González y Díaz-Tuñón, Zeferino. Villoria (Asturias), 28.I.1831 – Madrid, 29.XI.1894. Dominico (OP), filósofo, teólogo, arzobispo y cardenal.
Nació en el seno del matrimonio formado por Manuel Alonso González y Teresa Díaz-Tuñón, naturales de Soto, del concejo de Aller, que se habían trasladado a Villoria como colonos del marqués de Campo Sagrado; en Villoria nació Zeferino, quinto de los siete hijos del matrimonio. Aprendió las primeras letras en Villoria, y latín en la preceptora de Ciaño. En 1844 ingresó en los dominicos de Ocaña (Toledo), en el colegio-seminario que el Gobierno español no suprimió en la exclaustración de 1836 por su destino a la formación de misioneros. En aquel centro inició la carrera eclesiástica, cursando tres años de Filosofía y uno de Teología; el 5 de mayo de 1848 salió de Ocaña rumbo a Manila (islas Filipinas) para continuar allí la carrera en la Universidad de Santo Tomás. El viaje fue largo y abnegado, pues no arribó a destino hasta el 8 de febrero de 1849. En Manila cursó los años de Teología que le faltaban, y obtuvo el doctorado en Filosofía y en Teología. En 1853 pidió que lo enviasen de misionero a Tunkin (hoy Vietnam), pero los superiores no accedieron, vinculándolo a la Universidad como profesor, para lo que poseía excelentes cualidades.
En una primera etapa enseñó Ciencias Naturales, rama académica que cultivó con juvenil entrega, organizando el gabinete de Física y Química y el Museo de Ciencias, y publicando sus primeros ensayos científicos: Los temblores de tierra, Manila, 1857 y La electricidad atmosférica y sus principales manifestaciones, Manila, 1858. De las Ciencias Naturales pasó a enseñar Filosofía y, poco después, Teología, distinguiéndose por su entusiasmo, su profundidad y su apertura a las corrientes modernas del pensamiento tanto en las ciencias naturales como en las ciencias del espíritu, que armonizó con el tomismo de mejor ley. Fruto de esa dedicación fue la obra Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, en tres tomos, que vieron la luz en Manila en 1864. En la introducción describe el propósito y el método de la obra: “Exponer el espíritu y las tendencias generales de la filosofía del Santo Doctor y la elevación de sus ideas en la solución de todos los grandes problemas de la ciencia; comparar esta solución con la solución dada por la filosofía racionalista y anticristiana y, sobre todo, y con particularidad, fijar y comprobar el verdadero sentido de sus doctrinas. Tal es el pensamiento dominante y el objeto que nos hemos propuesto al escribir estos Estudios”.
Los tres tomos fueron la piedra angular, labrada en la Universidad Santo Tomás de Manila, de la restauración del neotomismo o “Tercera Escolástica” en España, donde fueron acogidos con sorpresa y admiración, y como antídoto del krausismo, que era la filosofía que estaba de moda. Menéndez Pelayo saludó con júbilo intelectual y católico los Estudios, aunque no compartía todos sus puntos de vista: “Quien escriba en lo venidero la historia de la filosofía española —sentenció—, tendrá que colocar en el centro de este cuadro de restauración escolástica el nombre del sabio dominico fray Zeferino González, que asombró a los doctos con sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, obra que, cuando los años pasen y las preocupaciones contemporáneas se disipen, ocupará no inferior lugar a las de Kleutgen y Sanseverino” (Heterodoxos, V: 413).
El título y el honor de iniciador del neotomismo en España, y aun en Europa, se lo otorgan generalmente los historiadores, salvo alguna discrepancia, como la de Unamuno. Aún a principios del siglo XXI, Vicente Cárcel Ortí revalida el juicio de valor de las aportaciones filosóficas y teológicas de Zeferino González, que se ensancharon y enriquecieron con varias obras posteriores a Estudios: “Su figura de intelectual y científico puro, prestado durante algunos años para las tareas pastorales, y su insólita personalidad hacen de él uno de los personajes más atractivos de la Iglesia en la España de la segunda mitad del siglo XIX, en la que estuvo considerado como uno de los grandes pensadores del momento a nivel nacional” (V. Cárcel Ortí, 2004:2001).
El clima y la brega de profesor y escritor deterioraron su salud física, y a principios de 1867 regresó a España, concretamente a Madrid, a la casa de la Pasión, en la calle de ese nombre, hoy con el suyo, es decir, de “Fray Zeferino González”. De relieve fue el aula de filosofía libre que abrió para los jóvenes católicos, a la que acudieron nombres de mucho porvenir en las letras y en la política, entre ellos Alejandro Pidal y Mon, Eduardo Hinojosa, Antonio H. Fajarnés, etc. En 1873 publicó las lecciones que impartía en la casa de la calle de la Pasión, con el título de Filosofía elemental, editada en Madrid. Y Alejandro Pidal, discípulo aventajado, editó dos tomos más de los trabajos menores del maestro, bajo el epígrafe Estudios religiosos, filosóficos, científicos y morales (Madrid, 1873), algunos tan significativos como los titulados Filosofía de la Historia y Economía política.
Entre los años 1868 y 1871 fue rector del seminario de misioneros de Ocaña, y modernizó el programa del instituto, dotándolo de medios pedagógicos modernos y escuela de lenguas, y en el escaso tiempo libre que el cargo le dejaba, continuó sus estudios y publicó algunos opúsculos de mucha enjundia, como el titulado “Sobre una biblioteca de autores españoles” (Ocaña, 1869).
En 1871 renunció a la rectoría de Ocaña, y regresó a la casa de la calle de la Pasión en Madrid. Su prestigio como sabio iba en aumento, y el Gobierno, aunque de talante liberal, lo presentó para una sede episcopal vacante, que entonces había varias. Al fin fue obispo de Córdoba, la antigua sede de Osio. Recibió la consagración episcopal en Ocaña el 24 de octubre de 1875. Su episcopado en Córdoba fue breve, pero muy fecundo en iniciativas pastorales, y también en publicaciones, entre otras, su pastoral comentando la encíclica de León XIII, Aeterni Patris, de la que en cierto modo había sido precursor.
De Córdoba pasó a Sevilla como arzobispo en 1883; en 1884 fue nombrado cardenal, y en 1885, arzobispo de Toledo. Tomó posesión de la sede primada, pero, caso no común, renunció a los seis meses, y regresó a Sevilla. En 1885 presentó al papa León XIII la renuncia a arzobispo y a cardenal. El Papa le admitió la renuncia a arzobispo, mas no la de cardenal.
Durante los años episcopales continuó trabajando en libros tan valiosos como su Historia de la Filosofía, publicada en sus años cordobeses, en cuatro tomos (Madrid, 1878), y La Biblia y la ciencia, en dos tomos publicados en Madrid en 1891, que el padre Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén y de la Revue Biblique, asumió como guía de sus trabajos exegéticos.
El cardenal Zeferino González y Díaz-Tuñón fue académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Real Academia Española y correspondiente de la Real Academia de la Historia. En el despliegue de su legado científico cabe señalar la coincidencia y, sobre todo, la sintonía con las tres grandes encíclicas de León XIII: la Aeterni Patris (4 de agosto de 1879) sobre la restauración de la filosofía cristiana a zaga del Doctor Angélico, la Rerum novarum (15 de mayo de 1891) sobre los problemas sociales, campo en el que Zeferino González fue también un precursor, sobre todo con la fundación en Córdoba y en Sevilla de los “Círculos de Obreros Católicos”, y la Providentissimus Deus (18 de noviembre de 1893) sobre la renovación de las ciencias bíblicas, asunto al que el cardenal Zeferino González dedicó su magistral libro La Biblia y la ciencia (Madrid-Sevilla, 1891-1892). En los últimos años de su laboriosa y fecunda vida se vio aquejado de dolorosa enfermedad. Y el 29 de noviembre de 1894 falleció en la casa madrileña de la calle de la Pasión, a la edad de sesenta y tres años y diez meses. Fue sepultado el 2 de diciembre en la iglesia del colegio misionero de Ocaña.
Obras de ~: Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, Manila, Est. Tipográfico del Colegio de Santo Tomás, 1864-1886, 3 ts. (trad. al alemán, Regensburg, 1885); Philosophia elementaria ad usum academicae ac praesertim ecclesiasticae juventutis, Madrid, Ap. P. López, 1868, 3 ts. (que luego refundió remozó en español con el título Filosofía elemental, Madrid, 1873, 2 ts., que sirvió de libro de textos en numerosos centros universitarios); Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, ed. de A. Pidal, Madrid, Imprenta P. López, 1873, 2 ts.; Historia de la Filosofía, Madrid, Policarpo López, 1878, 3 ts. (reed. en 4 ts., Madrid, 1886, y trad. al francés y publicada en París, 1890-189l); La Biblia y la ciencia, Madrid-Sevilla, Izquierdo y Compañía, 1891-1892, 2 ts.
Bibl.: R. Martínez Vigil, Oración fúnebre del Emmo. Sr. Cardenal Zeferino González, Madrid, Luis Aguado, 1894; A. Colunga, “El autor de La Biblia y la ciencia”, y M. Sánchez, “El Padre Zeferino González”, en La Ciencia Tomista, 23 (1931), págs. 145-168 y págs. 289-309, respect.; G. Fraile, “El Padre Zeferino González y Díaz-Tuñón”, en Revista de Filosofía, 15 (1956), págs. 465-488; F. Díaz de Cerio, “Biografía y bibliografía del card. C. González”, en Pensamiento, 20 (1964), págs. 27-69; Un cardenal, filósofo de la Historia, Roma, Librería Edit. della Pontificia Università Lateranense, 1969; A. González Pola, “El card. Fray Zeferino González y Díaz-Tuñón, O.P. (1831-1894)”, en Communio (Sevilla) ll (1976), págs. 47-129; A. Huerga, “La recepción de la Aeterni Patris en España”, en P. Rodríguez (ed.), Fe, razón y teología. I Centenario de la Encíclica Aeternis Patris, Pamplona, Universidad de Navarra, 1979, págs. 127-154; V. Cárcel Ortí, “El Cardenal Zeferino González, O.P. y el Nuncio Mariano Rampolla”, en Archivo Dominicano, 25 (2004), págs. 199-218.
Álvaro Huerga Teruelo, OP