Heredia Zubía, Julián. Pío. Larrea (Álava), 15.II.1895 – Santander (Cantabria), 3.XII.1936. Monje cisterciense (OCist.), teólogo, mártir, prior.
El padre Pío Heredia resume en su vida los componentes más característicos de muchos monjes de la época, cuando la vida cisterciense comenzaba a implantarse de nuevo en España tras la Desamortización de 1835, añadiendo a ella otra muy particular: el haber sido martirizado durante los primeros meses de la Guerra Civil Española. A los catorce años ingresó en Val San José, monasterio fundado en Getafe (Madrid) que había recogido los restos de la famosa “comunidad errante” de trapenses y que se habían instalado muy precariamente en dicho lugar.
Ni la vida austera de aquellos monjes, ni las estrecheces de la incipiente fundación le desalentaron. El 8 de septiembre de 1889 recibió el hábito de novicio, cambiando su nombre de pila, Julián, por el de fray María Pío. El 27 de mayo 1897 se consagró para siempre a Dios con la profesión solemne en la Orden del Císter. Recibió la ordenación sacerdotal el 18 de marzo de 1899.
A principios de 1918 llegó al monasterio de Santa María de Viaceli, en Cóbreces (Cantabria), y en 1919 formó oficialmente parte de esta comunidad, siendo nombrado maestro de novicios. Comenzó entonces su tarea pedagógica y formadora, que tan honda huella dejó en sus discípulos.
Esta nueva abadía, fundada por la francesa Sainte Marie du Désert, como lo había sido unos años antes San Isidro de Dueñas (Palencia), fue aprobada en 1903, semiautónoma en 1909, priorato en 1920 y abadía en 1926. Con la llegada del padre Pío comenzó una nueva etapa para esta comunidad. Por la mañana del día de su llegada habían vestido el hábito de novicio seis jóvenes, entre ellos un sobrino suyo. Además, se produjo el encuentro de dos grandes hombres, pues el primer abad del monasterio, dom Manuel Fleché Rousse, encontró en este hombre providencial su brazo derecho y el apoyo más fiel para la tarea de dirigir y organizar la casa.
El padre Pío no era un hombre brillante, ni un intelectual, como los monjes españoles de los siglos xvi y xvii, sino un monje voluntarioso, sencillo, dotado de una gran capacidad para dirigir almas y con un fino instinto para las cosas del espíritu.
Sus cartas eran muy apreciadas por aquellos a quienes iban dirigidas, también sus reflexiones sobre teología mariana y sus exhortaciones a la comunidad muy consideradas.
Aunque todo esto caía dentro de los criterios y usos de la época, se le puede considerar un maestro espiritual y un guía influyente. En la II Semana de Estudios Monásticos celebrada en Viaceli en septiembre de 1959, y que coincidía con el cincuenta aniversario de la fundación del monasterio, un cohermano suyo, el padre Julián Domínguez, tuvo una ponencia —P. Pío, pluma y lengua de María— en la que desarrolló el pensamiento y doctrina mariológica de este monje.
Pero lo que le distinguió es haber sido el guía espiritual en las horas más difíciles por las que podía pasar una comunidad religiosa: la persecución y la muerte violenta a causa de sus ideales religiosos. Al mediodía del 8 de septiembre de 1936, la comunidad del monasterio de Santa María de Viaceli recibió una comunicación que procedía de la FAI y de la CNT, anarquistas de Santander por la cual se disponía que debían abandonar el monasterio. Se les concedía un plazo de dos a tres horas para preparar la salida hacia rumbo desconocido.
Casi toda la comunidad monástica fue detenida: treinta y ocho monjes pasaron a la cárcel. Liberados, pero controlados, trece de ellos fueron finalmente asesinados.
Los demás se refugiaron en Bilbao o en casas de particulares. Dos monjes fueron asesinados en una carretera antes de llegar a Santander, los padres Vicente y Eugenio, otros lo fueron por el mero hecho de ser religiosos o sacerdotes. En total fueron diecinueve.
La ejecución de los siervos de Dios está demostrada por varios testigos. El joven Antonio Martín, detenido con los monjes, vio cómo se los llevaban. En la noche del 2 al 3, al padre Pío, al padre Amadeo, al padre Valeriano, al padre Juan, a fray Álvaro y a fray Antonio. Al día siguiente, en la noche del 3 al 4 de diciembre de 1936, sacaron al hermano Eustaquio con sus cuatro compañeros, con las manos atadas a la espalda.
Nada más se supo de ellos.
Bibl.: I. Astorga, De la paz del claustro al martirio, Ávila, Abadía de Viaceli, Imprenta “Mis chicos”, 1948, pág. 67; J. Álvarez, Almas selectas, IV. P. Pío Heredia, Burgos, Imprenta Hijos de Santiago Rodríguez, 1954; J. Domínguez, “P. Pío, lengua y pluma de María”, en Cistercium, XI (1959), págs. 229-240; H. Marín, “Vida monástica del P. Pío: en Val San José”, J. L. Monge, “El P. Pío Heredia en Viaceli: Espiritualidad del Éxodo”, “De los escritos del P. Pío Heredia: extractos de algunas cartas espirituales”, en Cistercium, XVIII (1976), págs. 33-49; R. Manzano, “Ante un centenario: P. Pío Heredia. Extractos de algunas de sus cartas espirituales” y A. Romero, “Así vimos al P. Pío. Resultados de una encuesta”, en Cistercium, XVIII (1976), págs. 11-16, págs. 17-21, págs. 22-32, págs. 33-48 y págs. 49-55; Causa de Beatificación del P. Pío y Compañeros Mártires, Positio: Summarium, 77, B-a-1 [de la causa de beatificación, presentada en Roma, 1995]; D. Moreno, Como incienso en tu presencia. P. Pío Heredia y compañeros mártires de Viaceli, Burgos, Ediciones Aldecoa, 1996.
Francisco Rafael de Pascual, OCist.