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Ambrosio de Funes de Villalpando Abarca de Bolea

Biografía

Funes de Villalpando Abarca de Bolea, Ambrosio. Conde de Ricla (VII). Zaragoza, 1720 – Madrid, 15.VII.1780. Capitán general, consejero de Estado.

Militar aragonés representante de la nobleza favorecida por la nueva dinastía borbónica, procedente de los reinos orientales ahora unificados a Castilla y encumbrada por criterios relacionados con el mérito, los servicios al Estado y la extracción militar de sus miembros. Su padre fue José Pedro de Alcántara Funes de Villalpando, conde de Atarés y del Villar, y su madre era María Francisca Abarca de Bolea, del ilustre linaje aragonés vinculado al marquesado de Torres y al que pertenecía el célebre ministro de Carlos III, el conde de Aranda, de quien era primo. Algunas fuentes fechan su nacimiento el 8 de diciembre de 1719, aunque otras lo retrasan a 1720. Se casó con María Micaela de los Cobos y Luna, VII marquesa de Camorasa y VII condesa de Ricla.

Este ricohombre de Aragón, mariscal (1746), teniente general de los ejércitos reales (en 1760), caballero de la Orden de San Genaro y de Santiago, gentilhombre de cámara y conde de Ricla por su matrimonio, desempeñó importantes cargos durante el reinado de Carlos III, quizás favorecido por la influencia de su pariente el conde de Aranda, cabeza del denominado “partido aragonés”, en liza por el control de la gestión del poder con los “golillas”.

Sus servicios al Estado borbónico están relacionados con su formación de militar profesional, y ocupa sucesivos puestos en dos de los órganos esenciales de la nueva Administración central y territorial: las Capitanías Generales y las Secretarías de Despacho.

Fue gobernador militar de Jaca, Zamora y Cartagena.

En 1763 fue nombrado capitán general de Cuba, función y división administrativa implantada en este territorio por su importancia estratégica y económica, buscando fortalecer el aspecto militar y defensivo por la gravedad de conflictos coloniales y las continuas y crecientes agresiones de los ingleses, que intentaban penetrar en el corazón del Imperio español.

Pasa luego a ser designado virrey de Navarra, cargo que ocupó entre octubre de 1765 (al fallecer el marqués del Cairo) y abril de 1768. Navarra era ahora el único territorio (exceptuando América) que seguía disponiendo de virreyes, pues tras la unificación institucional y legal derivada de los Decretos de Nueva Planta sólo Navarra continuaba disfrutando de su condición de reino y su ordenamiento privativo, situación no exenta de tensiones, pues las tendencias centralistas de los ministros de Carlos III se traducían en intentos por eliminar sus privilegios fiscales, militares y sus aduanas en beneficio de la uniformidad.

Durante el virreinato del conde de Ricla se celebraron las Cortes de 1765-1766, en las que se realizó la aceptación de Carlos III como rey de Navarra, al producirse el juramento de fidelidad del Monarca a los fueros navarros y recibir el del reino. Su gobierno no revistió problemas, pues en Pamplona apenas se percibieron los desórdenes derivados del motín de Esquilache y se llevó a efecto la expulsión de la Compañía de Jesús sin complicaciones.

Dejó Navarra en 1768 al ser elegido capitán general de Cataluña, cargo que sustituía a los antiguos virreyes y que concentraba entonces en sus manos las funciones militares y gubernativas de las provincias como representante del poder central.

Finalmente, su carrera política alcanzó la culminación al acceder a una Secretaría de Despacho, órgano de gobierno en el que descansaba la Administración del Estado borbónico. En enero de 1772 fue nombrado ministro de la Guerra y simultáneamente designado también consejero de Estado, cargos que ocupará hasta su muerte. Fue también decano del Consejo de Guerra.

En el ejercicio de su nuevo cargo, el conde de Ricla intentó mantener una posición de equilibrio en la pugna por el control del poder existente entre el conde de Aranda y Grimaldi, aunque será un punto de apoyo para su pariente en la Corte, al dejar Aranda la presidencia del Consejo de Castilla y ser nombrado embajador en París. Como ministro de Guerra desplegará una intensa actividad, como consecuencia de la problemática situación que presidía las relaciones internacionales. Durante el verano de 1775 se produjo la fracasada expedición a Argel, cuya responsabilidad correspondía a Grimaldi y O’Reilly, aunque Grimaldi intentó culpar de este fracaso a la incapacidad del conde de Ricla. Se mantuvo en su cargo tras la sustitución de Grimaldi por Floridablanca al frente del Ministerio de Estado (1777), y como miembro del equipo ministerial se enfrentó a una radicalización de los problemas internacionales, como resultado de la cuestión colonial y del enfrentamiento con Inglaterra, que se desarrolló en el marco del proceso de independencia de las colonias americanas.

 

Bibl.: A. Ballesteros y Beretta, Historia de España y su influencia en la Historia Universal, vol. V, Barcelona, Salvat Editores, 1949; J. A. Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, t. I, Madrid, Editora Nacional, 1979, págs. 336-371; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quién hemos sido gobernados los españoles? (1705- 1998), Madrid, Editorial Actas, 1998.

 

Teresa Díaz Cachero

 

 

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