Abascal y Carredano, José. Pontones (Cantabria), 1.IX.1830 – Madrid, 19.II.1890. Alcalde de Madrid, político liberal progresista.
Era hijo de un liberal exaltado de origen cántabro, José Abascal del Peral, descendiente de una rama de la familia hidalga de los Abascal, procedente de Arredondo (Valle del Ruesga), y de Felipa Carredano y del Solar, también nacida en Cantabria. A su fallecimiento su padre le legó la propiedad de una importante empresa propietaria de talleres de cantería en Madrid.
Esta empresa realizó la construcción del actual edificio del Congreso de los Diputados. Cursó estudios de Humanidades y Filosofía en el colegio madrileño de Masarnau y más tarde en el Real Colegio de San Carlos, donde se licenció en Medicina y Cirugía. No llegó a ejercer dicha profesión por cuanto a la muerte de su padre se vio obligado a ocuparse de la gestión de la explotación y fomento de la empresa de cantería familiar, cuya dedicación fundamental fueron las grandes obras públicas, especialmente en Madrid. No se limitó a este campo empresarial, sino que como empresario acreditado también creó un gran negocio con el envío de productos agrícolas e industriales desde Alicante a Madrid. Contrajo matrimonio en 1853 con Isidora Rodríguez, hija y heredera del primer empresario industrial de fontanería de la Villa y Corte, que se encargó de la construcción del Canal de Isabel II.
Todos sus negocios, junto con la cuantiosa dote de su esposa, le permitieron reunir una gran fortuna. No tuvo descendencia, por lo que sus sobrinos Josefina, Rafaela (esposa del almirante Juan Bautista Aznar de Cabanas, que fuera ministro de Marina y luego presidente del último Gobierno monárquico de Alfonso XIII, que precedió a la proclamación de la República el 14 de abril de 1931) y Vicente Barrantes y Abascal, su sobrino, hijo de su gran amigo y oponente político Vicente Barrantes Moreno (político canovista y bibliógrafo, académico de la Lengua y de la Historia, diputado a Cortes y senador del Reino; gobernador civil de las Islas Filipinas) fueron los encargados de recibir y gestionar su legado. Militó desde niño en el Partido Liberal Progresista, del que fue mecenas destacado, gozando de la estrecha amistad de sus dirigentes Sagasta, Olózaga y Calvo Asensio, entre otros. A raíz de la Revolución de 1854 fue capitán del Estado Mayor de la Milicia Nacional, y desde entonces miembro activo de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales. En 1864 fue nombrado concejal del Ayuntamiento de Madrid, y teniente de alcalde del distrito de Centro; y por sus servicios personales durante la epidemia de cólera de 1865, al frente de la Asociación de los Amigos de los Pobres, mereció la Cruz de Primera Clase de la Orden Civil de Beneficencia, cuyo diploma el presidente del Gobierno, el conservador Luis González Brabo, se negó a firmar.
Su participación en el motín de San Gil (22 de junio de 1866) le llevó al día siguiente a la cárcel del Saladero.
Fugado de ella mediante un soborno, emigró a París y a Bruselas, donde se ocupaba de las necesidades de los emigrantes españoles, y regresó a España al año siguiente, pero con tan mala fortuna que fue detenido enseguida y conducido de nuevo al Saladero.
Liberado a las pocas semanas, fue encausado poco después como conspirador revolucionario por haber caído en manos del Gobierno su correspondencia con el emigrado Sagasta. En 1868 adquirió la mitad de la propiedad del periódico La Iberia, órgano del Partido Liberal Progresista dirigido por Sagasta, con el que realizó una furibunda campaña de oposición al Gobierno conservador. Tras la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 que condujo al derrocamiento de Isabel II, como miembro destacado de la Junta Revolucionaria madrileña salió a recibir, junto a Romero Robledo y el marqués de la Vega de Armijo, al victorioso duque de la Torre, vencedor de Alcolea y nombrado entonces Regente del Reino. Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid por segunda vez en 1869, organizó y costeó de su bolsillo el vestuario y armamento de un batallón —monárquico— de la Milicia Nacional, del que era comandante en jefe. Fue elegido diputado a Cortes en las constituyentes de 1869, fue miembro de su Diputación Permanente, y representó sucesivamente a los distritos de Alcalá de Henares (1869) y de Villajoyosa (1871). Durante el breve reinado de Amadeo I de Saboya fue elegido senador del Reino por la provincia de Alicante (15 de abril de 1872), y fue además secretario de la Alta Cámara; también sirvió entonces el cargo de director general del Real Patrimonio. Durante el Sexenio Revolucionario declinó ser ministro, y también renunció —a causa de sus creencias liberales— al título del Reino que el Gobierno le ofreció. Tras la Restauración borbónica permaneció fiel a Sagasta y a su facción fusionista. Fue de nuevo senador por la provincia de Guadalajara desde el 5 de abril de 1877 y secretario tercero del Senado en 1878. El 8 de septiembre de 1881 fue nombrado Senador vitalicio por el Rey, y sirvió a la Alta Cámara como secretario primero entre 1881 y 1883. Nombrado alcalde de Madrid el 10 de febrero de 1881, en sustitución del marqués de Torneros, sirvió el cargo hasta el 11 de mayo de 1883, en que le relevó el marqués de Urquijo; y de nuevo ocupó la alcaldía madrileña tras el conde de Xiquena, que pasaría a ser gobernador civil de Madrid, desde el 30 de noviembre de 1885 hasta que el 6 de agosto de 1889 le fue admitida la dimisión del cargo, que había solicitado por motivos de salud, por parte de la reina regente María Cristina. Fue uno de los grandes alcaldes de Madrid. Durante el primero de esos mandatos se dedicó a poner orden en las cuentas municipales, que saneó a fondo, logrando un gran presupuesto de veintiséis millones de reales; autorizó los proyectos de construcción de las Escuelas Aguirre y de la catedral de la Almudena; compró la biblioteca del arruinado duque de Osuna (treinta y siete mil volúmenes), que contaba con manuscritos originales de Lope de Vega y Calderón, entre otras joyas; creó un centro de enseñanzas para la mujer, donde las alumnas recibían cursos de Gramática, Caligrafía, Geografía, Historia, Geometría, Aritmética y otras materias; comenzó a mejorar las vías públicas, sustituyendo el borrillo por el adoquinado; iluminó con farolas de gas la Puerta del Sol, y conmemoró brillantemente el segundo centenario del dramaturgo barroco Calderón de la Barca.
Durante su segundo mandato, José Abascal resolvió con enorme delicadeza la crisis obrera, repobló el arbolado del parque del Retiro, mejoró el alcantarillado y los colectores de aguas, y las instalaciones del Cementerio del Este, aprobó la construcción del Banco de España y la prolongación de la calle Mayor, continuó los trabajos de adoquinado de las principales vías madrileñas, mejoró el control de calidad de los suministros y alimentos, y promovió la instalación de un tranvía de circunvalación. Hombre de gran austeridad y principios, en una de las sesiones municipales José Abascal anunció que debido a la crisis económica renunciaba a diez mil pesetas de las veinticinco mil que le estaban señaladas en el presupuesto municipal para gastos de representación, lo que motivó palabras de sentido agradecimiento, incluso de los miembros de la oposición. En este desempeño municipal dejó, pues, un grato recuerdo, y sus contemporáneos le hicieron homenajes de apoyo y respaldo cuando dimitió, y le consideraron uno de los mejores alcaldes de la capital de España. Participó activamente en las luchas internas del Partido Progresista, del que fue presidente honorario de la sección alicantina desde 1887. Sagastino acérrimo, en su tiempo se decía en broma que, a pesar de su demostrado celo liberal y democrático, si hubiese de elegir entre su libertad y su amigo Sagasta, José Abascal caería sin dudarlo un momento del lado de Sagasta; no en vano el político, cuando habían intentado enemistarlos dijo de él: “El señor Abascal [...] mi amigo es, y mi amigo del alma, porque así en la adversidad como en la próspera fortuna, ha compartido conmigo las amarguras o las satisfacciones de la política”. A su muerte, causada por un largo y penoso cáncer, era senador vitalicio del Reino y poseía la Gran Cruz de las órdenes de Carlos III e Isabel la Católica, Cruz de Primera Clase de la Orden Civil de Beneficencia, Gran Oficial de la Legión de Honor Francesa, y Gran Cruz de la Orden del Nichan Iftijar de Túnez. El Ayuntamiento de Madrid acordó que en su entierro se le rindieran los mismos honores fúnebres que recibiría un alcalde-presidente en ejercicio, acudiendo además la corporación en pleno a la comitiva que le acompañó atravesando toda la ciudad, desde su casa hasta la sacramental de San Isidro, donde recibió sepultura; el duelo fue presidido por Sagasta, el marqués de la Habana, Manuel Becerra, el marqués de Mondéjar y Vicente Barrantes, entre otras personalidades, el 21 de febrero de 1890. El Ayuntamiento acordó también dedicar a la memoria de su antiguo alcalde José Abascal una de las principales avenidas de la capital de España (calle de José Abascal, que inicialmente se denominó Buenos Aires) y es la que transcurre entre la calle de Bravo Murillo y el paseo de la Castellana, en cuya esquina estuvo el hotel (residencia privada) en el que vivió y finalmente murió José Abascal.
Fuentes y bibl.: Archivo de Villa, legs. 6-382-17, 6-362- 27 y 52, 7-337-62, y 8-91-82; Archivo del Senado, Expediente personal, sign. HIS-0002-02.
M. Sánchez y F. Berástegui, Las primeras Cámaras de la Regencia, Madrid, Imprenta de Enrique Rubiños, 1886, págs. 50-52; “Necrológica”, en Diario El Imparcial, 20 de febrero de 1890; P. de Répide, Las calles de Madrid, Madrid, Afrodisio Aguado, 1971, págs. 3-4.
Víctor Redondo Sierra y Manuel Rodríguez de Maribona Dávila