un sacerdote francés que impugnó algunos conceptos como poco acordes con la fe católica, aunque lo que se ventilaba en el fondo era un ataque del catolicismo liberal contra el catolicismo romano y monárquico.
En 1852, el cardenal Fornari, prefecto de la Congregación de Estudios, que había conocido a Donoso en París, le mandó un informe con los principales errores filosófico-teológicos de la época para que diera su parecer. Donoso respondió con una carta magistral, en la que analiza los principales errores sociales y políticos de la época, haciendo ver cómo parten y se deducen de unos pocos principios equivocados en lo religioso.
Posiblemente sea el documento de la época que hace una disección más ordenada y profunda de la ideología dominante en Europa y una crítica más profunda del liberalismo.
Si todos los aspectos bosquejados son importantes para conocer la personalidad de Donoso, hay uno en la última etapa de su vida que es decisivo para comprenderle: el de su vida religiosa, pues desde el día en que se decidió a vivir como católico con todas las consecuencias, su existencia tomó un rumbo marcadamente ascético y de ayuda a los necesitados. En abril de 1853 una violenta afección cardíaca puso en peligro su vida, superó la crisis, pero hacia finales del mes volvió a agravarse y pocos días después murió.
El conde de Hübner, embajador de Austria y amigo personal de Donoso, dice que “era un espíritu profundo y original, tal como la edad de oro de Carlos V los había producido con profusión en su país, y de los que la edad presente produce muy pocos, sobre todo en España”.
Donoso Cortés se casó en 1830 con Teresa García Carrasco, que murió repentinamente en Cáceres el 3 de junio de 1835. Un año antes había fallecido la única hija nacida del matrimonio. Donoso no se volvió a casar.
Obras de ~: La ley electoral considerada en su base y en su relación con el espíritu de nuestras instituciones, Madrid, Imprenta de Tomás Jordán, 1835; Lecciones de derecho político, Madrid, Imprenta de la Cía. Tipográfica, 1837; Principios constitucionales aplicados al proyecto de ley fundamental presentado a las Cortes por la comisión nombrada al efecto, Madrid, Cía. Tipográfica, 1837; Colección escogida de los escritos del Excmo. Sr. D. ~, marqués de Valdegamas, Madrid, Ramón Rodríguez de Rivera, 1848, 2 vols.; Discurso pronunciado en 30 de enero en 1850 en las Cortes Españolas, s. l., s. f.; Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo considerados en sus principios fundamentales, Madrid, M. de Rivadeneyra, 1851 (al mismo tiempo, se editó en París la edición francesa); Sus obras, ed. de G. Tejado, Madrid, Fejada, 1854-1855, 5 vols.; Carta al Emmo. Sr. Cardenal Ferrari, sobre el principio generador de los más graves errores de nuestros días, Madrid, La Armonía, Sociedad Literaria-Católica, 1865; Obras completas de ~, marqués de Valdegamas, ed., intr. y notas de C. Valverde, Madrid, La Editorial Católica, 1970, 2 vols. (Biblioteca de Autores Cristianos, 12-13).
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Maximiliano Barrio Gozalo