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Pedro Manrique

Biografía

Manrique, Pedro. Señor de Amusco, Treviño, Paredes de Nava y Valdezcaray. ?, 1381 sup. – Valladolid, 21.IX.1440. Adelantado mayor y notario mayor del reino de León.

Este caballero fue uno de los personajes más influyentes de los bandos y disturbios nobiliarios acaecidos durante el reinado de Juan II, pues, como afirma Fernán Pérez de Guzmán, en sus Generaciones y Semblanzas, “no fue alguno en el que él no fuese, no por deservir al Rey, ni procurar daño del Reyno, mas por valer é haber poder”.

Nació en el seno de uno de los linajes castellanos de más antiguo abolengo, el de los Manrique, estirpe de lejano parentesco con la casa de Lara. Hijo del adelantado de Castilla Diego Gómez Manrique y de Juana de Mendoza (“la Ricahembra”, hermana del almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza), tras la prematura muerte de su padre, acaecida en la célebre batalla de Aljubarrota en 1385, vivió bajo la tutela de su madre, quien al enviudar contrajo segundas nupcias con el almirante de Castilla Alonso Enríquez —hijo del hermano gemelo de Enrique II, Fadrique de Castilla, maestre de Santiago—, y contó con la protección de su tío, el arzobispo de Santiago Juan García Manrique.

En 1405 le citan ya las crónicas como adelantado mayor de León y frontero en el Obispado de Jaén, y participó en una entrada en tierras granadinas con Diego Sánchez de Benavides y otros caballeros.

Debió de ser por entonces cuando se le concedió también el oficio de notario mayor del reino de León, aunque no se conoce la fecha precisa. En los años siguientes, continuó interviniendo en diversas incursiones en el reino de Granada con el infante don Fernando, regente del reino, como en la campaña de Setenil de 1407 y en la toma de Antequera en 1410.

Al morir en 1411 su primo Gómez Manrique, adelantado mayor de Castilla, pretendió ejercer esta dignidad, que le había sido otorgada en su infancia por Juan I, con ocasión de la muerte de su padre en 1385, pero el infante Fernando se la negó.

A su partida a Aragón en 1414, tras haber sido proclamado Rey dos años antes, el infante le dejó junto con otros destacados magnates al frente del gobierno castellano. Con Fernando reinando en Aragón, se constituyó en Castilla, a instancias suyas, un “partido aragonés”, a cuya cabeza estaban sus hijos, Enrique, maestre de Santiago, y Juan, duque de Peñafiel, conocidos como los infantes de Aragón, partido en el que militará Pedro Manrique.

Durante los últimos años de la minoría de Juan II y a pesar de las crecientes disensiones políticas en Castilla, sobre todo tras la muerte de los regentes del reino —en 1416 falleció el monarca aragonés y en 1418 la reina Catalina—, el adelantado de León consiguió mantenerse en el poder, formando parte del Consejo de Regencia. A finales de 1418, las desavenencias entre los infantes de Aragón dividieron a sus partidarios en dos bandos. Pedro permaneció desde entonces al lado del infante Enrique, a quien sirvió fielmente durante años. Tras ser proclamado mayor de edad en las Cortes de Madrid de 1419, Juan II le designó para formar parte de su gobierno y de la comisión recién creada para revisar las dádivas y mercedes que hubieran de concederse. Pronto, sin embargo, el creciente poder político del joven Álvaro de Luna y su ascendiente sobre el Monarca provocaron el descontento de muchos nobles y también del adelantado, que incluso tuvo que abandonar la Corte al haber conseguido Álvaro que Juan II estableciese turnos para permanecer en el Consejo Real.

En julio de 1420, el infante Enrique, junto con el adelantado Pedro Manrique y otros de sus partidarios, en un golpe de fuerza para hacerse con el poder político, apresaron a Juan Hurtado de Mendoza, uno de los privados del Rey, y secuestraron al propio Monarca en Tordesillas. Después decidieron su traslado a Ávila, ciudad donde se celebraron Cortes para legalizar estos graves hechos. Unos meses más tarde, en noviembre de 1420, el adelantado de León participó también en el sitio del castillo de Montalbán, donde se había refugiado el Rey tras huir del dominio del infante con ayuda de Álvaro de Luna.

En los años siguientes, Pedro Manrique siguió apoyando al maestre de Santiago, a pesar de los esfuerzos de Juan II por apartarle de su servicio. En 1422 fueron finalmente apresados en Madrid, por orden del Rey, el infante y su mayordomo mayor Garci Fernández Manrique, pariente del adelantado. Éste, que por seguridad se había retirado a su villa de San Pedro, cercana a la frontera de Navarra, al recibir la noticia decidió huir al reino de Aragón, lo mismo que otro de los partidarios del infante Enrique, el condestable Ruy López Dávalos, refugiándose ambos en la Corte de Alfonso V. Juan II intentó sin éxito que el monarca aragonés le entregase a los huidos y, como castigo a la deslealtad de Pedro, le confiscó todos sus bienes y rentas, así como el cargo de adelantado mayor de León. Durante su estancia en Aragón, Pedro Manrique continuó con sus intrigas políticas gracias a la colaboración de Juan Martínez de Burgos, caballero que utilizaba para enviar mensajes a Castilla y mantener el contacto con los suyos.

A finales de 1425, el Rey perdonó al infante Enrique y también al adelantado, que recuperó entonces sus bienes, mercedes y oficios. Desde su regreso a Castilla, Pedro Manrique prosiguió con el mismo comportamiento político que antes del exilio, firmando alianzas en su nombre y en el del infante e intentando por cauces diversos ser admitido en el Consejo Real, cuyo dominio centraba la lucha política.

En 1427, los infantes de Aragón —el maestre Enrique y Juan, rey de Navarra desde 1425— alzaron tropas en Medina del Campo y en Ocaña y se pusieron al frente de una gran Liga nobiliaria, a la que se unió Pedro, para solicitar al Rey que moderase la autoridad del condestable Álvaro de Luna.

En agosto de ese mismo año, se creó una comisión arbitral constituida por cuatro jueces —el almirante Alonso Enríquez, Fernán Alfonso de Robles, el maestre de Calatrava Luis de Guzmán y Pedro Manrique—, comisión que el día 4 de septiembre decidió el destierro de Álvaro, aunque el Rey acabó por anular la sentencia.

En 1429 el adelantado, en un sorprendente giro político, abandonó el partido de Enrique y el Monarca le recompensó por su fidelidad con la villa de Paredes de Nava (Palencia). En los años siguientes, combatió incluso en la frontera de Aragón y en Extremadura a los infantes y a su hermano, el monarca aragonés Alfonso V, y se ganó la confianza del Rey, que en 1431 decidió dejarle al frente del Gobierno del reino —“al cuydado de los negocios publicos”— durante su ausencia en la Guerra de Granada. En la carta real, otorgada en Medina del Campo el día 12 de marzo, Pedro Manrique recibía de Juan II amplios poderes, con facultad de juez supremo; su estrella política llegaba entonces a lo más alto.

Después de firmar una tregua de cinco años con los reyes de Aragón y de Navarra, Juan II de Castilla decidió reanudar personalmente la Guerra de Granada, nombrando como Gobernador de Castilla y León a Pedro Manrique (que se había resistido, pues prefería acompañarle a la guerra), “con poderes bastantes para hazer justicia en todos sus reynos, e para oir, e determinar qualesquier cosas que ante el viniesen, como su propia persona”, según la Crónica de Juan II.

Tras unos años de relativa calma, resurgieron en Castilla las conspiraciones nobiliarias contra el gobierno personalista de Álvaro de Luna y de nuevo el adelantado de León jugaría un papel destacado en las mismas. En 1437, y sin que se conozcan bien los motivos, el Rey ordenó que Pedro Manrique —quien desde 1430 ocupaba un puesto preeminente en el Consejo— fuese detenido mientras se investigaba su comportamiento. Por entonces, el adelantado y el almirante Fadrique Enríquez alternaban su presencia en la Corte, temiendo quizás ser apresados juntos.

Avisado el almirante de lo sucedido, se retiró a su villa de Medina de Rioseco, mientras Diego y Rodrigo Manrique, hijos del adelantado, huyeron a Amusco, su casa solar, desde donde escribieron a todos sus parientes para suplicar al Rey por la libertad de su padre.

Pedro fue conducido al alcázar de Roa, bajo la custodia de Gómez Carrillo, y se encargó el almirante de acordar con el Rey los términos de su prisión, que se fijó en un plazo de dos años, con suaves condiciones y autorización incluso para excursiones de caza.

Desde Roa el adelantado de León fue trasladado, el 3 de abril de 1438, a una prisión más rigurosa en la fortaleza de Fuentidueña, de donde huyó en la noche del 20 al 21 de agosto de ese mismo año con su mujer y sus hijas, descolgándose con cuerdas por una ventana del castillo. Unido con los suyos en Medina de Rioseco y mientras Castilla vivía un clima prebélico, escribieron al Rey manifestándole cuánto ganaría si separase de su Corte y persona a Álvaro de Luna, prometiéndole volver a su servicio si así lo hacía. Fue desoída la petición, pero afianzado su partido con el apoyo de otros nobles y del infante Enrique, el Rey hubo de acceder a parlamentar con ellos. Entre abril y junio de 1439 se celebraron cinco conferencias, sin resultado satisfactorio, en las que Pedro Manrique participó como representante de la insumisa nobleza.

La última reunión, celebrada en Tordesillas entre los días 15 y 20 de junio, terminó bruscamente al abandonar el rey Juan II la villa.

Tras una serie de negociaciones frustradas y fortalecidos los rebeldes con la adhesión a su causa del rey de Navarra, en octubre de 1439 tuvo lugar una reunión en Castronuño, a la que asistió en calidad de juez el adelantado, en la que se dieron por nulos todos los procesos abiertos contra los coaligados y se acordó que el condestable saliese nuevamente desterrado. En enero de 1440 Juan II huyó de Madrigal y se fortificó en Cantalapiedra; los infantes consideraron entonces que el Rey no deseaba cumplir los acuerdos de Castronuño y de nuevo lograron reunir una gran coalición nobiliaria, a la que también se sumó Pedro Manrique. La Liga, que consiguió el apoyo de importantes ciudades, obligó al Monarca a negociar nuevamente en Bonilla de la Sierra. El triunfo de la nobleza era evidente y a mediados de marzo de 1440, los vencedores, entre los que estaba el adelantado de León, presentaron al Rey unos capítulos con un duro alegato contra la tiranía de Álvaro de Luna y con un auténtico programa de gobierno. En estos capítulos se llegaría a decir incluso que el condestable había pretendido dar muerte a Pedro mientras estuvo preso.

Entre junio y septiembre de 1440 se celebraron Cortes en Valladolid. En esta ciudad se encontraba el adelantado a mediados de septiembre firmando nuevos pactos. Pocos días después, el 21 de septiembre, fallecía. El cronista de Juan II, Fernán Pérez de Guzmán, recoge el rumor de un posible envenenamiento al afirmar que “algunos quisieron decir que en la prisión le fueran dadas yervas” y que por eso, desde entonces, Pedro Manrique había estado enfermo. Añaden también las crónicas del reinado que a causa del luctuoso suceso se retrasó la misa por el matrimonio del príncipe Enrique con Blanca de Navarra y que todos los grandes nobles de la Corte vistieron luto por el fallecido. En su testamento, otorgado un día antes de su muerte, el adelantado ordenaba ser sepultado en la capilla mayor del monasterio de Santa María de Valvanera, cenobio que él había reconstruido y dotado.

Pedro Manrique había casado con Leonor de Castilla, camarera mayor de la reina María de Castilla e hija de Fadrique, duque de Benavente, bastardo del rey Enrique II de Castilla y de Leonor de Castilla, hija bastarda de Sancho, conde de Alburquerque, por lo que era prima hermana de Enrique III de Castilla, de Fernando I de Aragón y de la reina Blanca de Navarra, nietos todos ellos de Enrique II. Con Leonor tuvo ocho hijos y cinco hijas. Los hijos fueron Diego Manrique, el primogénito, adelantado mayor de León y después conde de Treviño; Rodrigo Manrique, futuro conde de Paredes, condestable de Castilla, maestre de Santiago y padre del poeta Jorge Manrique; Íñigo Manrique, que llegaría a ser arzobispo de Sevilla y presidente del Consejo de los Reyes Católicos; Pedro Manrique, señor de Ezcaray; Fadrique Manrique, señor de Hito; Gómez Manrique, el conocido poeta; Juan Manrique, arcediano de Valpuesta y protonotario apostólico; y García Fernández Manrique, señor de las Amayuelas. Con el gran patrimonio familiar situado en tierras de Palencia y de La Rioja el adelantado de León fundó seis mayorazgos para todos sus hijos varones, excepto los religiosos. Sus hijas fueron Beatriz Manrique, esposa del conde de Haro Pedro Fernández de Velasco; Juana Manrique, que casaría con el conde de Castro Fernando de Sandoval, adelantado mayor de Castilla; Leonor Manrique, mujer del duque de Arévalo Álvaro de Zúñiga, justicia mayor de Castilla; Inés Manrique, esposa del señor de Cañete Juan Hurtado de Mendoza, montero mayor del Rey y progenitor de los marqueses de Cañete y de Valenzuela; María Manrique, que se casaría con el señor de Fuentidueña Rodrigo de Castañeda; Isabel Manrique, que lo haría con el señor de Oñate Pedro Vélez de Guevara, y Aldonza Manrique, abadesa del monasterio de Santa Clara de Calabazanos, fundación del linaje Manrique.

 

Bibl.: L. de Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Lara, Madrid [Imprenta Real], 1694; Pruebas históricas de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real, 1696; Crónica de don Álvaro de Luna, ed. de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1940; P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, ed. de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1946; L. Barrientos, Refundición de la Crónica del Halconero, ed. de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1946; E. Benito Ruano, Los Infantes de Aragón, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Medievales, 1952; F. Pérez de Guzmán, Crónica de Juan II, Madrid, Atlas, 1953 (Biblioteca de Autores Españoles [BAE], t. LXVIII); Generaciones y semblanzas, Madrid, Atlas, 1953 (BAE, t. LXVIII); L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del siglo XV, Valladolid, Universidad, Departamento de Historia Medieval, 1975; J. Zurita, Anales de la Corona de Aragón, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1977; A. García de Santamaría, Crónica de Juan II (1406-1411), Madrid, Real Academia de la Historia, 1982; S. de Dios, El Consejo Real de Castilla (1385-1522), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982; I. Pastor Bodmer, Grandeza y tragedia de un valido. La muerte de don Álvaro de Luna, Madrid, Caja de Madrid, 1992; F. N. Marino, El Seguro de Tordesillas del Conde de Haro don Pedro Fernández de Velasco, Valladolid, Universidad, 1992; P. Porras Arboledas, Juan II, 1406-1454, Palencia- Burgos, Diputación Provincial-La Olmeda, 1995; J. M. Calderón Ortega, Álvaro de Luna: riqueza y poder en la Castilla del siglo XV, Madrid, Dykinson-Centro Universitario Ramón Carande, 1998; E. Benito Ruano, Los Infantes de Aragón, Madrid, Real Academia de la Historia, 2002.

 

Rosa María Montero Tejada

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