Cano de la Peña, Eduardo. Madrid, 20.III.1823 – Sevilla, 1.IV.1897. Pintor, profesor y catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla.
Tras su nacimiento en Madrid, donde su padre (Melchor Cano) ejercía como arquitecto y académico de San Fernando, se trasladó a Sevilla, al ser éste nombrado arquitecto mayor de la ciudad en 1826. Pese a los deseos paternos, decidió estudiar Dibujo y Música, que inició en la Real Escuela de Nobles Artes de Sevilla en 1835. Su sólida formación en dibujo le llevó a realizar las primeras ilustraciones para La Sevilla pintoresca (1844), de Amador de los Ríos. Con veinticinco años, fue elegido miembro honorario de la Real Academia de Nobles Artes de Santa Isabel y fue nombrado para desempeñar la clase de Principios de Dibujo. Poco después, accedió a la condición de académico numerario de la mencionada corporación y también fue profesor de Colorido y Composición.
Hacia mitad de siglo, comenzó la ascensión en una prometedora carrera profesional y artística, a la que contribuyó su estancia en Madrid. Allí estudió durante tres años en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado —dependiente de la Real Academia de San Fernando—, bajo la dirección de los reputados artistas Carlos Luis de Ribera, José y Federico de Madrazo. Por su buen aprovechamiento en este centro, se le otorgó una pensión en París (1853-1856) de 1.500 pesetas anuales. El joven pintor quedó deslumbrado por la hermosa ciudad, en la que pudo contemplar la Exposición Universal de 1855, que coincidía con el inicio de la nueva estética del realismo. Estas circunstancias influyeron en la génesis de su obra Colón en la Rábida (1856), ganadora de la Primera Medalla en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid. En la segunda, volvió a lograr el galardón con El entierro de Don Álvaro de Luna (1858). Los dos son grandes lienzos, auténticos telones, en los que el artista vierte muchos metros de historia pintada con énfasis y erudición. Comenzó, así, la tendencia realista en la historia de la pintura española que, sin solución de continuidad, llegó hasta 1929 con la obra El desembarco de Alhucemas, de Moreno Carbonero.
De regreso a Sevilla en 1859, Cano inició en la Escuela de Bellas Artes —de la que la Reina le había nombrado, por méritos, catedrático de Colorido y Composición—, un fecundo magisterio; para algunos, verdadera renovación de la escuela pictórica hispalense, que entonces agotaba la moda del costumbrismo romántico. Su labor se dejó sentir sobre una pléyade de jóvenes promesas del arte local, a quienes inculcó la estética que representaba el tránsito del citado romanticismo al realismo. Prueba de ello, pudo ser su actividad como ilustrador en El arte en España (1862), El Museo Universal (1864) y La Ilustración Artística, así como en la revista quincenal La Bonanza. Al mismo tiempo, desde su cargo en la Comisión de Monumentos se preocupaba por la conservación del patrimonio arquitectónico, urbanístico y artístico sevillano; en este sentido, se opuso, con energía y a riesgo incluso de su propia integridad física, a los derribos y desmanes que, con ocasión de la Revolución del 68, se llevaron a cabo en las murallas perimetrales de la ciudad y acabaron con la iglesia de San Miguel. También propició la conservación de los valiosos frescos del monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce). En 1867, logró consideración de Primera Medalla en la Exposición Nacional con su obra Los Reyes Católicos recibiendo a los cautivos cristianos en la conquista de Málaga; en rigor, un homenaje simultáneo a tales Soberanos y a la no menos benefactora nueva Isabel, poco antes de su destronamiento.
La década del setenta supuso para el artista ya maduro una renovación biográfica y artística. Si, por una parte, contrajo matrimonio a la edad de cuarenta y nueve años con Bárbara de la Azuela y Robles, oriunda de El Puerto de Santa María, un año antes, conoció en Sevilla al ya reputado y joven Mariano Fortuny, que influyó sobre él con su proverbial neorromanticismo, de técnica suelta, chispeante y colorista, dando paso al cultivo de obras de género, la mayoría de asuntos literarios —muchos de ellos cervantinos—. Al mismo tiempo, pintó retratos y algún autorretrato con una estética que va desde los prototipos iconográficos románticos un tanto idealizados hasta los de filiación realista, parcos en detalles y sobrios en accesorios. Desde entonces también cultivó el cuadro de tema religioso, pese al decaimiento de la pintura de este género, en el que está presente la huella de Murillo, algo también de Zurbarán y ciertas referencias nazarenas cargadas de pietismo y de efectos artificiosos.
En 1883, Cano, ya viudo, se casó con la pintora francesa Marie Louise Le Foulon Taboure, con la que tuvo una hija, Ramona, también pintora. Cuatro años después, al morir su segunda esposa, contrajo un nuevo matrimonio con la valenciana, avecindada en Sevilla, Concepción Domingo Llunch.
Los últimos años de la vida del pintor transcurrieron en Sevilla, alternando la práctica de la pintura con la docencia en la Escuela de Bellas Artes, en la que se jubiló, tras ostentar la dirección de la misma, en 1893. Cuatro años después, falleció en su casa del barrio de San Vicente.
Obras de ~: Retrato colectivo en el estudio del pintor, c. 1850; Pablo de Céspedes, 1851; Autorretrato, 1853; Retrato de muchacha, 1853; Retrato de joven, 1853; Retrato de Manuel Cano y Cueto, c. 1853; Colón en la Rábida, 1856; El entierro de Don Álvaro de Luna, 1856; Retrato de María Josefa Garvey, 1861; Escena de la vida de Don Miguel de Mañara, 1864; Retrato de Don Ignacio Argote, Marqués de Cabriñana, 1864; Retrato de la Duquesa de Montpensier, 1865; Retrato de Don Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier, 1865; Miguel de Mañara socorriendo a un moribundo, 1866; El testamento de Cervantes, 1866; La entrada de los Reyes Católicos en Alhama, 1867; Retrato de Don Manuel de la Cámara Ibarra, 1868; San Francisco, 1868; Retrato de Doña Ana Pérez de Seoane y Rivero, 1869; Cabeza de penitente, 1869; Un escritor del siglo XVII, 1870; Cervantes, 1870; Murillo, 1871; Autorretrato, 1871; Retrato de Valeriano D. Bécquer, 1871; Escena en Sevilla, 1871; Juan de Valdés Leal, 1872; Retrato de Don Manuel Alcaide y Molina, 1875; Cervantes con su sobrina y un estudiante leyendo El Quijote a orillas del Manzanares, 1875; Un estudiante leyendo El Quijote, 1876; Retrato de Don Manuel María Munilla, 1877; Alegoría de D. Miguel de Mañara, 1877; Retrato de Don Eduardo de Lamadrid y Borja, 1879; Retrato de Doña María Luisa Romero de Tejada, c. 1879; Naufragio, 1879; El Huerto de los Olivos, 1880; O lee El Quijote o loco está, 1882; La muerte de Cervantes, 1887; Velatorio, 1889; Joven con pañuelo en la cabeza, 1889; Purísima Concepción, 1891; Cabeza de Don Álvaro de Luna, 1892; Elías y el ángel, 1897.
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Gerardo Pérez Calero