Lobera Torres, Ana. Venerable Ana de Jesús. Medina del Campo (Valladolid), 25.XI.1545 – Bruselas (Bélgica), 4.III.1621. Carmelita Descalza (OCD), compañera de santa Teresa, fundadora de Carmelos Teresianos en Francia y Flandes, venerable.
Pertenecía a una familia venida a menos, pero conocida entre la nobleza española. Era hija de Diego de Lobera y de Francisca de Torres que, además, tenían un hijo, Cristóbal de Lobera, que fue jesuita. Su padre murió poco después del nacimiento de Ana. Durante su infancia padeció sordomudez, de la que se curó a los siete años cuando comenzó a hablar. A los nueve años perdió a su madre, quedando los dos hermanos en Medina del Campo, bajo la tutela de la abuela materna. Desde muy joven manifestó una clara tendencia a la espiritualidad que chocaba con las aspiraciones matrimoniales de su abuela, que quería casarla convenientemente. En 1560, a los quince años, intentando evitar la corte de pretendientes que la seguían, se marchó con su hermano a Plasencia para vivir con su abuela paterna. Los problemas para evitar un matrimonio continuaron, ya que esta abuela, como la otra, no entendía sus deseos de ser monja. De forma que, para zanjar ese escabroso asunto, en diciembre decidió presentarse vestida de penitente en la fiesta de la primera misa de un sacerdote de la familia. Compartía su vida de familia con jóvenes de su misma inclinación espiritual, ya que su hermano fue jesuita; su prima María Lobera ingresó carmelita descalza dos años después que ella; y otra prima, María Cabreras, fue clarisa en Plasencia.
En 1563, recién instaurado el Colegio de la Compañía de Jesús en Plasencia, Ana entró en contacto con su fundador el padre Pedro Rodríguez, que dirigió espiritualmente a ella y a su prima María. Bajo su sabia dirección empezó la joven a pulir sus puntos de honra, sus conatos de hidalguía y a vislumbrar cada vez más clara su vocación religiosa. Lo que no lograba discernir la joven Ana era en qué Orden debía profesar, ya que no hallaba ninguna a medida de sus altas aspiraciones. Entonces la mayoría de los monasterios habían mitigado sus reglas de vida, aminorando la pobreza, la austeridad y la clausura, y permitían la entrada a numerosas mujeres que, sin auténtica vocación religiosa, ingresaban en un convento para dar una salida honrosa a sus vidas. Además, era un tiempo marcado por la conquista de América y las guerras de religión en Centroeuropa, lo que había ocasionado que los candidatos adecuados a la mano de damas de cierta alcurnia se redujesen espectacularmente.
Por ello, muchas mujeres de familias nobles buscaban tras los muros de un convento una opción de vida conveniente a su clase. Ante el estupor de Ana y de otras mujeres llamadas a la vida religiosa, esta reclusión por interés y sin vocación era posible. Pero dado el aumento de conventos mitigados, no era fácil encontrar un monasterio donde vivir su vocación en plenitud. Mientras esperaba el cumplimiento de su sueño, iba perfeccionando su vida, limando las aristas de su carácter, con renuncias y penitencias en aras a su futura reclusión.
En 1569 el padre Pedro Rodríguez fue trasladado a Toledo, donde conoció la obra reformadora que llevaba a cabo Teresa de Jesús en la Orden del Carmen, ya que entonces ella estaba en Toledo dando vida a su quinta fundación. Por aquel tiempo Ana estaba enferma de fiebre cuartana o malaria. En los primeros meses de 1570, cuando ya su confesor tuvo más información de la obra teresiana, escribió a su dirigida a Plasencia contándole que esa mujer santa fundaba conventos a la medida de su alto ideal y le resumía lo principal de su regla y Constituciones. En la misiva el jesuita le pedía que encomendase al Señor si ése era su camino y, si era así, él hablaría en Toledo con la madre Teresa para ver si la admitiría en alguno de sus conventos. Ana encontró en aquella carta la forma de vida que deseaba y pidió a su confesor que le expusiera su vocación a Teresa de Jesús, y, si la aceptaba, que le indicase el convento en que quería que ingresase. Sus abuelas se oponían tajantemente a su decisión, con la esperanza de que centrase su vida en un buen matrimonio. Mientras esperaba la respuesta de Teresa de Jesús, el 24 de marzo falleció su abuela materna en Medina del Campo. Pocos días después, el 4 de abril, llegó a sus manos la carta de la fundadora que con tanto anhelo estaba esperando. Para su contento, la admitía como carmelita descalza, pero le pedía que antes se curase bien y eligiese, entre las fundaciones realizadas, el convento que deseara para ingresar, aunque le indicaba que a ella le gustaría que entrase en el de Ávila, por ser su primera fundación y ser ella la priora. Un mes después de recibir esta carta que le abría el camino para cumplir su vocación, éste se allanó con la muerte de su abuela paterna en Plasencia.
Al fin acordó con Teresa de Jesús ingresar en San José de Ávila a finales de julio y hacia allí partió acompañada de sus familiares. Fue recibida por María de San Jerónimo, ya que Teresa de Jesús aún estaba en Toledo y, en sus ausencias, ella dirigía el convento. Al fin el 1 de agosto, con veinticuatro años, tomó el hábito. Ese día se celebraba la festividad de san Pedro ad Vincula y, por eso, quiso llamarse Ana de San Pedro, pero Teresa de Jesús había avisado que le impusieran otro nombre: Ana de Jesús. Fue una de las primeras renuncias que le exigió la nueva vida que iniciaba, una nueva andadura donde sus privilegios de clase quedaban enterrados y todas las monjas, nobles y pobres, recibían idéntico trato. A mediados de agosto, regresó Teresa de Jesús al Carmelo abulense y conoció a la que sería una de sus más ilustres hijas y defensora acérrima de su carisma. El 1 de noviembre Teresa de Jesús fundó en Salamanca y reclamó al Carmelo de Ávila varias monjas, entre ellas la joven novicia. De este modo partió Ana de Jesús hacia Salamanca y, de camino, cuando pararon en el convento de Mancera, conoció a otra persona que fue clave en su vida: san Juan de la Cruz. En Salamanca convivió estrechamente con santa Teresa y se estableció un fuerte vínculo entre ellas que duró hasta el fin de sus días. El domingo de Pascua de Resurrección de 1571, durante la recreación, la novicia Isabel de Jesús entonó el cantarcillo popular Véante mis ojos, al escucharlo santa Teresa tuvo uno de sus famosos éxtasis y Ana de Jesús la cuidó en ese trance. La confianza de la fundadora en ella se materializó cuando partió para Medina del Campo dejándola encargada del resto de las novicias y recomendando a la priora que consultase con ella los asuntos relevantes del convento.
Tras retrasar su profesión por unas hemorragias bucales que no cedían, profesó el 22 de octubre de 1571 en el Carmelo de Salamanca. Durante la solemne ceremonia pública tuvo un arrobamiento muy notorio y, a partir de entonces, santa Teresa ordenó que ese crucial momento tuviese lugar en la intimidad de la comunidad. Tras la profesión religiosa, Ana de Jesús continuó formando novicias y después ejerció de sacristana y enfermera. En septiembre de 1572 tuvo la alegría de ver ingresar en el Carmelo de Salamanca a su prima María de Lobera, que tomó el nombre de María de San Ángelo. A finales de julio de 1573, volvió santa Teresa a Salamanca con el fin de ultimar el cambio de casa y permaneció hasta enero de 1574. En este período compartió su celda con Ana de Jesús, que fue testigo privilegiado del encargo que entonces recibió de escribir el Libro de las Fundaciones. En agosto de 1574 le comunicó la santa que se preparase para ayudarla en nuevas fundaciones, y en febrero de 1575 la llevó a la fundación del Carmelo de Beas de Segura junto con otra ilustre carmelita que sería muy afín a ella: María de San José. Por primera vez Ana de Jesús fue nombrada priora. El 1 de abril llegó al Carmelo de Beas como visitador apostólico el padre Jerónimo Gracián En agosto de 1578 fue reelegida priora del Carmelo de Beas y, en octubre, recibió a san Juan de la Cruz, que acababa de escaparse de la cárcel conventual de Toledo y viajaba camino del convento del Calvario, muy cercano a Beas. Fue entonces cuando, al verle en tan deplorable estado, para alegrarle, la madre Ana pidió a las monjas que le cantasen una copla y al escucharla quedó extasiado. San Juan de la Cruz se instaló como vicario del Calvario, iniciándose una profunda relación de fraternidad entre el gran místico y la discípula tan querida por santa Teresa, que marcaría el alto vuelo de la vida espiritual de Ana de Jesús, de la mano de tan gran maestro. Las monjas del Carmelo de Beas fueron la primeras en adaptar los poemas sanjuanistas a las melodías populares de su época para poderlos así cantar, lo que comúnmente se denomina “transformaciones a lo divino”. Fue una monja de esta comunidad la que le inspiró las cinco últimas estrofas de su famoso Cántico Espiritual. En 1579 Ana de Jesús colaboró en la construcción del colegio de Baeza del que fue rector san Juan de la Cruz, que desde allí siguió atendiendo a las carmelitas de Beas. El 28 de noviembre de 1581 san Juan de la Cruz llegó a Ávila comisionado para llevarse a santa Teresa a fundar en Granada, pero ella rehusó por estar comprometida con el padre Gracián para fundar en Burgos y delegó la fundación granadina en Ana de Jesús, que fundó el Carmelo el 21 de enero de 1582. Dos meses después san Juan de la Cruz fue elegido prior de los frailes de Granada, por lo que continuó su relación fraterna, que llegó a su plenitud durante los años 1582-1586, en los que colaboraron estrechamente en el gobierno de sus respectivas comunidades y compartieron penas y alegrías. La madre Ana le animó a concluir el Cántico Espiritual, que finalizó en 1584 dedicándoselo a ella. En 1585 fue reelegida priora de Granada y, a petición de san Juan de la Cruz, tramitó la fundación del Carmelo de Málaga.
En julio de 1586 salió de Granada en compañía de san Juan de la Cruz y de Beatriz de Jesús, sobrina de santa Teresa, para fundar en Madrid. A su llegada fueron recibidas por las hermanas del rey Felipe II, la emperatriz María y la princesa Juana de Austria, en el convento de las Descalzas Reales. Ana de Jesús inauguró el Carmelo de Santa Ana en la capital del reino el 17 de septiembre de 1586, siendo su primera priora. En el trato con los grandes personajes de la Corte puso de manifiesto sus grandes dotes de gobierno y relaciones públicas, al más puro estilo teresiano. En reconocimiento a su gran valía, los superiores le encargaron recopilar los libros de santa Teresa, dispersos en la Inquisición y en manos particulares, para entregárselos a fray Luis de León, que se encargó de su publicación. Fue un período de fructífero trabajo en común con el eminente fraile agustino, al que la madre Ana impactó tan profundamente que cambió su duro criterio sobre las mujeres, hasta el punto de que el autor de La perfecta casada le dedicó a ella su Comentario al libro de Job. Al finalizar su edición de las Obras de Santa Teresa, también se las dedicó a ella y a su comunidad madrileña con grandes elogios.
En el Capítulo General de junio de 1588 las principales prioras, a instancias de María de San José, solicitaron que no se modificasen las Constituciones teresianas de 1581. Ana de Jesús, ante su temor de que esto ocurriese y en defensa de lo que ella consideraba la esencia de la herencia teresiana, con el favor de personajes relevantes de la Corte, consiguió que el delicado asunto llegase al papa Sixto V que, atendiendo a sus ruegos, confirmó en 1590 las Constituciones teresianas de Alcalá por el breve Salvatoris. Esto ocasionó importantes disensiones en el seno del Carmelo Descalzo: las promotoras de ese breve, María de San José y Ana de Jesús, fueron duramente castigadas y difamadas, junto con el padre Gracián, que cayó en desgracia y llegó a ser expulsado de la Descalcez. Ana de Jesús padeció grandes reprensiones siendo encarcelada en el Carmelo de Madrid y negándosele la comunión. Ante tal situación la emperatriz María le propuso pasarse a las Descalzas Reales, pero ella rehusó trocar su hábito de carmelita. En 1594 solicitó volver al Carmelo de Salamanca, donde había profesado, de camino paró en el Carmelo de Alba de Tormes y ayudó a trasladar el cuerpo de santa Teresa a un arca nueva donada por la duquesa de Alba. En 1596 fue elegida priora de Salamanca ante la contrariedad del general.
En 1604 fue elegida, junto con la beata Ana de San Bartolomé, para encabezar la expedición de carmelitas descalzas que fundarían en Francia. En espera de la implantación de los frailes carmelitas en el país vecino, las monjas quedaban, por bula de Clemente VIII, temporalmente bajo la jurisdicción de tres superiores franceses, entre ellos Pierre Bérulle. El 18 de octubre inauguraron el Carmelo de París, siendo Ana de Jesús la primera priora. A los pocos días recibieron la visita de la reina María de Médicis con su séquito para dar los parabienes. Las vocaciones crecían y, para llevar a cabo nuevas fundaciones, en enero de 1605, ante el disgusto de Ana de Jesús, impusieron a Ana de San Bartolomé —compañera inseparable de santa Teresa, en cuyos brazos quiso morir la gran santa abulense, pero que era hermana lega o de velo blanco— el velo negro de monja de coro que la capacitaba para ser fundadora y priora de nuevos Carmelos. Pocos días después Ana de San Bartolomé fundó el Carmelo de Pontoise. El 15 de septiembre de 1605 Ana de Jesús llevó a cabo la fundación del Carmelo de Dijon, donde contrajo la peste y se curó con un velo de santa Teresa. El 14 de mayo de 1606 fundó el Carmelo de Amiens, y ante las graves dificultades con los superiores franceses para vivir el carisma teresiano valoró regresar a España.
Pero en agosto recibió la petición de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y Soberana de los Países Bajos, para fundar en Bruselas, lo que aceptó con la firme condición de llevar también a los frailes carmelitas. Partió hacia Bruselas, donde la infanta recibió a las carmelitas en el palacio con toda su Corte. El 22 de enero de 1607 Ana de Jesús inauguró el primer Carmelo belga, del que fue nombrada priora. El 4 de noviembre fundó el Carmelo de Lovaina y regresó a Bruselas. El 7 de febrero de 1608 fundó el Carmelo de Mons y volvió a Bruselas. En 1609, fiel a su empeño de ser gobernadas por los frailes carmelitas, con el apoyo de los Soberanos de los Países Bajos solicitó al general de los carmelitas descalzos de Italia y al Papa que enviasen frailes a Bélgica. El papa Pablo V, atendiendo sus deseos, mandó al padre Tomás de Jesús fundar conventos de frailes carmelitas descalzos en Francia y Países Bajos; y, al fin, en septiembre de 1610 fundaron los frailes en Bruselas. En 1612 Ana de Jesús fue reelegida por segunda vez priora del Carmelo de Bruselas. En 1613 se publicaron en Bruselas, patrocinados por Ana de Jesús, una serie de grabados con imágenes de la vida de santa Teresa realizados por Collaerd y Galle, y también estampas de san Juan de la Cruz. Además colaboró con el padre Gracián para que se publicase la vida de santa Teresa en flamenco. En 1615 fue reelegida priora de Bruselas por tercera vez, y a petición de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia y de toda la comunidad, pero en contra de su voluntad, fue elegida priora hasta su muerte. Tras siete años de terrible enfermedad en que se quedó totalmente paralítica y padeció tremendos dolores, murió esta insigne hija de santa Teresa a los setenta y cinco años, el 4 de marzo de 1621, en su Carmelo de Bruselas. Cuando aún estaba su cuerpo expuesto en el coro, sucedió su primer milagro: la curación de una carmelita, Juana del Espíritu Santo, que estaba tullida, y al besarlo comenzó a caminar. Este milagro se hizo público en el sermón de sus exequias a las que acudieron la infanta y su esposo el archiduque Alberto de Austria. El día 6 de marzo, presidido por los Soberanos y con música de su capilla, el provincial del Carmelo en Flandes, padre Tomás de Jesús, celebró un solemne funeral. Rápidamente se abrió el proceso ordinario de beatificación y canonización, que en la segunda mitad del siglo xix recibió un gran impulso.
Obras de ~: Escritos y Documentos, ed. preparada por A. Fortes y R. Palmero, Burgos, Editorial Monte Carmelo, 1996 (col. Biblioteca Mística Carmelitana, 29).
Bibl.: A. Manrique (OSB), La venerable madre Ana de Jesús, discípula y compañera de la s. M. Teresa de Jesús y principal aumento de su Orden, fundadora de Francia y Flandes, Bruselas, Lucas de Moerbeeck, 1632; E. Ossó, “La Venerable Ana de Jesús”, en Revista Santa Teresa, 1 (1872), págs. 235-238; X. du Carmel, “Anne de Jésus”, en Contemplation et Apostolat, 25 (1957); I. Moriones (OCD), Ana de Jesús y la herencia teresiana. ¿Humanismo cristiano o rigor primitivo?, Roma, Editioni Teresianum, 1968; Soeur Marie-Anne de Jésus, Anne de Jésus. Fondatrice du Carmel en France et en Belgique, Nouan-le-Furzelier, Editions du Lion de Juda, 1988; M.ª del P. Alonso Fernández, “Ana de Jesús, profeta ayer y hoy”, en Revista Espiritualidad, 63 (2004), págs. 251-299.
Belén Yuste y Sonnia L. Rivas-Caballero