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Manuel Lora Tamayo

Biografía

Lora-Tamayo Martín, Manuel. Jerez de la Frontera (Cádiz), 21.I.1904 – Madrid, 22.VIII.2002. Ministro de Educación y Ciencia, químico y farmacéutico.

De orígenes modestos, su madre le inculcó sus devociones y profundo sentido religioso que le acompañaría toda la vida. Desde muy pronto, mostró su inclinación por las ciencias. Tuvo un excelente profesor de Física en el Instituto de Enseñanza Media de Jerez, que más tarde instruiría a Severo Ochoa. A esta clara vocación, le acompañó la precocidad pues, trasladada la familia a Madrid en 1918, obtendría el título de bachiller al año siguiente, con quince años, en el Instituto Cardenal Cisneros. A esa edad, emprendería en la Universidad Central la carrera de Químicas, que compaginó con la de Farmacia, cursada por libre. A los veinte años, en 1924, era ya licenciado en la primera y la licenciatura de Farmacia la obtendría poco después. Nada de particular tuvo que, con estos resultados, se doctorara en Química en 1930, con veintiséis años, y tres años después en Farmacia. La Junta para Ampliación de Estudios lo becó para una estancia en la Universidad de Estrasburgo (1932), y el año de su doctorado en Farmacia fue también en el que obtuvo por oposición una cátedra de Química orgánica en la Facultad de Medicina de Cádiz, adscrita a la Universidad de Sevilla, donde pasó a enseñar al año siguiente. También en 1934 conoció el éxito la publicación de su libro Química para médicos, pero fue asimismo el momento aciago en que un grave accidente de automóvil le costó la pierna derecha; dos años antes, pues, de iniciarse la Guerra Civil. A poco de terminada ésta, en 1942, llegó como catedrático a la Universidad Central, pero ya en Sevilla había promovido la apertura de una Sección del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –creado en 1939– y había dirigido varias tesis doctorales. El resto de su vida activa y más allá de la jubilación lo dedicó a una intensa labor docente e investigadora, centrada en la doble vinculación de la Química a los campos de la Medicina y la Farmacia. Dicha labor culminó con la creación del Centro Nacional de Química Orgánica, dentro del CSIC, en 1967. Fue también vocal de la Junta para la Energía Nuclear y presidió la recién creada Comisión Asesora Científica y Técnica, precedente de toda la política de evaluación de la investigación en las universidades españolas. En 1944 ingresó en la Real Academia Nacional de Farmacia, que lo distinguió con la Medalla Carracido en 1979.

Lora-Tamayo Martín fue ministro de Educación y Ciencia, cambio de denominación significativa de sus propósitos, entre 1962 y 1968. Formó parte del ejecutivo que Franco renovó apenas un mes tras el denominado “contubernio de Múnich”, que había tenido lugar a primeros de junio de 1962. La tendencia a desideologizar la educación y centrarse en su extensión y profesionalización, ya perceptible incluso en la etapa de Ibáñez Martín, se fortaleció con el sucesor de éste, Ruiz Jiménez, quien impulsó una suavización de los esquemas del nacionalcatolicismo. La apertura de la etapa de Ruiz Jiménez estuvo limitada por los efectos del Concordato con la Santa Sede de 1953 que, a cambio del reconocimiento internacional que otorgaba al régimen de Franco, sancionaba la tutela que sobre todos los escalones del sistema educativo ejercía la Iglesia católica en términos de control de la ortodoxia religiosa, mientras el Estado se limitaba a la inspección técnica, junto con la formación política en la ideología del Movimiento y la actividad deportiva en los centros. Pero lo esencial de las dos etapas anteriores al ministerio de Lora Tamayo fue la conversión del bachillerato en el eje del sistema educativo y su desdoblamiento en elemental y superior (Ley sobre enseñanzas medias de 1953). Dos años después, la ley de 1955 sobre la Formación Profesional impulsó la vinculación de ésta con la industria nacional y sus empresas. El sucesor en la cartera de Ruiz Jiménez, Jesús Rubio García-Mina, congeló cualquier veleidad aperturista, pero trató de paliar algunas de las limitaciones e insuficiencias de su predecesor. Una nueva normativa sobre la Formación Profesional diferenció ésta entre la impartida por las Escuelas Técnicas Superiores y las de grado medio. Igualmente trató de satisfacer con mayor determinación la demanda de construcciones escolares. De esta forma, cuando Lora-Tamayo llegó al Ministerio en julio de 1962, su labor estuvo marcada por la prioridad de la generalización y dotación de medios de la enseñanza primaria, que él hizo obligatoria y gratuita hasta los catorce años, mediante una normativa de 1964; asimismo, estableció una serie de “pasarelas” que permitían el paso del bachillerato elemental a la Formación Profesional de grado medio o al bachillerato superior. Éste, por otra parte, vino a exigirse para cursar la carrera de Magisterio (1965). Su propia experiencia docente e investigadora, así como la labor de su predecesor, le llevaron a multiplicar el número y la difusión por el territorio nacional de secciones de institutos situados en las capitales de provincia y lo mismo con facultades y escuelas dependientes de diferentes centros académicos. Procuró integrar al máximo las escuelas técnicas superiores en el conjunto universitario. La creación de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica dio forma organizativa a ese propósito, que incluía la actividad del CSIC, al que el ministro venía vinculado desde el comienzo de su carrera profesional. Ante la creciente dificultad de la promoción del profesorado universitario, creó la figura del agregado, al tiempo que introdujo en las facultades la figura del Departamento, llamado a limitar el poder de los catedráticos y decanos, así como a conjugar investigación y docencia en la dedicación de los profesores. Sin embargo, se consideraron muy insuficientes los esfuerzos en materia de construcciones escolares, algo que vendría paliado por las previsiones del I Plan de Desarrollo que entró en vigor el 1 de enero de 1964.

Toda esta labor de gestión expansiva del sistema educativo venía exigido por un crecimiento económico de más del 7% anual a lo largo de los años sesenta y comienzos de la década siguiente. El número de estudiantes de la enseñanza primaria, que Lora-Tamayo había declarado obligatoria y gratuita hasta los catorce años, pasó durante su ministerio de más de medio millón de estudiantes a un millón doscientos mil; y el de estudiantes universitarios en ese mismo período, de ochenta mil a más de ciento setenta mil alumnos. Pero este intensísimo crecimiento mostró también otra cara: la señalada de la agitación y represión en las universidades de Madrid y Barcelona, principalmente. No se trataba de sectores mayoritarios del estudiantado, pero sí muy activos y cuyas acciones se veían acentuadas por la inhibición de la mayoría. Ya al año siguiente de los sucesos de febrero de 1956, se creó el Frente de Liberación Popular (FLP); el comienzo del ministerio de Lora-Tamayo coincidió con huelgas en Asturias y la creación de las Comisiones Obreras (CCOO) y, en 1963 apareció la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), confluencia de integrantes del FLP, socialistas y comunistas. Ese año fue detenido, procesado y ejecutado Julián Grimau, dirigente del Partido Comunista Español (PCE) y se creó el Tribunal de Orden Público (TOP); en 1964 apareció la Unión de Estudiantes Demócratas, moderada y por ello distante, pero dispuesta a colaborar con la FUDE. Todo lo cual culminó al año siguiente con las dos asambleas reunidas en el vestíbulo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, los días 23 y 24 de febrero de 1965. En esta ocasión quedó liquidado definitivamente el sindicato falangista obligatorio de los estudiantes universitarios, que era el objetivo inmediato de la protesta como en 1956. Pero, en realidad, era la abolición de las instituciones de la denominada democracia orgánica con las que el régimen trataba de legitimarse, así como la propia dictadura el objetivo inmediato de los estudiantes.

De aquellas dos asambleas, en la que tuvieron un comportamiento destacado varios catedráticos –López Aranguren y García Calvo–, en primer término, el control político fue de los militantes de la FUDE. La primera asamblea la disolvió la policía, y a la segunda del día siguiente se sumaron los también catedráticos Montero Díaz y Aguilar Navarro. Ésta concluyó con una manifestación hacia el rectorado, encabezada por los citados García Calvo, López Aranguren y Aguilar Navarro. La marcha fue interrumpida y los catedráticos detenidos y puestos en libertad al poco tiempo. De hecho, el día 25 hubo una nueva asamblea de reafirmación y solidaridad con los detenidos que estaban presentes. Procedente de Salamanca, donde tenía su cátedra, asistió también Tierno Galván. En los siguientes 26 y 27, García Calvo leyó una carta de apoyo a la movilización estudiantil de Gil Robles durante una asamblea en la Facultad de Medicina, y en la junta de la Facultad de Derecho algunos catedráticos como Sánchez Agesta, García de Enterría, Garrigues y García Gallo, apoyaron la petición de Ruiz Jiménez para que se permitieran organizaciones estudiantiles plurales y libres. Fueron acontecimientos de gran significación, pero no supusieron un levantamiento de la universidad contra la dictadura ni remotamente comparable a la de los sucesos húngaros de 1956, como tampoco lo fueron los de ese año en España. La respuesta del gobierno llegó en verano. En órdenes ministeriales firmadas por Lora-Tamayo, con fecha de 19 de agosto y dirigidas al Director General de Enseñanza Universitaria, el ministro detallaba los acontecimientos y la conducta de los detenidos y especificaba los acuerdos adoptados por del Consejo de Ministros después de analizarlos. López Aranguren, García Calvo y Tierno Galván quedaron privados de sus cátedras, mientras que Aguilar Navarro y Montero Díaz venían suspendidos por dos años. El catedrático, filólogo y latinista (y antiguo falangista y colaborador estrecho de Serrano Suñer), Antonio Tovar dimitió de su cátedra en solidaridad con los represaliados, y lo mismo hizo el catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona, José María Valverde. En octubre, el rector de esta universidad, Alfonso García Valdecasas rechazó firmar la renovación de contrato al profesor Manuel Sacristán, que también había pasado de las filas del Frente de Juventudes a convertirse en un especialista de la teoría marxista objeto de veneración en las filas intelectuales de la izquierda. Así pues, la gestión tecnocrática de la educación y, en particular la de la universidad, no había sustituido a la anterior, marcada por la radicalidad doctrinal nacional católica y falangista, por más que compitieran entre sí, sino que se había superpuesto a lo que ya era en todo caso una oquedad ideológica. Podía, no obstante, repetirse la melancólica evocación de aquel clima universitario de los años cuarenta llevada a cabo en sus memorias por quien fuera rector de la Universidad Complutense con el ministro Ruiz Jiménez. Entonces, señala Pedro Laín, no había cátedra posible sin el certificado de adhesión al régimen, de modo que varios de los mejores talentos, bien liberales de etapas anteriores a la Guerra civil, bien llegados a la tolerancia liberal desde las filas de la dictadura fueron marginados en beneficio de otros menos cualificados, pero políticamente leales. En 1965, la disidencia seguía siendo castigada y expulsada de la función pública; si bien la conflictividad política en la universidad y las escuelas técnicas superiores resultaba, con mucho, específica de las facultades jurídicas, ciencias sociales y las humanidades, y prácticamente nula en las áreas científicas y técnicas.

Lora-Tamayo aún vería la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes en Barcelona (“la capuchinada” por el convento donde tuvo lugar el acto de 1966) y en Madrid al año siguiente. Más grata, aunque difícil, le resultaría en 1967, la muy enrevesada y laboriosa salida a la luz de dos manuscritos ilustrados por Leonardo da Vinci encontrados en la Biblioteca Nacional de Madrid. Por otra parte, fue uno de los cinco ministros del gobierno que acudió al aeropuerto de Barajas para recibir a la Reina Victoria Eugenia que volvía a España, tras un exilio de treinta y siete años, para amadrinar a su biznieto don Felipe de Borbón y Grecia. Fue el 7 de febrero de 1968. Apenas dos meses después cesó, en su puesto. Fue tras una severa amonestación de su colega de Gobernación, general Alonso Vega, en pleno consejo de ministros, por su incapacidad para enfrentarse a la subversión en la universidad. Ocupó su puesto Villar Palasí. Pudo entonces retomar la dedicación a su actividad científica que ya no abandonaría. Incluso antes de concluir el ministerio, fue presidente efectivo del CSIC entre 1967 y 1971. Entre 1970 y 1982, hasta los setenta y ocho años por tanto, presidió la Real Academias de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y, entre 1972 y 1978, esa condición lo llevó al frente del Instituto de España. Este último puesto lo mantuvo en la política, sin embargo, pues lo convertía en procurador nato de las Cortes orgánicas y también en miembro del Consejo del Reino. A él le correspondió presidir la larga y decisiva reunión del 1 de diciembre de 1975, tras la cual Torcuato Fernández Miranda fue propuesto al Rey don Juan Carlos presidente de las Cortes. Un paso decisivo para el comienzo de la transición.

Como científico, Lora Tamayo tuvo un amplio reconocimiento y prestigio nacional e internacional. Al margen de su adhesión al régimen de Franco y también desde posiciones políticas opuestas, era reconocido como un científico de primera fila por todos sus colegas, que le agradecían su continuo esfuerzo por dotarla y desarrollarla. Los honores que recibió fueron muchos. Y así, entre otros, la Facultad de Farmacia de la Complutense madrileña le propuso como doctor honoris causa a la Universidad de París y esa distinción le fue otorgada por ésta en 1961. Las academias de ciencias de Paris y Heidelberg, las de Italia y los Países Bajos, así como la Pontificia de Ciencias de Roma lo acogieron entre sus miembros. La Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid le premió con la preciada Medalla Echegaray que, en 1998, ya con noventa y cuatro años, le impuso el Rey. En su vida privada no fue menos activo. Tuvo once hijos de dos matrimonios. Murió casi centenario, con noventa y ocho años, en Madrid, el 22 de agosto de 2002.

Obras de ~: Aplicaciones analíticas de la condensación de Diels: Examen crítico (discurso de ingreso), Madrid, Real Academia de Farmacia, 1944; Un nuevo aspecto en la interpretación electrónica de las reacciones orgánicas: la hiperconjugación (discurso de ingreso), Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1947; Educación científica  (1955); La investigación química española, Madrid, Editorial Alhambra, 1981; Lo que yo he conocido. Recuerdos de un viejo catedrático que fue ministro, Puerto Real (Cádiz), Federico Joly y Cía. e Ingrasa Artes Gráficas, 1993.

Fuentes y bibl.:Boletín Oficial del Estado, n.º 200, de 21 de agosto de 1965.

M. de Puelles Benítez, Educación e ideología en la España contemporánea, Madrid, Labor, 1980; P. Laín Entralgo, Descargo de conciencia (1930-1960), Madrid, Alianza, 1989; Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, La educación en la España del siglo XX. Primer centenario de la creación del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2001; J. R. Capella, La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Trotta, Madrid, 2005; L. Suárez, Franco, Barcelona, Ariel, 2005; J. L. Rubio Mayoral, Modelos docentes para el nuevo régimen. Estudio normativo desde la política de la Universidad española (1943-1970), Sevilla, Secretariado de publicaciones Universidad de Sevilla. 2012-2013 (Cuestiones Pedagógicas, 22), págs. 203-230; J. Martín Abad, La inolvidable historia bibliotecaria de los manuscritos vincianos, en www.bne.es/es/Micrositios/Exposiciones/Leonardo/resources/img/CapII.pdf.

Luis Arranz Notario

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