Perrenot de Granvela, Tomás. Señor de Chantonnay, en el Franco Condado y conde de Cantecroy. Besançon (Francia), 22.V.1514 – De Spira a Besançon, 13.II.1571. Diplomático.
Pertenecía a la ilustre familia del Franco Condado que sirvió fielmente, desde altos puestos, a la Casa de Austria, en las personas del emperador Carlos V y de su hijo Felipe II. Era hijo primogénito de Nicolás Perrenot, señor de Granvelle (Granvela en las fuentes españolas), que fue principal ministro de Carlos V, y de Nicole Bonvalot. Tomás era, por lo tanto, hermano del cardenal Antonio de Granvela, ministro de Felipe II.
Tomás Perrenot ostentaba los títulos de señor de Chantonnay y conde de Cantecroy. Fue gentilhombre de cámara y caballero de la Orden de Alcántara.
Muy dotado, como los demás miembros de su familia, para las funciones de relación exterior, en las que se experimentó muy pronto, sirvió en la Corte de Carlos V en tareas de índole diplomática; en tal calidad, acudió en 1542 a Inglaterra con la misión de persuadir a Enrique VIII a entrar junto con el Emperador en la guerra contra Francia. En 1547, fue por orden de Carlos V de nuevo a Inglaterra, esta vez para transmitir al nuevo monarca Eduardo VI el pésame por la muerte de su padre. El conocimiento de la Corte inglesa con su ambiente protestante dejó en Chantonnay una impronta de antipatía, que le fue constante en su vida y en su quehacer político al servicio de los católicos Habsburgos. Le fueron por éstos asimismo encomendadas misiones entre los príncipes de la Casa de Austria, participando así en las negociaciones y boda por poderes de la infanta María, hija del Emperador, con el primo de ésta, el archiduque Maximiliano, hijo de Fernando I. Ello le permitió intimar en trato personal con el archiduque, futuro emperador Maximiliano II. Otras misiones diplomáticos en nombre de Carlos V lo llevaron a visitar a la sobrina de éste, la princesa Cristina de Lorena en 1552.
Más tarde, Felipe II, que tenía en mucho sus dotes diplomáticas, confió a Chantonnay en 1559 la embajada en París. Intervino allí en la negociación de la boda de Felipe II con Isabel de Valois y acompañó a ésta en su viaje por Francia, rumbo a España.
Era por entonces arduo y complejo el puesto de embajador de España ante la conflictiva Corte de Francia, en época en que los últimos Soberanos de la Casa de Valois-Angulema sostenían con dificultad su posición en un Reino en efervescencia política y religiosa, lo cual despertaba en la Corte española recelo y desconfianza. Chantonnay representó a Felipe II ante los débiles monarcas Francisco II y Carlos IX y, sobre todo, ante la madre de ambos, la reina viuda Catalina de Médicis, que regía con versátil habilidad las riendas del inestable Reino. Fue dado a Chantonnay, en los años de su embajada en París (1559-1564), escudriñar los recovecos de una Corte engañosa que en su propia debilidad política y vacilación religiosa albergaba una latente rivalidad antiespañola.
Se reveló Chantonnay en esos años como un observador sagaz y desconfiado de los altibajos del Gobierno francés y como un crítico severo de la inconsistencia de los monarcas Valois, de la incongruencia de sus acciones y de la carencia de la necesaria energía para gobernar un Estado en proceso de consunción interna.
Irritaban al diplomático borgoñón los síntomas que advertía de inseguridad y de inconstancia, además de la imprudencia con que se trataban los temas que desde la perspectiva española rayaba en irresponsabilidad.
En consecuencia con su mandato en nombre el Rey Católico, que era el adalid de la Contrarreforma en Europa, Chantonnay actuó en Francia como un resuelto enemigo de los hugonotes franceses y un decidido protector de los católicos, a la vez que se lamentaba de ver cómo Francia “se dejaba llevar a perdición por los herejes”. La sincera dureza con que formulaba a la Reina Madre los reproches emanados de la Corte de su yerno español no contribuyó a despertarle simpatías en la Corte parisina, de cuyas ligerezas y vaguedades —que él tenía por graves infidelidades— daba el embajador cuenta puntual a Madrid. Para cooperar con su misión y reforzar su acción en pro de los católicos, envió Felipe II a París en 1563 al prior de Castilla, Hernando de Toledo, en los días en que la situación se recrudeció con el asesinato del duque de Guisa. Precisamente los propios Guisa hicieron saber a los españoles que Chantonnay era “causa de que se sustentase lo que allí quedaba de la Religión”. Era lógico que el embajador fuese tan bienquisto de los católicos, como aborrecido de los hugonotes, y a la vez sospechoso a la suspicaz y amedrentada Corte.
Cuando las peticiones que la reina Catalina hacía de su relevo persuadieron al fin a Felipe II, éste, que estaba muy satisfecho de la lealtad y servicios de Chantonnay, determinó sacarlo de Francia y otorgarle la capitanía de Besançon en 1564. Pero en el mismo año resolvió el Rey enviarlo como su embajador ante la Corte imperial de sus parientes habsburgueses en Viena.
En aquel nuevo puesto, Chantonnay se encontró con el carácter del emperador Maximiliano II, que él bien conocía de décadas atrás y que le otorgó el honor, a él y a su esposa, de sacar de pila a su hijo el archiduque Carlos, en 1565. Entre el Emperador y el embajador había quedado confianza de viejos tiempos, pero también recelos recíprocos. Poseía, por lo demás, Maximiliano un carácter tolerante en materia religiosa que era tenido en Madrid bajo vehemente sospecha.
La relación familiar, sin embargo, y los comunes intereses en política internacional favorecían la unidad dinástica entre las dos ramas de Madrid y Viena, que estaban reforzadas además por el bien avenido matrimonio del Emperador con su prima española María.
Si bien Chantonnay era, pues, el privilegiado embajador del más seguro aliado, el poderoso pariente de El Escorial, sus tratos se vieron ensombrecidos por las recíprocas dudas en la manera de llevar la política religiosa, firme e inconformista por parte de Felipe II y tolerante y acomodaticia por parte de su imperial primo y cuñado.
La posición del embajador español estuvo sometida a dichos matices de diferencia entre los modos de Madrid y Viena. Además, Chantonnay, resuelto propugnador de la causa católica, conocía de cerca la ambigüedad de la profesión de fe de Maximiliano II, cuya tolerante inclinación hacia los protestantes daba mucho que pensar en España. Por entonces, sin embargo, el envío a Madrid para su educación de los archiduques Rodolfo y Ernesto, hijos de Maximiliano y María, contribuyó al fomento de la unidad familiar y de la colaboración política. Con ellos acudió a España quien sería fautor de la mejor relación de ambas Cortes y embajador imperial en Madrid, Adam von Dietrichsstein.
Así pues, la discrepancia religiosa y el sentimiento familiar fueron los dos polos en que se movían ambas Cortes e impregnaron los sucesos de la embajada de Chantonnay en Viena. Poco después de que la divergencia se agudizara por el envío a Madrid del archiduque Carlos, hermano del Emperador, para solicitar de Felipe II concesiones religiosas en los Países Bajos reclamadas por los príncipes electores alemanes, que el monarca español rechazó con cierto desabrimiento, vino la relación a estrecharse con el cuarto matrimonio de éste con su sobrina Ana, hija de los Emperadores.
Ello se produjo en 1570, año en que Chantonnay obtuvo su relevo como embajador, tras haber alegado justificados motivos de salud.
Tras su honrosa salida de Viena, Chantonnay, en el camino hacia su tierra natal, el Franco Condado, en el mismo año de 1570, fue nombrado por Felipe II su representante por el Círculo de Borgoña (de soberanía española) en la Dieta del Imperio.
Pero el deseado retorno a sus lares no deparó a Chantonnay la esperada felicidad. Su precario estado de salud empeoró en plena ruta y en ella le asaltó la muerte en 13 de febrero del año siguiente. Su cuerpo fue trasladado a la sepultura familiar en Besançon.
Había casado Chantonnay en 1549 con una noble dama borgoñona, Helena de Brederode. En la documentación española de la época se llama a Chantonnay frecuentemente Santone, Xantone, vel similia.
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Miguel Ángel Ochoa Brun