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Agustín de Cazalla Vivero

Biografía

Cazalla Vivero, Agustín de. ?, c. 1510 – Valladolid, 20.V.1559. Predicador imperial y miembro del grupo luterano de Valladolid.

Agustín de Cazalla ha pasado a la historia como la imagen de aquel supuesto luteranismo que se desarrolló en la Castilla del siglo XVI. Los historiadores de la Inquisición han ido matizando el alcance del grupo y han conceptualizado las doctrinas desarrolladas por sus componentes, localizados en el norte de Castilla entre Valladolid, Palencia, Logroño y Zamora. Henry Kamen hablaba de la inexistencia del desarrollo del protestantismo en España, sin que nunca se pudiera convertir este grupo de presuntos en una amenaza.

Marcel Bataillon no los considera nunca como grupos protestantes, pues no llegan a alcanzar los rasgos definitorios en sus doctrinas. Quizás, si la actuación de la Inquisición no hubiese sido vigorosa, Bataillon ofrece la posibilidad de que aquellos grupos se hubiesen convertido en protestantes, aunque hasta entonces los analiza desde una dimensión de alumbradismo- erasmismo. González Novalín los vincula claramente al protestantismo y no los emparenta con alumbrados y erasmistas, siendo un grupo muy reducido, quizás menor que los que fueron encausados en 1559. Tellechea también considera a este grupo, claramente, dentro del protestantismo.

A juicio de González Novalín, el primer “dogmatizador” de ese grupo protestante fue el caballero italiano de Verona y militar, Carlos de Seso, que tras haber formado parte de los ejércitos imperiales y de haber recibido en Italia la influencia de Juan de Valdés —según Bataillon—, se estableció en Castilla, fue corregidor en Toro para vivir después en Villamediana, cerca de Logroño. De esta manera, Carlos de Seso adoctrinó a un grupo que se reunía en torno a sí, en los citados lugares de Villamediana y Logroño.

Aquel grupo no hubiese tenido demasiado éxito si no hubiese entrado en contacto con el párroco de Pedrosa, cerca de la ciudad de Toro, llamado Pedro de Cazalla. A partir de ahí, la influencia del luteranismo en Castilla se extendió por Zamora y Valladolid.

Los Cazalla —el matrimonio formado por Pedro de Cazalla y Leonor de Vivero— fueron progenitores de diez hijos —entre ellos el citado párroco de Pedrosa—, muy bien repartidos en destinos atractivos, empapados por las inquietudes de las distintas corrientes espirituales del siglo XVI. Ellos no fueron los únicos recordados con este apellido. Era el caso de la beata alumbrada María Cazalla o su hermano, el obispo Juan de Cazalla, un hombre vinculado al franciscanismo reformista de Cisneros, en camino hacia el erasmismo. Ambos, según las últimas investigaciones, eran primos hermanos del contador real en Valladolid, Pedro Cazalla. Todos ellos comulgaban con una religiosidad interior, desprovista de tantos gestos externos. Pudo tener el contador Cazalla algún problema lateral con la Inquisición, por haber acogido en su casa a devotos de una beata, igualmente sospechosa, llamada Francisca Hernández, próxima a la citada María de Cazalla.

A pesar de las dudas y las prevenciones, era ésta una familia prestigiosa. Sin embargo, ante la obsesión manifiesta por la limpieza de sangre, sus miembros temían verse privados de su acceso a las elites políticas y eclesiásticas. Eran gentes cultas, de una espiritualidad inquieta, deseando encontrar en la lectura una mayor profundidad en su fe. El citado cura de Pedrosa, hijo de su homónimo, el contador Pedro de Cazalla, fue proselitista con sus feligreses, formando un pequeño grupo en el que se incluyó el después conocido bachiller Herrezuelo. La madurez de este grupo, que había partido de Carlos de Seso, se produjo con su entrada en Valladolid, a través de la madre de la familia, Leonor de Vivero. A través de ésta se empezaron a alcanzar los círculos conventuales y nobiliarios de la ciudad.

Sin embargo, el hijo más conocido fue Agustín de Cazalla, aunque éste más bien prestigió al grupo por su condición en la Corte, la cual se detalla seguidamente.

Había sido estudiante de Artes en San Pablo de Valladolid, bajo la dirección de fray Bartolomé de Miranda. Recibió los grados en Alcalá de Henares junto con el que fue el segundo superior general de la Compañía, Diego de Laínez, en 1530, aunque permaneció en Alcalá hasta seis años después. Entre 1542 y 1552 fue capellán de Carlos V y predicador de la Corte, y vivió nueve años en Alemania y en los Países Bajos, integrado dentro del cortejo que caminaba con el Emperador. Cuando regresó a España, en 1552, ocupó una canonjía en Salamanca (hasta 1556). Formó parte de una comisión presidida por el presidente del Consejo Real, el obispo Antonio de Fonseca, la cual recibía los breves pontificios nacidos de Trento. Será en 1556 cuando se establezca en Valladolid, predicando en la Corte vallisoletana ante la regente Juana de Austria. Es cierto que en Alemania, con licencia pontificia, había estudiado las obras de los protestantes para combatirlas de forma adecuada.

Se presentaba y tenía fama de predicador brillante —como confirmaban Calvete de Estrella, Cabrera de Córdoba o Gonzalo de Illescas—, aunque no ocultaba sus deseos reformistas para la Iglesia. Agustín de Cazalla creía que iba a recibir una mitra que no llegó nunca, viéndose cortadas algunas de aquellas esperanzas que se prometían a personalidades y familias como la suya. Fue entonces cuando contactó con su hermano Pedro de Cazalla y Carlos de Seso. En él fue más importante la evolución de su pensamiento que los viajes que pudo realizar por Europa o los contactos citados. Agustín de Cazalla era un elemento de referencia para el resto de la familia. Su casa se convirtió, en expresión de González Novalín, en una auténtica domus-ecclesia, celebrándose en ella funciones catequéticas y litúrgicas, además de ser todo un foco de irradiación de la doctrina. Mientras en Sevilla ésta era predicada desde los púlpitos, en Valladolid lo fue a través de coloquios y discusiones de pequeños grupos, sujetos después a la denuncia, acusación y delación de los unos contra los otros. González Novalín define este “protestantismo” por el “carácter restringido y familiar del luteranismo en Castilla”.

Además de la implicación, en este grupo, de los hermanos sacerdotes Agustín y Pedro de Cazalla, se unió el tercero de ellos, el párroco Francisco de Vivero o las dos hermanas religiosas, Leonor y Beatriz de Vivero, monjas en Santa Clara y Nuestra Señora de Belén de Valladolid, introduciendo estas doctrinas en las respectivas clausuras. En el de Belén, Beatriz de Vivero se vio apoyada por la superiora del mismo, María de Guevara, contando la comunidad con monjas de las familias de los marqueses de Poza y de Alcañices.

Pudo ser la mujer del platero Juan García, o Catalina de Cardona, o el jesuita Juan de Prádanos o varios denunciantes al mismo tiempo los que dieron el último aviso al tribunal. Lo cierto es que la familia Cazalla fue apresada de golpe, en torno al 20 de abril de 1558. Las denuncias que recibió Cazalla ante la Inquisición tocaban los habituales puntos de la justificación por la fe (desechando el valor de las obras), así como las relativas a la existencia del purgatorio.

Agustín de Cazalla fue de los primeros en ser detenido, aunque afirmó que si se hubiese tardado más en descubrirlos, “fuéramos tantos como ellos y si seys [meses], hiziéramos de ellos lo que ellos de nosotros”, lo que era sin duda un órdago que no se podía sostener.

Carlos V, ya retirado en Yuste, tras las abdicaciones que tuvieron lugar en los años precedentes, pidió a su hija Juana, regente de estos reinos durante la ausencia europea de Felipe II, que reprimiese a estos detenidos y acusados ante la Inquisición, como si se tratase de rebeldes políticos. El rigor que se solicitaba también se encontraba relacionado con la alta posición política y espiritual de muchos de los encausados: no solamente Cazalla, sino también los citados Carlos de Seso, fray Domingo de Rojas y el que fue encausado después, el arzobispo Bartolomé de Carranza, primado de España.

El auto de fe se retrasó hasta el 21 de mayo de 1559, comenzando ese domingo de la Santísima Trinidad hacia las seis de la mañana y concluyendo hacia las cuatro de la tarde. Auto de fe celebrado en la plaza Mayor de Valladolid. Quince fueron los condenados a la hoguera, aunque finalmente solamente pereció vivo por las llamas el citado bachiller Herrezuelo. Eso sí, la familia Cazalla prácticamente iba a ser destruida.

Tres hermanos quemados en las hogueras, una vez que hubiesen sido ejecutados por el garrote; dos más reconciliados con las penas más graves. Se derribó después el solar de su casa de Valladolid, al considerarlo el lugar de reunión de los herejes. Por último, se desenterraron los huesos de la madre de la familia, Leonor de Vivero, y se quemaron en este “fuego purificador”.

Agustín de Cazalla murió en medio de la histeria, reconociendo sus errores y pidiendo al pueblo que no siguiese su ejemplo. Había confiado en la benevolencia aplicada a su alta posición. Sin embargo, tuvo que oír del familiar de la Inquisición, el jerónimo fray Antonio de la Carrera, aquella frase que le tuvo que resultar demoledoramente contundente: “Aparejaos para bien morir”. Por eso, la noche última estuvo plagada de lágrimas y de llamadas a la misericordia.

Un cambio de actitud que llamó la atención entre sus contemporáneos.

Habrá que esperar al segundo auto de fe, el celebrado el 8 de octubre de ese mismo año, para que fuesen condenados los citados Carlos de Seso, el dominico fray Domingo de Rojas, Pedro de Cazalla y el antiguo sacristán de éste, Juan Sánchez. Con esto se ponía fin al grupo luterano de Valladolid. Aunque su memoria ha sido recordada hoy por la ficción literaria en la novela de Miguel Delibes titulada El hereje; el callejero de Valladolid recuerda con su nombre el lugar donde se situó la casa del doctor Cazalla.

 

Bibl.: M. Menéndez y Pelayo, Historia de los Heterodoxos Españoles, vol. VII, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1948, págs. 429-623; J. I. Tellechea Idígoras, “Juan Sánchez. Apunte para la historia de un heterodoxo español (1559)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 151 (1962), págs. 245-255; M. Bataillón, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo xvi, México, Fondo de Cultura Económica, 1966 (2.ª ed.); J. L. González Novalín, “El auto de fe de Valladolid de 1559. Personajes y circunstancias”, en Antológica Annua, 19 (1972), págs. 589- 614; M. Ortega Costa, “Cazalla, Agustín”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 392-394; J. I. Tellechea Idígoras, Tiempos recios. Inquisición y heterodoxias, Salamanca, Sígueme, 1977; M. Ortega Costa, Proceso de la Inquisición contra María de Cazalla, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978; J. L. González Novalín, “La Inquisición Española”, en R. García Villoslada (dir.), Historia de la Iglesia en España, III-2º. La Iglesia en la España de los siglos xv y xvi, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1980, págs. 220- 247.

 

Javier Burrieza Sánchez