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Pedro de Quiñones

Biografía

Quiñones, Pedro de. Señor de Luna. León, 1408 sup. – I.1455. Merino mayor de Asturias.

Hijo de Diego Fernández de Quiñones —también conocido como “el de la Buena Fortuna”—, y de María de Toledo, sucedió a su padre en el mayorazgo principal de la Casa de Quiñones cuando murió en los primeros días de 1445. Contrajo matrimonio hacia 1432 o 1433 con Beatriz de Acuña, hija de Martín Vázquez de Acuña, I conde de Valencia de Don Juan, y de María de Portugal, con quien tuvo siete hijos, Diego Fernández de Quiñones, futuro I conde de Luna, Suero, Fernando, María, Constanza, Leonor y Mencía.

Se puede fragmentar la vida de este personaje en dos etapas. La primera (1408-1444) se corresponde con su niñez y juventud y, en general, con los años en que dirigía el linaje su padre, Diego Fernández de Quiñones, primero de este nombre en la familia, y en la que actuó de acuerdo con los criterios y objetivos que el titular de la casa marcaba. La segunda (1445-1455), con los momentos en que él actuó como jefe máximo del linaje Quiñones.

Educado en sus primeros años por su ayo, el bachiller de la Gramática, pasó poco después a ser instruido en la noble Casa del condestable de Castilla, Álvaro de Luna, con quien sostuvo posteriormente una conflictiva relación personal y política pues, lejos de seguir su parcialidad en la lucha de bandos y facciones que jalonaron el reinado de Juan II en las tierras castellanas, en determinados momentos de la primera mitad del siglo xv se vinculó, junto con su padre y su hermano Suero, el del “Paso Honroso”, durante bastante tiempo en el bando contrario, el capitaneado por los infantes de Aragón.

Sin embargo, en otras ocasiones la familia Quiñones regresó al grupo que lideraba el condestable. A su lado participaban Pedro y su hermano Suero, por primera vez, en la guerra contra los moros como “continos de la Casa del Rey” al integrarse en las tropas castellanas, que, dirigidas por Álvaro de Luna, derrotaron a los musulmanes, el 1 de julio de 1431, en la batalla de la Higueruela. Un brillante episodio caballeresco que sirvió a los hermanos Quiñones, que actuaron siempre juntos en la escena política castellana, para impregnarse de ese espíritu, en un auténtico bautismo de guerra. Las relaciones de amistad y colaboración entre el condestable y Pedro de Quiñones se intensificaron hasta aproximadamente el año 1436 en que incluso llegó a formar parte de la comitiva encabezada por Álvaro de Luna, cerca a los propios infantes en Alburquerque.

Pero, pocos meses después comenzó a manifestarse una fuerte escisión en la oligarquía nobiliaria que, al menos, en apariencia tenía el gobierno de Castilla.

Los parientes de los Quiñones y también sus aliados de bando, tanto los Enríquez, almirantes de Castilla, como los Manrique, adelantados de León, entre otros, cayeron prisioneros de Álvaro de Luna, en este momento jefe indiscutible del grupo monárquico y defensor de las prerrogativas reales, lo que desencadenó entre la nobleza un movimiento político de alcance insospechado; Pedro, junto con su padre y hermano, se cambiaron de bando y se unieron de nuevo a los infantes de Aragón, verdaderos fundadores de un sólido partido aristocrático, defensor de los intereses de la oligarquía nobiliaria, que se oponía tanto al condestable como a su rey Juan II.

La actitud versátil de los integrantes de la facción nobiliaria castellana —y Pedro es ejemplo significativo de ello— basculó, como es sabido, unas veces hacia el bando defensor de la unidad y solidez de la Monarquía, aunque en muchas otras optó claramente por la defensa de sus propios intereses en una verdadera secuencia de posiciones inestables y cambiantes a lo largo de la primera mitad del siglo xv. Por este motivo, se constituyeron las sucesivas ligas contra don Álvaro que condujeron a sus destierros políticos y que concluyeron con su ejecución. Y así, también surgieron otros bandos contra los infantes, protagonistas en algún caso de excesivo poder que era contrarrestado por otros nobles castellanos, defensores del Rey, aunque en el fondo, lo fueran de sus propios intereses.

La tónica general era de encuentros y desencuentros, conspiraciones en la sombra, sumisiones o acercamientos puntuales, en la que, más que modificación de idearios políticos, lo que se detecta es un clima generalizado de envidias, recelos, afanes particulares y, especialmente, ansias de poder.

Durante algún tiempo pareció en Castilla que los infantes de Aragón estaban en condiciones de poder recobrar su anterior fuerza porque contra el poder de Álvaro se alzaba a finales del 1437 un importante sector de la nobleza acaudillada por Pedro Manrique, el almirante Fadrique Enríquez, el conde de Ledesma, Pedro de Stúñiga, y por los Quiñones, quienes dirigieron al Rey una demanda para que limitara el poder de su valido y del que también obtuvieron la concesión de la transferencia al biografiado de la Merindad Mayor de Asturias que hasta este momento había ejercido su padre, oficio que ejerció de manera ininterrumpida Quiñones hasta 1444.

Los acuerdos de Castronuño, firmados el 23 de noviembre de 1439, significaron, para la Liga nobiliaria por ellos constituida, la expulsión de Álvaro de Luna de la Corte y del Consejo Real, lo que motivó que los verdaderos beneficiarios de la situación no sólo fuesen los infantes, aunque éstos, en efecto, lograban recuperar su patrimonio, sino, sobre todo, los integrantes de este grupo nobiliario. Así, y al igual que los principales clanes aristocráticos de Castilla integrantes de la misma, los Quiñones se beneficiaron de la situación al lograr del Rey licencia y facultad para que su anciano padre Diego fundara cuatro mayorazgos en las personas de sus cuatros hijos varones, así como que Pedro recibiera, en 1441, el nombramiento de miembro del Consejo Real y el cargo de mayordomo mayor del infante Enrique. También por estas fechas, Quiñones actuó como encomendero de los Monasterios asturianos de Valdediós y Obona y del leonés de Arbas, junto con la encomienda de Puente de Órbigo, lo que demuestra el prestigio y fuerza política que el linaje representaba en toda la región.

Poco tiempo duró, sin embargo, la paz en Castilla, ya que un nuevo ciclo de sangre y guerras se enseñoreó de las tierras de la Corona y nuevos grupos, bandos y ligas nobiliarias aparecieron en el cambiante panorama político. Los años 1444 y 1445 estuvieron marcados para Quiñones, por un lado, por sus tensas relaciones con el Principado de Asturias como consecuencia de la integración de este territorio en el señorío de los príncipes de Castilla y León y de la expulsión de la familia del mismo, en donde había desempeñado desde el siglo anterior el importante cargo de la Merindad Mayor. Pedro de Quiñones desempeñó este cargo, en esta primera etapa de su vida, entre 1437 y 1444.

Por otra parte, el año 1445 estuvo marcado, también por la muerte de su padre y, en consecuencia, por dar comienzo para él la segunda fase en que se ha dividido la ajetreada vida de Pedro que ahora se hacía cargo, como primogénito, de la Casa de Quiñones.

También en este año tuvo lugar la batalla de Olmedo, en la que Pedro, junto con sus aliados, participó de manera muy activa contra el condestable, en la que fue malherido y cayó prisionero en manos de un escudero de Álvaro de Luna, aunque consiguió evadirse por la astucia e ingenio que derrochaba. Como consecuencia de la derrota que también sufrieron los infantes de Aragón, perdió provisionalmente la Merindad Mayor que fue entregada, primero a Pedro de Tapia y, posteriormente, a Juan de Haro.

Pero en el cambiante tiempo de alianzas y ligas su bando nobiliario, encabezado por el conde de Benavente y el almirante de Castilla, sus parientes, se integró en la primavera de 1446 en el grupo dirigido por el príncipe Enrique, adversario ahora del condestable, lo que le permitió a Quiñones recuperar todos los bienes perdidos con ocasión de la derrota de Olmedo, a saber: las villas asturianas de Llanes y Ribadesella; sus estados solariegos recibidos por el testamento de su padre, ubicados mayoritariamente en la actual provincia de León y repartidos por los concejos de Luna, Ordás, Valdellamas, Omaña, Laciana, Ribadesil, Gordón, infantazgo de Valdetorío y otras villas y lugares situados a lo largo principalmente del valle del río Órbigo, además de las villas de Benavides y Gualtares y el preciado oficio de merino mayor del Principado que ejercería desde 1451 hasta 1452.

Sin embargo, las permanentes intrigas y rivalidades nobiliarias no concluyeron en este momento; poco duradera fue para el inquieto Quiñones la tranquilidad y el disfrute de su recuperado e incluso ahora incrementado patrimonio. El 11 de mayo de 1448, en Záfraga, cerca de Medina del Campo, se celebró una entrevista a la que acudieron Juan II y su hijo el príncipe con sus respectivos privados y en la que participan los dos hermanos Quiñones, Pedro y Suero, además de los condes de Benavente y Alba y el almirante de Castilla. Pero, más que de entrevista convendría hablar de auténtica emboscada, porque, por orden de Juan II, fueron prendidos los mencionados nobles que, prisioneros, se repartieron por las principales fortalezas de Castilla y sus bienes fueron secuestrados.

Pedro, privado de bienes y cargos, ingresó en la de Roa; más tarde fue trasladado al Alcázar de Segovia, posteriormente al Castillo de Alarcón y, finalmente al Alcázar de Toledo. En muy poco tiempo, la potencia política y señorial del linaje Quiñones se derrumbó y la hacienda familiar se tambaleó tras el más duro golpe que el linaje había sufrido en toda su historia. Ahora bien, la prisión de estos caballeros se hizo con torpeza y escandalizó al Reino. El condestable, instigador del complot, había cometido un grave error. El propio príncipe y su valido, el marqués de Villena, se retiraron poco después a Segovia en ostentosa manifestación de que nada tenían que ver con lo sucedido en Záfraga; los propios infantes de Aragón, ahora ya reyes de Navarra y Aragón, se vieron obligados a intervenir a favor de sus antiguos seguidores.

Sin embargo, la trama urdida por los infantes para sacarlos de la prisión no dio los resultados pretendidos hasta finales del año 1450 en que el príncipe don Enrique, tras el alboroto acaecido en el Alcázar toledano a favor, entre otros, de Pedro de Quiñones, le mandó soltar acordándose el último día de dicho año que Quiñones, Pimentel y Acuña, cuñados entre sí, se insertasen en el bando del príncipe. El levantamiento del secuestro de sus bienes y la devolución de gran parte de su patrimonio fue el objetivo que consiguió Pedro de manera parcial en torno a este año 1451.

Desde este momento y tras la ratificación de esta concordia por unas treguas que se firmaron al año siguiente, 1452, Quiñones se abstuvo de todo activismo político, permaneciendo el resto de su ya corta vida en el bando real, relegado de su anterior militancia en los grandes grupos oligárquicos, sin participar ni en la prisión ni en la muerte de Álvaro de Luna, que tuvo lugar, como es sabido, al año siguiente, 1453. Aún así siguió siendo considerado uno de los principales caballeros castellanos, como lo confirma el hecho de que al día siguiente de fallecer el rey Juan II, el nuevo rey Enrique IV le comunicó, por carta personal fechada el 22 de julio de 1454, el evento.

En poco más de un año habían fallecido el condestable y el propio rey Juan II. En los últimos días del mes de enero de 1455 y en su casa-palacio de Palat de Rey, también le llegó la hora a Pedro de Quiñones.

Cuando el 29 de enero se procedió en almoneda pública a la venta del concejo de Lillo, realizada a instancia de varios judíos, el procurador de la familia leonesa alegó que este día los hijos de Pedro, todos ellos menores de edad, estaban ocupados “en las oras e cunplimientos e exequias de su padre”.

Concluía así la vida de este caballero leonés, intrigante y activo partícipe durante la mayor parte de su vida en las ligas, bandos y facciones políticas nobiliarias que durante toda la primera mitad del siglo xv se enseñorearon de las tierras castellanas.

 

Bibl.: Marqués de Alcedo y de San Carlos, Los Merinos Mayores de Asturias (del apellido Quiñones) y su descendencia.

Apuntes genealógicos, históricos y anecdóticos, Madrid, Sociedad Española de Artes Gráficas, 1918 y 1925, 2 ts.; L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del siglo xv, Valladolid, Gráficas A. Martín, 1959; C. Álvarez Álvarez, El condado de Luna en la Baja Edad Media, León, Colegio Universitario de León, 1982; Los Quiñones, señores de Valdejamuz (1435-1590), Astorga, Centro de Estudios Astorganos, 1997.

 

César Álvarez Álvarez