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Manuel María de Arjona y Cubas

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Biografía

Arjona y Cubas, Manuel María de. Osuna (Sevilla), 12.VI.1771 – Madrid, 25.VII.1820. Sacerdote, poeta, fundador de academias literarias.

Manuel María de Arjona y Cubas fue el mayor de los dos únicos hijos nacidos de una familia acomodada en la capital de los dominios del poderoso duque de Osuna, a la sazón, Pedro Alcántara Téllez de Girón, noveno de dicho título, el 12 de junio de 1771. Su padre, Zoilo Alfonso María Bartolomé de Arjona, nacido en Olvera (Cádiz), fue Regidor de Osuna durante mucho tiempo y lo era aún cuando su hijo ingresa en el Colegio de Santa María de Jesús de Sevilla. Su madre, Andrea de Cubas y Verdugo, era natural de La Campana (Sevilla).

En la Universidad de Osuna estudia Arjona hasta conseguir los títulos de licenciado y maestro en Filosofía, en 1784, doctor en ambos derechos, canónico y civil, el año 1792 y el primer curso de Lugares Teológicos. Allí dio las primeras muestras de inquietud e impulso renovador con la creación de la Academia del Silé (1789-1791), de andadura paralela a la Academia Horaciana, que ya había fundado en Sevilla (1788-1791). El objetivo de ambas fue llenar el vacío que en la formación literaria ofrecían las universidades de Osuna y Sevilla, para la consecución de un corpus teórico-literario, depuración del buen gusto y sensibilidad, necesarios para el cultivo de las bellas letras.

De Osuna pasa a una Sevilla en total decadencia de su primitivo esplendor y medieval en sus estructuras sociales. Su nuevo destino fue el prestigioso Colegio de Santa María de Jesús, separado ya de la institución que le aportaba su razón de existir, la Universidad, como colegial canonista (1790). De aquí ascenderá, mediante oposición, a doctoral de la Capilla Real sevillana (1796), previa consecución de la pertinente orden presbiteral (1795), y poco después, a canónigo penitenciario de la Catedral de Córdoba (1801).

Su estancia en Sevilla supuso la más inquieta e intensa etapa de su vida. Su profundo conocimiento de la literatura y de las principales corrientes europeas de pensamiento, hecho extensivo más tarde al grupo iniciador de la más fructífera de las tentativas literarias sevillanas del siglo XVIII, la Academia de Letras Humanas de Blanco, Lista, Reinoso, Mármol […], lo perfilan como un gran hijo de la Ilustración, creyente en el diálogo y el razonamiento, en el progreso mediante las reformas, en la cultura y el estudio, como únicas vías para sacar el país de la miseria económica, de la superstición y del fanatismo religioso, en los que, creía, estaba sumido.

Para alcanzar una formación así, hubo de saltar las barreras que imponía la anacrónica Inquisición, salir del reducido círculo de la cultura oficial, teorizante y obsoleta, y respirar el nuevo aire, aunque prohibido, que traían los libros franceses, que, paradójicamente, tuvieron la máxima difusión en la época que más se les persiguió. La admiración por aquel pueblo que hacía posible la libertad de pensamiento y de expresión, fue inmediata. Arjona, como todos los ilustrados, se entusiasmó con las nuevas formas de entender la vida y el hombre, con la tolerancia, raciocinio y libertad que predicaban aquellos libros.

El impulso vitalizador, la energía, empeño y fe, que ponía en cuantos proyectos participaba, lo evidencian estos hechos: las Academias Silé, Horaciana, Cánones e Historia Eclesiástica, de creación propia, fueron ocupadas por sus intervenciones, discursos y lecciones, y sus épocas de declive coinciden con la ausencia de su principal promotor; la Academia de Letras Humanas y la Real Sociedad Económica superan sus crisis con su ingreso.

Todo este entusiasmo juvenil y emprendedor sufrió un duro golpe tras el desengaño sufrido en el viaje que, en compañía del arzobispo de Sevilla, Antonio Despuig Dameto, hizo a Roma en 1797. Las experiencias allí vividas, el mundano y frívolo espectáculo que debía ofrecer la sede papal, el ejemplo del arzobispo, en quien había creído ver un benefactor altruista y desinteresado y, sobre todo, la actuación del ejército de aquel admirado pueblo, hijo de la revolución y de la Enciclopedia, avasallando con la fuerza de las armas a un pueblo libre, devastando campos y ciudades, sembrando muerte y desolación por doquier, minaron profundamente su filantropía y optimismo.

De regreso en Sevilla, piensa un poco más en su futuro y en conseguir una posición sólida, por lo que opta por una suculenta canonjía, la Penitenciaria de la Mezquita-Catedral. Salvados los primeros inconvenientes que interpuso una de las cíclicas e inevitables epidemias de fiebre amarilla en Sevilla y Córdoba, ganó el concurso-oposición a la mencionada canonjía. Para su logro, partió de un extraordinario trampolín, de su condición de colegial de Santa María de Jesús, doctoral de la Capilla Real de Sevilla y de una contrastada preparación para la argumentación oral y pública, por su larga experiencia en tantas y variadas sesiones académicas.

Inició en Córdoba una nueva etapa de su vida, presidida por el cumplimiento de sus obligaciones capitulares, elaboración de cuantos especiosos informes se le solicitaron, atención diligente de todas las comisiones para las que se le requirió, hasta que, el 23 de octubre de 1810, llevó a cabo la fundación de la que sería su obra más fructífera y duradera, la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, nacida de la Real Sociedad Económica cordobesa, para atender, preferentemente, la literatura o bellas letras. Una primera y oscura estancia en Madrid (1806-1808) supone un paréntesis en esta rutinaria labor capitular. Junto a su amigo José María Blanco-White desarrolla una actividad, de la que sólo se conoce su asidua asistencia a tertulias, especialmente a la de Quintana, su aportación a la nueva experiencia pedagógica del Real Instituto Pestalozziano y su condición de testigo de excepción de la entrada de los arrogantes invasores franceses en la capital.

En su mente quedaron las amargas e inevitables reflexiones y dudas ante los acontecimientos y, lo más pronto que pudo, corrió a alinearse con la causa mayoritaria del pueblo español en Córdoba. Allí le sorprendió la ocupación del ejército de Dupont y sufre las consecuencias de la suicida resistencia de los cordobeses en Alcolea y del fallido atentado contra el general francés, durante los tres días de saqueo general llevado a cabo por las tropas invasoras.

La posterior batalla de Bailén, que libró a Córdoba del asedio y vengó los ultrajes sufridos, incitó a Arjona a componer una encendida oda a la victoria y al pundonor español en la batalla. El amplio conocimiento que de ella se tuvo, provocó que José I, en la segunda ocupación francesa de Córdoba (1810), le exigiera, en desagravio, otra oda que exaltara las bondades de su persona y gobierno. Tal composición, refundición de la que dedicó a Carlos IV con motivo de su venida a Andalucía, y su trabajo en varias comisiones que, por su conocimiento de la lengua francesa y su condición de jurista, desempeñó durante esta segunda ocupación, le atrajeron la antipatía popular, la envidia de unos, el odio de otros y el cartel de afrancesado por la historiografía posterior.

Tras los padecimientos de dos meses y medio en una prisión inmunda y de su valiente defensa en el Manifiesto de su conducta política a la nación española, vuelve, muy mermado de facultades, al desempeño de sus obligaciones eclesiásticas y académicas, que interrumpe para regresar nuevamente al Madrid necesario de los amigos y tertulias, de la oxigenación y el olvido del ambiente, casi irrespirable, del fanatismo, ignorancia y conformismo que se habían adueñado de Córdoba, al igual que de la mayoría de las capitales de provincia. Allí se acerca a la corte y es protagonista de actuaciones de diverso signo: expulsión temporal de Madrid, pronunciamiento de un sermón ante los Reyes con motivo del aniversario de las víctimas del 2 de mayo de 1808 y participación en la fuga del jefe masón, Juan Van Halem, de las cárceles de la Inquisición.

A pesar de las apariencias, no se puede afirmar que Arjona se hiciera partidario del absolutismo fernandino. Se Supone que su acercamiento a la corte fue propiciado más bien por las magníficas relaciones de su hermano con el monarca y no por un acomodo ideológico. El día 25 de julio de 1820, murió en casa de su hermano, el corregidor de la Villa y Corte José Manuel de Arjona y Cubas, este gran ilustrado, de carácter severo y reservado, irónico y burlón a veces, erudito, inteligente, y emprendedor infatigable de cuantas iniciativas tuvieran alguna repercusión positiva sobre los ciudadanos, especialmente las educativas y literarias. Fue enterrado en el hoy desaparecido Cementerio de Fuencarral de Madrid.

 

Obras de: Discurso académico sobre el estado actual del misterio de la Concepción de Nuestra Señora, 1795 (inéd.); Discurso académico sobre el estado actual del misterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, 1795 (inéd.); Plan para una historia filosófica de la poesía española, Sevilla, 1806; Estatutos de la Academia General de Ciencias, Córdoba, Imprenta, Librería y Litografía del Diario de Córdoba, 1810; Plan de estudios para el Seminario Conciliar de San Pelagio de Córdoba, 1813 (inéd.); Actas abreviadas de la Academia General de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, Córdoba, Imprenta Real, 1813; Manifiesto de su conducta política a la nación española, Córdoba, 1814; Noticia histórica de la Real Sociedad Patriótica de Córdoba, Córdoba, Imprenta Real, 1816; Alocución del Penitenciario de Córdoba a la Real Academia de la Historia para dar gracias de su recepción en calidad de académico, 1817 (inéd.); Censura literaria sobre la traducción de Horacio, hecha por D. Javier de Burgos, 1817 (inéd.); Sermón predicado el día 2 de Mayo de 1818 en San Isidro de Madrid, asistiendo el rey Fernando VII, 1818; Elogio en latín y castellano de la reina Doña Isabel de Braganza, Madrid, 1819; Necesidades de la España que deben remediarse en las próximas Cortes, Córdoba, 1820; Ejercicios de preparación para la hora de la muerte que se practica en la Iglesia de S. Cosme y S. Damián, Madrid, Aguado, 1827; Sobre el mérito de Virgilio y del Tasso, como poetas épicos, Córdoba, 1877; Oración probando la antigüedad y nobleza de la poesía (inéd.).

 

Bibl.: C. Lanuza, Elogios a la memoria del Dr. D. Manuel María de Arjona, Canónigo penitenciario de Córdoba, Córdoba, Imprenta Nacional, 1820; A. Lasso, Historia y juicio crítico de la Escuela poética sevillana en los siglos XVIII y XIX, págs. 135-151, Madrid, 1876; A. Alcalá, Memorias, Madrid, Imprenta Enrique Rubiños, 1886, págs. 78 y 123-125; F. Blanco García, La literatura española en el siglo XIX, vol. I, Madrid, 1909, págs. 23-37; J. Valera, Don Manuel María de Arjona, en Obras completas, vol. XXXII, Madrid, 1912, págs. 303-306; M. Méndez, Vida y obras de D. J. M.ª Blanco y Crespo (B. W.), 1920, págs. 555-556; R. Ramírez, Ensayo de un Catálogo biográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba, vol. II, págs. 68-83, Madrid, Tipografía de la Revista de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1922; D. Aguilera, “La personalidad del sabio fundador de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba y orígenes de ésta”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba (BRAC), vols. LVI y LVII (1946), págs. 149-172 y págs. 93-121, respect.; L. Cueto, Don Manuel María de Arjona. Poetas líricos del siglo XVIII, Madrid, Atlas, 1952 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vol. LXIII), págs. 499-550; A. Alcalá, De la escuela literaria formada en Sevilla á fines del siglo próximo pasado, en Crónica de Ambos Mundos, vol. I, Madrid, 1960; M. Menéndez, Historia de las ideas estéticas en España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1962, págs. 437-448; Biblioteca de traductores españoles, vol. I, Madrid, CSIC, 1963, págs. 200-214; V. LLorens, “Blanco-White en el Instituto Pestalozziano (1807-1808)”, en Homenaje a Antonio Rodríguez Moñino, Madrid, Castalia, 1966, págs. 349-365; J. Valverde, “En el segundo centenario del fundador de nuestra Academia”, en BRAC, vol. XCI (1971), págs. 1-4; F. Aguilar, “Blanco White y el Colegio de Santa María de Jesús”, en Archivo Hispalense (Sevilla), vol. LVIII, 179 (1975); S. Rubio, “Semblanza universitaria del Dr. Manuel María de Arjona”, en BRAC, año XLIV, 95 (1975); A. Braojos, D. José Manuel de Arjona. Asistente de Sevilla. 1825-1833, Sevilla, Ayuntamiento, 1976; J. Blanco-White, Cartas de España, ed., est. prelim. y notas de A. Garnica, Madrid, Alianza Editorial, 1977, págs. 110-112; F. Aguilar, “La Academia de Letras Humanas (1790-1801). Manuscritos conservados”, en Cuadernos bibliográficos (Madrid), vol. XXXVIII (1979); F. Aguilar, Bibliografía de autores del siglo XVIII, vol. I, Madrid, CSIC, 1983, págs. 382-387; J. Hazañas, Noticia de las academias literarias, artísticas y científicas de los siglos XVII y XVIII, Sevilla, 1888, págs. 45-69; J. Naveros, El fundador de la Real Academia de Córdoba, D. Manuel María de Arjona y Cubas (1771-1820), Córdoba, Diputación Provincial, 1991.

 

Juan Naveros Sánchez

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