Spínola, Felipe. Marqués de los Balbases (II). Génova (Italia), 1594 – Madrid, 8.VIII.1659. Consejero de Estado y presidente del Consejo de Flandes.
Hijo del gran Ambrosio Spínola, I duque de Sesto y I marqués de los Balbases y de Venafro, fue figura clave en la recuperación de la posición española en los Países Bajos durante el gobierno de los archiduques y exponente principal de la integración lograda por las grandes familias de la nobleza vieja genovesa en el entramado de poder de la Monarquía Hispánica, Felipe Spínola logrará consolidar la posición de la casa en el seno de la alta aristocracia castellana. En efecto, familias como los Doria, los Centurión o los mismos Spínola, además de actuar como los principales asentistas de galeras y de ejercer un control indiscutible sobre el flujo internacional de capitales gracias a su extensa red de contactos, gozaban de un lustre aristocrático del que carecían otras comunidades de hombres de negocios lo que les permitió situarse en una posición inmejorable para acceder a los principales mecanismos del patronazgo regio.
Los servicios militares ofrecidos por Ambrosio Spínola, con victorias tan resonantes como la toma de Ostende en 1604 y la de Breda en 1625, le habían sido recompensados con la concesión de la Grandeza de España y con el gobierno del ducado de Milán pocos años antes de su muerte. De su matrimonio en 1592 con la genovesa Giovanetta Bassadonna Doria, de la que obtuvo una dote de nada menos que 500.000 escudos, nacerían seis hijos. Se abría, de este modo, un amplio abanico de posibilidades para la puesta en marcha de una cuidada estrategia de promoción social mediante el establecimiento de enlaces matrimoniales con la alta aristocracia castellana sin dejar por ello de mantener fuertes vínculos con el lugar de origen.
Mientras que su primogénito Felipe casará con Jerónima Doria, perteneciente a una de las familias de mayor ascendiente en la república, su hija Polissena contraerá matrimonio con Diego Mesía y Felípez de Guzmán, I marqués de Leganés y mano derecha del conde duque de Olivares, lo que facilitará de manera notable la promoción de su hermano en los principales cargos militares y burocráticos de la Monarquía.
La posición de los Spínola en la Corte dependía, en buena medida, del fortalecimiento de sus redes clientelares y de sus contactos en Génova, enclave estratégico de primer orden para la Corona en su calidad de puerto natural del estado de Milán y primer eslabón del Camino Español. No es de extrañar que durante el largo período de estancia de Ambrosio Spínola en los Países Bajos, su mujer permaneciese la mayor parte del tiempo en Génova donde se haría cargo de la formación de sus hijos y desde donde actuaría como el mejor enlace para canalizar los recursos necesarios para permitir el agotador esfuerzo financiero que entrañaba la dirección de los ejércitos reales en Flandes.
Una vez convertido en II marqués de los Balbases al morir su padre tras fracasar en su deseo de tomar Casale en 1630, Felipe Spínola desarrollará una activa carrera militar en paralelo a la de su cuñado, el marqués de Leganés, junto al que combatirá en los Países Bajos o en ocasiones tan resonantes como la batalla de Nordlinger en 1634 y al que seguirá en Lombardía tras su nombramiento como gobernador del ducado de Milán al año siguiente. Miembro de pleno derecho de la facción dominante en la Corte, Felipe Spínola contaba asimismo con el sostén de su hermano Agustín que había seguido, por recomendación del padre, la carrera eclesiástica después de pasar un período de formación en el entorno de la reina Margarita de Austria. Una vez cursados estudios en Alcalá de Henares y en Salamanca, se convertiría en obispo de Tortosa en 1625, arzobispo de Granada dos años después, de Santiago de Compostela en 1630 para culminar su carrera como arzobispo de Sevilla en 1645.
Cargo este último que volverá a recaer en 1669 en otro miembro de la familia, su sobrino, e hijo del marqués de Leganés, Ambrosio Ignacio Spínola, que con anterioridad había servido en la Corte como menino del príncipe Baltasar Carlos y desde donde se había trasladado a Salamanca, en calidad de Rector de la Universidad, antes de alcanzar sucesivamente los arzobispados de Oviedo, Santiago y Sevilla.
Caballero de la Orden del Toisón de Oro y comendador mayor de Castilla de la Orden de Santiago, el marqués de los Balbases se pondrá al mando de los ejércitos reales en el ducado de Milán donde nacerá su hijo, Paolo Vicenzo Spínola Doria al que casará, en 1653, con Ana Colonna hija del Príncipe de Paliano.
Con la apertura del frente catalán en la guerra contra Francia en 1639 servirá en dicha frontera hasta marzo del año siguiente cuando se trasladará a Madrid. Ante la turbulenta situación del Principado, Olivares había constituido una Junta de Ejecución compuesta por el protonotario de Aragón, el marqués de Castrofuerte, José González y dos miembros del consejo de Guerra a la que se sumará el marqués de los Balbases. Como miembro de dicha junta, apostará por involucrar a los hidalgos portugueses en el control de la rebelión catalana a pesar de la situación de inestabilidad que hacía presagiar la ruptura de Lisboa con la Corona. El estallido del doble frente bélico en la Península y las dificultades de la Hacienda Real obligarán al Monarca a adoptar un orden de prioridades para lo que se constituyó una Junta Grande en la que el marqués de los Balbases se decantó, junto al conde de Oñate y el duque de Villahermosa, por concentrar los esfuerzos en la recuperación de Cataluña en contra de los deseos de Olivares de mantener un frente paralelo en Portugal.
Tras la caída del valido, Felipe Spínola perdió gran parte de la influencia que había alcanzado en los órganos militares y de gobierno de la Monarquía por lo que optó por retirarse a Italia. En 1645, el apoyo del marqués Sforza Fogliani hacia la causa del duque de Parma, aliado de Francia, fue castigado por la Corona con la pérdida de su feudo de Rossano, cerca de Tortona, situación que aprovechó el marqués de los Balbases para incorporar dicho territorio a los dominios feudales que tenía en la zona. La estratégica ubicación de Rossano entre la capital del ducado de Milán y la ciudad de Génova explica que, hasta 1655, alternase períodos de estancia en la república con largas temporadas en su casa de campo. A su residencia en Rossano acudirán a visitarlo de manera frecuente las principales autoridades del ducado de Milán, desde el gobernador, marqués de Caracena, al presidente Arese, en busca de consejo y sabedores de su amplia capacidad de mediación en Madrid. En efecto, desde el norte de Italia, siguió inmerso en los múltiples asuntos que preocupaban a una Monarquía necesitada de personas capaces de poner a su servicio su vasto entramado de relaciones en el ámbito local como la mejor manera para asegurar la estabilidad de los territorios periféricos. La salida de Antonio Ronquillo de la embajada de Génova en 1649 hizo que, a pesar de los graves problemas de cataratas y de los constantes ataques de gota, desde Madrid se requiriese su asesoramiento en todos aquellos asuntos relacionados con la república. Felipe Spínola, con la inestimable colaboración de su hijo Pablo, se prestó a asistir de manera activa al secretario de la embajada, Diego de Laura, en aquellos negocios en los que estuviesen involucradas las grandes casas financieras de la república además de coordinar el envío de tropas a Milán o el abastecimiento y el asiento de nuevas galeras. Desde Génova o Rossan, el marqués de los Balbases mantendrá una estrecha correspondencia con los principales ministros del Rey tanto en Italia como en el norte de Europa lo que le permitirá, a pesar de su alejamiento de Madrid, cumplir en parte con su función como miembro del Consejo de Estado. Gracias a su densa red de contactos y a sus excelentes relaciones con el nuevo valido, Luis de Haro, y con el conde de Peñaranda, principal coordinador de la acción exterior de la corona, Felipe Spínola se convertirá en uno de los más cualificados factores de honores en la Corte como pone de manifiesto el gran número de cartas en las que se solicitaba su recomendación para la obtención de cargos y prebendas.
La defensa de los intereses del monarca católico desató los inevitables resquemores en el gobierno de Génova que, a pesar de mantener su fidelidad a la alianza española, se veía sacudido por las tensiones derivadas del deseo del llamado partido repubblichista por lograr un mayor grado de autonomía con respecto a Madrid. El encumbramiento de aquellas familias, que como los Doria o los Spínola habían alcanzado el título de Grandes por los servicios prestados a la Corona, suscitó repetidas quejas por parte del resto del patriciado genovés al considerar que dichas diferencias en el seno de la aristocracia estaban en contra de lo estipulado en las leyes unitarias de 1528 y 1576. El duque de Tursi y el marqués de los Balbases se convirtieron en el punto de mira de todas las críticas de manera especial cuando los continuados altercados por el control del puerto de Finale desataron una espiral de hostilidades que culminó en 1654 con el embargo de los bienes de los genoveses en los dominios italianos de la corona. Medida que, paradójicamente, afectaba de manera contundente a Felipe Spínola pues, como indicaba con pesar el conde de Castrillo en las cartas remitidas al marqués de los Balbases desde su virreinato en Nápoles, resultaba imposible diferenciar los dominios y rentas de las familias afectas al régimen español con los de aquellos que le eran renuentes.
A mediados de 1655 Luis de Haro requirió de nuevo los servicios del marqués de los Balbases en la Corte para colaborar en las acciones de gobierno. El retorno del conde de Oñate a Madrid tras su exitosa labor al frente del reino de Nápoles obligaba al valido a servirse de un asesor en asuntos italianos y con los suficientes contactos y recursos como para contrarrestar el posible ascenso de una figura que, habida cuenta de su talante independiente, podría poner en cuestión su influencia en el ánimo del Rey. Felipe Spínola se integró de inmediato en las sesiones del Consejo de Estado y fue nombrado al poco tiempo Presidente del Consejo de Flandes como medida para consolidar su situación en la Corte. Como atestiguan los informes elaborados por los embajadores genoveses en Madrid, el marqués de los Balbases protagonizará gran parte de las negociaciones diplomáticas relacionadas con la última fase de conflicto con Francia y con la ofensiva militar en Portugal.
Tras la salida de Peñaranda de la Corte en 1657 será, junto a Medina de las Torres, el encargado de coordinar una junta de fraudes destinada a limitar los perjudiciales efectos que sobre las rentas reales se derivaban del masivo contrabando. Apostará asimismo por impulsar un mayor entendimiento con las Provincias Unidas como el mejor camino para afrontar con éxito la alianza ofensiva alcanzada entre Londres y París en 1657. La ausencia de Haro de Madrid, debido a su participación activa en el frente portugués y a la dirección de las conversaciones de paz con Francia desde finales de 1658, convirtieron a Felipe Spínola en el encargado de alcanzar un acuerdo con el residente holandés en la Corte, De Reede, por el que las Provincias Unidas se encargarían de bloquear las costas de Portugal a cambio de obtener los pertinentes permisos para extraer sal de la costa de Venezuela, lo que supondría una virtual ruptura del monopolio español sobre el comercio americano.
La reticencia final del Gobierno de La Haya por temor a provocar la animadversión franco-británica y el consenso logrado entre Haro y Mazarino en los Pirineos convirtieron el acuerdo en papel mojado.
La frenética actividad del marqués de los Balbases en la Corte no se limitaba a sus numerosas tareas de gobierno.
Felipe Spínola se convirtió en uno de los más refinados componentes del selecto grupo que, en torno a Luis de Haro, se dedicaba al coleccionismo de obras de arte en consonancia con los gustos del Monarca. Al igual que el marqués de Leganés, el conde de Altamira o, de manera especial, el hijo del valido, el marqués de Heliche, Balbases hizo de la pasión artística una pieza clave a la hora de expresar sus fidelidades políticas y una prueba elocuente del grado de refinamiento aristocrático alcanzado por la elite procedente de la pequeña república mercantil. Felipe Spínola constituía una de las más palpables expresiones de la integración de dichas familias en el seno de la alta nobleza castellana o napolitana. Las múltiples mercedes arrancadas a la corona por sus servicios financieros y militares sumadas a una acertada política matrimonial se tradujeron en un proceso de influencia mutua entre las elites locales y las nuevas familias procedentes de Génova. A pesar de abandonar en parte su función de elite internacional de negocios, no dejarán de interesarse por los asuntos financieros y mercantiles y serán capaces de introducir nuevas y más eficientes formas de administrar y gestionar los recursos, lo que permitirá dotar de renovadas fuerzas al estamento nobiliario. Además, la dilatada red de sus dominios señoriales en Castilla, Nápoles y Milán y el mantenimiento de sus lazos con la madre patria convertirán al marqués de los Balbases en uno de los más insignes canalizadores de un modelo cultural híbrido de marcado talante internacional en el que, al igual que ocurría en Génova, se mezclaban las influencias procedentes de Italia, Flandes o España.
El coleccionismo de obras de arte y la acumulación de objetos suntuarios le permitieron reforzar sus lazos personales en la Corte. En el testamento realizado en Tortona por el marqués de los Balbases antes de abandonar Italia en 1655 legaba a Luis de Haro un San Sebastián de Rubens y al conde de Peñaranda una pintura de San Jerónimo de Durero. Las mandas testamentarias ponían igualmente de manifiesto el apego del marqués con su lugar de origen. Aunque su herencia pasó en su integridad a su único hijo varón, Paolo Vincenzo Spínola Doria, puesto que su hija Giovanna permanecía recluida en un convento en Milán, el marqués de los Balbases se preocupó por dejar en una situación confortable a su mujer que había optado por mantener su residencia en Génova.
Además de devolverle parte de los fondos que le había anticipado de su patrimonio y de recomendar a su hijo que repartiese con ella las elevadas deudas que la corona mantenía aún con Ambrosio Spínola, destinó una partida de su herencia a la fundación de un convento de monjas carmelitas descalzas de Santa Teresa en el lugar de Génova que su mujer prefiriese. Del mismo modo, su heredero debería proceder a entregar una joya a sus hermanas, las marquesas de Leganés y Almazán, así como a su sobrino Ambrogio.
Felipe Spínola fallecía en Madrid en su casa de la calle Ancha de San Bernardo el 8 de agosto de 1659 a la edad de sesenta y tres años. Como quedaba estipulado en su testamento, fue conducido “en secreto y sin pompa” a la villa de Villarejo de Salvanés de su encomienda mayor y depositado en la iglesia parroquial.
Para el reposo de su alma quedaban pagadas dos mil misas de las que quinientas deberían realizarse en el emblemático convento de Nuestra Señora de Atocha.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Contaduría de Mercedes, leg. 1000; leg. 1007; Estado, leg. 2092 (2); leg. 3604; leg. 3605; leg. 3606; leg. 3608; Embajada de España en La Haya, Estado, leg. 8477; leg. 8710; Archivio di Stato di Napoli, Segreterie dei Vicerè, leg. 181; leg. 201; Archivio di Stato di Genova, Archivio Segreto, leg. 2447; leg. 2450; Archivo de los Duques de Alburquerque, Mss, Balbases, 91, leg. 1; Biblioteca Nacional de España, Mss. 9926.
J. Salazar y Castro, Advertencias históricas sobre las obras de algunos doctos escritores modernos, Madrid, Matheo de Llanos y Guzmán, 1688, pág. 237; A. Rodríguez Villa, Ambrosio Spinola, primer marqués de los Balbases. Ensayo biográfico, Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1904; V. Brants, “Ambroise Spinola (1569-1630), généralissime des armes de Flandres”, en Revue Générale Belge, 1 (1915), págs. 172-202; J. Lefèvre, Spinola et la Belgique (1601- 1627), Bruxelles, La Rennaissance du livre, 1947; J. H. Elliott, El conde duque de Olivares, Barcelona, Mitos Bolsillo, Grijalbo Mondadori, 1990 (1.ª ed. en ingl. de 1986) ; M. Herrero Sánchez, “La explotación de las salinas de Punta de Araya. Un factor conflictivo en el proceso de acercamiento hispano-neerlandés (1648- 1677)” en Cuadernos de Historia Moderna, 14 (1993), págs. 179- 200; G. Signorotto, “Il marchese di Caracena al governo di Milano (1648-1656)”, en G. Signorotto (coord.), L’Italia degli Austrias. Monarchi católica e domini italiani nei secoli xvi e xvii, n.º monogr. de Cheiron, IX (1993), págs. 135-181; A. Malcolm, Don Luis de Haro and the Political Elite of the Spanish Monarchy in the Mid-Seventeenth Century, tesis doctoral, Oxford, Universidad de Oxford, 1999 (inéd.); M. Herrero Sánchez, “Génova y el sistema imperial hispánico”, en A. Álvarez-Ossorio Alvariño y B. García García, (eds.), La Monarquía de las naciones. Patria, Nación y Naturaleza en la Monarquía de España, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2004, págs. 528-562; J. Alcalá-Zamora y Queipo de Llano (coord.), Felipe IV: el hombre y el reinado, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2005.
Manuel Herrero Sánchez