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Manuel de Quesada y de Bardalonga

Biografía

Quesada y de Bardalonga, Manuel de. San Fernando (Cádiz), 31.VIII.1794 – Chiclana (Cádiz), 1876. Marino, teniente general.

Hijo de Juan de Dios Quesada, oficial del Cuerpo Administrativo de Marina, natural de Sevilla, y de Isabel de Bardalonga, natural de Madrid, casados en la parroquia castrense de Jimena, nació en la villa de la real Isla de León (San Fernando).

El 10 de diciembre de 1810, cuando la nación se encontraba asolada por la guerra y por el levantamiento de las provincias ultramarinas, ingresó en la Academia de Guardia Marinas y sentó plaza el 12 de agosto de 1811. El 12 de enero de 1812, una vez aprobado el curso elemental, embarcó como guardia marina en la fragata Diana, destinada a escoltar un transporte de tropas a Veracruz, adonde llegó en junio de ese mismo año, cuando la ciudad estaba bloqueada por tierra por fuerzas insurgentes, participó en las operaciones de las cañoneras y embarcaciones menores contra el enemigo, recibiendo así su bautismo de fuego. Embarcó en el bergantín Regencia y pasó a Campeche y a La Habana, regresando en enero de 1813 a Cádiz a bordo de la fragata Venganza finalizando su primera campaña en ultramar.

Ascendió a alférez de fragata el 24 de agosto de 1813 y embarcó en el navío Asia, que formaba parte de un convoy con tropas para el Perú, llegando a Callao en abril de 1814, donde se aprestaba un cuerpo de Ejército para la reconquista de Chile que llevaron los buques al puerto de Talcahuano. Fue nombrado ayudante de Estado Mayor del general Osorio y participó en toda la campaña, distinguiéndose en la gloriosa batalla de Rancagua, por la que fue recomendado a Su Majestad el Rey y ascendido a alférez de navío, graduado el 5 de julio de 1815. A finales de 1815, al aparecer en el Pacífico la escuadrilla argentina de Buenos Aires mandada por William Brown (irlandés, antiguo contrabandista del Plata), fue comisionado para llevar la noticia al virrey del Perú.

Salió de Valparaíso el 9 de enero en una lancha sin cubierta, navegando a rumbo directo por alta mar más de 1500 millas náuticas, hasta el puerto de Pisco (Perú), continuando por tierra hasta Lima, adonde llegó el 24 de enero. Tras un breve período de tiempo al mando del obusero n.º 2 (lancha portadora de obús, cuyo disparo era parabólico y le permitía alcanzar posiciones resguardadas) para la defensa del puerto de Callao, pasó destinado al bergantín Potrillo que, en unión con la fragata Venganza, recorrió, al encuentro de Brown, toda la costa: archipiélagos Galápagos y Chiloé, islas de Juan Fernández, La Mocha, Santa María, Quiriquina y otras. El 26 de octubre de 1816 ascendió a alférez de navío efectivo. Perdida la batalla de Chacabuco en febrero de 1817, los buques participaron en la defensa del puerto de Talcahuano y en el bloqueo de Valparaíso hasta el mes de septiembre de ese mismo año. En Talcahuano, en la noche del 6 de diciembre de 1817, las fuerzas insurgentes mandadas por el general Brayer (teniente general francés, veterano de las campañas de Napoleón) fueron rechazadas sufriendo graves pérdidas, teniendo que levantar el bloqueo. Finalizada la actividad naval en ese puerto volvió al bloqueo de Valparaíso, sosteniéndolo hasta la pérdida de Chile tras la derrota del Ejército Real en Maipú el 5 de abril de 1818, transportando a continuación los restos de ese Ejército desde los puertos de Ancas y Quilca a Callao, donde el Potrillo fue desarmado y empleados su dotación y cañones en la defensa de su puerto.

Ascendió a teniente de fragata el 13 de enero de 1819 y obtuvo el mando del cañonero n.º 1, que formaba parte de los buques empleados en la defensa naval del puerto de Callao, que estaba sometido a continuos ataques por la escuadrilla de Cokrane (lord inglés expulsado de la marina inglesa, al servicio de Chile). En octubre fue rechazado un ataque nocturno por el certero fuego de los cañoneros, que hundieron a la fragata Brulote (embarcación con material combustible para darle fuego y lanzarla contra buques enemigos) Victoria, acción por la que se le concedió la Cruz de la Marina.

Obtuvo el mando del navío Milagro y durante este tiempo fue comisionado para otras actividades tales como salir con una división de lanchas a batir al enemigo o como parlamentario para el canje de prisioneros ante el general San Martín. Cayó enfermo de una afección al hígado y obtuvo permiso para regresar a Europa, saliendo de Callao el 14 de marzo de 1821 a bordo del pailebot (del ingles pilot boat, se aplicó en la Marina española a un goleta pequeña) Sacramento, cuya tripulación, indígena en su totalidad, se sublevó a la altura del puerto de Paita (Perú). En este motín recibió cinco heridas, fue hecho prisionero y conducido a dicho puerto. Gracias a la mediación de los comandantes de las fragatas Prueba y Venganza, que habían capitulado en Guayaquil, fue puesto en libertad emprendiendo el regreso a Europa el 17 de noviembre de 1822, esta vez enrolado como marinero en el bergantín inglés Vinia, haciendo el viaje por el cabo de Hornos, Janeiro, Gibraltar y Algeciras, adonde llegó el 12 de mayo de 1823. En Cádiz obtuvo el nombramiento de comandante de las falúas de Su Majestad el Rey y ayudante de la mayoría de las fuerzas sutiles del apostadero de la puerta de Sevilla (hoy Puerta de Tierra, Cádiz). Participó en la defensa del puerto ante el bloqueo y sitio por las tropas francesas del duque de Angulema y, al caer la ciudad en poder del enemigo, cubrió con el fuego de sus cañoneras la retirada de las fuerzas de la guarnición y trasladó a El Puerto de Santa María a Fernando VII, que estaba con el Gobierno y las Cortes confinado en Cádiz.

El 13 de enero de 1824 embarcó en el navío Asia que con el bergantín Aquiles salió de Cádiz para el Pacífico haciendo escala en Egmont (isla Trinidad, Malvinas) y Quilca (Perú), fondeando en Callao el 12 de septiembre. Fue nombrado comandante del bergantín Pezuela y el 7 de diciembre se distinguió en el combate que sostuvo la división del capitán de navío Roque Guruceta con la escuadrilla insurgente que, derrotada, tuvo que abandonar el bloqueo. Recorrió las costas de Perú y Chile para vigilancia y mantenimiento de las comunicaciones. En diciembre de 1824 la división naval estaba en Quilca al producirse la derrota y capitulación del Ejército Real en Ayacucho; se embarcaron las tropas, correspondiéndole al Pezuela ciento veintiocho soldados, y la división emprendió regreso a España a través de las Filipinas el día 1 de enero de 1825. Debido al pésimo estado del Pezuela, que sufría una vía de agua y graves deficiencias en velamen y arboladura, se le ordenó destacarse con la corbeta Victoria de Ica, para hacer el viaje de retorno por el cabo de Hornos, recalando en el puerto de la Soledad (Malvinas), isla de la Trinidad (Malvinas) y Salvador (Brasil), donde fue necesario varar el buque para efectuar reparaciones de consideración en la obra viva. El 4 de abril salió a la mar llegando a Cádiz el 7 de junio de 1825 trayendo a bordo la única bandera española del Pacífico que se conserva en la actualidad.

Para recompensar los méritos del arriesgado y penoso viaje, el 14 de julio de 1825 fue ascendido a teniente de navío, condecorado por segunda vez con la Cruz de Distinción de la Marina y se ordenó rebautizar el buque con el nombre de El Temerario.

El 24 de enero de 1826 fue nombrado comandante de la goleta de veintiocho cañones Descubierta, realizando servicios de represión del contrabando, lucha contra corsarios (apresó dos buques en Santa Pola) y misiones de escolta de convoyes por las costas de España, África y Canarias. El 19 de julio batió y apresó a la goleta corsaria colombiana General Armario. En agosto de 1827 pasó a mandar el bergantín Jasson de veintidós cañones, realizando las mismas misiones de vigilancia y escolta, apresando en las rías gallegas un bergantín corsario de diez cañones y varias embarcaciones contrabandistas. En 1828 apresó a los buques contrabandistas Harriet y Envidia. Volvió a padecer de su anterior dolencia y solicitó licencia temporal.

Restablecida su salud, se reincorporó al servicio pasando destinado como jefe del arsenal de La Habana adonde llegó el 22 de junio de 1829. Tuvo desavenencias con el comandante general con ocasión de tratarse en la junta del apostadero, sobre el alzamiento de la tripulación del falucho Despacho, alegando que la junta sólo podía ocuparse de asuntos económicos y no podía intervenir en un caso que era de los tribunales de justicia. Manteniendo esta postura se negó a firmar el acta, hecho que fue considerado por el comandante general como un acto de indisciplina, por lo que fue destituido de su cargo, no obstante le ofreció el mando de la corbeta María Isabel, que rehusó. Acudió al Gobierno en recurso de agravio, que se resolvió con el resultado favorable a sus intereses, al desaprobar el director general de la Armada el proceder de la junta, determinando que no se le causare ningún perjuicio por su anterior destitución y se le asignase destino con carácter preferente.

El 7 de marzo de 1831 se le nombró jefe de las fuerzas sutiles del puente de Suazo (San Fernando) y el 20 de agosto comandante del bergantín Relámpago, hasta su desarme en 1833 en que quedó sin destino. El 23 de agosto de 1833 ascendió a capitán de fragata y en 1835, viéndose sin posibilidad de obtener destino en la Marina, solicitó tomar parte en la guerra y pasar destinado al Ejército del norte, petición que fue desestimada por sus cualidades de mayor utilidad en la Marina. Se le nombró comandante de la corbeta Cautiva destinada en el apostadero de La Habana, cesando el 7 de abril de 1836 y, tras una licencia de tres meses en Valladolid, pasó destinado al Depósito Hidrográfico. El 14 de marzo de 1837 y sin desatender su destino, se le nombró coronel graduado y se le asignó el mando del 5.º Batallón de Artillería de Marina entrando en campaña en el Ejército del centro a las órdenes del general Oraá. Resultó herido en el brazo derecho y el 16 de febrero de 1838, ascendido a capitán de navío, se reincorporó al Depósito Hidrográfico, donde por sus conocimientos de inglés, francés y su gran experiencia en navegación, contribuyó notablemente a mejorar los trabajos de hidrografía, corrigiendo los derroteros de Las Antillas y del océano de Tofiño. También realizó trabajos sobre construcción naval, aranceles, sanidad y rectificación del mapa de España. Los acontecimientos políticos de Madrid de septiembre de 1840 y sus ideas liberales le llevaron como ayudante del general Rodil durante el tiempo que duró el movimiento revolucionario, obteniendo la Encomienda de Isabel la Católica. Reincorporado al Depósito Hidrográfico finalizó el plano de Santander, trabajo que mereció el reconocimiento del Gobierno y su nombramiento de capitán del puerto de La Habana, en cuyo destino fue recompensado con la Encomienda de Carlos III.

En 1845 el ministro de Gobernación trasladó queja al de Marina informando de su participación en una suscripción para sufragar los gastos de un periódico de oposición al Gobierno, por lo que fue destituido.

Tras casi dos años separado del servicio, volvió a él al cambiar las circunstancias políticas y fue restituido en su antigüedad y ascendido a brigadier, pasando destinado el 22 de abril de 1847 al mando del arsenal de La Carraca, donde una vez más, corrigió fraudes y abusos. El 3 de octubre de 1847 pasó destinado a la capitanía de Cádiz.

El 2 de febrero de 1848 fue nombrado comandante general del apostadero de Filipinas y viajó a Manila en el bergantín Ligero. El día 12 de febrero de 1849 salió de Manila al mando de una expedición compuesta por los vapores Elcano y Magallanes, cinco cañoneras y veinticuatro embarcaciones menores para atacar los reductos de piratas de las islas de Balanguingui, Tonquil y Zapeanta, visitó después el río grande de Mindanao, residencia del Sultán, para apaciguar a algunos Datos (jefes locales moros, tributarios del Sultán) que se habían revelado. De allí pasó a Davao para conferenciar con los Datos de la isla, que tenían en continuo sobresalto a los colonos de las provincias fronterizas, pero no pudo lograr un acuerdo ya que en la última de las reuniones, uno de los jefes se abalanzó sobre el brigadier Quesada arrebatándole el sable, iniciándose una refriega con el resultado de algunos Datos muertos y cuatro heridos por parte española.

Como represalia, se destruyó el fuerte y se quemaron las casas, reembarcándose las tropas y regresando a Zamboanga y Manila. El 11 de diciembre de 1850 se hizo a la mar desde Manila una nueva expedición, al mando del gobernador capitán general de Filipinas, Antonio de Urbistondo y Eguía, marqués de La Solana, con el brigadier Quesada al mando de la fuerza naval compuesta por los vapores Reina de Castilla, Elcano, corbeta Villa de Bilbao y bergantín Ligero. El destino era la isla de Joló, donde se habían producido asaltos y capturado a setenta y cinco cristianos, amén de numerosas tropelías. Se tenía conocimiento de que el gobernador inglés de Labuán (pequeña isla al oeste de Borneo) sir J. Brooke había estado en Joló y había concluido con el Sultán un tratado por el que, entre otras estipulaciones, éste no podía hacer concesiones territoriales a ninguna otra nación sin el conocimiento de Su Majestad británica, y de que se estaba preparando una expedición armada. El día 17, al llegar la expedición a Zamboanga (isla de Mindanao), se agregaron el vapor Magallanes, la división de fuerzas sutiles del sur de las islas Visayas, dos compañías de infantería y cien voluntarios zamboangueños. El 23 de diciembre partió la expedición llegando a Joló el 29. Se envió al Sultán una carta anunciando la visita y solicitando una conferencia con los jefes más influyentes de la isla. La negativa del Sultán de acudir al buque y la respuesta insolente de los Datos exasperaron al capitán general, al extremo de inducirle a desembarcar a novecientos hombres y cañonear los fuertes. El brigadier Quesada le hizo ver los riesgos de una operación semejante con una fuerza tan exigua y el efecto que tendría un posible descalabro sufrido por las primeras autoridades del archipiélago.

Se supo que los joloanos habían reunido a unos diez mil hombres y habían desalojado de la población a mujeres, ancianos y niños, instalado artillería en los fuertes y habían recibido recientemente una remesa de fusiles ingleses. El capitán general se avino a estos razonamientos y ordenó a la expedición regresar a sus bases para volver con mayores fuerzas. Al levantar el fondeadero, los joloanos hicieron fuego desde los fuertes, comprometiendo seriamente la maniobra que felizmente se pudo finalizar debido al buen orden y serenidad con que se ejecutó. De regreso a sus bases, la fuerza realizó diversas incursiones, en Tonquil se tomaron prisioneros y se destruyeron embarcaciones menores, en Baras e Ibus en la isla de Mindanao los jefes moros se presentaron con suma atención y cordialidad y se aceptaron sus excusas por acciones piráticas anteriores. La fuerza volvió a Zamboanga y el brigadier Quesada a Manila con los tres vapores.

El día 3 de febrero de 1851, salió de Manila el brigadier Quesada con sus buques para reunirse con el capitán general en Zamboanga. El día 19 de febrero, una vez establecidos los planes de navegación, desembarco y ataque, salió la escuadra compuesta por cinco buques de guerra, dos cañoneras y veintiún barangayanes (embarcación filipina de carga), nueve buques de transporte con un total de dos mil seiscientos hombres. Vientos flojos y contrarios a la derrota deseada dificultaron la navegación y dispersaron a los buques de vela. La corbeta Villa de Bilbao sufrió un accidente al varar en un bajo de coral desconocido, retrasando la marcha de la expedición al tener que remolcarla hasta Pangasinam (isla de Basilán) para su reparación. Emprendida de nuevo la marcha, los buques fondearon en Joló el 27 de febrero fuera del alcance de los cañones de los fuertes.

Al día siguiente se produjo el desembarco de la tropa apoyado por el fuego naval que hicieron los buques con admirable precisión y eficacia, barriendo la playa y dirigiendo su fuego sobre los fuertes y puntos acordados, causando grandes daños y provocando el aturdimiento de la guarnición. Cuatro horas duró el combate y a la una de la tarde quedaba izada la bandera nacional en la cota de Daniel (próxima al puerto) y horas más tarde se tomaban los fuertes finalizando el combate. En la madrugada del 1 de marzo, el sultán Muhamad Pulalón abandonó su fuerte acompañado de los Datos, produciéndose la desbandada de unos dos mil hombres que componían la guarnición. Las tropas se posesionaron de toda la población, se arrojó al agua la artillería de hierro de gran calibre y poco servible, se embarcó la de bronce y se destruyó completamente la que había sido durante muchos años guarida de piratas. Se apoderaron de ciento doce cañones, banderas, gran cantidad de armas y efectos curiosos, se destruyeron numerosos pancos (embarcación filipina) y otras embarcaciones destinadas al pirateo. Quedó cumplido el objeto de la misión y el Sultán, humillado, suscribió las duras condiciones que se le impusieron, firmando el tratado de Joló el día 19 de abril de 1851.

El día 29 de mayo, en consideración a los relevantes méritos contraídos durante campaña de Joló, el brigadier Quesada fue ascendido a jefe de escuadra supernumerario.

A la expedición de Joló siguió otra a la isla de Mindanao, con el vapor Elcano, dos cañoneras y dos bergantines, desembarcando una fuerza de quinientos hombres en la bahía de Illana que se adentró en el interior, hasta entonces desconocido, levantando planos del río Grande de Mindanao y de otros puntos importantes y fondeaderos, hasta volver a embarcarse en Misámis al norte de la isla.

Estos éxitos no hicieron descuidar al brigadier Quesada las precauciones militares que ordenó el estacionamiento de fuerzas sutiles en aquellas islas con mayor riesgo de ser atacadas por piratas. Pronto se vio el acierto de esta medida, pues al cabo de poco tiempo las falúas estacionadas en las islas de Calamianes al mando del teniente de navío Claudio Montero, interceptaron a cuatro grandes pancos piratas. Tras un combate en el que se perdió una de las falúas con dos oficiales y doce hombres, por la explosión de la Santa Bárbara, se apoderaron de las embarcaciones piratas pasando a cuchillo a más de cien hombres. En agosto del mismo año, se organizó otra expedición, esta vez a Pollock, al sur de Mindanao, para el establecimiento de una colonia militar. Durante sus tres años de mando del apostadero estudió las necesidades del archipiélago y su comunicación con las colonias inglesas de Malaca y China, distribuyó las fuerzas en aquellos lugares más expuestos y se dedicó a desterrar abusos y perseguir a sus causantes. Cuando fue relevado del mando entregó un memorándum que probaba el profundo conocimiento del apostadero. El gobernador capitán general quiso darle público testimonio de agradecimiento, así como la Junta de Comercio que, en espontánea manifestación, reconoció los grandes beneficios que debía el archipiélago a la recta e inteligente administración del general Quesada durante su mando del apostadero y que merecieron la satisfacción de Su Majestad la Reina con orden de anotación expresa en su hoja de servicios. El día 15 de septiembre de1852 emprendió viaje de regreso a la Península.

En diciembre de 1852 fue nombrado vocal de la Junta consultiva de la Armada y en enero de 1853, consejero de Ultramar. El 17 de julio de 1854 ascendió a jefe de escuadra efectivo y se le otorgó el mando del apostadero de La Habana; al poco tiempo de tomar posesión de su cargo ocurrió un incidente con el vapor americano Black-Warrior; este buque había sido multado por ocultamiento de su cargamento, lo que provocó una airada reacción del Gobierno americano, llegando su presidente Franklin Pierce a utilizar un lenguaje poco comedido y a solicitar a través de su representante en Madrid, Mr. Soule, una reparación, que efectivamente presentó exigiendo la destitución de todas las autoridades superiores de la isla, al tiempo que en Estados Unidos se hacían preparativos de acopio de armas, reclutamiento de soldados y fomento de expediciones piráticas contra la navegación y el comercio de Cuba. El general Quesada por su parte adoptó las medidas adecuadas para hacer frente a esta situación, intensificando las misiones de vigilancia de los buques. A las negociaciones diplomáticas en Madrid siguió la conferencia de Ostende en la que se trató, por los ministros americanos en Madrid, Londres y París, no ya del asunto del Black- Warrior sino de la misma cesión de Cuba por un importe de 120 millones de pesos. El Gobierno español, con el aplauso general de las Cortes, declaró que enajenar la isla equivaldría a vender el honor nacional.

Ante esta reacción, el Gobierno americano desaprobó la conducta de Mr. Soule, que fue destituido, restableciéndose de nuevo las buenas relaciones entre los dos países. Durante su mando, el general Quesada luchó decididamente contra el tráfico de esclavos, destinando los buques más rápidos a la vigilancia de las costas más deshabitadas y ofreciendo recompensas a los aprehensores de traficantes. Al mismo tiempo, los buques mayores efectuaban cruceros por las costas de Venezuela, México y Estados Unidos para mostrar el pabellón y realizar misiones de vigilancia y protección del tráfico marítimo. Cumplido el período de su mando regresó a la Península el día 5 de julio de 1857, vía Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

En julio de 1858 fue nombrado consejero de Estado y, por Real Decreto del 18 de octubre de 1861, senador vitalicio. El 24 de julio ascendió a teniente general y en el año 1865 debido a su quebrantado estado de salud solicitó su jubilación y exención del servicio estableciendo su residencia en la villa de Chiclana, donde falleció en el año 1876.

El general Quesada fue hombre de claro talento, supo siempre dedicar algunas horas a la lectura y al estudio. Seguía con gran interés los adelantos que se producían en el extranjero y sus conocimientos generales daban gran peso a sus dictámenes en las distintas corporaciones de las que formó parte. De carácter reservado, enérgico y retraído, inflexible en materias de disciplina y más exigente y menos tolerante cuanto mayor era la categoría de sus subordinados, sostuvo muchas competencias con otras autoridades, persiguió abusos e irregularidades, que le granjearon no pocos enemigos, pero lo cierto es que alcanzó la razón en todas ellas fundadas en los derechos y prerrogativas del cuerpo y que, si hubo casos en los que mereció censura, no fue ésta por la esencia de las causas sino por la forma de sus comunicaciones oficiales que iban redactadas en un estilo sui generis. Grave, reservado, activo, fue el general Quesada un servidor leal y un distinguido hombre de mar. De pequeña estatura, mirada penetrante y de escrupulosa limpieza en el vestir.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Senado, Exps. personales, HIS-0361-03.

C. Fernández Duro, Documentación personal encontrada, presentada al Ministro de Marina, fecha 11 de febrero de 1876.

 

Ramón Peral Lezón

 

 

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