Pérez de Oliva, Fernán. Córdoba, c. 1494 – Medina del Campo (Valladolid), 3.VIII.1531. Humanista y escritor.
Nació, en fecha no bien precisa, en una familia descendiente de los conquistadores de Córdoba. Su padre, médico, era del mismo nombre y aficionado a las letras y el conocimiento, de donde provienen las dudas sobre la autoría de una obra científica, titulada Imagen del mundo en bibliografías antiguas e identificable con la Cosmografía nueva editada hace dos décadas.
Su primera formación se debería al padre y a las escuelas de primeras letras de la ciudad. En 1508 marchó a la Universidad de Salamanca, donde permaneció tres cursos, hasta graduarse de bachiller en Artes. En sus estudios se alejó de la tradición escolástica a través de la filosofía nominalista, que seguiría, entre otras, en las clases de Lógica de fray Alonso de Córdoba, años más tarde su rival de oposición para la Cátedra de Filosofía Moral. Siguiendo la vía de la renovación nominalista y probablemente para mejorar su latín, marchó el curso siguiente, 1511-1512, a la Universidad de Alcalá de Henares, donde floreció la simiente intelectual dejada por el cardenal Cisneros, aunque este horizonte, ya abiertamente renacentista, no parece satisfacer las inquietudes académicas del joven, que inició su periplo europeo.
En 1512 llegó a París y en la Universidad de la Sorbona siguió distintos cursos, destacando la relación científica y personal con el catedrático de Matemáticas Juan Martínez Guijarro, quien habría de convertirse en preceptor del heredero de Carlos V y, como arzobispo de Toledo, extendería los Estatutos de Limpieza de Sangre. Para la edición de un tratado suyo de Aritmética (París, 1514) escribió Pérez de Oliva su primer texto publicado, el prólogo Dialogus inter Siliceum, Arithmeticam et Famam; se trata de un coloquio entre el autor y las dos alegorías, escrito en una lengua que es a la vez latín y castellano, y en estos rasgos se hallaban apuntados algunos de los rasgos esenciales en su producción escrita y su actividad académica: la amplitud de sus intereses y conocimientos, la superación de la herencia medieval y la preocupación constante por elevar la dignidad de la lengua castellana.
En ese año de 1514 marchó a Roma, en busca de nuevos conocimientos. Su saber y actitud le valió una pensión del papa León X, en cuyo entorno Oliva pasó cuatro años, alternando los viajes por distintas ciudades italianas. Por razones no bien esclarecidas, abandonó Italia por España, pero rápidamente volvió a la Sorbona, entre 1518 y 1519, donde pasó un nuevo período de aproximadamente otros cuatro años, dedicado ya a la iniciación en las tareas docentes en diversas disciplinas, con especial atención a la ética aristotélica, de cuyo conocimiento dejó claro reflejo en su Discurso de las potencias del alma, y del buen uso dellas, deudor de las doctrinas de la Ética a Nicómaco. También habría que relacionar con esta raíz de la filosofía moral, una de las características del humanismo renaciente, otras obras de Oliva que hoy sólo se conocen por referencias a su temática, como las relativas a la riqueza o la castidad.
Esta segunda estancia en París concluyó hacia 1523, y en 1524 se encuentran ya las huellas de la estancia española del humanista. En ese año, apareció la edición impresa de su Muestra de la lengua castellana en el nacimiento de Hércules, adaptación de la comedia de Plauto Anfitrión, siguiendo la tradición clasicista del teatro escolar y de las universidades, pero con una específica intención, expresa en el título y en la dedicatoria a su sobrino Agustín de Oliva: manifestar la dignidad de la lengua castellana, contribuir a su elevación y hacer asequible y atractivo su aprendizaje retórico.
En 1525 entregó personalmente en Sevilla un ejemplar de la edición a Hernando Colón, según las anotaciones del gran bibliófilo, y muy posiblemente en este encuentro surgiría el proyecto o el encargo de un relato en lengua romance del descubrimiento de América, plasmado en el manuscrito de la Historia de la invención de las Indias entregado al hijo del Almirante, con una adaptación del relato latino de las Décadas De Orbe Novo de Pedro Mártir de Anglería (publicadas desde 1511), al que siguió en una fecha indeterminada la adaptación (truncada) de la conquista de México por Hernán Cortés, en este caso a partir de sus propias cartas de relación; en ambos casos, los textos permanecieron inéditos hasta mediados del siglo XX. Además de una atención a la realidad histórica y la vocación divulgadora propia de los humanistas, los textos insisten en la voluntad de Oliva de engrandecer la lengua castellana, dotándola de dimensión literaria y ampliando el abanico de sus formas genéricas y expresivas, de lo que la breve obra de tan corta vida es una feliz y emblemática muestra.
Otro ejemplo de esta actividad se muestra en estos mismos años en el discurso que pronunció ante el Cabildo de su ciudad natal, editado por su sobrino Ambrosio de Morales con el título de Razonamiento de la navegación del Guadalquivir, donde se conjugan algunos de los argumentos y motivos característicos del humanismo renacentista español, entre lo literario, lo intelectual y lo social. El texto despliega la retórica característica de la oratoria forense clásica y hace palmaria la flexibilidad del castellano para adaptarse a esta forma; con ella articula el interés por la realidad presente con su conformación ideológica, como el principio del traslado del poder imperial al occidente, inscribiendo en él la grandeza española presente y la apertura del horizonte americano; finalmente, orienta todo este saber, al que suma todos sus conocimientos de orden científico y empírico, adquiridos en sus estudios y sus viajes, a un proyecto concreto: la canalización del río para llevar hasta Córdoba los navíos que hacían el comercio con ultramar, antes de que el monopolio correspondiera a Sevilla, intuyendo el enorme potencial de desarrollo derivado de la actividad comercial para superar la decadencia que vive Córdoba.
Por algunos de estos rasgos, habría que resaltar el paralelo entre este breve texto y la que se considera la obra mayor del autor, su Diálogo de la dignidad del hombre, editado póstumamente y escrito en torno a estos años. En el texto, articulado en dos extensos parlamentos, entre el debate medieval y el diálogo ciceroniano revitalizado por el humanismo, expone Oliva una síntesis de las concepciones antropológicas enfrentadas desde la antigüedad, la de la miseria hominis, que sitúa al ser humano en el último escalón de la cadena del ser, como el más imperfecto de la Creación, y, frente a ella, la de la dignitas hominis, actualizada unas décadas antes por Pico de la Mirándola para presentar al hombre como plenitud de todas las bondades de la naturaleza, a lo que se suma, desde una perspectiva cristiana, la semejanza con Dios y el milagro de la Redención. El texto acaba con el discurso en defensa de esta idea, sin una conclusión expresa, lo que llevó a su primer editor, Cervantes de Salazar (1546), a añadirle una sentencia al debate abierto, pero es precisamente la carencia de una posición cerrada la que define la grandeza y la miseria del ser humano, cuya libertad le puede arrastrar a la mayor degradación o elevarlo a lo más sublime. Como en el resto de sus piezas castellanas, el autor dedica especial interés en llevar la lengua castellana a su más depurado registro retórico, actualizando en este caso la tópica relación entre dignidad del hombre y dignidad de la lengua, según resaltara Ambrosio de Morales en el “Discurso de la lengua castellana” que sirviera de prólogo a la edición original.
En 1526 se hallaba de nuevo al humanista en los claustros salmantinos, en este caso para obtener el grado de maestro en Artes y, al año siguiente, el de bachiller en Teología. Se incorporó, asimismo, a la labor docente, sustituyendo a su antiguo maestro parisino, Martínez Silíceo, en su Cátedra de Filosofía Natural, para la que redactó en latín sus apuntes sobre magnetismo y luz, que hoy se conservan manuscritos en la Biblioteca de El Escorial. También realizó la suplencia de Pedro Margallo en la Cátedra de Filosofía Moral.
Su actividad no se redujo a lo estrictamente académico, participando en importantes proyectos de reforma, como la reparación de la biblioteca y, muy posiblemente, el diseño del programa humanístico (muy a tono con lo expuesto en el Diálogo de la dignidad del hombre) que decora e ilustra la escalera de acceso al claustro superior y la biblioteca universitaria. Su papel le valió, en 1529, la elección como rector, un cargo ajeno al cuadro de catedráticos y sin la autoridad suprema, pero de cierta responsabilidad, a la que Oliva atendió consiguiendo culminar la reforma de los Estatutos de 1512, recuperar la enajenada escribanía de la Universidad, fundar seis Cátedras de Gramática y, más a tono con su carácter humanista, redactó, en latín, los Títulos de los Generales, esto es, las breves sentencias que animaban al estudio sobre las puertas de las aulas.
Su reconocimiento se completa con la obtención de algunos beneficios eclesiásticos, para los cuales debió profesar como diácono, y el nombramiento por el cardenal Fonseca, ya en 1528, entre los cuatro colegiales mayores designados para regir el Colegio de Santiago el Cebedeo, más conocido hoy por el nombre del fundador; de su labor allí quedan huellas similares a las de su paso por el Rectorado salmantino.
En 1528, de las prensas burgalesas de Juan de Junta, apareció su Agamenón vengado, adaptación de la tragedia Orestes de Sófocles, donde continúa, adaptados al nuevo género, los planteamientos clasicistas, dramatúrgicos y, sobre todo, retóricos de la versión de Plauto. La producción dramática se vio completada por el texto de Hécuba triste, a partir de la tragedia de Eurípides, en este caso sin edición en vida del autor.
Aunque estas dos últimas versiones pueden ponerse en relación con el hábito universitario, expreso en los propios Estatutos, de concluir los cursos de retórica con la declamación de una pieza teatral adaptada de los textos clásicos, no ocurre lo mismo con la pieza comédica más temprana, ajena al mundo escolar y denotadora, en el conjunto de los tres textos, de una constante preocupación del humanista por este género y sus posibilidades, dentro de la amplitud de sus intereses, en torno siempre de la educación y el perfeccionamiento de la lengua.
De todo ello, hace gala Oliva en uno de sus textos más emblemáticos, por lo que tiene de autobiográfico y por el tono de reivindicación de un verdadero programa humanístico. Se trata del Razonamiento que hizo en el día de la oposición, un discurso de corte académico correspondiente al examen realizado para su ceder a Margallo en la Cátedra de Filosofía Moral, frente a su antiguo maestro, el agustino fray Alonso de Córdoba, y a fray Domingo de San Juan. El humanista cordobés convierte la exposición de su curriculum vital no sólo en una soberbia pieza oratoria, que alcanzó la consideración necesaria para ser incluida en la edición de las Obras de su autor; en ella encarna el ideal del saber humanista, basado en una constante indagación y abierto a todas las disciplinas, pues todas ellas son necesarias para un conocimiento integral de todos los ámbitos de la realidad, tanto natural como artificial o moral, según el propio autor ha ido desplegando en una serie de estudios y textos de los que da cumplida cuenta y razón.
De nada le valieron, sin embargo, ni sus méritos académicos ni su elocuencia, en un sistema de dotación de cátedras basado en el voto de los alumnos y sometido a continuas corruptelas. Fue adjudicada a fray Alonso de Córdoba, y Oliva tuvo que contentarse con opositar y acceder a la cátedra dejada vacante por éste, la de Teología Nominal, llamada también de Gregorio Arimino o de Durando, el mismo año de 1530.
Sin embargo, no habría de ser muy amplio su desempeño docente hasta el ya muy cercano fin de su vida.
Otras actividades, propias y ajenas de la Universidad, recabaron su atención. La más absorbente debió ser, sin duda, la dedicación al Colegio del Arzobispo, pero una nueva dignidad, de mayor alcance se sumó a estas tareas, al ser nombrado preceptor del príncipe, quien a la postre habría de convertirse en Felipe II. La muerte le impidió llevar a cabo esta importante labor, al sorprenderle el 3 de agosto de 1531, en Medina del Campo, por enfermedad repentina en el transcurso de un encargo de la Universidad. En su lugar fue su antiguo maestro, Silíceo, quien se responsabilizó de la educación del heredero del Trono, sustituyendo la apertura humanista del cordobés por su intransigencia casticista, con el previsible resultado en el carácter del futuro Rey y la consiguiente repercusión en la marcha de la Monarquía hispánica.
El legado de Oliva quedó reducido a su magisterio directo y, en menor medida, a sus escasos, pero variados textos. El primero se tradujo en su elección por Cristóbal de Villalón para protagonizar su diálogo El Scholástico (manuscrito de mediados del siglo XVI), donde encarnaba el modelo ideal de profesor humanista en sus diversas facetas intelectuales y académicas.
Sus escritos, al margen de las escasas y citas ediciones en vida, tuvieron una difusión póstuma, iniciada en 1546 por su obra maestra, aparecida en tierras italianas.
El conjunto más amplio de su obra (aun dejando textos sin incluir) es recogido por el cronista Ambrosio de Morales, sobrino del autor, para darlos a la luz en Córdoba, en 1586, junto con comentarios y obras propias y un texto de Pedro del Vallés. El volumen puso convertirse en base para un conocimiento suficiente de la figura y su obra, pero vio truncada su trayectoria por una inexplicada e inexplicable inclusión en el índice inquisitorial de 1632, mantenida hasta 1789; dos años antes, sin embargo, Benito Cano se encargó de recuperar la obra para el neoclasicismo español, aunque sin una excesiva repercusión en la crítica posterior, más atenta a las piezas señeras (el Diálogo de la dignidad del hombre y los textos dramáticos), pero ajena a la relevancia del conjunto de una obra marcada por su diversidad y su acomodo al paradigma del humanismo español y europeo.
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Pedro Ruiz Pérez