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Alonso de Quintanilla

Biografía

Quintanilla, Alonso de. San Esteban de las Cruces (antes Paderni) (Asturias), ¿1430? – Medina del Campo (Valladolid), 29.VIII.1500. Contador mayor de Cuentas y consejero de los Reyes Católicos.

Nacido en Paderni, una aldea próxima a Oviedo, llamada hoy San Esteban de las Cruces, alrededor de los años treinta del siglo XV, fue Alonso de Quintanilla uno de los personajes más importantes dentro del Gobierno de los Reyes Católicos. Los primeros veinte años de su vida permanecen en una obscura nebulosa conocida indirectamente por documentación posterior, particularmente un pleito que sostuvo contra un miembro de la familia Quirós. Hidalgo emparentado, por su matrimonio y quizás por él mismo, con los ilustres Álvarez de Asturias, apellido que ostentaba su hermano Luis, Alonso de Quintanilla arrastró toda su vida la sospecha de ser un judío convertido al cristianismo.

Su amistad, más tarde, con los cristianos nuevos de la Corte, caso de Andrés Cabrera o de Luis de Santángel, confirma aún más esa posibilidad, que el citado pleito deja como interrogante.

Quintanilla se trasladó, en la década de 1450, a Valladolid, ostentando el cargo de escribano mayor de Asturias, si bien la documentación informa que era criado o gentil hombre de Juan Pacheco, marqués de Villena, y todopoderoso privado del futuro Enrique IV del que ahora, aún príncipe, era su sombra.

Cuando murió Juan II, y ya con el nuevo Monarca, Quintanilla se vinculó a Medina del Campo en calidad de regidor, y comenzó a acumular una riqueza que, pasado el tiempo, hasta le permitiría disponer de préstamos para la hacienda pública. El rey Enrique, además, le nombró contador de acostamientos, pero, con las alteraciones del Reino, Quintanilla optó por el bando “rebelde”.

Durante el reinado de Alfonso XII (l465-1467), Alonso aparece como claro defensor del jovencísimo Monarca en calidad de consejero y hacendista. Concretamente ostentará el cargo de escribano mayor de los privilegios y confirmaciones, un cargo técnico pero también de confianza que garantizaba los derechos de individuos e instituciones. En 1467 el Rey le concedió a su hermana Isabel un sueño infantil: Medina del Campo, y a su contador el cargo de tesorero de la Casa de la Moneda de la villa. Meses antes, cuando Isabel fue liberada por su hermano en Segovia, el contador sufragó los gastos del desplazamiento desde esa ciudad a Arévalo, el lugar favorito de los hijos de Juan II, donde habían pasado la infancia con su madre. Cuando Alfonso XII murió —probablemente envenado por Pacheco—, Quintanilla siguió la opción de Isabel, que representaba la continuidad del partido alfonsino, y así, comenzó, en Guisando, y a lo largo de seis años, una batalla extraordinaria para apoyar la candidatura de la princesa al Trono de Castilla.

Su actividad, como delegado de Isabel, se comprueba en la toma de ciudades, la negociación con los nobles, y el apoyo financiero. Asimismo colaboró en la negociación con Juan de Vivero para que se acogiera en Valladolid a la princesa antes de su matrimonio con Fernando. Seguramente el golpe maestro de Quintanilla, durante estos difíciles años, residió en su participación para la ocupación del Alcázar de Segovia por Isabel, alcázar y tesoro que custodiaba Andrés Cabrera. En la guerra civil Quintanilla combatió, hizo cuentas para enfrentarse a sufragar la contienda, negoció con los enemigos o los indecisos, y finalmente pudo ver a su princesa reina de Castilla en 1474. Lo que distinguió a Alonso de Quintanilla toda su vida, aparte de sus logros profesionales, fue su relación de amistad, lealtad e intimidad con Isabel, como se demostró en misiones muy delicadas o casi imposibles. La Reina siempre le escuchó.

Alonso de Quintanilla realizó, a través del ejercicio de diversos cargos, tanto los más desconocidos en la administración local y territorial como los desempeñados en la Casa y Corte, una obra de gran trascendencia política durante el reinado de los Reyes Católicos.

Su labor debe entenderse dentro de la política de reformas llevada a cabo por los Monarcas en la que concedían un especial peso a unos funcionarios del nuevo régimen que ejemplificaban el equilibrio entre la nobleza y la Monarquía, si bien eran instrumentos de esta última. Como otros, Quintanilla perteneció a esa categoría de los funcionarios especiales o superministros.

Aunque su cargo de contador de cuentas es el más paradigmático, su condición de doble consejero —en el Consejo de Castilla y en el de la Hermandad— convierte al personaje en un estadista cuyas responsabilidades encarnan la manifestación plural, dentro de la concepción unitaria, del incipiente estado moderno.

Como hacendista, Quintanilla creó el antecedente de lo que es actualmente el Tribunal de Cuentas ajustando las deudas en favor de la Corona, gestionando mejor los impuestos indirectos, consolidando la deuda pública y disminuyendo la presión fiscal. En calidad de consejero-juez el asturiano tramitó desde pleitos de nobles a cuestiones de jurisdicción en los señoríos y, como diplomático, actuó en los conflictos de Navarra.

La obra con la que históricamente se ha asociado a Alonso de Quintanilla es la creación de la Hermandad General, que, aparte de solventar los problemas de orden público, resultaba ser una original fórmula de encuadramiento fiscal y militar que nació a iniciativa de la Corona y cuyas consecuencias serán inmensas para el Reino. Durante muchos años la Hermandad sustituyó a las Cortes y permitió que se pusieran las bases de un Ejército profesional, como se comprueba en el hecho de que sus lanzas fueran de gran ayuda en la Guerra de Granada, en la conquista de Canarias o en el problema turco. Antes, la Hermandad debía poner fin al desorden público que afectaba a la paz para el desarrollo comercial del que dependía buena parte de la prosperidad del Reino. Junto con Juan Ortega y, desde el 20 de mayo de l476, Quintanilla se convirtió en el enlace entre la Corona y el Consejo de Hermandad. Esta institución pasó por varios momentos a lo largo de sus casi veinte años de duración, pero finalmente entró en crisis. Quintanilla se resistió a que la Hermandad desapareciera.

Fue entonces cuando presentó el plan de movilización general —hasta veinte mil hombres en unidades de infantería y artillería— que consistía en reconvertir sus lanzas y hacerlas operativas en otro escenario.

Era el año l492 y tres años después se le añadió una regulación sobre tipos de armas y milicia territorial.

El proyecto se ha calificado por los expertos como el embrión del Ejército permanente y Quintanilla el primer intendente militar. El proyecto también se ha considerado el primer censo de población de España.

Otro aspecto destacable del contador fue su relación con el descubrimiento de América, puesto que fue Quintanilla la persona que presentó a Colón en la Corte —junto con el cardenal Mendoza y Luis de Santángel— y el que, a través de las subvenciones, le permitió sobrevivir gracias a los acostamientos expedidos a través de la contaduría. Los cronistas escribieron: “Si Alonso de Quintanilla hubiera despreciado a Colón no se hubiera acaso descubierto las Indias”.

Su papel, pues, fue trascendente durante siete años, si bien su importancia se difumina a partir de finales de la década de 1480, por razones no aclaradas.

En Asturias —inmersa en un mundo de banderías entre nobles, los problemas que vivió el estadista fueron conflictivos— acumuló varios pleitos de los que salió victorioso, si bien resulta misterioso conocer los motivos de tanta inquina. Quintanilla seguía ostentando el cargo de escribano mayor del principado con el que había salido de Asturias en sus años mozos, cargo que le convertía en una especie de jefe de notarios que actuaba en la audiencia del corregidor. Se sabe que uno de los motivos de fricción entre las familias ovetenses fue el del gobierno de los monasterios y Quintanilla demostró una especial predilección por el de Santa Clara de Oviedo al estar enterrados allí sus padres y otros parientes. Los enfrentamientos del contador con Bernardo de Quirós y con un miembro de los Alas parecen demostrar, asimismo, las sospechas sobre su condición de converso. El resentimiento hacia el poderoso Quintanilla se hizo extensivo a su familia, concretamente a su hermano Luis, que se ocupaba, en Oviedo, de los bienes familiares y que sufrió un intento de ser despojado de ellos.

Las relaciones del supuesto converso con la Iglesia fueron intensas —uno de sus hijos, Tomás, fue clérigo en la diócesis de Salamanca—, aunque la información permanece incompleta y abierta a futuras investigaciones.

Quintanilla fundó capellanías en Burgos y Asturias y gozó de gran poder dentro de la Orden de la Merced, de la que, en su testamento, se intituló “Provincial de la Orden en el reyno de Castilla”.

Pero, sobre todo, Alonso de Quintanilla protagonizó una estrecha relación, colmada de privilegios, con la iglesia de San Juan de Sardón de la Orden de los Hermanos del Hospital de Jerusalén, sita en Medina del Campo, que vino a hacer las veces para Castilla del Monasterio de Santa Clara, en Oviedo. En San Juan, el contador fundó varias capellanías —una de ellas, la de San Bartolomé, se llamaba popularmente “de Quintanilla”— y un hospital.

Sus testamentos, encontrados en copia posterior, uno realizado con su mujer en 1496 y otro redactado en solitario dos años después, son verdaderos embrollos, como lo demuestran los pleitos posteriores pero proporcionan importantes datos no sólo sobre su patrimonio sino también sobre su vida privada. Alonso de Quintanilla se casó con la también asturiana Aldonza de Noreña y tuvo seis hijos. En su primogénito y único varón que le sobrevivió —ya que su otro hijo, Tomás, murió prematuramente—, Luis, fundó mayorazgo. Este heredero, que fue trece de la Orden de Santiago, jugó a ser héroe y se convirtió en comunero por lo que fue condenado por el Emperador, si bien se le conmutó la pena por el propio Carlos V. Quintanilla también se ocupó del futuro de sus tres hijas, Isabel, Inés y Beatriz, ya que Francisca había fallecido antes de redactar su padre testamento. Algunos de los yernos del contador se beneficiaron de la situación y los cargos que le pertenecían y así, el marido de Isabel, el licenciado Coalla, heredó el oficio de contador mayor de cuentas, y el viudo de Francisca, Juan de Torres, disfrutó de la tenencia de Ponferrada.

El testamento de Alonso de Quintanilla y el inventario del Archivo de su Mayorazgo, recientemente encontrados, han confirmado las citadas copias posteriores, pero también han añadido nuevos datos. Este conjunto documental, y particularmente el denominado “Inventario de papeles”, aporta nuevas fuentes de conocimiento sobre el personaje, sus sucesores en el mayorazgo y un patrimonio monumental en donde destacan ejemplos de arquitectura civil que aún se conserva en Medina del Campo.

También son destacables las relaciones que mantuvo Quintanilla con el mundo de la cultura. En San Juan de Sardón encargó al maestro Egas el retablo del altar mayor e instituyó una Cátedra de Gramática para que los clérigos estudiasen las reglas de Nebrija, con el que le unía una buena amistad que también debía compartir con el cardenal Cisneros.

Alonso de Quintanilla murió dejando un importante patrimonio que fue objeto de posteriores reclamaciones entre sus herederos. Murió, además, sin haber hecho efectivas muchas deudas a la Corona que nunca reclamó, como se desprende de la documentación que su nuera hizo llegar a la reina Juana y al propio emperador Carlos V. Murió también Quintanilla quizás algo alejado de la Corte —de la que también era contino real— aunque, todavía en l498, su hijo Luis hizo un último servicio a Isabel: recoger joyas y vestidos en una misión que probablemente su padre ya no podía cumplir. Su última noticia documental data del 5 de enero l495: un albalá de la Reina librando la correspondiente ración al contador “por hombre de cámara”, siendo las cantidades libradas hasta después de su muerte, en 1503.

El hombre que contribuyó a que Isabel fuera reina y el gobierno de sus reinos eficaz murió, enfermo y ciego, pero dando alabanzas a Dios porque le había dado “más hacienda de la que merecía”. Su mujer había fallecido cuatro años antes y él pidió ser enterrado en la iglesia de San Juan de Sardón junto a ella. Era el final del verano de l500 y empezaba un nuevo siglo.

 

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Dolores Carmen Morales Muñiz

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