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Ricardo Villegas Cordero

Biografía

Villegas Cordero, Ricardo. Sevilla, 3.IV.1849 – río Guadalquivir, a la altura de La Puebla del Río (Sevilla), 8.XI.1896. Pintor.

Ricardo Villegas, destinado a seguir la trayectoria artística ya iniciada por su hermano José, casi cinco años mayor, nace en el modesto hogar de una familia de peluqueros situado en la calle Mercaderes, cerca de la iglesia del Salvador. Animado por sus padres, tras sus estudios en el instituto de segunda enseñanza se matricula en la facultad de Ciencias, sección Exactas, de la Universidad de Sevilla, donde está localizada su presencia desde 1870 a 1872. Como breve paréntesis en su actividad académica, hay que reseñar una corta estancia en la localidad pacense de Fregenal de la Sierra durante la primavera de 1871, donde acude por indicación médica para restablecer su delicado estado de salud.

A continuación se dirige a Madrid para iniciar la carrera de Arquitectura, aunque no permanece mucho tiempo en la capital ante su creciente inclinación por la pintura y el conocimiento de las importantes ventas que, ya por esa época, lograba su hermano en Roma. Así, en 1874, a través de éste, recibe de Fortuny una carta de presentación para que el millonario William Hood Stewart, que en su domicilio parisino atesoraba una notable colección con piezas de Meissonier, Gérome, Rosa Bonheur o del propio maestro de Reus, contemplara algunas de sus obras, obteniendo también la dirección de Raimundo Madrazo para el caso de alguna contingencia en la ciudad luz.

De cualquier modo, en el otoño de ese mismo año Ricardo está en Venecia y allí coincide con el pintor cántabro Rogelio Egusquiza, de visita en la ciudad tras asistir en Roma, en noviembre, a los funerales por Fortuny. Acto seguido acude a la ciudad eterna para encontrarse con su hermano e inicia sus envíos a las exposiciones celebradas en Sevilla durante la primavera, como las de la Sociedad Protectora de las Bellas Artes. En 1877 la entidad elegida sería la Academia libre de Bellas Artes, de la que Ricardo era miembro.

A finales de este año, por expreso deseo de José, fija definitivamente su residencia en el pequeño domicilio que éste compartía con su esposa, Lucía Monti, no lejos de vía Flaminia. Bajo la estricta vigilancia de su hermano, ya conocedor de sus innegables aptitudes, Ricardo desarrolla en el taller del primero una dura etapa de perfeccionamiento, aplicándose a diario, durante largas horas, al estudio exclusivo del dibujo, sin concesiones a la acuarela u otras técnicas.

Tan rigurosa tutela no tardará, sin embargo, en dar sus frutos, ya que, inmerso el joven pintor en la corriente fortunyana que por esa época dominaba el ambiente artístico romano, títulos como El vendedor de aves, Bazar en Túnez o La adivina, estos dos últimos de 1881 y todos de ambiente marroquí, confirman la depurada técnica adquirida por el detalle con que están diseñados los diversos elementos de la escena o la vestimenta de los personajes, sin olvidar la corrección en el modelado de las figuras y su distribución en el espacio o la fuerte luminosidad que domina el ambiente. De esta forma, al tiempo que vende a la Asociación de Arte de Montreal la ya mencionada Adivina, Goupil, que comercializaba en París la pintura preciosista realizada por nuestra colonia artística en Roma, se interesa también por su obra, no adquiriéndole al final determinadas piezas por superar el reducido tamaño de los “tableautin” que este poderoso marchante estaba habituado a negociar.

Su primer gran triunfo lo obtiene, en todo caso, en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Múnich de 1884 con Riña de gallos, tela también orientalista galardonada con la Cruz de 1.ª Clase de San Miguel de Baviera. Animado por este éxito, participa en la Nacional de Madrid de 1887 con dos lienzos realizados ese mismo año en Nápoles: Un herrador y Una pescadora, figuras con las que da un giro en su carrera al sustituir el virtuosismo colorista de su anterior producción por personajes de corte monumental y realista, dotados de un vigor y sobriedad casi velazqueños. Pese a ser poco conocido en la capital y apenas algún medio aluda brevemente a la pasada recompensa muniquesa, los dos títulos son bien recibidos por los críticos de los principales diarios. Incluso, Un herrador tiene el honor de figurar en una de las portadas de La Ilustración Española y Americana, aunque sea La Pescadera la que le proporcione una mención honorífica de tercera clase.

Retorna a Múnich en 1888 y con el citado Herrador logra la medalla de oro de segunda clase, mientras, ya ubicado en el palacete morisco construido por su hermano en las afueras de Roma, no lejos de Villa Borghese, su nuevo interés por la pintura de historia a gran formato se plasma en 1890 en La muerte de Viriato, que remite a la Nacional de ese mismo año. No obstante, resulta sorprendente que, pese a su ya acreditado prestigio, el óleo pase desapercibido en el certamen y sea prácticamente ignorado por los mismos medios que tres años antes habían elogiado sus envíos. Sin caer en el desánimo, en 1891 participa, junto con su hermano, en la I Exposición Internacional de Bellas Artes de Barcelona a través de Una castañera, otro de sus populares personajes similar a los presentados en Madrid en 1887 y cuyo recio verismo será elogiado en La Ilustración Artística.

En 1892, insiste en abordar temas del pasado con su Presentación de Colón ante los Reyes Católicos, asunto seguramente influido por las coetáneas celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento y que más tarde adquirirá el Ayuntamiento de Sevilla. Al tiempo, realiza nuevos cuadros de gabinete de corte preciosista, tal que Fígaro y Rosina, también de 1892, o El castigo de la odalisca, donde vuelve a destacar lo minucioso del acabado y la serena actitud de los personajes, con esa peculiar atmósfera en calma tan presente en la mayoría de sus producciones con independencia de la temática elegida.

Retratado como cazador por su hermano José en una efigie que éste presentaría en la Bienal de Venecia de 1895, Ricardo fallece, precisamente, al año siguiente cuando, de visita en su ciudad natal, se dirige por el Guadalquivir de madrugada, junto con un grupo de amigos, a cazar en Doñana y el pequeño vapor en el que viajaban es abordado por un barco de mayor tonelaje a la altura del canal de La Mata. El luctuoso hecho, que tiene lugar el 9 de noviembre de 1896, causaría honda impresión en Sevilla ante la conocida personalidad de los componentes de la expedición, de los que sólo salvó la vida el librero Fe, y hasta revistas gráficas de ámbito nacional, como Blanco y Negro y La Ilustración Española y Americana, recogerán con amplitud la noticia. A continuación, José Villegas instituye en su memoria un premio anual para los alumnos de pintura de la Academia de Bellas Artes hispalense, permaneciendo, en cualquier caso, considerado en la actualidad como acreditado orientalista por la crítica internacional especializada.

 

Obras de ~: La buenaventura, 1881; Bazar en Túnez, 1881; El vendedor de aves, c. 1882; Riña de gallos, 1884; Riña de gallos (segunda versión), 1885; Un herrador, 1887; Una pescadora, 1887; La boda del torero, c. 1888; Día de fiesta, 1890; La muerte de Viriato, 1890; Domingo de Ramos, 1891; Una castañera, 1891; Presentación de Colón ante los Reyes Católicos, 1892; Fígaro y Rosina, 1892; El castigo de una odalisca, c. 1892.

 

Bibl.: J. Cascales y Muñoz, Sevilla intelectual. Sus escritores y artistas contemporáneos, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1896, págs. 453-457; E. Sedano, Estudio de Estudios. Artículos-siluetas de pintores y escultores sevillanos, Sevilla, Est. Tipográfico de El Orden, 1896, págs. 103-106; J. Cascales y Muñoz, Las Bellas Artes plásticas en Sevilla desde el siglo xiii hasta nuestros días, vol. I, Toledo, Imp. del Colegio de Huérfanos, 1929, págs. 169-173; B. de Pantorba, Historia de las Exposiciones Nacionales, Madrid, Ediciones Alcor, 1949, págs. 129 y 134; F. Collantes de Terán, Patrimonio monumental y artístico del Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla, 1967, pág. 43; E. Valdivieso, Pintura sevillana del siglo xix, Sevilla, 1981, pág. 133; J. Fernández López, La pintura de historia en Sevilla en el siglo xix, Sevilla, Arte Hispalense, 1985, págs. 102- 103; C. González y M. Martí, Pintores españoles en Roma (1850-1900), Barcelona, Tusquets Editores, 1987, pág. 234; C. Juler, Les orientalistes de l’école italienne, Paris, ACR Edition, 1987, pág. 277; L. Quesada, La vida cotidiana en la pintura andaluza, Sevilla, Focus, 1992, pág. 188; VV. AA., Cien años de pintura en España y Portugal (1830-1930), vol. XI, Madrid, Ediciones Antiquaria, 1993, págs. 302-303; E. Dizy Caso, Los orientalistas de la escuela española, París, ACR Edition, 1997, págs. 268-269.

 

Ángel Castro Martín

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