Renard, Simón. Señor de Bermont. Vesoul (Francia), 1513 – Madrid, 1575. Embajador de Carlos V, artífice del matrimonio entre Felipe II y María Tudor.
Nacido en el Franco Condado, Simón Renard era un distinguido jurista formado en la Universidad de Dôle. Ejerció como lugarteniente general del bailiato de Amont y luego Nicolás Perrenot de Granvela, conocedor de sus habilidades, le hizo entrar en la administración española, asignándole plaza de relator en el Consejo de los Países Bajos. El 1 de febrero de 1549, desde Bruselas, el Emperador lo eligió para la embajada de Francia en sustitución de su coterráneo Jean de Saint-Mauris. Su escaso salario, el mismo que tantas quejas había suscitado en su antecesor, era de ocho ducados diarios. El 23 de abril de ese año, al llegar a la capital francesa, reclamó al secretario Juan Vázquez de Molina la paga de medio año para hacer frente a los gastos del viaje desde Bruselas a París. Sufrió, como todos los diplomáticos, grandes atrasos en su sueldo, quejándose varias veces de la carestía y de los gastos de representación que quebrantaban su hacienda.
Cesó en el cargo de embajador en Francia en septiembre de 1551, cuando Enrique II declaró la guerra al Emperador, que, enfermo, sin dinero ni tropas, se encontró acorralado en circunstancias verdaderamente escalofriantes y a punto estuvo de ser cogido prisionero en Innsbruck (1552) por el príncipe rebelde alemán Mauricio de Sajonia. Aquella contienda fatídica le significó infinidad de dinero al César sin llegar a ningún logro, pero finalmente Carlos V salió de aquella peligrosa pasividad en que había caído después del fracaso del asedio a Metz (enero de 1553) y se decidió a cambiar a su embajador en Londres, John Scheique, hombre gris y poco eficaz, mandando en su lugar a un equipo de diplomáticos entre los que figuraba el lucido Simón Renard. Al llegar los flamantes embajadores a Inglaterra, se enteraron de la súbita muerte del joven rey Eduardo VI, y el Council les hizo saber que su misión estaba extinguida. Renard, consciente de su competencia, no se arredró e impuso su autoridad con un discurso en el que introdujo veladas amenazas internacionales que requerían no ofender al Emperador.
Cuando las perspectivas internacionales parecían más difíciles, el cambio brusco en Inglaterra permitió a la diplomacia imperial una de sus operaciones más brillantes. Renard —que desde el 14 de septiembre quedó como único diplomático imperial ante María Tudor— había conseguido ganarse la voluntad de la soberana, hasta el punto de actuar no sólo como diplomático sino como consejero áulico. Con sumo tacto y sutil eficacia, Renard recomendó a María I una política tolerante en materia religiosa y de frontal rechazo a cualquier competencia en el trono. Eliminada la rival Jane Grey —la reina de los “nueve días”—, se fraguó el proyecto de matrimonio entre María Tudor y el heredero español, el príncipe Felipe. A instancias del Emperador, Simón Renard lo propuso inmediatamente a la reina inglesa (7 de agosto de 1553), que consideró muy grata la oferta, bombardeó al embajador con preguntas inquisitivas sobre el príncipe y exigió conocer la apariencia del marido que le proponían, por lo que se le envió una copia del espléndido retrato que le hizo Tiziano revestido en armadura. Tras firmar el contrato de esponsales el 12 de enero de 1554, Felipe se interesó, en carta a Renard del 16 de febrero, por la marcha del asunto: “[...] todavía os encargamos mucho que con las zabras que os avemos despachado nos aviséis muy particularmente de todo lo que veys que devemos saber, y de la llegada de los Embaxadores de su Md. y de lo que huvieren hecho en este negocio, y quándo partirán los que ha de embiar la dicha serenísima Reyna, porque no se spera otra cosa sino su llegada y saber que es hecho el desposorio para ponernos en camino”.
Cumplida la gestión diplomática del desposorio, Felipe se trasladó a Inglaterra acompañado por el más fastuoso cortejo de la historia de España y casó con la reina inglesa en la Catedral de Winchester el 25 de julio. El resultado feliz de las negociaciones con Londres fue contemplado como un triunfo personal de Carlos V sobre Enrique II y consolidó el predominio sobre la Europa occidental del César que conseguía doblegar de nuevo un destino adverso. El éxito de la diplomacia carolina no produjo, sin embargo, un heredero de María Tudor y Felipe II que hubiese consolidado el poderío europeo de los Habsburgo.
Renard regresó a Francia para participar en las treguas de Vaucelles (5 de febrero de 1556). Esta vez su gestión no logró complacer a Carlos V ni obtener beneficios para España, y tuvo que dejar el territorio del país enemigo a causa de la campaña de San Quintín (agosto de 1557). Considerando que se había excedido en sus facultades, Felipe II le retiró su confianza. Renard consideró responsable de su desgracia a su antiguo protector, el cardenal Granvela, e intrigó contra él, atribuyéndole la culpa de su penosa situación, de la que ya no saldría hasta que murió en Madrid en 1575.
Bibl.: Tridon, “Simon Renard, ses ambassades, ses négociations, sa lutte avec le cardinal Cranvelle”, en Mémoires de la Société d’émulation du Doubs, serie 5.ª, n.º VI, Besançon, Société d’émulation du Doubs, 1882; J. Paz Espeso, Secretaría de Estado: capitulaciones con Francia y negociaciones diplomáticas de los embajadores de España en aquella corte, seguido de una serie cronológica de éstos: 1265-1714, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1914, págs. 667-668 (Archivo General de Simancas, Catálogo, VI); G. Mattingly, La Diplomacia del Renacimiento, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970; M. Fernández Álvarez, Corpus documental de Carlos V, vol. IV, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1973-1981, 1979; M. A. Ochoa Brun, Historia de la diplomacia española, vol. V, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1999, págs. 493-506.
Antonio Fernández Luzón