Vivero y Guzmán, Juan de. Conde de Fuensaldaña (I), vizconde de Altamira (I), señor de Cigales (I). ?, 1435 – ¿Valladolid?, 1490 ant. Contador Mayor y del Consejo de Enrique IV, Alfonso XII y los Reyes Católicos.
La muerte de su padre le costó la vida al hombre más poderoso del reinado de Juan II. Su casa-palacio fue testigo de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de España: el matrimonio de los Reyes Católicos. El protagonista, indirecto y directo, de aquellos hechos se llamaba Juan de Vivero. Hijo del famoso contador de Juan II, Alfonso Pérez de Vivero, de cuya muerte, por inducción, fue acusado y ejecutado el condestable Álvaro de Luna, Juan procedía, por parte de padre, de la villa lucense de Vivero, habiendo sido su abuelo un modesto hidalgo que provocó en su hijo ansias por mejores destinos entrando al servicio del condestable y valido del rey. Alfonso Pérez se había casado con Ynés de Guzmán de importante estirpe —con el tiempo duquesa de Villalba del Alcor— ya que era nieta del héroe de Aljubarrota, el noble Gonzalo Vázquez de Asevedo. El matrimonio tuvo, con Juan, diez hijos si bien no gozaron de la misma fortuna. Tres de las hermanas se casaron muy convenientemente, Aldonza, con el conde de Osorno, Gabriel Manrique de Lara; Isabel, con Luis de Tovar, el señor de Berlanga, e Inés que, casada con Diego Osorio, nieto del almirante Enríquez, emparentaba a Juan de Vivero con tan influyente linaje. Las otras dos hermanas fueron Catalina y María, esta última monja en el convento de Santa Clara de Valladolid. Los hermanos varones de Juan de Vivero fueron Gil, señor de Castronuevo; Lope; Francisco, y Alfonso, este último paralítico y deficiente mental que vivió recogido en el monasterio jerónimo de Santa María del Prado en donde no dejó de recibir ayuda de su hermano y del resto de su familia.
La vida de Juan de Vivero —nacido muy probablemente en la mitad de la década de los treinta— se vio marcada por la trágica muerte de su padre en 1453. Aquella muerte acontecida mientras el contador seguía en una iglesia el oficio de tinieblas de la Semana Santa, dejó tan desesperado al joven Juan que, el mismo inductor de la muerte de su padre, el Condestable, no dudó en llorar con él y ofrecerle toda la ayuda ante su temprana orfandad. Según las crónicas de la época, Vivero se consoló con las palabras de Álvaro de Luna que no había dudado en decirle: “que si padre había perdido un padre avía cobrado en él [...] y le tomaba a su cargo dél como de fijo [...]”. Vivero, agradecido, le besó las manos prometiéndole que le serviría. En consecuencia, el maestre de Santiago —que no tardaría en ser ejecutado por orden del rey— consiguió la continuidad en el cargo de contador mayor para Juan de Vivero. Un año antes —en 1452— Alfonso Pérez de Vivero había fundado mayorazgo en él, lo que incluía el señorío de Fuensaldaña y varias propiedades entre las que se encontraban las casas y puerta de San Pedro de la que siempre retuvo una llave. Y es que Valladolid fue una constante en la vida de Juan de Vivero ya que prácticamente toda su existencia se desarrolló alrededor de la villa —y su tierra— en donde también fue regidor al tiempo que, dentro de la Corte, ostentaba el de consejero real.
Su matrimonio, en 1456, con María de Acuña —hija del conde de Buendía y sobrina del arzobispo Alfonso Carrillo y del todopoderoso Juan Pacheco, marqués de Villena— aumentaría su riqueza y capacidad de poder. Así, a través de la dote de su mujer, Juan pudo ostentar el vizcondado de Altamira. Unos años después, a la altura de 1464, Vivero estaba en condiciones de participar en los acontecimientos del reino dentro de la órbita no sólo de sus parientes políticos, sino también de los Enríquez —no en vano estaban emparentados a través del matrimonio de su hermana Isabel— un linaje de gran influencia en Valladolid. Todos los parientes de Vivero —Enríquez, Acuña, Pacheco-Girón, Manrique...— conseguirían un cambio político trascendental en el reino: la deposición de Enrique IV en la mal llamada Farsa de Ávila en donde proclamó monarca a su hermano de padre, Alfonso (XII). Valladolid no dejó de sufrir los avatares de la guerra civil entre alfonsinos y enriqueños: reflejo y consecuencia de los acontecimientos del reino, en la política local también se dejó sentir la división enfrentando a Vivero y sus parientes con la familia de los Niño, fuertes partidarios del rey Enrique IV. El 12 de junio de 1465 se ponía sitio a la villa por parte del almirante Enríquez y con el apoyo de Vivero. La ciudad —en donde la nobleza urbana apoyaba sin fisuras al Rey Niño— se perdió y ganó varias veces durante estos años hasta la proclamación de los Reyes Católicos, y Juan de Vivero no dejó de ser el protagonista.
Durante los tres años de reinado alfonsino, este monarca concedería importantes mercedes al vizconde de Altamira. El 28 de agosto le entregó la tenencia de Valladolid con 40.000 maravedís de salario anual y ese mismo año —el 2 de octubre— doce mil quintales de aceite en los diezmos de los aceites de Sevilla hasta que le fuera entregada la villa de Vivero. Aún le concedería por juro de heredad las tercias pertenecientes al Rey en el arcedianazgo de Alcor, en remuneración por sus servicios y por los gastos efectuados por su causa. Todavía recibiría dos juros de heredad —de 100.000 maravedís el primero y casi doblando la cantidad el segundo— en los meses siguientes, a librar en cualquier renta de lugar no especificado, para repartir con los criados y parientes que le habían ayudado a tomar Medina del Campo. Es claro que Vivero era hombre de acción y defendía la causa alfonsina a sangre y fuego: el 10 de enero de 1467 se le otorgaba un libramiento para cuarenta lanzas en las alcabalas y tercias de la ciudad de Huete y su partido.
Ese año se volvió a tomar la ciudad de Valladolid y Simancas, quedando la primera en manos del partido nobiliario durante todo el año 1468, lo que hizo fracasar el intento del conde de Plasencia de apoderarse de ella. Curiosamente, la madre de Vivero, Ynés de Guzmán, era firme partidaria de Enrique IV y ella misma había sido la causante —aprovechando la ausencia de su hijo— de la recuperación de Valladolid por el monarca legal al haber franqueado la entrada a los partidarios del Rey que se habían mantenido unos meses en posesión de la ciudad.
Pero la muerte del rey Alfonso supuso un importante punto de inflexión en la vida política del reino. Consecuentemente con su trayectoria, Vivero apoyó la causa de Isabel —como se demuestra en su actuación en Valladolid en donde controlaba el poder municipal— a pesar de las reticencias del almirante con el que llegó a tener algunas diferencias. También sufriría cárcel en la fortaleza del castillo de Curiel a causa de una emboscada, si bien gracias a las buenas artes de su tío político, el arzobispo de Toledo, logró ser liberado.
Entonces se produjo el hecho más trascendente en la vida política del reino, un reino enfrentado entre los partidarios de los derechos sucesorios de la princesa Isabel y de su sobrina Juana. El incumplimiento del pacto de Guisando y su firme voluntad de contraer matrimonio con Fernando de Aragón habían convertido a Isabel en una fugitiva y sus partidarios buscaban un lugar seguro para llevar a cabo un golpe maestro: el matrimonio de los futuros Reyes Católicos. Semanas antes del acontecimiento, Alonso de Quintanilla y Sancho de Rojas negociaron con Vivero para que acogiera a la princesa en Valladolid. El 4 de octubre los príncipes se vieron por primera vez en la ciudad —una villa segura gracias al Señor de Cigales— alojándose en el palacio de Juan de Vivero, en la puerta de San Pedro. Dos semanas después —un 18 de octubre de 1469— se celebró la boda, actuando de padrinos la mujer de Juan de Vivero, María de Acuña, y el almirante Enríquez, abuelo del novio.
Los años siguientes no fueron fáciles para los príncipes. Tampoco para Valladolid: la villa no permaneció en paz. Como en otros lugares a finales del reinado de Enrique IV, estallaron problemas entre cristianos nuevos y viejos, apoyando a estos últimos Vivero que aspiraba a recuperar todos los poderes y entregar Valladolid a Isabel. Fernando pidió ayuda a su padre a fin de que su valedor consiguiera su propósito pero el movimiento anticonverso provocó el efecto contrario: los príncipes aparecían como enemigos. La sublevación en la ciudad impidió la entrada de aquellos que, con el apoyo de Vivero, se disponían a entrar en el palacio fortificado del vizconde que él mismo hubo de abandonar. En el otro bando se hallaban el conde de Benavente —que nunca había disimulado su deseo de dominar la ciudad— y Enrique IV que tomó Valladolid en 1470 entregándosela a Pimentel que no dudó en apoderarse de las moradas de Juan de Vivero. Pero la tiranía ejercida por el conde hizo que cambiaran los vientos y unos meses después de ser proclamados reyes —el 18 de marzo de 1475— éstos entraron en la ciudad donde se habían conocido y casado.
Poco se sabe de la vida de Juan de Vivero a partir de aquella fecha. Probablemente, vivió tranquilamente durante quince años. No se sabe con exactitud el año de su muerte pero sí que había fallecido en 1490, año en el que María de Acuña, titulándose ya viuda del vizconde de Altamira, prometía dote a su hija Juana para su matrimonio con el señor de Matedeón de los Oteros. El matrimonio había tenido cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, María y Juana, esta última casada con Martín Vázquez de Acuña. Otro hermano, Juan, profesó de fraile en San Pablo de Valladolid. A Juan de Vivero le heredó su primogénito que siguió la línea de mayorazgo llevando el nombre del abuelo asesinado —Alfonso Pérez de Vivero— y ostentando el II vizcondado de Altamira.
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Dolores Carmen Morales Muñiz