Mella Cea, Ricardo. Vigo (Pontevedra), 23.IV.1861 – 7.VIII.1925. Teórico anarquista y topógrafo.
Ricardo Mella era el primogénito de una familia de artesanos de Vigo. Su padre, José Mella Buján, tenía una sombrerería y era militante del Partido Republicano Federal, de cuyos valores imbuyó a su hijo Ricardo, que ingresó en el partido con dieciséis años, en 1877. Así lo reseñaba el propio Mella: “En el agitado período del 73 mi buen padre, federal enragé, dábame a leer todos los periódicos, revistas y libros que entonces prodigaba el triunfante federalismo.
Después, puede decirse que se moldeó mi cerebro con las doctrinas de Pí y con sus traducciones de varias obras de Proudhon” (“La muerte de Pí y Margall”, en Ideario, Barcelona, Producciones Editoriales, 1978: 247).
El joven Mella comenzó a colaborar en esos años ya en el periódico La Verdad, órgano de la facción más radical del republicanismo federal de Vigo, y de línea muy crítica. Uno de sus artículos, que molestó especialmente al influyente José de Elduayen, marqués del Pazo de la Merced, por las insinuaciones acerca de un desfalco cuando éste estaba al frente del Banco de España, le valió un proceso judicial por injurias que se saldó, finalmente, tras sucesivas apelaciones, con una multa de 200 pesetas y tres años y siete meses de destierro.
Enfrentarse a Elduayen —ingeniero de caminos, diputado conservador por Vigo y Pontevedra, consejero de Estado, gobernador del Banco de España, gobernador civil de Madrid, senador y ministro, sucesivamente, de Hacienda en 1873, de Ultramar en 1878, de Estado en 1880 y, finalmente, de Gobernación en 1884— era una osadía propia de un joven “radical” como Mella que, además, y, desafortunadamente para él, estaba en edad militar. El marqués del Pazo de la Merced —que pasaba por haber sido el introductor del ferrocarril en Asturias y Galicia e impulsor del desarrollo urbano y portuario de Vigo, había iniciado su carrera política en Madrid, primero, en las filas de la Unión Liberal, después, y a través de su relación con Sagasta, que también era ingeniero de caminos, pudo seguir ascendiendo hasta culminarla, ya en la Restauración, con Cánovas, su principal mentor político— se negó a retirar los cargos contra Mella. Los avatares de la causa judicial, sin embargo, no fueron obstáculo sino acicate para que éste continuara en la brecha.
En compañía de otros jóvenes federales fundó en 1881 La Propaganda, de orientación declaradamente obrerista, convertida la sombrerería familiar en redacción y oficina del nuevo periódico y, atento, a la refundación de la Internacional española, al año siguiente participó en el II Congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española, FTRE, heredera de la primitiva Federación Regional Española (FRE), que tuvo lugar en Sevilla, representando a la Federación Local de Vigo. Como tantos otros federales, Mella se había aproximado al anarquismo en esos años y, aunque no ha dejado nada escrito sobre la cuestión, en ese tránsito debió de influir su procesamiento y su condena.
El destierro llevó a Mella a Madrid, donde enseguida entró en contacto con los círculos libertarios de la capital, gracias a Serrano Oteiza, al que había conocido en las reuniones de la FTRE y que dirigía La Revista Social, lo que le proporcionaría los medios para profundizar en los aspectos teóricos del anarquismo y relacionarse con los editores y publicistas del obrerismo más importantes de entonces y colaborar asiduamente, además de en La Revista Social, en Acracia y El Productor, de Barcelona. Sus trabajos, premiados en el I y II certámenes socialistas, celebrados en 1885 y 1889, respectivamente, son ocho ensayos muy maduros que revelan las preocupaciones de Mella por los elementos esenciales del colectivismo y la anarquía y en los que trata cuestiones complejas de organización, poder, lucha de clases, ciencia y sociología. En unos aborda cuestiones de teoría y organización (“Diferencias entre comunismo y colectivismo”, “La anarquía, su pasado, presente y porvenir”, “El colectivismo, sus fundamentos científicos”, “Organización, agitación y revolución”) y en otros, de sociología y de moral (“El problema de la emigración en Galicia”, “El crimen de Chicago”, o “Breve apunte sobre las pasiones humanas”).
En la pequeña novela La Nueva Utopía, sin embargo, Mella utiliza la razón histórica como dialéctica de una realidad que presumía próxima: “A orillas del mar, en el Cantábrico, se levanta sobre una ligera colina una soberbia ciudad, emporio de riqueza y bienestar. Los habitantes de aquella mansión feliz gozan de todas las comodidades apetecibles y viven en completa armonía, nunca turbada por las agitaciones comunes a otros tiempos y a otras costumbres. La ‘Nueva Utopía’, creación grandiosa de una raza libre, es el producto de una conmoción social que transformó, en tiempos no lejanos y de un modo radical, el mundo viejo, echando las raíces firmísimas del soñado ideal de cerebros de locos reputados y por visionarios tenidos”. Así comenzaba su particular utopía colectivista literaria (La Nueva Utopía. Forjando un mundo libre, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1978: 236).
En esos años se casó con Esperanza Serrano, la hija de Serrano Oteiza, que se convirtió, a partir de entonces, en su inseparable compañera y madre de sus doce hijos, e, impulsado por la familia de su mujer, obtuvo el título de perito topógrafo y ganó una oposición por la que le destinaron a Sevilla, donde entró en contacto con el anarquismo andaluz. Allí, además de tomar conciencia del valor de la propaganda —fundó La Solidaridad y La Alarma—, vivió de cerca el tortuoso proceso de La Mano Negra contra los anarquistas estimulando su conciencia militante de denuncia y rebeldía contra las prácticas represivas del régimen, aunque rechazara de plano la violencia, que aparece en la obra “8 de enero 1892-10 febrero 1893. Los sucesos de Jerez” publicada en El Corsario de La Coruña bajo el lema “autores anónimos”, que se editó como folleto en Barcelona en 1893, y cuya autoría reconoce Mella en El Socialismo en España, obra publicada en Francia que no se tradujo al español. En ella condena por igual a Cánovas que a Sagasta, y afirma conclusivamente: “al obrero andaluz ya no le acobarda nada. Acostumbrado a la lucha brutal en que se le ha metido más que se ha metido él mismo, no se preocupa del sufrimiento y piensa y sueña a diario con la revolución que le redima, que le emancipe” (“Enero 1892-10 febrero 1893. Los sucesos de Jerez”, Forjando un mundo libre: 209).
Comprometido a fondo con las reivindicaciones de los trabajadores, cuando volvió a Vigo en 1895, como técnico del trazado del ferrocarril, se planteó extender la propaganda entre el campesinado gallego, tratando de reproducir las experiencias vividas en Andalucía.
Para entonces la obra de Ricardo Mella había alcanzado reconocimiento no sólo en la comunidad anarquista, sino también en los círculos literarios, científicos y filosóficos. De 1896, mientras clínicos y penalistas debatían las tesis médico-darwinistas de Lombroso, Ferri y Garófalo, ante la preocupante oleada de atentados anarquistas en Italia, Francia y España, es la refutación por parte de Mella, en su polémico libro Lombroso y los anarquistas, de la validez científica de la relación establecida entre anarquismo y delincuencia por el antropólogo italiano. Más tarde, en 1920, La Protesta de Buenos Aires editaría el estudio de Lombroso y la réplica de Mella conjuntamente.
En 1897, la familia Mella, que seguía creciendo, se trasladó a Pontevedra para volver, en 1899, a Vigo, siempre en razón de los destinos profesionales del padre topógrafo que, sin embargo, no dejaba de lado su compromiso con la propaganda: en 1900, acudió al Congreso Anarquista Internacional de París, como delegado español donde presentó el ensayo La Cooperación libre y los sistemas de comunidad, en el que pretende zanjar la polémica entre anarco-comunistas y anarco-colectivistas. Al año siguiente, Mella, que entonces tenía ya seis hijos, se trasladó a Asturias para incorporarse a las obras del ferrocarril de Langreo en Gijón. Su presencia en Asturias hasta 1909 — donde le nacerían cuatro hijos más— resultó decisiva en la organización anarquista, que le consideraba un “maestro” y un referente. Su relación con Pedro Sierra —su primer biógrafo y compilador de obra—, y especialmente, con Eleuterio Quintanilla, su discípulo más directo, comenzó a hacerse estrecha en 1903 y, a partir de entonces, no perdieron nunca el contacto, aunque Mella regresó a Vigo en 1910, donde le reclamaban para diseñar la red de tranvías de la ciudad.
En noviembre de 1910 apareció en Gijón Acción Libertaria, la primera entrega de la empresa editorial que tuvieron en común Mella, Quintanilla y Sierra, que se editó también en Vigo y en Madrid, sucesivamente, hasta 1914. Poco después, en 1912, apareció en Gijón El Libertario, la segunda entrega, que cierra el ciclo iniciado dos años antes, en donde se recogía lo mejor de Mella. A diferencia de Quintanilla que era un orador excelente, Mella, poco dotado para el mitin o la tribuna, exhibió su mejor estilo como analista y exégeta en sus colaboraciones de Acción Libertaria y El Libertario, ya fuese la crítica política a la ciencia, el autoritarismo, las tácticas y la organización, el sufragio, o la inutilidad de las leyes.
La autoridad intelectual de Mella en ese período de apogeo se corresponde, sin embargo, con su apartamiento progresivo de la militancia activa. En 1912, con la ayuda de sus hijos mayores Ricardo y Alberto, dirigió la construcción de la red de tranvías eléctricos de Vigo, y poco después fue nombrado director gerente de la Compañía, cargo que ocupó hasta su muerte en 1925. Su situación profesional, que él consideraba incompatible con el activismo, los cambios que había experimentado el anarquismo y los problemas, cada vez más perentorios, de la organización sindical y que exigían soluciones prácticas que quedaban lejos ya de su espíritu filosófico y reflexivo, retiraron definitivamente a Mella de la publicística. En 1922, en una entrevista que le hizo Abad de Santillán, Mella confesaba no reconocerse en las figuras de los nuevos dirigentes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), como Pestaña o Seguí, volcados en la organización sindical y la propaganda. A su muerte, el 7 de agosto de 1925 en Vigo, quedaba atrás su ingente obra escrita, más de diez libros, una veintena de folletos y un sinnúmero de artículos en prensa, testimonio de un anarquista, más del siglo xix que del xx que, pese a su carácter reservado, pudo ilustrar con la profundidad de su pensamiento a muchos de los más lúcidos militantes de la CNT.
Obras de ~: Lombroso y los anarquistas, Barcelona, Ciencia Social, 1896; La ley del número, Vigo, Cerdeira y Fariña, c. 1900; La coacción moral, Madrid, José S. Quesada, 1901 (Barcelona, Editorial Moderna, 1922); Cuestiones de Enseñanza, Barcelona, Editorial Lux, c. 1905 (Colección Cuadernillos Athenea, 11); P. A. Kropotkin, La ciencia moderna y el anarquismo, trad. de ~, Valencia, F. Sempere y Cía. [1911]; Cuestiones Sociales, Valencia, F. Sempere y Cía., 1912; Mirando hacia el futuro. Páginas anarquistas, Buenos Aires, Bautista Fueyo Editor, 1925; Ideario, pról. de J. Prat, Gijón, Imprenta La Victoria, 1926 (Barcelona, Producciones Editoriales, 1979); Obras completas, Gijón, Imprenta La Victoria, 1926; Organización, agitación y revolución, Sevilla, Casa de la Vega, 1932; Ensayos y Conferencias, pról. de E. Quintanilla, Gijón, Tipografía La Industria, 1934; La bancarrota de las creencias: el anarquismo naciente, Barcelona, Tierra y Libertad, 1936; Del amor. Modo de acción y finalidad social, Barcelona, T. Taberner, ¿1936?; El colectivismo, sus fundamentos científicos, Argel, Ediciones Libertarias África del Norte, 1945; Forjando un mundo libre, pról. de V. Muñoz, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1978; Los mártires de Chicago: historia del 1.º de mayo, Madrid, Movimiento Cultural Cristiano, 2008.
Bibl.: J. J. Morato, Líderes del movimiento obrero español (1868-1921), Madrid, Edicusa, 1972; J. Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, Siglo XXI, 1976; V. Muñoz, “Prólogo”, en R. Mella, Forjando un mundo libre, op. cit.; R. Mella, Ideario, Barcelona, Producciones Editoriales, 1979; A. Barrio Alonso, Anarquismo y anarcosindicalismo en Asturias. 1890-1936, Madrid, Siglo XXI, 1988.
Ángeles Barrio Alonso