Flomesta Moya, Diego. Bullas (Murcia), 4.VIII.1890 – Melilla, 30.VI.1921. Teniente de Artillería. Laureado de San Fernando.
Hijo de Don Diego Flomesta Mellinas y de Doña Josefa Moya Amor, ingresó en la Academia de Artillería de Segovia en septiembre de 1911, de la que salió en 1918 con el empleo de Teniente de la 205ª promoción. Finalizados los estudios fue destinado al 2º Batallón de Artillería de posición en Mérida y, en 1919, al 6º Batallón de Artillería Pesada de Murcia.
En aquellos momentos, la guerra de África demandaba refuerzos para la Comandancia General de Melilla, lugar donde Floresta ocupó destino el 28 de octubre de 1919 encomendándosele el mando del Destacamento de Rayen. El 5 de mayo de 1920, con la Sección de Automóviles de aquella Comandancia intervino en las operaciones para la ocupación de Arrayen, Lao, Cheif y Tamarsit. En la última de estas posiciones, quedó al mando de una batería. Cabe señalar que las acciones anteriores a éstas que llevó a cabo el Ejército Español en Marruecos, se realizaron con mas prudencia si cabe al estallar la Primera Guerra Mundial. De hecho, en España se debatía en el ámbito político, social y militar, si el país debía entrar en este conflicto internacional, planteado inicialmente como un enfrentamiento entre dos bloques de poder, el británico y el alemán, por la consecución del liderazgo europeo. Sin embargo, la entrada de EEUU en la guerra y la revolución soviética la convirtieron en un conflicto mundial.
La Primera Guerra Mundial dividió al pueblo español entre aliadófilos y germanófilos. El Ejército se mostraba en general más partidario de ésta última tendencia pues admiraba la estructura jerárquica, la disciplina, la táctica y la excelente organización del sistema prusiano. De hecho, la oficialidad confiaba en los beneficios que la victoria de las potencias centrales reportaría a España, considerando apetecibles los señuelos esgrimidos por el Kaiser para que España interviniera en la guerra, sustanciados en la recuperación de Tánger y Gibraltar, la inclusión del Marruecos francés en el Protectorado español, y el apoyo incondicional para una eventual incorporación de Portugal.
En este contexto, Flomesta fue destinado el 24 de diciembre de 1920 al Regimiento Mixto de Artillería de Melilla. Desde que el General Fernández Silvestre, conocido por su actuación en Cuba, tomó ese mismo año el mando de la Comandancia General de Melilla, puso en práctica una política de penetración en el territorio para terminar con la resistencia de kábilas como la de Beni-Said, contra las que se llevaba varios años luchando, a fin de llegar por tierra hasta la bahía de Alhucemas y unir las dos partes del Protectorado, la oriental y la occidental.
En 1920, en la zona oriental, el General Silvestre alcanza Dar-Drius, Abbada, Tafersit y Midar mientras que el General Berenguer por su parte, adelanta sus posiciones en la parte occidental. En 1921, con la misma rapidez, se conquistaron Annual, Sidi Dris y Monte Abarrán. Precisamente, el 30 de enero de 1921, el Treniente Flomesta se incorporó a Annual a la Primera Batería de Montaña, con la misión de ocupar el Monte Abarrán, empresa que muy pronto se conseguiría. El 1 de junio de 1921, para proteger las obras de un camino entre Annual y Sidi Dris realizado con el objetivo de completar y consolidar la sumisión de la kábila de los Tensaman, el General Silvestre pensó que era importante –desde el punto de vista estratégico- ocupar otra posición en el Monte Abarrán, que conquistó mediante una columna con una batería montada del Regimiento Mixto de Melilla, al mando del Comandante Villar y de la que formaba parte el Teniente Flomesta. La posición de Abarrán estaba situada en la cima de un monte de 525 metros de altitud, a nueve kilómetros en línea recta desde Annual. En principio, su ocupación no parecía ofrecer muchas dificultades, porque los Tensaman estaban prácticamente sometidos y habían solicitado protección contra la kábila de los Beni Urriagel.
Para cubrir a la guarnición que se quedaría en la posición acudieron como fuerzas de protección una parte del I Tabor de Regulares, un escuadrón de Regulares, dos compañías de Zapadores, una de compañía de intendencia y, desde Buimeyán, se incorporaron dos Mías de Policía Indígena. En total, formaban la columna 1.461 hombres y 485 cabezas de ganado. En Abarrán quedarían como guarnición la harka amiga Tensamán, dos Mías de policía, al mando del Capitán Ramón Huelva Pallarés, la 2ª Compañía del I Tabor de Regulares y la 1ª batería de montaña, una batería de cuatro cañones de 75 milímetros con veintiocho artilleros al mando del Teniente Diego Flomesta Moya, con 360 cargas de metralla y granadas rompedoras; así como una estación óptica con tres soldados ingenieros. Además, disponían de cuarenta cajas de munición para Mauser y cuatro cajas de munición para Remington.
A la una de la madrugada partió la columna con destino a la nueva posición. Debido a la estrechez de los caminos que conducían al monte, ésta se ve obligada a alargarse peligrosamente, coronándolo la cabeza de la columna en torno a las cinco y media de la mañana. En aquel momento se izó la bandera española y se iniciaron los trabajos de instalación de trece tiendas y de construcción de un parapeto que alcanzó 1,30 metros de altura, compuesto por piedras, sacos terreros, alambradas de dos filas de piquetas y un asentamiento para la batería. La parte final de la columna llegó a la cima dos horas después que lo hiciera la cabeza. Al poco tiempo de llegar, la columna de protección emprendió el regreso rápidamente.
Al mando de la posición quedó el Capitán Juan Salafranca Barrios, que murió en la defensa de Abarrán y a quien, al igual que a Flomesta Moya, se le concedió la Laureada de San Fernando. Entre tanto, en varias lomas que circundaban el monte, a una distancia de entre 900 y 1.600 metros, se veía cómo aumentaba progresivamente el número de rifeños, lo que hizo que se incrementara considerablemente el nerviosismo en las tropas españolas recién llegadas a la posición.
Ese mismo día por la tarde, el Monte Abarrán fue atacado inesperadamente por los hostiles sin tener apenas tiempo para fortificarse, ordenando el Teniente Flomesta romper el fuego con espoleta a cero sobre los asaltantes. Al principio del combate resultó herido, continuando en la lucha, y sosteniendo la defensa del frente por donde atacaban mayoritariamente los enemigos. Tras morir el Capitán Salafranca Barrios, Flomesta asumió el mando de la posición animando y exhortando a la tropa continuamente a resistir hasta la muerte. Al agotar las 360 granadas de que disponía, inutilizó él mismo una de las piezas de artillería, ordenando hacer lo mismo con otras tres, imponiéndose a los indígenas que manifestaron resistencia a cumplir su mandato.
El combate duró menos de cuatro horas. En un principio, la harka amiga Tensamán intentó repeler el ataque rifeño pero, viendo su ímpetu y decsión, comenzaron a atacar también sobre la posición española. Lo mismo sucedió con la policía indígena que, asustada al ver el gran número de atacantes que se les venían encima, decidió volverse en buen número contra los españoles para lo que, en primer lugar, mataron al Capitán Huelva de un tiro en la cabeza. De esta forma, se quebró la defensa española de Abarrán.
La valentía y ejemplo del Teniente Flomesta le llevaron a ser considerado en la Historia del Arma de Artillería como un héroe, puesto que, aún herido y prisionero, se negó a entregar las piezas y mucho menos a enseñar al enemigo el manejo del material de artillería a su cargo. Resulta obligado acudir al Juicio Contradictorio para la concesión de la Laureada de San Fernando que se conserva en el Archivo General Militar de Segovia, para conocer el relato de los hechos acaecidos aquel día. Los interrogados confirmaron que el Teniente Diego Flomesta Moya fue herido por un rebote de un proyectil desde los primeros instantes del ataque, negándose a ser curado por los artilleros Ramis y Alonso que acudieron a auxiliarle.
Según todos los testigos, ante la ausencia de otros oficiales, ya fallecidos o heridos en combate, Floresta Moya tomó el mando de la guarnición. Los investigados en el Juicio confirmaron que, efectivamente después de que se agotaran las 360 granadas de las que disponían sus piezas, y tras haber muerto o resultar heridos los demás oficiales, incluido el jefe de la posición, el artillero logró inutilizar una pieza y ordenó que se hiciera lo mismo con las demás para estar prevenidos en el momento en que el enemigo procediera al asalto final. Floresta armó a los artilleros que quedaban útiles, imponiendo su autoridad a los indígenas que se resistían a cooperar.
Todos los presentes en el monte Abarrán oyeron cómo el teniente Floresta voceaba continuamente “¡ánimo muchachos!”, al tiempo que tomaba el fusil de un artillero muerto y disparaba desde el parapeto. En aquel momento otro disparo le alcanzó en el brazo, obligándole a deshacerse del arma, intentando entonces a intentar desenfundar su pistola, que se le cayó en la tentativa. En ese justo instante, uno de sus artilleros trató de arrastrarlo a un lugar seguro para ponerlo a salvo, aunque ya era demasiado tarde, puesto que la posición estaba tomada por los harqueños, que corrían apresuradamente disparando hacia ellos e hiriendo de muerte al artillero, que se desplomó en el suelo.
Las tropas españolas sufrieron 141 bajas: 25 muertos o desaparecidos (6 oficiales, 18 soldados españoles y 1 soldado indígena), 59 heridos (24 soldados españoles y 35 soldados indígenas), 76 desertores o desaparecidos indígenas y un prisionero, el Teniente Flomesta, que fue el único oficial que sobrevivió muy malherido al ataque a Abarrán. La mayoría de los cuerpos no fueron hallados nunca, salvo del del Cabo Daniel Zárate y el del Capitán Salafranca que fueron vendidos a los compañeros del Oficial y finalmente enterrados en la posición de Annual.
El artillero pronto se vio sorprendido por la actitud que tenían sus secuestradores con él, que en los primeros momentos le trataron con un cuidado especial, dándole de comer abundantemente e intentando que se repusiera de sus heridas. Esta actitud levantó las sospechas del Teniente, quien sabía que no era normal ni habitual en ellos. Pronto observó cómo entre las palabras amables de los rifeños estaba escondida una maliciosa propuesta, puesto que sus verdaderas intenciones eran que les enseñara el manejo de las piezas de artillería que habían caído en sus manos, para que así pudieran disparar sobre las líneas españolas.
Ante la reiterada negativa de Flomesta Moya a instruirles, los harqueños concentraron toda su ira sobre él. Pero la decisión del Teniente era firme, y para que los rifeños comprendieran que nada ni nadie le haría cambiar de opinión, intentó provocarse la muerte lo más rápido posible, arrancándose las vendas que cubrían sus heridas y tomando la firme decisión de rechazar todo aquello que llegara de manos de sus captores. Sin duda, exasperados ya los enemigos, recurrieron al tormento de privarle de comer y beber, creyendo poder reducir así su férrea voluntad. El primer día que estuvo en aquellas condiciones, los rifeños pensaron que cedería pronto a las necesidades biológicas, pero Flomesta no vaciló en el lento sacrificio de la vida. Estoicamente se deja morir de hambre y sed, demostrándoles que era mucho más firme en sus convicciones que lo presuponían.
En los últimos días de su vida sin comida ni bebida, el artillero fue además objeto del escarnio por parte de los enemigos, pero al final de su larga agonía un respeto supersticioso se impuso en aquellos hombres que admiraron la superioridad moral de su férrea voluntad que exhaló el último suspiro pensando en España, el 30 de junio de 1921, después de un mes de cautiverio y de martirio. En la Historia del Arma de Artillería, el sacrificio del Laureado Teniente fue equiparado con el de Daoiz y Velarde por un autor que utilizaba el pseudónimo de Armando Guerra: “Morir en las calles madrileñas, al pie de los cañones, sintiéndose alentado por los gritos de rabia de majas y chisperos, es un bello morir. Pero morir en la plenitud de la vida, en los riscos africanos, sintiéndose aislado, sin el alentar de las voces amigas, vivir muriendo en una agonía voluntaria de treinta días, destrozando los vendajes que cubrían sus heridas, negándose a tomar alimento, batiéndose a diario con el instinto de conservación, eso acaso lo hubieran hecho Daoiz y Velarde, pero eso lo hizo Flomesta. “
La serenidad acreditada y el valor en la defensa le fueron recompensados con la Cruz Laureada de San Fernando por Real Orden de 28 de junio de 1923, mereciendo la colocación de una placa conmemorativa en el Patio de Orden de la Academia de Artillería de Segovia como ejemplo de los Caballeros Cadetes y para las promociones futuras.
Los telegramas oficiales, partes y documentación cursada entre el comandante General, el Alto Comisario y el Ministro de la Guerra, fueron recopilados por el General Picaso e incluídos en su expediente.
Periódicos como El Telegrama del Rif del día 7 de junio de 1921 recogen todos los datos de los sucesos acaecidos en el monte Abarrán y narran el heroísmo del Teniente Diego Floresta Moya, de quien se conservan un retrato, obra de Mariano Oliver Aznar en el Museo del Ejército, y dos bustos, uno en el mismo Museo y otro en la Academia de Artillería de Segovia.
Bibl: J. M. Gárate Córdoba, (coord.), España en sus héroes. Historia bélica del Siglo XX, 2 tomos, Madrid, Ornigraf, S. L., 1969; Servicio Histórico Militar (España), Historia de las campañas de Marruecos, 3 tomos, Madrid, 1981; S. G. Payne, Los militares y la política en la España Contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; M. Leguineche Bollar, Annual 1921: el desastre de España en el Rif, Madrid, Alfaguara, 1996; J. P. Fusi y J. Palafox, 1808-1996: El desafío de la modernidad, Madrid, Espasa Calpe, 1998; A. Carrasco García, Las imágenes del desastre. Annual 1921, Madrid, Almena Ediciones, 1999; A. Carrasco García (coord.), Las Campañas de Marruecos (1909-1927), Madrid, Ediciones Almena, 2001; J. T. Palma Moreno, Annual 1921: 80 años del desastre, Madrid, Almena Ediciones, 2001.
María Dolores Herrero Fernández-Quesada