Rodríguez Carracido, José. Santiago de Compostela (La Coruña), 21.V.1856 – Madrid, 3.I.1928. Químico, farmacéutico, profesor.
Nació en el seno de una familia humilde: su padre, Francisco Rodríguez Martínez, era barbero; su madre, Angustias Carracido Castro, se dedicaba a las tareas domésticas y a algunos trabajos ajenos para incrementar los ingresos de la modesta barbería instalada a las afueras de Santiago. Carracido siempre ponderó las virtudes de su madre, influyente en la inclinación del hijo hacia el estudio de las ciencias y alentadora de que, como todo buen santiagués, algún día fuera catedrático o canónigo.
Carracido manifestó de niño algunas deficiencias psicomotoras y un ostensible tartamudeo que fue corregido por el método de las piedrecitas en la boca, como se cuenta que sucedió con el famoso orador griego Demóstenes. Nada hacía pensar que aquel niño tartamudo llegaría a ser ameno profesor, orador incansable y asiduo contertulio. Pronto dio muestra de sus dotes; a los diecisiete años escribió y leyó en público el discurso La alegación del estudiante, con motivo de la inauguración de la Academia Escolar de Farmacia en su ciudad natal. Aquella academia, como las creadas en el resto de las Facultades, eran puntos de encuentro “en las que se discutía con solemnidad parlamentaria —escribe Carracido— cuestiones tachadas de peligrosidad por ser atentatorias a la integridad de los llamados sanos principios”. Ya dio muestras por entonces de sus inquietudes sociales, su fogosidad oratoria y la patriótica llamada al esfuerzo colectivo para mejorar el mundo escolar, académico e industrial, que mantendría a lo largo de su vida, y que acabarían caracterizándolo como un representante genuino de la generación del 98 en el ámbito de las ciencias experimentales.
En 1871 terminó el bachillerato, iniciado en 1866, y en 1874 se licenció en Farmacia con Premio Extraordinario, distinción que también había conseguido en la enseñanza secundaria. Su primer deseo fue seguir los estudios de Medicina, pero no pudo soportar las prácticas de disección, “no por la repugnacia física de las materias putrefactas, sino por la tristeza del espectáculo de la muerte”.
En sus años de formación conoció a destacados profesores como Antonio Casares Rodríguez, autor de un moderno Tratado de química general; Augusto González de Linares, catedrático de Historia Natural, discípulo de Giner de los Ríos, krausista como su maestro, a cuyas tertulias domésticas acudía Carracido y en las que tuvo oportunidad de conocer obras y doctrinas diversas, en particular de los filósofos de la naturaleza próximos al positivismo y a las corrientes evolucionistas, como Naquet, Haeckel, Ahrens, Schelling y otros propagandistas del ideal romántico de la ciencia que tan tempranamente contagió al boticario compostelano; trató, poco tiempo, al también krausista Laureano Calderón Arana, con quien mantuvo una relación duradera en Madrid, sucediéndole en 1898 en la Cátedra de Química Biológica en la Facultad de Farmacia madrileña, creada en 1886 gracias a las gestiones del catedrático de Instrumentos y Aparatos de Física de Aplicación a la Farmacia, Fausto Garagarza, profesor que fue de Carracido en Santiago, autor de Desarrollo del método experimental en las ciencias, por el que Carracido siempre mantuvo gran interés, para sí mismo y para sus alumnos y colegas universitarios, de los que reclamaba una orientación más práctica en las enseñanzas de las ciencias.
Aunque no se alineó con el krausismo, ni formó parte de la Institución Libre de Enseñanza, sí captó la trascendencia de aquella orientación filosófico-social de la educación y de la cultura, apoyándola cuando lo consideró oportuno y criticándola cuando lo consideró necesario; en cierta ocasión, llegó a responsabilizar a la influencia krausista sobre el gobierno de la Primera República de lo que él consideró “cierto abandono de la política educativa pública”, en favor del apoyo a los institucionistas. Sí se confiesa un adepto de las teorías de Herbert Spencer, de quien tuvo noticia por primera vez en el discurso La libertad y el progreso, inaugural de las cátedras del Ateneo de Madrid en 1874, pronunciado por Cánovas del Castillo, encontrado casualmente en una librería de Santiago. A raíz de aquel hallazgo adquiere Primeros principios, parte de la obra magna de Spencer, Sistema de filosofía sintética, lecturas que según reconoce Carracido tuvieron una influencia decisiva en su formación personal, social y científica. Como lo tuvo la obra de Echegaray a quien dedica con manifiesta admiración su primer libro, La nueva Química (1887), inspirado básicamente en las obras de Marcelin Berthelot: Chimie organique fondée sur la Synthése (1860) y Essai de Mecanique Chimique, fondée sur la Thermochimie (1879). Acaso la influencia más determinante en la obra de Carracido haya sido la teoría de la disociación electrolítica de Svante Arrhenius que el profesor compostelano aplicó novedosamente a los fenómenos bioquímicos, antes incluso de que los datos experimentales confirmaran las hipótesis del químico sueco. Partidarios de las entonces atrevidas teorías de Arrhenius, dadas a conocer en sus tesis doctoral (1884), fueron los creadores de la química física Ostwald y van’t Hoff con los que Carracido compartía que el único fundamento racional y científico de la Química se asentaba en “el supremo concepto de la Energía”, de ahí el calificativo de energetistas a quienes participaron de aquel principio, manteniendo durante varias décadas el rechazo al atomismo por considerar la hipótesis atómica una “ficción innecesaria” frente a quienes tenían los átomos como “representaciones arquitectónicas” —entidades materiales— de la realidad. El descubrimiento del electrón en los umbrales del siglo XX disipó todas las dudas sobre la estructura atómica de la materia.
La influencia de publicaciones de crítica religiosa, el estudio de las materias científicas del bachillerato y la asistencia a tertulias como las antedichas le condujeron a una crisis de fe que, en su opinión, “no eran arranques de libertinaje”, más bien era la respuesta al momento positivista que atravesaba, sin que, acaso contradictoriamente, dejara de asistir a misa, entendida como una tarea que había de cumplir. Entendió el cumplimiento del deber como obligación y responsabilidad de quienes tenían a su alcance las transformaciones sociales que la patria, tan aludida por científicos y otras gentes del 98, muy particularmente Cajal, con quien Carracido tuvo amistad y complicidad en la denuncia del lastimoso estado en que se encontraba la investigación científica en España.
Terminados los estudios de Farmacia y resueltas las dificultades económicas gracias a la ayuda de algunos clientes de la barbería paterna, Carracido llegó a Madrid el 13 de octubre de 1874 para realizar el doctorado. Fue recomendado por los profesores krausistas compostelanos para ser acogido por la Institución Libre de Enseñanza, pero su decisión de no integrarse plenamente en el institucionismo le llevó, a los pocos meses de estancia en la capital, a vivir solo y preparar oposiciones al cuerpo de Sanidad Militar, al tiempo que seguía las asignaturas de doctorado y algunas del primer curso en la Facultad de Ciencias, que pronto abandonó por la decepción producida por algunos profesores. Cita particularmente al de Complementos de Álgebra, “que toma la lección con el libro a la vista”, y al de Fluidos Imponderables, que así se llamaba la asignatura cuyo contenido era la Física Superior, “un comodón escéptico de extensa cultura que expresaba su regocijo los días en que no tenía auditorio”.
En 1875 se doctoró con una tesis sobre Teorías de la fermentación y aprobó, con el número uno, las oposiciones a farmacéutico de la Sanidad Militar, con destino en el Laboratorio Central de Medicamentos de Madrid que al no existir físicamente, a pesar de estar creado, obligó a Carracido a trasladarse en comisión de servicios a Tafalla para ejercer en los hospitales de Navarra. Allí estaba librándose una más de las guerras civiles del siglo XIX, entabló amistad con el guerrillero “Cojo de Cirauqui” que intercedió ante el Ministerio de la Guerra para que lo reintegrasen a su puesto de Madrid, como así sucedió, pero en 1880 recibió la orden de traslado al hospital militar del Peñón de la Gomera; en realidad, se trataba de un solapado destierro motivado por su talante liberal, mal visto entre algunos miembros del Ejército. Se negó al traslado y solicitó la licencia absoluta, pasando a la situación de ciudadano libre y civil, pero sin ingresos. Subsistía dando clases particulares, ejerciendo el periodismo, haciendo de escribano y trabajando en un laboratorio farmacéutico para producir sales de mercurio y extractos medicinales.
El 13 de agosto de 1881 tomó posesión de la Cátedra de Química Orgánica Aplicada en la Facultad de Farmacia de Madrid, tras las preceptivas oposiciones, que le abrieron un camino de triunfos y reconocimientos inimaginables para él y los suyos. Sus primeras impresiones docentes fueron halagüeñas, contando entre los alumnos a personas no matriculadas en los cursos académicos pero interesadas por la curiosidad que habían despertado en los distintos ambientes capitalinos las ideas bioquímicas de Carracido. La desilusión no le tardó en llegar, al no conseguir el material y las instalaciones del laboratorio mínimos para desarrollar las enseñanzas experimentales que propugnaba. Intentó salir al extranjero para ampliar estudios, pero el Ministerio de Fomento, de quien dependía la instrucción pública —hasta 1900 no se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes— se lo denegó. A partir de aquella injustificada negativa inició una campaña de denuncia del estado decadente de la Universidad española, como otros profesores, científicos, escritores, intelectuales y políticos hicieran en lo que ha venido considerándose el descontento por el “mal de España” culminado con las pérdidas coloniales de 1898. Utilizó cuantas tribunas tuvo a su alcance. Notoria fue su intervención en el Senado, en su condición de senador por la Universidad de Granada, en la sesión de 25 de noviembre de 1910, ante la negativa de Rodríguez San Pedro a la subida de sueldo de los catedráticos. Tras resaltar la importancia y trascendencia que para él y para “todo el mundo” tiene la Universidad, lamentaba “que cuando veo personas que pueden ejercer gran influjo, como el Sr. Rodríguez San Pedro, que trata de desviar corrientes de savia que puedan infundir vida a las Universidades; yo, señores, me exalto, y aun siendo tanto el respeto que me merece el Sr. Rodríguez San Pedro, pues no hay persona que me pueda merecer tan alta consideración, ante su criterio me sublevo, porque veo que se trata de malograr la causa y el germen de todo lo que significa la regeneración de nuestro país”.
En 1899, tras nueva oposición, pasó a desempeñar la Cátedra de Química Biológica e Historia Crítica de la Farmacia en la misma Facultad de Farmacia. Se mantuvo en esta Cátedra hasta su jubilación en mayo de 1926. Murió el 3 de enero de 1928. Su labor investigadora estuvo centrada en el análisis de aguas, la coagulación de la sangre, los ácidos biliares, los albuminoides, la alimentación nitrogenada, los reactivos químicos, el comportamiento químico de algunos fármacos y sueros medicinales, compaginando el trabajo en el laboratorio con la investigación histórica sobre la ciencia española. Algunos traducidos en Alemania, Francia, Portugal, Estados Unidos y otros países.
La producción científica y literaria de Carracido es extensa y variada; en el Diccionario biográfico de Roldán se recogen 185 títulos. Sus libros de texto tuvieron varias ediciones actualizadas por él mismo, y sus artículos, que no pueden recogerse aquí por ser tan numerosos, fueron publicados en las revistas más prestigiosas de su tiempo: Anales de la Sociedad Española de Física y Química, Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales, La Farmacia Española, La Farmacia Moderna, Agricultura Española, Revista de Sanidad Militar, Revista de Farmacia Militar, Anales de la Real Academia de Medicina, Boletín de Farmacia Militar, El Monitor de la Farmacia, El Restaurador Farmacéutico, Ibérica. Asiduo también en la prensa nacional y provinciana, sobre todo contribuyendo a la vulgarización de los conocimientos científicos, en El Liceo, El Imparcial, La Ilustración Española y Americana, La Pequeña Patria, La Ilustración Gallega y Asturiana, entre otros.
El cambio de cátedra y la permanencia en la de Química Biológica no es casual ni coyuntural. Entre los intereses científicos de Carracido prevalecieron los relacionados con los fenómenos vitales. De manera que su paso por la química orgánica era preparatorio para la que habría de ser su estancia definitiva: la química biológica, o bioquímica, de la que puede considerársele uno de los introductores de sus enseñanzas en España más combativo y significante. Otras razones para el cambio fueron que la nueva asignatura se impartía en días alternos y con una metodología más abierta, crítica y participativa que en los estudios de licenciatura y que por tratarse de estudios de doctorado el interés de los estudiantes estaba más definido. En cuanto a la búsqueda de dotación para instalaciones y material adecuado de laboratorio estuvo tan desafortunado como en ocasiones anteriores. Esta vez fue el conservador y ultramontano marqués de Pidal, ministro de Fomento a la sazón, quien denegó la petición; Carracido atribuyó la negativa a que las ideas político religiosas del marqués le predispusieran a estar remiso para subvencionar laboratorios donde la experimentación en estudios biológicos pudiera interpretarse como fomento de “la rebeldía de espíritu”.
Carracido fue decano de la Facultad de Farmacia de 1908 a 1917 y rector de la Universidad Central de 1916 a 1927, permaneciendo en el cargo, a petición del claustro, un año después de jubilarse. Durante su decanato reformó los estudios de Farmacia; creó una Cátedra de Análisis de Medicamentos Orgánicos, ganada por su discípulo y biógrafo, Obdulio Fernández; amplió el edificio situado en la calle Farmacia de Madrid para instalar el Instituto Toxicológico; y construyó dependencias anejas a las antiguas instalaciones para facilitar las enseñanzas prácticas. Fue distinguido como doctor honoris causa por las Universidades de Lisboa, Coimbra y Oporto; miembro del Real Consejo de Sanidad, del Consejo de Instrucción Pública; académico de las Reales Academias de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales que presidió en los últimos años de su vida, de la de Medicina y de la Real Academia Española a propuesta de Menéndez Pelayo, Echegaray y Menéndez Pidal, y miembro del Real Colegio de Farmacéuticos (luego —1930— Academia de Farmacia); Gran Cruz de Carlos III y de Alfonso XII, caballero de la Legión de Honor francesa, Medalla de Plata de la Fundación Ramsay de Londres; inspector farmacéutico honorario del Cuerpo de Sanidad Militar, presidente del Instituto de Material Científico y tantas otras distinciones que sería prolijo enumerar. Vicepresidente del Ateneo de Madrid, donde tuvo una activa participación como conferenciante, contertulio y profesor de la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo fundada en 1896 e inaugurada por Segismundo Moret, político liberal con una inclinación poco común hacia las ciencias físicas y exactas.
La contribución de Carracido a la creación de instituciones para potenciar el progreso científico en España fue esencial, en particular, en el impulso, sostenimiento y prestigio internacional de la Sociedad Española de Física y Química (1903), distinguida como Real en 1928 por Alfonso XIII; participó desde sus comienzos en la puesta en marcha de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907), la Junta de Pensiones presidida por Cajal desde los inicios hasta su muerte en 1934, de tan beneficiosa contribución al asentamiento de la investigación científica en España; y en la creación de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (1908) con el propósito de acercar la ciencia al pueblo. Todas ellas basadas en un principio común: “saber es poder”; y en el convencimiento heredado del ideal ilustrado de que “el poderío, la riqueza y el bienestar de los pueblos dependen principalmente de su cultura científica”.
Obras de ~: La nueva química. Introducción al estudio de la Química según el concepto mecánico, Madrid, Nicolás Moya, 1887; Estado actual de la enseñanza de las ciencias experimentales en España, discurso inaugural del curso 1887-1888 en la Universidad Central, Madrid, Tipografía de Gregorio Estrada, 1887; Tratado de la Química Orgánica, Madrid, Pedro Núñez, 1888; Concepto actual de elemento químico, discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Madrid, Imprenta Viuda e Hijos de Aguado, 1888; La muceta roja, Madrid, Fortanet, 1890; Los metalúrgicos españoles en América, Ateneo Científico y Literario de Madrid, Imprenta Ribadeneyra, 1892; Lucubraciones sociológicas y discursos universitarios, Madrid, Viuda de Minuesa de los Ríos, 1893; Jovellanos. Ensayo dramático-histórico, Madrid, Fortanet, 1893; La evolución en la Química, Madrid, Viuda de Hernando, 1894; Estudios histórico-críticos de la ciencia española, Madrid, Tipografía de Fortanet, 1897; El P. José de Acosta y su importancia en la literatura científica española, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1899; Tratado de Química Biológica, Madrid, Perlado Pérez y Cía., 1903; La complejidad farmacológica en la prescripción médica, Madrid, Nicolás Moya, 1903; Observaciones relativas al proceso químico de la queratinización, Madrid, L. Aguado, 1904; Estudio experimental de la producción de glicerina en la fermentación alcohólica, Madrid, Imprenta de la Gaceta de Madrid, 1904; La coagulación de la sangre, Imprenta de la Gaceta de Madrid, 1905; Etude chimique-physique et biologique de l’eau de la Fontaine de Gándara (Mondariz), Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1906; Farmacodinámica de los modificadores de la oxidación orgánica, discurso de recepción en la Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, Tipografía P. Apalategui, 1906; Estudio físico-químico y biológico de las aguas de Karlsbard, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1908; Valor de la literatura científica hispano-americana, discurso de recepción en la Real Academia Española, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos y Bibliotecas Municipales, 1908; Baños de Zújar (provincia de Granada). Análisis químico de sus aguas minero medicinales. Historia y situación, en col. con Benito Manigorre Cubero, Granada, Paulino Ventura Traveset, 1909; Un antecedente de la actual explicación del origen del aceite de fusel, Madrid, Imprenta Hijos de M. G. Hernández, 1910; Análisis químico de las aguas minero-medicinales de Marmolejo, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1911; El problema de la investigación científica en España, discurso inaugural del III Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias en Granada, Madrid, Imprenta Eduardo Arias, 1911; El estado coloide en la materia viva, Madrid, 1913; La micela en la Bioquímica, Madrid, Eduardo Arias, 1913; El estado actual de los problemas y métodos de la Química Biológica, Madrid, Imprenta Clásica Española, 1916; Les fundaments de la Biochimie, Milano, Tip. Lit. di Turati, 1917; Alimentación y trabajo, Escuela Normal de Maestros de Madrid, 1918; El Reactivo Químico, discurso inaugural del curso 1920 a 1921 de la Real Academia de Medicina, Madrid, Est. Tipográfico de los Hijos de Tello, 1921; Relaciones espirituales de España y Portugal, Madrid, Jiménez Molina, 1921; Cuestiones bioquímicas y farmacéuticas, Madrid, Imprenta Clásica Española, 1924; Transformaciones bioquímicas de las materias proteicas, Madrid, Sucesores de Nieto y Cía., 1926; El fósforo en la vida, Madrid, 1926; Misión social de farmacéutico, Madrid, Talleres Voluntad, 1927.
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Antonio Moreno González