Sarriá Lezama, Vicente. San Esteban de Echevarri (Vizcaya), 27.X.1767 – Misión de Soledad, California (Estados Unidos), 24.V.1835. Franciscano (OFM), presidente de la Misiones de California.
Nacido cerca de Bilbao, sus padres se llamaban Tomás Sarriá, natural de Larrabetzu, y María Antonia de Lezama, natural de Etxebarri. Tomó el hábito de San Francisco, en Bilbao, el 18 de noviembre de 1783. Estudió tres años de Filosofía y cuatro de Teología.
Una vez ordenado sacerdote, cuando contaba con veinticinco años, le nombraron predicador y confesor, algo poco usual ya que según las normas no se podía ser confesor hasta cumplir los treinta años. De 1794 a 1798 fue lector de Filosofía para seculares y maestro de estudiantes, y más tarde lector de Artes de religiosos (profesor titular de Lógica, Física y Metafísica).
Era de estatura mediana, ojos y pelo castaño oscuro y barbudo.
Siguiendo con la peculiaridad misionera de la orden, y seguramente alentado por las noticias de la comunidad vasca de México, donde probablemente tenía parientes, embarcó en Cádiz destino a México el 29 de junio de 1804, a los treinta y seis años de edad, junto con fray José María Zalvidea, quien ejerció su labor junto con Sarriá en las Misiones de la Alta California.
La Biblioteca Bancroft de la Universidad de Berkeley (California) conserva los sermones que Sarriá había predicado antes de ir a México y que tuvo la buena ocurrencia de llevar consigo a las Américas (en total son 39 manuscritos: 33 en euskera y seis en castellano), constituyendo un tesoro del euskera antiguo, recientemente editados por Nagore Etxebarria y Ainara Apraiz. Uno de los valores de estos escritos consiste en que constituyen un ejemplo del euskera oriental, el hablado en las cercanías de Bilbao. Las hojas de algunos sermones están mezcladas, otras son versículos y otras no están escritas por la mano de Sarria.
Se incorporó al Colegio de San Fernando de México el 11 de septiembre, donde permaneció seis años, ocupado en los diversos ejercicios comunes que prescriben las bulas apostólicas para los colegios y en misiones de fieles, hasta que en 1809 fue destinado a California.
Llegaba a Monterrey a bordo de la Princesa el 9 de junio. Se le asignó la Misión de San Carlos, donde entró el 10 de septiembre. En California permaneció hasta su muerte. Sus servicios como misionero los realizó en la Misión de San Carlos de 1809 a 1829; y en la misión Soledad de 1819 a 1835. En realidad éstas eran sus casas de retiro, ya que pasó el mayor tiempo de su vida en viajes oficiales, en su calidad de comisario prefecto y presidente de las Misiones de California.
El 13 de julio de 1812 el padre Sarriá fue nombrado, por seis años, primer comisario prefecto de las Misiones de California, cargo que volvió a ocupar en 1824 hasta 1830. Entre los años 1823 y 1825 fue también presidente.
Sarriá se convertía en la cabeza suprema y en el delegado y representante del comisario general franciscano, y tenía el control de todos los asuntos concernientes al gobierno temporal o material. Como representante del comisario general de Indias, era una especie de visitador general, en los tiempos difíciles en que México accedía a la independencia política.
El nombramiento de Sarriá fue motivo de alegría para muchos de los religiosos, ya que era conocido por la habilidad con los misioneros, por la labor realizada en poco tiempo con los indígenas y por su celo, prudencia y virtudes, así como otras cualidades, que sólo Sarriá parecía poseer en abundancia.
Como persona, Sarriá fue excelente educador y predicador desde muy joven, primero en Bilbao y más tarde en Arantzazu; hombre de extraordinaria habilidad para toda clase de negocios y muy inteligente, con capacidad de tomar decisiones acertadas; erudito y estudioso infatigable y al mismo tiempo amable. De argumentos sólidos, de opiniones claras y serias, devoto de la pobreza, fue liberal en determinadas materias ordinarias, inteligente para los negocios y amado por todos los que le conocieron.
Como fraile, encarna el más puro franciscanismo.
Devoto de su creencia y de su orden, estricto en la observancia y obediente a la regla franciscana y consciente en el cumplimiento del deber, alababa el trabajo que estaban realizando los franciscanos, animaba a los frailes a que continuasen en la observancia de la Regla de San Francisco y perfeccionando el cristianismo, ya que observaba cierta relajación en la práctica de la observancia (confort en las ropas, comida y habitaciones). Pequeños lujos contrarios a la humildad y simplicidad franciscanas, que molestaban a Sarriá, pero quien, en ningún caso, desestimó la labor y penalidades que pasaban los misioneros. Lector empedernido, sugería a los religiosos que cultiven el gusto por la lectura. Bancroft lo consideraba como el más capacitado, el mejor y el más prominente de los fernandinos.
Su política indígena y su vida misionera estaban caracterizadas por una ardiente energía para la conversión de los indígenas. Intentó que las misiones permanecieran aisladas para preservarlas de toda influencia negativa que pudiera provenir del exterior (los soldados y los colonos mexicanos). Sarriá fue un decidido defensor de la reducción (ambicioso proyecto basado en una total evangelización e introducción de un modo de vida productivo), en la cual los misioneros, no sólo debían preocuparse de la labor evangelizadora, sino del sostenimiento material de los indios, considerado como un punto básico en su labor de conversión, ya que difícilmente podrían juntarse aquellas familias de tribus en las misiones y pueblos, y dejar la vida nómada, si no se les proporcionaban medios de vida. De aquí los esfuerzos de los misioneros por crear la agricultura, favorecer y cuidar la ganadería e importar las industrias de ellas derivadas y todas las artes útiles, siendo a un tiempo misioneros, agricultores y administradores de los intereses y de la economía de sus misiones.
Fue defensor de los derechos de los indígenas en el reparto de tierras y del uso de las lenguas indígenas: no compartía la idea de imponer el castellano y en sus numerosas pastorales y circulares defiende que la instrucción a los indígenas se haga en las dos lenguas.
Otra de las grandes preocupaciones de Sarriá fue el descenso de la población indígena y llegó a la conclusión de que la reducción era debido a las enfermedades venéreas importadas por los soldados de los presidios.
Sarriá mantuvo buena relación con el poder civil y militar, no exenta de dificultades. Los gobiernos de Arrillaga y el mondragonés Sola, a pesar de tener algunos desacuerdos ideológicos y políticos, fueron tranquilos y de relación de amistad con los frailes. Los años 1824 y 1825 fueron especialmente difíciles para el padre Sarriá, pues se vio envuelto en la revuelta india de los Chumash en la costa próxima a la misión de Santa Bárbara. La causa de la revuelta eran, según el misionero, las excesivas cargas impuestas a los indígenas en forma de servicios y ayudas en todo tipo de trabajos no remunerados impuestos por los militares. El asunto se agravó por la paliza proporcionada a un indígena en Santa Inés. Los indios de Santa Bárbara, después de una batalla con las tropas del presidio, huyeron por las montañas del valle de San Joaquín. Sarriá logró que regresaran y alentó al gobernador Argüello a concederles el perdón y a que tratase a los indígenas con paciencia y moderación, especialmente en orden al trabajo.
Pero la ruptura de las buenas relaciones en materia política entre el padre Sarriá y el gobernador español de México ocurrió cuando los independentistas nombraron gobernador, en 1825, al general José María Echeandía, mexicano de ascendencia vasca. Con la nueva forma de gobierno en México llegó la nueva constitución, promulgada el 4 de octubre de 1824.
Sarriá no la juró, pero dejó libertad a los religiosos y se negó a dar instrucciones al respecto. El 23 de abril de 1825 el padre Sarriá escribía una carta al presidente Durán y otra al gobernador Argüello explicando la negativa. Decía que la conciencia se lo prohibía. En junio de 1825, el presidente Guadalupe Victoria ordenó a Argüello el arresto de Sarriá y su deportación a México. Sin embargo, el arresto era puramente nominal y nunca fue exiliado, así que pudo continuar su trabajo como prefecto hasta 1830.
Las cosas se complicaron aún más cuando en junio de 1826 el gobernador Echeandía mandó a los comandantes de los presidios que los misioneros fuesen requeridos para que jurasen la constitución. Algunos frailes la juraron sin más, otros añadieron algún tipo de cláusula “en cuanto sea compatible con nuestro ministerio o religiosa profesión”. Fray Sarriá fue el único que no fue llamado a jurar la constitución. El 7 de agosto de 1826 Sarriá defendía su actitud en una larga circular. Fue considerado por algunos como un hombre peligroso. El mismo padre Sarriá se ofreció voluntariamente a dejar la península e ir a las Islas Sandwich para evitar problemas. Los gobernadores analizaron la propuesta de enviarle incondicionalmente fuera de la región. Sin embargo, finalmente decidieron no enviarle por miedo a que el resto de los misioneros siguieran el ejemplo del superior y abandonasen las misiones.
La llegada de los religiosos independentistas del colegio de Zacatecas fue una gran noticia para el gobernador Echeandía. Pensaba que sustituirían a los franciscanos de San Fernando, seguidores de Sarriá. Pero no tuvo la oportunidad de ordenar su embarque tal y como hubiese deseado. El 17 de febrero de 1828 Sarriá dejaba la misión de San Carlos y se dirigía a la pobre misión Soledad, donde permaneció hasta su muerte. Los últimos años de su vida (1828-1835) fueron tormentosos y de aislamiento. Cuando las misiones del norte fueron transferidas a los independentistas misioneros de Zacatecas (1833), Sarriá permaneció en Soledad, ya que no cambió de administrador, por lo que el misionero vasco fue el último fernandino en las misiones del Norte. En 1834 se decretó la secularización de las misiones. Fray Vicente Sarriá fallecía un año más tarde, el 24 de mayo de 1835 en la misión Soledad, a los sesenta y ocho años de edad. El que fue uno de los presidentes de las misiones de California murió sin recibir los últimos sacramentos en la misión ya que había sido obligado a vivir sólo en compañía de los indígenas. Fue trasladado a la misión de San Antonio y enterrado en su iglesia el 27 de mayo. Desde la muerte de Sarriá la misión Soledad quedó no sólo sin frailes sino totalmente abandonada. La muerte del franciscano vasco también estuvo sometida a la polémica, pues existen varias hipótesis (repentina, por hambre, por negligencia de los frailes independentistas de Zacatecas, etc.), la más creíble es la de Bancroft quien opinaba que, seguramente, el anciano fraile insistió en quedarse solo con sus indios y, agotadas sus fuerzas, se acortó su vida.
La secularización de las misiones de las Californias, gobernadas por religiosos dominicos y franciscanos, todos ellos de origen español, fue motivo de preocupación de los distintos gobiernos de la primera república mexicana. A pesar de la creencia generalizada de que fueron las leyes liberales las que hicieron desaparecer las misiones, Ruiz de Gordejuela opina que la causa de decadencia y desaparición de las misiones californianas fue el rechazo de los religiosos mexicanos a cubrir las vacantes dejadas por sus hermanos españoles, dado lo alejado e inhóspito de la región, lo cual parece concordar con la soledad en el murió Sarriá.
En resumen, fray Vicente de Sarriá, el último presidente de las Misiones de California, es una de las grandes figuras históricas que han pasado prácticamente desapercibidas ante el fulgor de otras personalidades, como fray Junípero Serra, y el estrépito mexicanista de la independencia política. Le tocó misionar en la primera mitad del siglo XIX, un siglo especialmente difícil en California. Podemos enumerar algunos de los problemas a los que tuvo que enfrentarse Sarriá, como la independencia de México, la proclamación de la república y la lealtad al Rey de España; la reducción del número de misioneros debido a la muerte, enfermedad o exclaustración; la ruina del Colegio de San Fernando de México y la protección del de Zacatecas por las nuevas autoridades; la suspensión de los estipendios procedentes del fondo pío de misiones; la secularización... A pesar de los difíciles momentos que le tocó pasar, el padre Sarriá nunca perdió ni el temple ni el coraje.
Sarriá aportó a la experiencia misionera una personalidad fascinante. Su carrera estuvo marcada por la controversia, pero fue un hombre que se enfrentó a los problemas de manera realista y humana. Con él se desvanecía el sueño de la utopía de las reducciones franciscanas en California.
Obras de ~: Sermón in the Ochandiano dialect; Special Collections (Confessionarios sermons, addresses, Phs. AASF), Santa Barbara Mission Archive, 1798; Sermón en Ochandiano (Biscayan) dialect, San Francisco Chancery Archive, 1798, n.º 2552, vol. 5; Correspondencia mantenida con De la Guerra entre los años 1816-1821, Santa Barbara Mision Archive, California; Sermones, Bancrooft Collection, Bancroft Library, Los Ángeles, Universidad de California-Berkeley, s. f., CC 54; Sobre el juramento de la Constitución mexicana, Taylor Collection, Chancery Archive San Francisco, n.º 1828, 1826 (inéd.); Operación Cesarea, Bancroft Collection, Bancroft Library, 1830 (inéd.); Cartas, Special Collections, Santa Barbara Mision Archive, California, s. f. (inéd.).
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Antonio Astorgano Abajo