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Álvaro de Mendaña y Neira

Biografía

Mendaña y Neira, Álvaro de. Congosto (León), 1542 – Isla de Santa Cruz, Nendo (Islas Salomón), 18.X.1595. Navegante y descubridor.

Álvaro de Mendaña nació en 1542 en el seno de una familia de la pequeña nobleza berciana. Sus progenitores fueron Fernando Rodríguez de Mendaña e Isabel de Neira. El padre, natural de Villar de los Barrios (León), era, a su vez, hijo de Juan Rodríguez de los Barrios el Mozo, y de María de Escobar. La madre, oriunda de Villanueva de Valdueza (León), era hija del bachiller Ruy García de Castro, señor de Posada de Río (León) y alcalde mayor de los estados del marqués de Astorga, y de María de Neira.

Hay pocos datos sobre la infancia de Álvaro de Mendaña, hasta que en el año 1563, con veintiún años, abandonó su Bierzo natal para pasar a Ultramar, describiéndose en uno de los informes de la Casa de Contratación como “un mancebo bien dispuesto que aun agora le comyença a puntar la barba y tiene el rostro algo rubio e que en las manos tiene algunas pecas”, tratándose pues de un joven de tez clara bien proporcionado. En el registro de pasajeros a Indias se inscribe con el nombre de Álvaro Rodríguez de Mendaña, criado de Lope García de Castro. En tanto que en su segundo viaje a Perú, en 1576, lo hace como Álvaro de Mendaña, prescindiendo del primer apellido paterno. Su hermano suele aparecer en los legajos como Juan Rodríguez de Mendaña o Juan Rodríguez de Castro. Por su condición de primogénito nunca omitió el apellido Rodríguez, siendo el usufructuario del vínculo fundado por su abuelo materno el bachiller Castro.

Con una personalidad un tanto discutida, autores como Cabrero y Martínez y Paniagua afirman que, por su forma de ser, a Mendaña le faltaba empuje e iniciativa, necesitando del asesoramiento de otras personas con un temperamento más fuerte, que serían quienes le impulsarían a tomar ciertas decisiones. Así, por ejemplo, en la jornada de 1575 esa labor la desempeñarían el cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa y el piloto Hernán Gallego, en tanto que en la expedición de 1595, sería determinante la influencia de su mujer, Isabel Barreto, y del piloto mayor, Pedro Fernández de Quirós. Por el contrario, Beltrán y Rózpide sostiene que era una persona enérgica e inflexible, como así se desprendería de su actuación contra los instigadores de la rebelión protagonizada por algunos de sus hombres en la isla de Santa Cruz en 1595.

Como filosofía de vida, Mendaña decía que se esperasen de él obras y no razones, tratando de resolver los problemas surgidos con la tripulación a través del diálogo y el consenso, sopesando muy bien las decisiones antes de pronunciarse al respecto y dando muestras de su prudencia en las dos travesías oceánicas. A pesar del escaso apoyo recibido por parte del virrey Toledo, éste lo consideraba una persona de confianza. Y aunque puede achacársele cierta inexperiencia como marino, en los viajes dio muestras de su pericia, rodeándose en ambos casos de personajes de reconocida valía.

Sea como fuere, lo que parece claro es que su proyecto personal pasaba por colonizar las islas Salomón, haciendo gala de una actitud tenaz y perseverante. Su firme convicción le llevó a luchar contra el freno que supuso la autoridad virreinal, llegando incluso a hipotecar sus bienes y teniendo que esperar casi dos décadas para ver cumplidos sus deseos.

Siguiendo el hilo de los acontecimientos, Lope García de Castro, que desde el 26 de mayo de 1558 era un alto cargo del Consejo de Indias, el 16 de octubre de 1563 fue elegido por la Corona para ir a Perú a fin de supervisar la controvertida gestión del virrey, Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva.

Lo acompañó un séquito de veintiuna personas, entre las que se encontraban, Álvaro Rodríguez de Mendaña y Lope de Mendaña Osorio (señor del Barrio de Abajo de San Pedro Castañero, con el que iba su mujer María Rodríguez Osorio), iniciando su periplo en San Pedro Castañero el día 3 de septiembre. Se registraron en el Libro de Asientos de Pasajeros a Indias de Sevilla el 8 de octubre, saliendo tiempo después del puerto de Cádiz con destino al país andino. Arribaron a Panamá el 1 de junio de 1564, avistando el puerto de Callao el 25 de octubre.

Antes de abandonar Congosto, Álvaro dejó el control de sus escasos bienes patrimoniales en manos de sus primos Francisco Osorio de Mendaña y Lope Rodríguez Osorio, vecinos de Villar de los Barrios y Almázcara, respectivamente, mientras que Lope de Mendaña Osorio, dejó la administración de su mayorazgo en manos de su hermano, Álvaro de Mendaña Osorio.

Al llegar a Lima, el licenciado Castro fue informado de la inesperada muerte de Nieva, por lo que tuvo que hacerse cargo de la gobernación del virreinato, aunque nunca llegó a ser nombrado virrey. En el decurso de su mandato se fundó en 1565 la Casa de la Moneda (que tenía su sede en Lima), se organizó la explotación del azogue de Huancavelica, dividiéndose el territorio peruano en setenta y siete corregimientos de indios para mejorar su gobierno y administración.

Asimismo, Lope, cedió la evangelización de Perú y Chile a los jesuitas, tomando parte activa en el II Concilio Limense, e impulsando la fundación de asentamientos de nueva planta en Esmeraldas (Ecuador) y en Chiloé (Chile), siendo relevado del cargo el 26 de noviembre de 1569.

En 1565 el navegante Pedro de Ahedo ya había planteado a Lope García de Castro la idea de realizar un viaje al océano Pacífico en busca de las míticas islas Salomón, contando para ello con la financiación de Diego Maldonado el Rico, que quedó sin efecto cuando el licenciado Castro los acusó de conspiración por el problema de las encomiendas. Y, aunque en el juicio de residencia se le dio la razón al marino y el gobernador Castro tuvo que indemnizarle, lo cierto es que fue apartado de esta misión, que finalmente fue puesta bajo el mando de Álvaro de Mendaña, que en ese momento era administrador de la encomienda de León de Huanuco y a quien se le concedieron los títulos de gobernador y capitán general.

La expedición partió con la misión de buscar el supuesto continente austral, sondear sus recursos y valorar las posibilidades de colonización, zarpando del puerto de Callao (Perú) el día 19 de noviembre de 1567. Estaba formada por dos naos mercantes, la capitana Los Reyes y la almiranta Todos los Santos, pertenecientes a Juan Rodríguez y Juan Antonio Corzo, respectivamente. El piloto mayor era el experimentado Hernán Gallego y contaban con el asesoramiento del astrónomo Pedro Sarmiento de Gamboa, un ilustrado conocedor de la localización de las islas Salomón, que no llegó a ser el adelantado por causas pendientes con la Inquisición. El maese de campo y capitán de la almiranta era Pedro de Ortega Valencia, alguacil mayor de Panamá. A bordo de los bajeles iban en total unos doscientos hombres entre colonizadores, marineros, militares, personal adscrito a la Corona, religiosos, sirvientes y esclavos, suponiendo la empresa un desembolso total de 10.500 pesos, que fueron costeados con fondos del erario público.

El 15 de enero de 1568 divisaron la isla de Nombre de Jesús (Nui, archipiélago de Tuvalu), pero ante la imposibilidad de recalar, prosiguieron su ruta hasta los bajos de la Candelaria (atolón de Ontong Java), arribando el 9 de febrero a Santa Isabel (islas Salomón), donde establecieron su centro de operaciones.

Allí construyeron el bergantín Santiago para explorar con mayores garantías este archipiélago, localizando en sus tres salidas las islas de Ramos (Malaita); San Jorge; Florida, Galera, Buenavista, San Dimas y Guadalupe (islas de Nggela Sule); Guadalcanal; Sesarga (Savo); San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (islas de New Georgia); San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira); Treguada (Ulawa); Tres Marías (Olu Malua); San Juan (Uki Ni Masi); San Urbán (islas de Rennel); Santa Catalina y Santa Ana.

Álvaro de Mendaña mantenía buenas relaciones con los nativos de Santa Isabel e incluso se ganó la amistad del jerarca local, en el que llegaría a ser el punto final del trayecto, quedando descubiertas para la posteridad las islas Salomón. Se trata de un archipiélago de Oceanía situado al sudoeste del océano Pacífico y al este de Papúa Nueva Guinea, que en la actualidad forma parte de la Mancomunidad Británica de Naciones y cuyo territorio pertenece a la Melanesia.

Llegado el mes de agosto, y considerando la precaria situación de la flota y la escasez de suministros, Mendaña tomó la determinación de regresar a América y organizar, tiempo después, una nueva expedición mejor equipada, en tanto que Gamboa prefería continuar con los descubrimientos. Unas diferencias de criterio que ya se habían dejado sentir a lo largo de todo el itinerario en otros asuntos como el rumbo a seguir, prevaleciendo finalmente la voluntad del adelantado, que se apoyaba en su piloto mayor, que también estaba enemistado con Gamboa. Así pues, el día 17 levaron anclas en busca de la ruta del Galeón de Manila, descubriendo en el viaje de retorno los bajos de San Bartolomé (atolón de Maloelap, islas Marshall) y la isla de San Francisco (isla de Wake, al norte de las Marshall). Superados no pocos peligros y adversidades, la nave capitana desembarcó el 19 de enero de 1569 en el puerto de Santiago de Colima (México), haciéndolo unos días después la almiranta, y regresando ambas naves el 22 de julio al puerto de Callao.

Durante el viaje de vuelta, Mendaña hizo desaparecer las cartas y relaciones que Sarmiento había escrito durante la travesía. Ya en Lima, el cosmógrafo lo puso en conocimiento del ahora virrey, Francisco de Toledo, conde de Oropesa, quien le amparó en sus reclamaciones por haberse incumplido las instrucciones de Su Majestad. Con todo, en la investigación abierta en noviembre de 1569 no se apreciaron razones objetivas para condenarlo. Sólo así se explicaría que, a pesar de la hazaña lograda, la figura del navegante se viera eclipsada con la llegada al poder de Toledo, que además era enemigo político de su antecesor, García de Castro, pasando a ser Gamboa desde ese momento uno de sus asesores, y quedando por tanto en suspenso el proyecto colonizador del berciano.

En esta tesitura, en 1571 Mendaña regresó a la Península buscando una vez más el apoyo de García de Castro como alto cargo del Consejo de Indias, que ya se hallaba en Madrid. La mediación de éste fue trascendental, al hacer posible un encuentro entre Mendaña y el soberano Felipe II (1556-1598), en el que le expuso sus planes con respecto al archipiélago de las Salomón. Durante su estancia en Madrid, Álvaro mantuvo un apasionado romance con la modista Andrea de Cervantes Saavedra, hermana de Miguel de Cervantes. No llegaron a contraer matrimonio, pero Andrea siempre se sintió unida a él, por lo que, tras conocer su fallecimiento, se hacía llamar “viuda del general Álvaro de Mendaña”.

En 1573 Álvaro de Mendaña fue informado de la defunción de su madre, Isabel de Neira, encontrándose en esos días negociando las capitulaciones de la nueva expedición a las Salomón, por lo que facultó a su sirviente Juan Bautista González para que resolviera en Congosto los asuntos concernientes a la herencia.

Al año siguiente consiguió por fin llegar a un acuerdo con la Corona para poner en marcha su proyecto colonizador, firmándose el día 27 de abril las nuevas Capitulaciones en las que se le hacía adelantado de las islas Salomón y se le facultaba para hacer posible su conquista y evangelización. Tanto la financiación como el aval correspondiente correrían por cuenta de Mendaña, quien a cambio recibiría el adelantamiento, la gobernación y la capitanía general de las islas, el cargo de alguacil mayor, el título de marqués y diferentes mercedes económicas, exenciones fiscales y también jurídicas.

La premura por conseguir cuanto antes el capital necesario para afrontar esta empresa hizo que Álvaro y su hermano, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, se trasladasen el 7 de julio a Villar de los Barrios, otorgando un poder a favor de Alonso Fernández para cobrar las deudas pendientes de pago, y el 5 de agosto pusieron a la venta los bienes que habían heredado de sus padres en aquel lugar. También por esas calendas Álvaro trató de convencer a algunos conocidos para que le acompañasen en esta segunda campaña. Tal fue el caso de Jerónimo Carvajo, de Ponferrada, su primo Juan García de Escobar, vecino de Bembibre, y el sacerdote de Villar de los Barrios, Martín Díez.

Ya de nuevo en la capital de España, el nauta puso todo su empeño en cumplir las cláusulas de las Capitulaciones firmadas con el rey Felipe II, buscando la colaboración del licenciado Castro, su gran valedor, quien en agosto de 1575 le entregó los 10.000 ducados exigidos en concepto de fianza. El destino quiso que ésta fuera la última vez que le ayudara, puesto que el 8 de enero de 1576 se produjo su muerte. De sus esponsales con María de Mediavilla quedó una hija, María de Castro, mujer de Antonio Cabeza de Vaca, señor de Villa Hamete y Macudiel (hoy Villagómez, en Valladolid).

Tiempo después, Álvaro de Mendaña se embarcó para Ultramar, llegando a Panamá a finales del enunciado año de 1576, donde fue detenido y encerrado en el calabozo por orden de Gabriel de Loarte, presidente de la Real Audiencia de esa ciudad. Fue acusado de reclutar hombres para su jornada sin contar con la preceptiva licencia; quedó en libertad tiempo después, siguiéndose instrucciones del Rey. Algunos han querido ver en ello una actitud vengativa por parte de Loarte, puesto que existía una enemistad manifiesta contra su tío Lope García de Castro. Durante su estancia en la ciudad fue decisivo el apoyo del factor Pedro Ortega Valencia, su antiguo maese de campo en la jornada de las Salomón.

Al año siguiente, Mendaña dejó Panamá y se dirigió al puerto de Callao, no habiendo cambiado mucho las cosas desde su partida. El virrey seguía sin atender sus peticiones y, debido a la inestabilidad reinante en Perú en esos momentos, por las continuas incursiones de los piratas ingleses, en más de una ocasión le fue arrebatada la gente que con tanto esfuerzo le había costado alistar, si se tiene en cuenta lo arriesgado de la aventura transpacífica. Todo ello le obligó a aplazar una vez más su salida hacia las tierras descubiertas.

En este tiempo, que se podría denominar de espera, Mendaña se enroló en la armada aprestada para detener al corsario Francis Drake que, entre noviembre de 1578 y febrero de 1579, había protagonizado ataques y saqueos en las costas de este país andino, en su intento por lograr un cambio de actitud por parte de la autoridad colonial y, a la vez, prestar servicio a Su Majestad.

Paradójicamente a lo que cabría suponer, las desavenencias con el virrey seguían existiendo y Mendaña fue después encarcelado durante unos meses. En 1580, ya con el peso del desánimo, intentó que el Monarca le concediera una serie de prebendas con las que poder restituir, al menos en parte, los desembolsos ocasionados hasta ese momento. Y, aún sin contar con el beneplácito del entonces virrey, Martín Enríquez Almansa, que le confiscó la flota para ir a apresar a los piratas y lo mandó también encarcelar durante un mes, Mendaña prosiguió con los preparativos de la empresa al hallarse respaldado por el Soberano.

En ese mismo año se había producido en la Península el óbito del hermano del adelantado, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, y aunque dejó de su relación con Ana Rodríguez dos hijos, Jerónimo y Juan, los bienes del vínculo patrimonial que usufructuaba desde la muerte de su madre, Isabel de Neira, pasaban ahora al insigne marino.

En 1582 el licenciado Juan de Cepeda, presidente de la Audiencia de Charcas, dio un nuevo impulso al proyecto de Mendaña argumentándole al Rey que era preciso colonizar aquellas islas del Pacífico Meridional antes de que cayeran en manos de los corsarios ingleses y erigiesen en ellas un establecimiento desde el que atacar los intereses del imperio español.

El virrey Enríquez falleció en 1583 y vino a reemplazarle en la función gubernativa del Perú el conde de Villardompardo, Fernando de Torres y Portugal, que en 1586 se mostró partidario de la ocupación de las islas Salomón.

En ese mismo año Mendaña se casó en Lima con la joven Isabel Barreto, hija de Nuño Rodríguez Barreto y de Mariana de Castro. La alarma social generada en Chile en 1587 a causa de los asaltos perpetrados por el inglés Thomas Cavendish, volvió a suponer otro duro revés para la partida del navegante. Muy distinta fue la postura de García Hurtado de Mendoza, IV marqués de Cañete, que llegó a Perú en 1590 para relevar a Torres, quien acogió favorablemente las pretensiones del nauta, buscando su asesoramiento en materia de defensa y nombrándole visitador general de Galeras y Navíos de Su Majestad. Cuando en 1593 el viaje a las Salomón parecía ya una realidad inminente, cruzó el estrecho de Magallanes el corsario Richard Hawkins, irrumpiendo en diferentes poblaciones del litoral. Mendaña aprestó entonces la flota y puso al frente de la misma a Beltrán de la Cueva y Castro, que en combate naval derrotó a los ingleses en 1594, en la bahía de Atacama, al noroeste de Quito (Ecuador).

Superado este contratiempo, la expedición zarpó por fin del puerto de Callao el 9 de abril de 1595. En este segundo viaje hacia el Pacífico Sur, se hicieron a la mar la capitana San Jerónimo, propiedad de Álvaro de Mendaña, la almiranta Santa Isabel, adquirida con la dote de Isabel Barreto, con Lope de Vega como capitán, además de una galeota, la San Felipe y una fragata, la Santa Catalina, pertenecientes a los capitanes, Felipe Corzo y Alonso de Leyva, respectivamente. El piloto mayor que le acompañaba en esta nueva gesta era Pedro Fernández de Quirós y el maese de campo, Pedro Merino Manrique. El objetivo era establecer una colonia en las islas Salomón, por lo que el pasaje alcanzaba cerca de cuatrocientas personas, incluyendo mujeres y niños, formando parte de la comitiva su esposa y cuatro de los hermanos de ésta: Diego, Lorenzo, Luis y Mariana. Los gastos de la jornada los sufragó el matrimonio Mendaña, aunque tuvieron mucho que agradecer a la generosidad del virrey Cañete.

Tras detenerse en distintos puntos de la costa peruana para completar el aprovisionamiento, el 16 de junio dejaron Paita y se internaron mar adentro, divisando el 21 de julio la isla de la Magdalena (Fatu Hiva), mundialmente conocida a través de las pinturas del genial Paul Gauguin, decidiendo seguir viaje por las islas cercanas, aproximándose a San Pedro (Motane), Dominica (Hiva Ova) y Santa Cristina (Tahuata). Bautizándolas con el nombre de islas Marquesas de Mendoza (Henua Enana), en memoria del IV marqués de Cañete. Las islas Marquesas son el mayor archipiélago de todos los que conforman la actual Polinesia Francesa y lo integran seis islas, seis islotes y algunos bancos de arena, divisando Mendaña las que se localizan en el grupo sur.

El 5 de agosto partieron hacia el oeste en busca de las islas Salomón, localizando el 20 de agosto el grupo de San Bernardo (islas Danger) y el 29 de agosto La Solitaria (Niulakita, Islas Tuvalu). Por fin, el 7 de septiembre otearon Tinakula, perdiéndose la pista de la almiranta de Lope de Vega, de cuyos pasajeros jamás volvió a tenerse noticia; al día siguiente atisbaron La Huerta (Tomotu Noi), Recifes (islas Swallow) y la Santa Cruz (Nendo, islas Santa Cruz).

Para Annie Baert, el hecho de que Mendaña no encontrase de nuevo esas islas se debió a un error en el cálculo de la longitud de su piloto mayor, que llegó a situarlas más cerca del litoral peruano de lo que en realidad estaban y, de seguir navegando con el mismo rumbo durante dos días más, habrían llegado a San Cristóbal, pero ya se hallaba tan lejos al oeste de su posición estimada que no pudo resolverse a ello. Han tenido que pasar algunos siglos para que la isla de Santa Cruz pasase a formar parte de este archipiélago, siendo en la actualidad su isla más oriental. Situadas al norte de Vanuatu, están particularmente aisladas, a más de doscientos kilómetros de las otras islas.

Mendaña, viendo las posibilidades que ofrecía Santa Cruz para su colonización y el buen trato dispensado por los nativos, decidió fijar allí un asentamiento permanente, estableciéndose en la bahía Graciosa, dictando normas tendentes a regular su gobierno y decretando la inviolabilidad de los derechos y propiedades de los naturales. Parece que tomó esta decisión movido por su delicado estado de salud, y considerando que el paso de los días estaba haciendo mella entre los pasajeros por no alcanzar las tan añoradas islas de Poniente, comenzando ya a escasear los víveres y el agua, a lo que se sumaba el desánimo surgido tras la desaparición de la almiranta.

En un principio, y merced a la mediación del jerarca local, Malope, la convivencia discurría pacíficamente.

Sin embargo, el descontento de algunos de los colonizadores iba en aumento, dado que estas islas no colmaban las expectativas de riqueza que ellos tenían puestas en las Salomón. Las habladurías fueron acrecentándose y aflorando los enfrentamientos hasta llegar a constituirse dos facciones: una de apoyo a Mendaña y su familia política y otra de apoyo al maese de campo, quien abogaba por abandonar la isla y proseguir la ruta marcada. Rivalidades que habían permanecido latentes a lo largo de todo el periplo.

Pedro Merino Manrique y sus partidarios, utilizaron como medida de presión el saqueo de los poblados, alentando con ello al levantamiento de los nativos en contra de los españoles, y forzar así la salida de la isla. Viendo el cariz que iban tomando los acontecimientos, primero Mendaña y después su piloto Quirós, intentaron mediar en este conato de rebelión, aunque sin éxito. Cuando la situación era ya imposible de reconducir, se adoptaron medidas realmente drásticas, siendo apuñalado Merino y varios de sus correligionarios, lo que no pudo evitar que un grupo de sublevados matasen a Malope. Mendaña ordenó entonces que se ejecutase a los cabecillas. Y a pesar de que se tomaron medidas ejemplarizantes, tal y como era de esperar, la agresión de los aborígenes hacia los peninsulares fue imposible de contener.

La malaria, mientras tanto, seguía debilitando la salud del preclaro marino, que falleció el 18 de octubre de 1595, a la edad de cincuenta y tres años, siendo enterrado con todos los honores en la iglesia allí construida. En sus últimas voluntades el descubridor nombró gobernadora de la expedición a su esposa, y capitán general a su cuñado Lorenzo. Haciéndose eco del sentir generalizado de los expedicionarios y siendo consciente del significativo número de bajas producidas a causa de enfermedades infecciosas, dejaron la isla el 18 de noviembre, poniendo rumbo a las Filipinas, donde, según algunos estudiosos, tenía planeado abastecerse de nuevo y reclutar colonos para volver a poblar la isla de Santa Cruz. Pero, antes de todo esto la adelantada ordenó exhumar el cuerpo de Mendaña, que fue trasladado a la fragata.

En un nuevo intento por recuperar la almiranta Santa Isabel, proyectaron hacer escala en la isla de San Cristóbal, donde se creía que podría haber llegado, y al no encontrarla, prosiguieron con la ruta fijada hacia las Filipinas, yendo por la más conocida, pasando por delante de las islas Marianas, Guam y su vecina Shaipán. Una travesía difícil, en la que como diría Quirós, la navegación se hacía cada vez más trabajosa por el mal estado de las embarcaciones, con las graves consecuencias que ello trajo, a lo que añadir las restricciones en el abastecimiento, que gradualmente fueron endureciéndose, sobre todo el líquido elemento. Como ya se puso de manifiesto en el segundo viaje, la familia Barreto no gozaba de muchas simpatías entre los integrantes de la expedición, mostrando Isabel durante todo el trayecto una actitud autoritaria, tal vez acrecentada ahora por la tentativa de insubordinación vivida en Santa Cruz, llegándose a provocar serias disensiones con Quirós sobre las medidas a tomar, esencialmente en las relativas al deficiente estado de los barcos. El piloto mayor trataba de argumentar su proceder, conforme a su experiencia como hombre de mar, imponiéndose sin embargo el criterio de la adelantada.

En el transcurso de la travesía, el 10 de diciembre desapareció la galeota San Felipe, de la que se perdió la pista tras saber que llegó a Mindanao. Diez jornadas después corrió la misma suerte la fragata Santa Catalina, guiada por Diego de Vera y que hacía agua carcomida por la broma, tan temida por los hombres de mar, y en la que se custodiaba el féretro con los restos de Álvaro de Mendaña.

La capitana San Jerónimo avistó tierra el 14 de enero de 1596, pero una serie de complicaciones con los aparejos aplazaron su entrada en la bahía de Cavite, que se produjo el 11 de febrero, donde se había generado una gran expectación por ver a los descubridores, que fueron recibidos por las autoridades Filipinas.

Allí, poco tiempo después, la viuda de Mendaña contrajo matrimonio con Fernando de Castro, emparentado con el gobernador de la capital, con quien volvería a Nueva España tras reparar la embarcación, haciéndose a la mar el 10 de agosto y llegando a Acapulco el 11 de diciembre. Quirós, por su parte, a bordo de una nao de pasajeros entró en Lima el 5 de junio de 1597. Este último, junto a su piloto mayor, Luis Váez de Torres, fue el encargado de dirigir la última expedición que emprendió la Corona española al continente austral. El luso demostró ser un gran estratega, basando su argumentación en las oportunidades de evangelización que brindaban aquellas latitudes, siendo capaz de convencer tanto al papa Clemente VIII como al monarca Felipe III, haciéndoles ver que su mejor carta de presentación era su acreditada pericia como navegante por los “Mares del Sur”.

De nada sirvieron las protestas de Fernando de Castro e Isabel Barreto, que veían vulnerados los derechos heredados de continuar con la empresa iniciada por Mendaña. En esta tercera jornada, que se realizó entre 1605 y 1606, fueron descubriéndose varias de las islas Tuamotu y Vanuatu.

 

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Manuel I. Olano Pastor

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